Yo no había visto, hablado, o escuchado de Peeta en tres días, no desde que condujo a casa desde el carnaval, me acompañó hasta la puerta, y me besó frente a mi pórtico. Supongo que hablaba en serio cuando dijo que el siguiente
paso dependía completa y totalmente de mí, lo que me asustó mucho. Lo más inteligente era mantenerse alejada. Lo sabía y mi cabeza se hallaba de acuerdo. Pero mi cuerpo simplemente no lo entendía, y no creo que mi corazón lo hubiese captado tampoco. Estuve inquieta todo el domingo y el
lunes. Seguí mirando mi teléfono para ver si me perdí una llamada. Seguí mirando por la ventada de mi sala de estar para ver si alguien pasaba por mi camino de entrada. En el trabajo, desvié mi atención cada vez que oí pasos en el pasillo. Pero ni Peeta, ni ningún estudiante o profesor, en tal caso, se detuvo
en mi puerta.Hoy, sin embargo... Hoy lo vería. En la clase. Sentía tantos nervios que
relajarse era imposible. Todas mis clases tuvieron lugar en la sala Morella excepto una, un curso
principiante de literatura que enseñaba a distancia a través de telenet a una universidad de la comunidad local. Tuve que cruzar la calle y caminar media cuadra hasta la biblioteca del campus, que tenía el sistema de difusión de video
más cercano al departamento de inglés en el campus. Tan pronto como terminara con eso, tenía diez minutos para volver a Morella para la clase de literatura moderna de América de Peeta. Nerviosa por verlo, salí rápido de la biblioteca, casi galopando en mis tacones. Sabía que no podía decirle que quería empezar una relación, pero eso no significaba que no estaba sufriendo un grave síndrome de abstinencia. Necesitaba que Peeta lo solucione... pronto.Así que cuando lo vi al acercarme a Morella, donde apoyó un hombro
contra el edificio, de espaldas a mí y su teléfono celular presionado a la oreja, todo dentro de mí se animó.
Me dirigí en su dirección para que me viera pasar... Hasta que escuché
lo que decía.—Shh, cariño. Cálmate, y dime ¿qué sucede? La preocupación en su voz y el apodo afectuoso que usó me hicieron detenerme. Una capa espesa de celos sabía a ácido en mi lengua. ¿Quién era Cariño, y por qué parecía tan cercano a ella?Entonces dijo entre dientes—: ¿Embarazada? ¿Estás embarazada? ¿Cómo puedes estar...? Jesucristo. Pero tú has dicho... Embarazada.
Mis oídos resonaron con un dolor para el que ni siquiera pude prepararme. Pero, ¿embarazó a una chica? No podía... esto era... No.
—Ahórratelo, está bien —gruñó salvajemente en el teléfono—. Puedes pedir disculpas por mucho tiempo, pero eso no va a cambiar el hecho de que vas a ser... Jesús, ¿cómo vamos a mantener a un niño? Santa mierda. Él llevó la mano a la parte posterior de la cabeza; sus dedos temblaban.
—Basta. Deja de llorar. Tú te metiste en esto. Y ahora los dos vamos a pagar. Mierda. No puedo... Simplemente no puedo... —Suspiró cansado, y masajeó sus sienes mientras inclinaba la cabeza hacia atrás—. No puedo hablar de esto
ahora. Tengo que ir a clase. No... No... ¡Maldita sea, no! Te llamaré más tarde. Colgó y se metió el teléfono en el bolsillo. Echó un vistazo a su derecha, como para asegurarse de que nadie lo hubiera oído por casualidad, pero no se molestó en mirar a la izquierda, o me habría visto a mí inmóvil, mirándolo con el corazón roto.
El dolor de saber que dejó embarazada a alguien más me destrozó hasta que surgió la ira. Fue muy grosero con esa pobre chica. Ella estuvo llorando y disculpándose, y tal vez totalmente asustada, y él le gritó, la regañó y la hizo sentir como una mierda.Qué idiota.
La decepción subió hasta mi garganta. No podía creer que me enamorara de este hombre, pensando que era noble y bueno.
Apreté las manos en puños, queriendo pegarle y hacerle daño del mismo modo en que me lastimó. Diablos, del mismo modo en que su "cariño" me hizo daño. Pero por ahora, yo tenía que ir a clases.
Tras caminar el resto del trayecto hasta mi salón, puse la cartera en mi escritorio lo bastante fuerte para que un estudiante de la primera fila que se encontraba acostado con la cabeza en su escritorio saltase y se sentara. Mierda, necesitaba calmarme antes de que hiciera algo estúpido. Era más fácil decirlo que hacerlo, porque Peeta entró en el salón un segundo después, despertando cada nervio en mi sistema. Le eché un vistazo, y él encontró mi mirada. Se veía muy solemne, y me pregunté si iba a confesarme todo. Pero entonces sus labios temblaron como si tratara de obligarlos a sonreír por mí, pero no consiguió hacerlo. Al mismo tiempo, sus ojos permanecieron entrecerrados y preocupados.
Al pasar, tiró una hoja de papel doblada hacia mí. Aterrizó perfectamente en mi maletín cerrado. Ni siquiera aminoró el paso mientras seguía en marcha,
encontrando un lugar en el fondo del salón. Pensando que me iba a pedir un encuentro en algún lugar para decirme lo que acababa de suceder, cogí la nota con manos temblorosas y la desdoblé.
Pero era solo otra cita para mi pizarra. Y una alegre y feliz cita.
Fruncí el ceño, y la línea recta de mis labios mostraba que en efecto no todo estaba enderezado. ¿Cómo se atrevía? Después de lo que le acaba de hacerle a la otra chica,
después de lo que acababa de enterarse... ¿Cómo mierda se atrevía a intentar algo conmigo? Bastardo horrible, malvado, despreciable e infiel. Abriendo mi maletín, saqué mi pila de notas. La sangre hervía por mis venas mientras los revisaba sin la menor idea de lo que miraba en realidad.
Luego, con calma, me paré frente a la clase, con las notas en mis manos al tiempo que veía asiento tras asiento irse llenando hasta que pareció que todo el mundo estuvo presente.Peeta se sentó en su silla, con los ojos cerrados y el rostro entre las manos mientras apoyaba los codos sobre el escritorio. Era más que obvio que la noticia de su paternidad le molestaba. Bueno, decidí que claramente no tenía
suficiente de que preocuparse.
Metiendo mis notas de nuevo en el maletín, lo cerré y apoyé mis manos
en la parte superior.—En la obra La Letra Escarlata de Nathaniel Hawthorne —comencé, con la barbilla en alto—, la protagonista, Hester Prynne, tiene que llevar la letra A de color rojo en su ropa para mostrar a todos que cometió adulterio y tuvo un hijo
fuera del matrimonio. Se convirtió en una marginada para el resto de su vida. Mientras que su amante, que cometió el mismo acto, quedó ileso porque ella se negó a nombrarlo. Pero a pesar de que vivió con su buena reputación, acabó volviéndose loco y a morir a causa de la culpa. Señor Mellark —levanté la voz y le lancé una dura mirada—, ¿qué cree que es peor?
Levantó la cabeza desde donde se encontraba, y obviamente, no prestó atención a nada de lo que acababa de decir. Con los ojos llenos de tormentos, dijo con voz ronca—: ¿Qué? —Entonces miró a su alrededor, y se volvió hacia mí—. Lo siento, ¿Qué?—La Letra Escarlata —le recordé—, Nathaniel Hawthorne. La mujer se
acuesta con su ministro y queda embarazada. Es despreciada públicamente por tres horas, luego arrojada a la cárcel, y obligada a llevar la letra A para mostrar
su vergüenza a todos por el resto de su vida. O a su amante. El ministro local que ella se negó a acusar. Él sale con una reputación intachable, pero no puede soportar toda la culpa. Así que... ¿a qué personaje cree usted que le fue peor? ¿Prefiere que todos sepan lo que hizo y lo odien por ello, pero terminar con la conciencia tranquila? ¿O prefiere ocultarlo y dejar que se pudra, pero siempre
estará preocupado de que se sepa, y avergonzado de saber que alguien ha pagado por el mismo delito que usted ha cometido? Su rostro perdió todo el color cuando abrió la boca. Pero no tenía nada que decir. Se quedó mirándome fijo unos veinte segundos y el tormento llenó sus ojos, antes de que parpadeara rápidamente y sacudiera la cabeza.—Yo... Yo pensé que hoy empezábamos con Tennessee Williams. A nuestro alrededor, la clase rió entre dientes, y mi cara se llenó de roja y caliente vergüenza.
Querido Dios. ¿Qué demonios hacía? Esto tenía que ser la cosa más poco profesional e inmadura que jamás había intentado. Si estaba molesta con Peeta por algo, intentar desquitarme con él en el salón de clases era lo peor posible.
Sintiéndome mal del estómago con mi propia vergüenza, aparté la vista y llevé la palma de mi mano a la boca mientras trataba de recuperar mi dignidad. No funcionó. Respirando hondo, levanté mi cara, tratando de no gritar.—Muy bien, señor Mellark —le dije, con la voz ronca por la emoción. Asentí una vez—. Supongo que prestaba atención, después de todo.
Aunque todos soltaron una risita divertida, Peeta seguía mirándome como si lo hubiera traicionado.
Todavía demasiado inquieta para continuar la clase, agité mis manos.—Espero que todos tengan El Zoo de Cristal terminado a finales de la próxima semana. Hoy les voy a dar el resto de la hora para que encuentren un rincón agradable y tranquilo para leer. Vamos a continuar nuestras discusiones en la clase del jueves. Por un instante, nadie se movió, como si pensaran que les tomaba el pelo. Yo no era uno de esos profesores que dejan la clase antes de tiempo, pero hoy, no había manera de que pudiera quedarme de pie aquí toda la hora.
Sin molestarme en esperarlos, tiré de mi maletín y fui a la salida. Detrás de mí, oí por fin que empezaron a recoger sus cosas, pero no esperé como solía hacerlo.Como el ministro de Hawthorne, tenía que nutrir mi propia culpa.
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La Dra. Everdeen.
RomanceTercer año en la universidad. Atleta estrella. La constante atención del sexo opuesto. Hasta que una persona vislumbra al verdadero yo. Nunca esperé conectar con alguien así o querer más allá de una noche. Esto podría ser algo real.