Peeta

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—Este lugar es increíble.

La admiración en la voz de Katniss me hizo sonreír desde el otro lado de la cabina de la camioneta de Gale cuando estacioné en el borde de los terrenos, en la zona de aparcamiento para visitantes.

—Tenía la sensación de que te gustaría.

Una larga pendiente de césped se extendía delante de nosotros antes de descender abruptamente hacia la ribera del río. La hierba era corta y verde; en algunas áreas empezaba a crecer, con la promesa de una nueva vegetación. Un par de familias ya disfrutaban del día, tendidos en mantas de picnic, paseando a sus mascotas, o dejando que sus hijos se persigan unos a otros en el gran espacio abierto. Y más allá, se extendía una franja de pequeños kioscos y comerciantes, vendiendo sus mercancías a los lados de un camino adoquinado.

—¿Cómo descubriste este lugar? —preguntó Katniss, abriendo su puerta al tiempo que abrí la mía.

—Mi compañero de cuarto, Gale, me trajo aquí una vez. Vive en la zona y
quería uno de sus perritos de maíz que venden. Creo que me burlé de él todo el camino mientras me arrastraba aquí, hasta que llegamos. —Le sonreí—. Pero el maldito perrito de maíz no estaba nada mal, así que me tuve que callar. Empezó a reír. —¿Así que me trajiste aquí porque se te antojaba comer una salchicha de carne mal procesada colocada en un palillo, freída con mucho aceite y rebozada en harina de maíz?

—Demonios, no. —Enganché el balón que tiré en el asiento trasero antes de dirigirme a su casa esta mañana, lo levanté y le di vueltas en mi dedo antesbde capturarlo—. Tú, mi querida profesora, vas a aprender a jugar fútbol americano.

Katniss arqueó una ceja, al parecer interesada en lugar de horrorizada. —¿En serio? ¿Qué te hace pensar que no sé cómo jugar? Está bien, eso me tomó por sorpresa. Arqueé una ceja, sospechoso. —¿Sabes?
Sus labios se curvaron, y se veían tan sexys con ese cómplice tironcito.
Tuve que volver a recordarme que hoy no iba a tocarla. No se trataba de nada sexual. Simplemente una unión amistosa. Para conocernos.
Aunque al darme cuenta lo que significaba esa sonrisa, me quejé.

—Demonios, sí sabes.

Todo su rostro se iluminó. —Estuve genial en Fútbol Fantasía el año
pasado —confesó, sonando orgullosa de sí misma. Eché la cabeza hacia atrás y me reí.
—Mierda. No tenía ni idea de que te
gustara el juego. Quiero decir, por la forma en que actuabas en clases, pensé que odiabas todo lo que tenga que ver con el fútbol, pero...

—Entonces caí en la cuenta. Su comportamiento no tuvo nada que ver con su opinión por el deporte
en sí, sino por su historia con cierto jugador de ese deporte. Solté un suspiro—. Correcto. Bueno, guau. Si hubiera sabido que eras una fanática, te hubiera fastidiado para que vinieras al partido de práctica, que tuvimos hace un par de semanas.

—No te preocupes, fui.

—¿Entonces me viste...? —Con las cejas elevadas, señalé a mi propio
pecho. Asintió y yo tenía que saberlo—. Bueno, ¿qué pensaste?
Sus ojos se iluminaron con coqueteo, mientras rodeaba la camioneta de Gale para reunirse conmigo al otro lado.

—Pensé que podrías ser el próximo
Rodgers.

—Mierda —dije, sacudiendo la cabeza—. No puede ser.
Me sacó el balón de la mano, y la observé, francamente excitado por su interés en el mismo.

—Hmm. —Lo sostuvo de diferentes formas a modo de práctica antes de
mirarme—. Sabes, acabo de darme cuenta que nunca he tocado un balón. No podía creerlo, pero a pesar de todo lo hice. Sacudiendo la cabeza, lo tomé de regreso.

—Bueno, esto amerita una lección, entonces. —Alcanzando su mano, comencé a llevarnos hacia el césped—. Te voy a enseñar lo necesitas
saber acerca de cómo lanzarlo.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora