Peeta

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Con la garganta seca mientras el ácido en mi estómago hacía saltos
mortales, miré a través de los ojos entrecerrados al otro lado de un escritorio sorprendentemente limpio a mi maestra de inglés y su deliciosa boca, la cual me había vuelto loco desde el primer día de clase cuando ella tomó su lugar
detrás de la mesa de instructor.

Eso me asqueaba más que cualquier cosa. Nada sobre la Dra. Everdeen
era mi tipo. Yo prefería a las rubias con hermoso cabello largo y suelto. Mi profesora de literatura mantenía su oscura cabellera hacia atrás y oculta en un apretado moño asegurado en la base de su cuello.

Yo era un amante de cuerpos largos y esbeltos que les gustaban mostrar
sus curvas impresionantes con reveladoras ropas modernas. Everdeen era pequeña, y quizá muy redondeada para mi gusto. O al menos me imaginaba que ella tenía rollitos que quería ocultar. ¿Por qué más querría usar ropa tres tallas más grandes para ella?
Y me gustaba la sensualidad confiada en una mujer, alguien que sabía lo que tenía y se movía como si quisiera que cada chico en ochenta kilómetros a la redonda dejara lo que estuviera haciendo para mirarla boquiabierto cada vez
que pasaba. Everdeen no tenía un solo paso coqueto en su repertorio. Ella tenía la sensualidad de una monja, y no parecía gustarle los chicos en absoluto. No es que pensara que fuera una lesbiana como sugirió Tenning. Solo la veía como un ser anti-sexual. Sin género. Al menos, quería que fuera así.

La cual era otra razón por la que odiaba estar tan al pendiente de ella
cada vez que se encontraba cerca. Mientras me imaginaba cómo se sentirían sus dulces labios alrededor de mi parte favorita del cuerpo, sabía que ella no tenía nada más que la maldita literatura en el cerebro.

—En realidad traté, sabe —dije, intentando enfocarme en sus ojos v no en su boca—. Esa era seguramente la mejor maldita tarea que he escrito. Y no hice trampa como estoy seguro que hizo la mitad de la clase. Leí el libro, las notas de ayuda, los ensayos de muestra. Incluso vi la extraña película. Hice todo el jodido trabajo.

Sentándose en silencio en la silla opuesta a mí, la Dra. Everdeen me dio una sonrisa tensa.

—Y aun así se perdió el propósito de la tarea. Bueno, mierda, ¿Eso cree? Sacudí las manos en el aire. —Tal vez porque no entendí el maldito propósito. Es decir, ¿qué demonios quería que dijera? Sabía que debía bajar el tono del lenguaje, pero ella me desesperaba. Y solo había estado en su oficina por dos minutos. Cómo es que esta persona pequeña pudo haberme indignado tan rápido, no lo sabía. Pero aquí estaba,
enojado, encendido, avergonzado, alarmado y francamente perturbado por mi atracción, mientras estaba igual de cabreado con ella por saber lo mucho que
no merecía poner un pie en este campus porque era tan jodidamente estúpido. Y, joder, ¿se había puesto brillo labial o algo desde que la vi esta mañana en clase? Su boca se veía más brillante que nunca. Me atrapé a mi mismo mirándolos otra vez y aparté la mirada de golpe. Maldición, las maestras maliciosas no deberían tener labios como esos.
Suspiró y entrelazó las manos antes de apoyarlas sobre su escritorio.

—No era lo que yo quería que dijera; sino lo que usted necesitaba decir.

Y ahí se fue toda mi compostura. Otra vez.

—¿Qué necesitaba decir? —Me paré y jalé mi cabello al tiempo que
comencé a pasearme por el metro y medio de espacio que tenía en su estrecha oficina—. ¿Qué necesitaba decir? ¿Qué jodidos siquiera quiere decir eso? La Dra. Everdeen permaneció tranquila y serena, maldita sea, sentada en su silla mientras me observaba con calma convertirme en una pila de ansiedad.

—Eso quiere decir que no hizo lo que se le pidió. Quería que hiciera una correlación entre un personaje en la historia y usted. No hizo tal conexión. De hecho, no habló de usted en absoluto. Resoplé. —Tal vez no sentí una conexión con un puñado de idiotas ricos de los veintes, lloriqueando sobre el amor perdido mientras ellos extendían el
adulterio como si fuera un tipo de caramelo. ¿Cómo debía correlacionar algo cuando no hay nada para correlacionar?

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora