Peeta

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¿Qué demonios acababa de suceder? Ya tenía un humor de mierda. La llamada que recibí puso mi mundo patas arriba. Desperté esta mañana, planeando ser el estudiante perfecto en la clase
de Katniss y ser juguetón y lindo para que dejara de resistirse a mí. Incluso encontré la frase perfecta para hacerla sonreír. Pero luego se desató todo el infierno, y se necesitó todo de mí para siquiera mirarla en toda su imponente gloria mientras sentía como si mis entrañas estuvieran siendo levantadas a tirones hacia mis amígdalas.
Me nombró cuando yo deliberaba si debería ir a casa e intentar ayudar a
arreglar algo del desastre que hizo mi hermana. Pero Jesús, ¿cómo íbamos a criar a otro niño en ese lugar? Caroline tendría dieciocho pronto. Tal vez podría traerla a Ellamore conmigo. Pero la idea de dejar a Colton y Brandt solos me
hacía encogerme. Luego Katniss apareció. No tenía idea de qué había cambiado entre el sábado por la noche y esta mañana, pero esta no era la mujer de la que me despedí con un beso en el pórtico. Esa mujer era cálida, receptiva y ponerme de rodillas con solo su sonrisa. Pero esta mujer... maldita sea, no sé. Pero iba a descubrir cuál era su maldito problema. Mientras ella salía apresuradamente del salón tan pronto como nos dio permiso para marcharnos, agarré mis cosas y la perseguí.

—¡Oye! —grité. Pero todavía había demasiadas personas cerca. No podía asegurar si me ignoró por el bien del decoro o porque se encontraba muy enojada. Apretando la mandíbula, la seguí. Llegó a la escalera que dirigía al siguiente piso donde se hallaban las oficinas. Dejamos a los estudiantes detrás y tan pronto como alcanzamos el descansillo, le agarré el brazo. Se dio la vuelta, fulminándome con la mirada. Entonces le devolví la mirada y abrí de un tirón la primera puerta que vi. Terminó siendo un armario
de suministros. Perfecto. La empujé dentro.

—¿Qué crees que estás haciendo? Deja de maltratarme. Después de asegurarme que nos encontrábamos bien y bloquear la
puerta, me moví lentamente.
—Vamos a hablar sobre esto.

—¡Dije que me quites las manos de encima! —dijo jadeando y retorció su codo para liberarlo de mi agarre.
Apreté los dientes. —Cristo, ¿qué está pasando contigo? ¿Por qué estás de repente tan enojada? El sábado por la noche...

—¡No! ¿Cómo te atreves a mencionar el sábado? Maldita sea. —Empujó mi pecho—. Incluso la idea de que entres en mi clase con tu notita coqueta solo minutos después de escuchar que vas a ser padre me repugna.

—¿Padre? —Di un paso atrás y me topé con la puerta—. ¿Qué dices?

—¡Sí! Padre. —Sus ojos lanzaron dagas de odio antes de que se
llenaran con dolor—. Te escuché hablando con esa pobre chica por teléfono, gritándole. Jesús, Peeta. ¿Cómo pudiste tratarla de ese modo? Eres tan responsable por esto como ella, aun así no parecías tener ni un ápice de remordimiento o...

—De acuerdo, detente ahí. —Levanté las manos, mirándola con furia—. Quizá deberías conocer todos los hechos antes de atacarme. —Solté una risa amarga—. Jesús. Tu fe en mi es increíble. Maldita sea, no puedo creer que pensaras automáticamente que era mi hijo.

—Bueno, sonabas bastante seguro de que tendrías que hacerte cargo de eso, siguiendo sobre cuánto iba a complicar tu vida. ¿Por qué no pensaría que era tuyo?

—Bueno, lamento decepcionarte, pero no estoy metido en el incesto. Era mi hermana de diecisiete años, Caroline, y sí, me puse furioso al enterarme de que quedó embarazada. También estoy seguro de que el papi del bebé no va a
estar allí para ella, así que tendré que ayudarla a hacerse cargo y esto hará nuestras vidas mucho más difíciles.

—Oh —exhaló bruscamente. La disculpa se expuso en su mirada, pero no pidió perdón—. Yo...
Cuando ella no podía siquiera decir que lo lamentaba, resoplé.

La Dra. Everdeen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora