–No, todo está bien.– dijo Max, decidiendo mentir. Su novio no debería de preocuparse más que en el trabajo.
–¿Dónde está el pequeño?
–En su habitación, está terminando algunas tareas faltantes. Seguro y ya acaba y sale a comer.
–¿Seguro que está bien?
–Sí, ¿Por qué preguntas?
–Es solo que aún no viene a saludarme, y él casi siempre lo hace. Quizá esté dormido.
–Ahora mismo está un poco más pequeño de lo usual.
–Oh, en ese caso iré a ver cómo está.– Peyton se encontró a un pequeño niño tirado entre sus libros, con un dedo en la boca y los ojos bien cerrados. Lo cargó y volvió a la cocina.
–¿Esta dormido?– se acercó Max a revisar a su bebé, le dió un beso en la mejilla y quitó con cuidado el dedo del menor, cambiándolo por un chupete que iba atado a su cuello.
–Lo voy a dejar en nuestra habitación cómodo.
Max sirvió todo en la mesa y esperó a que Peyton regresara para comer juntos. Ambos se sentaron frente al otro.
–¿Puedo preguntarte algo?
–Claro, amor ¿Qué es?
–Nada, solo me preguntaba que pasaría si a un amigo le sucediera que tuviera que hacer algo malo, y lo descubren haciéndolo algunas personas, lo graban y lo hacen hacer...– ¿Hacer qué? El pequeño ni siquiera le dijo que hicieron con él.
–¿Hacer qué?
–Hacer algo muy malo a cambio del vídeo, ¿Cómo lo resolverías?
–Pues, pienso que quizá deberían de hablar con esas personas.
–¿Pero, para qué?
–Para admitir que ambos hicieron mal. No lo sé en realidad.
–¿Y si eso no funciona?
–Deben de arreglar sus problemas entre esas personas.
–Entiendo– bajo la vista a su plato medio vacío, perdió el apetito.
–Esa pregunta fue algo rara, ¿Conoces a alguien que pasa por eso?
–Puede ser.– evitó responder.
Unas pisadas se escucharon al fondo. Una perilla se escuchó girar y las pisadas se hicieron más fuertes cuando el pequeño se comenzó a acercar al regazo de su papi Max.
–¿Cómo dormiste, bebé?– preguntó acariciando al menor.
–Bien, papi ¿Puedo comer?
–Claro.
–¿Terminaste tu tarea?– preguntó Peyton recogiendo su plato. El menor solo asintió aún con los ojos soñolientos.
–Toma bebé– le sirvió un plato en frente de él, su papi se sentó debajo de él sosteniéndolo y dándole de comer.
–Pequeño, te tengo un regalo.– comentó su papi Peyton. Dylan abrió sus ojos en sorpresa.– cuando termines de comer puedes verlo.– le dió un beso en la pequeña mejilla regordeta. El menor se ruborizó.
–Anda, príncipe, termina todo para poder ir a ver.– el menor casi se atraganta dos veces de la emoción y de la prisa que tenía. Cuando por fin terminó todo se fue corriendo con su papi.
–Papi, mi regalo, mi regalo– se subió en el regazo de Peyton que aún trabajaba en su escritorio.
–Calma, pequeño, vamos por él.– el mayor lo tomó en brazos y lo llevó hasta la puerta principal.
Ahí se encontraba una caja grande, decorada por listones y colores diferentes. El niñito se acercó hacía ella y la abrió desesperado.
–¿Qué es?– preguntó Max.
–Ya verán.
Dentro, había un enorme oso de peluche, casi más alto que Dylan. También tenía cuadernos para dibujar, crayolas y colores, dos biberones y gomitas.
– Lo concientes demasiado ¿Alguna ocasión especial?– preguntó Max.
–Ninguna, solo pensé que mi bebito querría tener regalos.
Los ojitos del menor se iluminaron y lo primero que hizo fue cargar la gran caja y llevársela a su habitación, fue algo difícil cargarla pero aún así pudo llevarla hasta donde quería. Después salió corriendo y abrazó con todas sus fuerzas a su papi Peyton. Lo llenó de besitos y él también a él. Regresó a su cuarto.
–¿No fue demasiado?
–Para ti también tengo algo.
–¿En serio? ¿Qué es?– Peyton se acercó a él lentamente y lo besó con cuidado, como si se fuera a quebrar.
–¿Qué es lo que quieres?
–¿Qué?
–¿Qué esperas que te dé?
–No lo sé.– el mayor sonrió y lo besó de nuevo.
–¿Te gustaría tener una cita conmigo este fin de semana?– los ojos de Max se iluminaron. Por supuesto que quería, era una pregunta con una respuesta obvia, así que lo besó como respuesta. Se separaron de un largo beso y sonrieron.
El pequeño comenzó a llorar. No era un llanto fuerte, solo eran quejidos y suspiros. Max sabía lo que pasaba.
–¿Dylan, bebé estás bien?– preguntó Peyton acercándose a la habitación.
–No te preocupes, solo consígueme un biberón y un chupete.– lo calmó Max rápidamente. El bebé comenzó a llorar más fuerte cuando vió a su papi entrar, extendió sus brazos y dio unos pequeños saltitos para que lo cargaran.
–Papi...
–¿Si, bebé?– Dylan no contestó, solo se ocultó en el hombro de su papi, le daba vergüenza decirlo.
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Una oportunidad más
RandomDylan es un chico de 17 años que vive solo en el campus, pero pronto llega alguien para hacerle compañía y cuidarlo.