Peyton llegó a la habitación ya cuando Max había calmado un poco al menor, aún nadie sabía lo que pasaba exactamente. Solo sabían que el menor estaba aterrado y confundido. Ambos chicos trataron de calmarlo lo mejor posible. Pero su príncipe se resistía a dejar de llorar y temblar. Habían intentado de todo, le dieron su biberón, su chupete, su manta, su juguete favorito y lo llenaron de besos, aún así no dejó de llorar. Así que solo dejaron que se desahogara en su hombro.
Peyton había visto el celular del menor en el piso, aún con el chat abierto y los mensajes visibles. Lo recogió rápidamente y salió de la habitación aún con el llanto del menor y la cara de desesperación de Max al ya no saber que hacer.
–Bebito, por favor deja de llorar.– decía mientras acariciaba y daba leves golpes en la espalda del menor, este solo se escondía en su cuello y respiraba con pesadez.
Peyton había leído los mismos mensajes que el menor, la excepción es que él si había abierto el vídeo. El cuál comenzó a reproducirse primero con un fondo oscuro, casi no se veía nada. Continuaba con risas y comentarios despectivos. Se pudo ver una habitación con alguna gente, mínimo cinco personas eran las que se amontonaban. No bastó mucho en escuchar de fondo el mismo llanto de su pequeño niño. Quitó el vídeo antes de saber exactamente lo que hacían o lo que iban a hacer. Suspiró y cerró los ojos sin saber que hacer o decir.
Tenía rabia de que algo así le sucediera a alguien que no lo merecía. Tomó sus llaves y salió del lugar en donde estaban. No se quedaría más ahí. Quería pensar un poco más antes de reaccionar frente a Dylan y decirle lo que había estado a punto de ver en aquel video.
No volvió a casa hasta que el sol casi desapareciera. Max se veía algo enojado y cansado con Dylan en sus brazos al abrirle la puerta.
–Pensé que volverías más temprano– susurró Max.
–Lo siento, quería tiempo para procesar.
–¿Procesar que?– preguntó entrecerrando sus ojos, necesitaba sentarse o sentiría que se caería.
–Tengo que decirte algo, vamos a entrar– Max le agradeció el gesto de dejarlo sentarse antes de continuar.
El menor estaba dormido en sus brazos, se veía tan pequeño en esa posición acurrucada mientras metía su pulgar entre sus regordetes labios que se veían de un color púrpura pálido.
–Encontré algo que él no debía de recordar, ni nosotros de saber.– comenzó.
–¿Qué cosa? ¿Todo esto tiene que ver con esos mensajes de anoche?– frunció el seño.
No sabía cómo continuar lo siguiente que debía de decir. Algo tan sencillo de decir pero difícil de procesar, incluso para él.
–Fue abusado.– soltó las palabras como si fueran a caer pesadamente, pero solo se escuchó un eco que dejó la habitación más vacía de lo que ya se sentía.
Los ojos de Max no tardaron en ponerse llorosos, su rostro pálido cambió a uno blanco, como si le faltará el aire, quizá sí le hacía falta porque el ataque de pánico que surgió fue algo imprevisto de ambos.
Los dos se sentían mareados, como si hubieran comido algo en mal estado. Ahora la mayor parte de todo tenía sentido. Dylan tenía quizá 12 años cuando eso sucedió. Jamás había mencionado el tema, solo el de sus padres y su estado con ellos. Pero su vida social jamás había sido una cuestión que pudiera hablarse, todos sabían que él no era de tener varios amigos.
Pero tal vez le hicieron un bien al no preguntarle nada. Los recuerdos habían sido bloqueados, como si tuviera amnesia de una parte de su vida. Borró todo y lo dejó en algún lugar esperando que de verdad eso se borrara y se fuera de su mente. No sucedió, porque estaba tendido en los brazos del mayor durmiendo con una expresión inquietante.
Sus ojos hinchados y sus labios medio abiertos se veían de un color morado. Ni hablar se sus manos, estaban llenas de heridas, había estado mordiendo sus dedos en secreto por la ansiedad de sus otros problemas, pero ahora se veían peor. Ahora todo se veía peor.
No sabían quién había mandado ese mensaje. Alguien que pudiera destruirle la vida en tan solo unos segundos. Otra persona llega a enterarse de eso y no sabían lo que podría pasarle al pequeño.
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Una oportunidad más
RandomDylan es un chico de 17 años que vive solo en el campus, pero pronto llega alguien para hacerle compañía y cuidarlo.