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Evangeline miraba al espejo; apenas reconocía a la mujer que le devolvía la mirada
con expresión sorprendida. No se inmutaba mientras sus amigas Lana, Nikki y Steph
se movían a su alrededor, dándose los últimos retoques al maquillaje y al peinado,
asegurándose de que todo estuviera perfecto.
—No puedo hacerlo —murmuró Evangeline—. Es una locura y no puedo creer que
os haya dejado convencerme para hacerlo.
Nikki le lanzó una mirada dura a través del espejo.
—Tienes que ir. No hay vuelta atrás, amiga. Pagaría por ver la cara que pone ese
gilipollas cuando vea lo que se está perdiendo.
El gilipollas en cuestión era el exnovio de Evangeline, Eddie.
—Diría que no se está perdiendo mucho —susurró Evangeline, muriéndose de
vergüenza.
Lana le lanzó una mirada feroz mientras Steph fruncía el ceño con aire intimidador.
En cualquier otro momento, esta demostración de amistad y lealtad habría animado a
Evangeline, pero ahora se arrepentía de haberles contado los detalles más humillantes
de su ruptura con Eddie. Tendría que haberles dicho que habían decidido tomar
caminos diferentes. En lugar de eso, les había confesado que aún era virgen y que su
última cita con Eddie iba a ser la gran noche, que iba a entregarle su virginidad,
creyendo que él era el elegido.
Menuda idiota integral estaba hecha. Sus palabras todavía le resonaban en los
oídos. Cada una de ellas había sido como una puñalada en el corazón, solo que no se
había conformado con clavar la hoja: la había retorcido para prolongar su dolor lo
máximo posible.
—Eddie es gilipollas —dijo Steph con un bufido—. Todas lo sabíamos, cariño.
¿No te acuerdas de que intentamos convencerte de que no te acostaras con él ni esa
noche ni nunca? No tienes nada de qué avergonzarte. ¿Me oyes? Es un capullo.
—Y tanto —secundó Nikki con vehemencia—. Y por eso te vas a pasear por
Impulse como si fueras la puta ama. Estás despampanante y no lo digo como amiga
que quiere hacer que te sientas mejor. Lo digo como mujer que es consciente de que
hay una pibonaza en su territorio a la que le gustaría arrancarle los ojos porque sabe
que está mil veces más buena que ella. Evangeline levantó la cabeza con asombro y su mirada sorprendida encontró la de
Nikki en el espejo.
Lana sacudió la cabeza y, tras un suspiro, dijo:
—No te enteras, Vangie. Y, joder, creo que en parte eso pone a los tíos. No tienes
ni idea de lo preciosa que eres. Tienes unos ojos enormes, una melena espectacular y
un tipazo que te mueres. Además, eres superbuena persona y supercariñosa. Si
pusieras un mínimo de interés, tendrías un montón de hombres peleándose por estar
contigo. Te tratarían como a una reina, que es lo que te mereces, pero parece que no te
das cuenta y así consigues que te deseen aún más.
Evangeline meneó la cabeza, completamente perpleja.
—Estáis locas, chicas. Soy una chica de veintitrés años que era virgen hasta hace
poco y soy torpe a más no poder. Apenas acabo de salir de la granja y tengo tal acento
sureño que hace que los neoyorquinos pongan los ojos en blanco y quieran darme una
palmada mientras me dicen «Ay, pobrecita». Aquí estoy como un pez fuera del agua y
lo sabéis. No debería haber venido nunca. Si no fuera por mis padres, me iría a casa y
buscaría trabajo allí.
Lana levantó los brazos, con gesto de exasperación:
—Algún día alguien hará que te veas de la manera en que te ven los demás. Eddie
es un cabrón engreído que solo te veía como una conquista. Él sabe que no te llega ni
a la suela de los zapatos y que es malísimo en la cama, pero como no va a admitir tal
cosa, prefiere hacerte sufrir a ti.
Evangeline levantó la cabeza.
—¿Podríamos no hablar de Eddie esta noche, por favor? Bastante tengo con la
posibilidad de encontrármelo… aunque a lo mejor ha cambiado de opinión y no va
esta noche. Podría haber mentido sobre eso del mismo modo que ha mentido sobre
todo lo demás. No estoy lista para esto. Estoy muerta de miedo y no me apetece que
me vuelvan a humillar.
—Cielo, el objetivo de esta noche es que lo veas. O que él te vea a ti y pueda
tirarse de los pelos por lo que podría haber tenido —recordó Nikki.
Steph le dio un pase vip a Evangeline y se aseguró de que lo guardara y no lo dejara
por ahí.
—Solamente he podido conseguir uno, si no, una de nosotras iría contigo. Se forma
una cola enorme y hay quien espera toda la noche y no logra entrar. Con este pase vas
directamente al principio de la cola, se lo enseñas al segurata de la puerta y voilà,
estás dentro. Y, ¿qué pasa después, amiga? Que empieza la magia. Entras allí con la cabeza bien alta, como si no necesitaras a los tíos y enseñándoles a todos los
presentes un poquito de lo que podrían tener, pero no pueden tocar. Te tomas un par
de copas y, si te mira Eddie, tú no te acojones. No bajes la cabeza, lo miras
directamente a los ojos y le sonríes. Y entonces dejas de prestarle atención, como si
no existiera. Baila si te apetece, flirtea, recupera tu atractivo sexual, recupera tu
confianza. Y cuando quieras volver a casa, llamas al número que hay en la tarjeta que
te di, esperas quince minutos y sales. Tu transporte estará esperándote fuera para que
puedas volver a casa y nos informes con detalle de todo lo que haya pasado.
Lana le tocó el hombro.
—Y otra cosa, si lo que sea, y me refiero a cualquier tontería, va mal, nos llamas o
nos mandas un mensaje. No tenemos planes para esta noche, así que podemos estar
allí en un pispás. Cuando llegues a casa, estaremos aquí esperándote, pero si nos
necesitas antes, nos avisas. Me importa una mierda lo larga que sea la cola. Le daré
de hostias al gorila si intenta evitar que rescatemos a una de las nuestras.
Una sonrisa comenzó a dibujarse en los labios de Evangeline mientras sus ojos
brillaban divertidos, no porque no creyera a Lana. ¡Claro que la creía! Sus amigas
eran muy protectoras con ella, y entre ellas, y a Evangeline no le cabía duda de que
Lana podría enfrentarse a un gorila de más de cien kilos y ganarle, si supiera que ella
la necesitaba.
Buscó la mano de Lana y la apretó con fuerza. Después levantó la vista para incluir
a Steph y a Nikki en su gesto de agradecimiento.
—Chicas, sois las mejores. Os habéis portado fenomenal conmigo. No sé cómo
podré agradecéroslo.
Nikki puso los ojos en blanco y Steph resopló con sorna.
—¿Es que tú no has hecho exactamente lo mismo por nosotras? ¿Nunca nos has
cuidado cuando nos han partido el corazón? ¿No nos has sujetado el pelo mientras
echábamos la papilla después de habernos pillado una buena cogorza por algún
gilipollas que no era lo suficientemente bueno para nosotras? ¿Nunca nos has dicho
que el imbécil que nos había roto el corazón no merecía siquiera tocar el dobladillo
de la camisa, y aún menos otras cosas? ¿Te suena de algo?
Evangeline hizo una mueca ante el reproche de Steph porque tenía razón. Todo lo
que estaban haciendo por ella en ese momento, ella ya lo había hecho antes. Pero no
estaba acostumbrada a recibir estas atenciones. No solía tener muchas citas. No había
tenido ninguna durante los dos primeros años en la ciudad, desde que llegara del
pequeño pueblo sureño en que había nacido y se había criado. Había estado muy ocupada trabajando, doblando turnos y ahorrando todo lo posible para mandárselo a
su madre.
No había salido con nadie hasta que Eddie entró en el bar en el que Evangeline
trabajaba de camarera. Eddie fue cada noche, hasta que consiguió convencerla para
que saliera con él. Le había entrado a saco, pero lo había rechazado. Echando la vista
atrás, se daba cuenta de que ella solo había supuesto un desafío para él. Como mover
un pañuelo rojo delante de un toro. Haciéndole esperar y no abriéndose de piernas a
la primera de cambio solo había conseguido que aumentara su determinación de
acostarse con ella. Que fuera su primera vez había aumentado la sensación de
victoria.
Cabrón.
Evangeline apretó los dientes mientras la rabia encendía sus mejillas, pero no
quería estropear el maquillaje que con tanto mimo le habían aplicado sus amigas. Las
chicas se habían pasado una hora para asegurarse de dejarla perfecta. Y durante todo
el tiempo se habían esforzado en demostrarle su apoyo incondicional, a la vez que
murmuraban amenazas contra Eddie que preferiría no repetir, tratando de subir su
desaparecida autoestima.
Y gracias a ellas Evangeline iba a entrar en ese club del que Eddie alardeaba de ser
socio, aunque el simple hecho de pensarlo hiciera que le entraran ganas de esconderse
debajo de la cama durante una semana. Pero lo iba a hacer genial. Era valiente.
Estaba preciosa y segura de sí misma. Iba a enseñar a Eddie lo que podría haber
tenido.
Casi hizo un mohín. De hecho, ya la había tenido y, según él, la cosa no había sido
nada del otro mundo. No, aún peor: ella no era nada del otro mundo. ¿Cómo narices
iba a entrar en ese club y hacer que Eddie se arrepintiera de haberse aprovechado de
ella, cuando en realidad ya la había tenido?
Lo más probable era que se riera en su cara y le preguntara que qué hombre iba a
querer a una zorra frígida como ella.
La autoconfianza que llevaba intentando acumular toda la tarde se esfumó de un
plumazo. Levantó la mirada buscando a sus amigas en el espejo y, cuando abrió la
boca para cancelar el asunto, estas la fulminaron con la mirada.
¿Cómo se las apañaban? Sabían perfectamente lo que les iba a decir. Para ellas,
Evangeline era como un libro abierto. Bueno, para ellas y para todo el mundo, según
Eddie. Él hacía que la sinceridad, no jugar con la gente o no fingir ser alguien que no
se era, pareciera algo malo. Con sus amigas, esto le daba igual porque la hacía sentir especial. Era como si
tuvieran una relación tan estrecha que saber todo lo que estaba pensando en un
momento determinado fuera normal. Pero descubrir que resultaba igual de
transparente a los ojos de cualquiera no era igual de reconfortante.
¿Cómo se suponía que podría protegerse y evitar que le hicieran daño si ni siquiera
podía ocultar sus pensamientos ni sus sentimientos?
—Ni se te ocurra —advirtió Lana.
Nikki se arrodilló para colocarse a la altura de los ojos de Evangeline, que estaba
sentada en un taburete. En ese taburete había pasado la última hora dejándose mimar
por sus amigas, sus hermanas. La expresión era amable y comprensiva.
—Escúchame, cariño. Tienes que hacer esto por ti, no por nosotras y mucho menos
por el gilipollas de Eddie. Solamente por ti. Te ha quitado algo que tienes que
recuperar. Si dejas que te llene la cabeza con esa mierda que te hizo creer, habrá
ganado él. No puedes dejar que te afecte de esa manera, porque dijo mentiras y nada
más. No pienso dejar que te lo creas, así que sácatelo de la cabeza. Tienes quince
minutos hasta que llegue el taxi, recomponte. Haz lo que tengas que hacer, pero hazlo
por ti.
Evangeline parpadeó varias veces para evitar que se le saltaran las lágrimas. Sus
amigas la matarían si se le estropeaba el maquillaje. Tendrían que volver a empezar,
se le haría tarde para ir al club y sería la excusa perfecta para echarse atrás. Además,
Nikki tenía razón: tenía que hacerlo por ella misma.
Eddie le había arrebatado algo y no solo la virginidad, que, dicho sea de paso, está
sobrevalorada. El sexo en general está sobrevalorado. Le había robado la dignidad y
la confianza en sí misma y no le había dejado más que humillación y un gran complejo
de inferioridad.
Ningún hombre merecía que pasara por eso y le cabreaba que sus palabras
siguieran haciéndole daño. ¿El sexo? Nada memorable, pero fueron sus palabras lo
que nunca podría olvidar. Se le habían grabado a fuego en la memoria y le habían
causado una herida que seguramente no cicatrizaría jamás.
Si esta noche podía recuperar parte de su autoconfianza, valía la pena entrar sola en
ese dichoso club abarrotado de gente y pasar el mal trago.
Sus amigas no habían querido que fuera sola, para nada. Pero Steph solo había
podido hacerse con un pase vip, ya que esos pases para Impulse eran un bien preciado
y escaso, reservado para gente guapa. Gente rica e importante. Evangeline no era
ninguna de esas cosas, pero no hacía mal a nadie si fingía pertenecer a ese mundillo, ¿no?
¿Por qué no podía ser Cenicienta durante una noche? Quizá así podría recuperar un
poco de su autoestima si hacía ver a Eddie lo que había despreciado. Porque tal vez
no tuviera la mayor autoconfianza del mundo, pero desde luego tenía fe ciega en la
capacidad de sus amigas para hacer que cualquier mujer pareciera un bombón.
Al día siguiente podría volver a ser la chica aburrida, tímida y callada que era
siempre. Podría volver a trabajar hasta tarde en un bar donde daban buenas propinas y
el dueño cuidaba de sus chicas para poder olvidar a Eddie para siempre. Por no
hablar de pasar de los hombres durante el resto de su vida. No estaba allí para
conocer a un tío, tener citas o una vida sexual, estaba allí porque su familia necesitaba
su apoyo económico. Por ellos, a Evangeline no le importaba dejar de lado su propia
vida, aunque fuera de manera indefinida.
Como todo el mundo, tenía sueños y metas que cumplir. Quería una vida que no
incluyera servir bebidas en un pub con un cinturón ancho a modo de falda y unos
taconazos que le machacaban los pies. Pero de momento este trabajo le ofrecía lo que
su familia necesitaba. Ya tendría tiempo de encontrar su propio camino. Solo tenía
veintitrés años, trabajaría otros cuatro o cinco más y así podría ahorrar lo suficiente
para que su madre no tuviera que volver a preocuparse por el dinero.
Se había prometido que cuando cumpliera los treinta podría hacer lo que le diera la
gana, labrarse un futuro. Tendría una vida de la que pudiera estar orgullosa, rodeada
de buenas amigas como Steph, Nikki y Lana.
Quería retomar sus estudios, aprender un oficio. Quería ser algo más que una simple
camarera. No había ido a la universidad porque sus padres no podían permitírselo.
Solo pudo terminar la educación secundaria, ya que se vio obligada a ponerse a
trabajar en cuanto tuvo edad para ello y contribuir a la economía familiar.
No se arrepentía de nada. Haría cualquier cosa por sus padres, pero esto no quería
decir que quisiera vivir así para siempre. Algún día… algún día le iría mejor. Quería
tener marido y niños. Una relación estable. Pero, de momento, no.
—¿Estás lista? —preguntó Nikki, arrastrándola de vuelta al presente, a la realidad.
Evangeline inspiró hondo, sacó pecho y se miró en el espejo. Estaba muy guapa. No
sabría decir si estaba despampanante, como decían sus amigas, pero no estaba mal.
Puede que por encima de la media, aunque todo fuera obra del toque mágico de sus
amigas con la brocha y el secador.
—Sí —murmuró suavemente—. Estoy lista.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora