A Evangeline la rodeaba una luz especial las semanas posteriores a la noche de
fantasía perversa de Drake y las revelaciones sentimentales entre ambos que no se
podían ignorar.
La única sombra que la perseguía era el distanciamiento continuo de sus amigas. Al
principio, había estado tan ocupada con Drake, centrada en satisfacer sus peticiones y
maravillada al descubrir algo nuevo e increíble que no se había percatado del paso
del tiempo ni de que hacía siglos que no hablaba con ellas.
Claro que ellas tampoco habían hecho el esfuerzo de llamarla. Y darse cuenta de
eso no le sentó nada bien. Si eran sus amigas, querrían que fuera feliz, ¿verdad? ¿No
les gustaría verla contenta? ¿Cómo podían saberlo si ni se molestaban en llamarla o
enviarle un mensaje?
El argumento volvía siempre a ella y a su sentimiento de culpa; esta culpa regresaba
con fuerza porque, al igual que sus amigas no se habían puesto en contacto, ella
tampoco había hecho nada al respecto.
Notó mucho más esa desconexión cuando Drake le dijo que tenía un compromiso
fuera de la ciudad y pasaría la noche fuera. Evangeline esperaba que le pidiera que lo
acompañara, ya que algo así le había comentado al principio de la relación cuando le
enumeró las reglas. Sin embargo, no quería que se aburriera como una ostra porque le
esperaba una jornada maratoniana de reuniones y no podría pasar mucho tiempo con
ella. Sería un viaje rápido, se marchaba al mediodía siguiente y volvía al otro día por
la mañana. Le había dicho que se lo pasara bien con la condición de que la
acompañara alguno de sus asistentes dondequiera que fuera.
Algo nerviosa llamó a Lana, Nikki y Steph, pensando en ponerse al día y salvar la
distancia que las separaba, pero no le contestaron las llamadas ni leyeron sus
mensajes. Así pues, optó por quedarse en casa de Drake y no salir, porque ya no le
apetecía. Temía haber perdido las amigas que tenía desde que se mudara del
provinciano Misisipi.
Aquella noche durmió sola por primera vez desde que empezara con Drake y
descubrió que no le gustaba mucho. Se pasó la noche dando vueltas en la cama,
aferrada a la ridícula esperanza de que volviera antes de lo previsto. Cuando llegó la
mañana de su llegada, estuvo tramando varias formas de asaltarlo en cuanto cruzara la puerta.
Pero apenas unos minutos después de que llegara a casa, y para su disgusto, su
madre escogió el momento perfecto para llamar. Evangeline miró a Drake con pesar,
pero él sonrió y se la sentó en el regazo mientras ella hablaba con su madre y su
padre, y empezó a distraerla dándole mordisquitos en el cuello y en otras partes del
cuerpo hasta que estuvo a punto de tirar el teléfono, darse la vuelta y atacarlo.
Drake se rio cuando oyó a su madre preguntar por su «muchacho» y si la estaba
tratando bien y, para sorpresa de Evangeline, le quitó el teléfono y se puso a hablar
con sus padres durante casi media hora.
Ella observaba cómo les hablaba con tono afectuoso, relajado y sonriendo a ratos.
La felicidad le llenaba el pecho y se le acurrucó entre los brazos mientras Drake
seguía la conversación, asegurándoles que la estaba cuidando muy bien, pero que ella
lo trataba mejor a él.
Su relación con él era… muy buena. Ya no tenía que pelear con las preguntas y los
miedos que la habían atormentado en el pasado. Las últimas semanas habían sido
mágicas y se preguntaba si sería cierto que los sueños podían hacerse realidad. Se
reprendió por pensar en negativo, por pensar que perdería el otro zapato de cristal y
acabaría el cuento.
Era hora de dejar de tenerle tanto miedo a lo que deparara el futuro y dejarse llevar,
disfrutar de todo el tiempo que pasara con Drake. ¿Quién sabe? A lo mejor
conseguían establecer una relación duradera.
Él le había demostrado una y otra vez que no se había equivocado al darle toda su
fe y confianza. Se había tomado ambos regalos muy en serio y había respetado todo lo
que le había ofrecido, y lo había valorado —igual que a ella, claro— como había
prometido.
Ya no se preguntaba si era lo bastante buena para él o qué le veía Drake para estar
con ella. Estaba contenta. Era feliz. ¿Había algo que fuera más importante?
Independientemente de cómo se viera ella, Drake veía a alguien muy distinto y no
desaprovechaba ninguna oportunidad de demostrárselo.
Se sentía como una mariposa que sale de su capullo tras una larga hibernación;
poder liberarse de aquellas inseguridades arraigadas desde hacía tanto tiempo era una
bendición.
Evangeline Hawthorn estaba segura de sí misma por fin. Era hermosa y merecedora
de Drake Donovan.
Se le escapó una sonrisa ridícula. Se había quedado tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Drake había colgado ya hasta que notó que sus labios le
recorrían el cuello para finalmente morderle el lóbulo.
—Parece que mi ángel está contenta —murmuró—. Espero que mi regreso tenga
algo que ver con eso.
Ella se dio la vuelta, le rodeó el cuello con los brazos y empezó a besarlo por toda
la cara.
—Ay, Drake, es que lo estoy. Te he echado muchísimo de menos.
Él esbozó una sonrisa indulgente.
—Pero si solo he estado fuera un día, cariño.
—Pues se me ha hecho eterno —dijo, airada.
Él sonrió.
—Me caen bien tus padres.
El cambio repentino en la conversación la cogió desprevenida, pero luego se le
dibujó una sonrisa de par en par.
—Te caen bien.
—Sí —insistió, serio—. Son buena gente.
Al recordar que era bastante improbable que Drake tuviera mucha experiencia con
gente buena, se lo quedó mirando con la misma seriedad.
—Son los mejores —dijo ella con voz ronca—. Haría lo que fuera por ellos.
—Entonces tienen mucha suerte.
Ella le pasó una mano por la mejilla, áspera por la barba de dos días que llevaba.
—También haría lo que fuera por ti, Drake. Espero que no lo olvides.
Él le cogió la mano, se la acercó a los labios y la besó.
—Ya me lo has demostrado, mi ángel. Una y otra vez. Dudo que se me olvide.
Pero tras esa frase hizo una mueca y suspiró.
—¿Qué pasa? —preguntó con nerviosismo; la euforia de antes desapareció al
percatarse de su expresión adusta.
Él se la quedó mirando; odiaba lo que estaba a punto de hacer: engañarla. O, mejor
dicho, omitir una verdad, hacer que algo pareciera otra cosa. Y eso que se había
prometido que nunca le mentiría ni haría daño. Si no llevaba esta situación con tacto,
no solo le estaría mintiendo, sino que también podría hacerle daño si ella
malinterpretaba sus motivos.
Sabía que cuanto más tiempo pasara callado, cuanto más lo alargara, peor parecería
y podría estallarle todo en la cara, así que la besó y adoptó una expresión de pesar.
La sentó en el sofá uno al lado del otro. —Sé que mañana por la noche es cuando nos quedamos en casa y cocinas, pero
tengo una reunión de negocios muy importante. He invitado a mis socios a casa. Me
temo que es ineludible, ya sé que te prometí que no me perdería nuestras cenas a
menos que fuera absolutamente necesario. Esta es una de las pocas veces en que es de
vital importancia reunirnos en un lugar tranquilo y privado.
Confundida, Evangeline frunció el ceño mientras procesaba lo que acababa de decir
y él se dio cuenta de la expresión de decepción de su mirada y sus intentos de ocultar
su reacción.
—Lo entiendo —repuso ella con un ligero temblor en la voz que delataba lo que
sentía—. Ya lo compensaremos otro día de esta semana.
Lo que de verdad lo fastidiaba era lo que venía a continuación. ¿Cómo asegurarse
de que no estuviera presente en la reunión sin que fuera demasiado obvio que no la
quería allí? Ya había roto una de las promesas que se había hecho, algo impensable,
al mentir a Evangeline. Bajo ningún concepto quería romper la otra promesa: que la
parte más oscura de su vida la rozara siquiera.
—Como anoche no saliste, he pensado que tal vez quieras salir mañana por el
centro. Dime qué quieres hacer y lo organizo, sea lo que sea. La reunión será tediosa,
sinceramente, así que no espero que aguantes a unos extraños y te sientas incómoda en
tu propia casa. No hace falta que, encima, tengas que aguantar a seis cabronazos
arrogantes que no harán más que compararse a ver quién la tiene más grande en las
negociaciones.
No tuvo que hacerse el molesto y enfadado para ella, porque sentía las dos cosas de
verdad. Si no dependiera tanto de este acuerdo, les diría que se fueran a tomar viento.
Nunca abría su casa a nada ni a nadie que tuviera que ver con el trabajo porque era su
refugio. Ahora también era el de Evangeline y, en resumidas cuentas, lo cabreaba
tener que echarla de casa e ir de buenas con unos hombres que no querría que se
acercaran a su mujer.
Ella se mordió el labio inferior, vacilante, sumida en sus pensamientos. Ojalá
pudiera leerle la mente en esos momentos. Era transparente el noventa y nueve por
ciento de las veces; sus ojos eran como ventanas a su alma, pero ahora mismo era ese
uno por ciento del que no tenía ni idea de lo que pensaba o sentía.
Se contuvo de llamarla por su nombre porque seguramente le saldría un tono
interrogativo e inseguro. Sabía que parecería indeciso y ahora mismo tenía que jugar
bien sus cartas. Solo era una reunión de negocios y le estaba ofreciendo la ciudad en
bandeja de plata. No tenía que parecer preocupado por lo que estuviera pensando. —Mañana es la noche de chicas —dijo en voz baja—. Me gustaría… necesito
verlas. No hemos hablado desde la noche que vino Steph. He… hemos dejado pasar
demasiado tiempo y necesito hablar con ellas. Las llamé cuando estabas fuera de la
ciudad pensando que podríamos salir a comer algo y ponernos al día, pero no me
cogieron el teléfono ni llamaron después.
Drake apretó los labios. Maldita sea, no le hacía ninguna gracia que quedara con
sus amigas, no si existía la posibilidad de que le llenaran la cabeza de tonterías. Sin
embargo, eso le ofrecía la excusa perfecta. Estaría contenta y conseguiría mantenerla
al margen del negocio.
—Pues entonces deberías ir —dijo con suavidad.
Ella puso unos ojos como platos.
—¿No te importa?
Él la atrajo hacia sí para que se apoyara en el recodo de su brazo y tenerla bien
asida.
—Es evidente que este distanciamiento te pone triste —dijo él.
Le acarició la mejilla con la mano y luego le rozó la mandíbula, pasando el pulgar
por su piel sedosa.
—Quiero que seas feliz, mi ángel, y si ver a tus amigas lo consigue, le diré a uno de
mis hombres que te lleve mañana.
—¿Me quedo a dormir allí? —preguntó con la respiración entrecortada.
Drake frunció el ceño.
—Rotundamente no. Le diré a Maddox que te recoja sobre las once y si por algún
motivo se alarga la reunión, se lo diré, pero después de cenar volverás aquí. Pasar
una noche sin ti ya ha sido bastante. Ni de coña voy a pasar otra y menos en tan poco
tiempo.
Ella sonrió al oír eso y luego le dedicó una sonrisa pícara.
—Y, dime, ¿vas a llamar a Maddox ahora mismo o puede esperar un poco más?
Él arqueó una ceja y la miró con recelo.
—Pues eso depende completamente de lo que tengas en la manga, pillina.
Ella se incorporó, se sentó a horcajadas encima de él y le puso los brazos alrededor
del cuello. Luego se dejó caer hasta que quedó arrodillada entre sus muslos y no
perdió ni un segundo en acercar las manos a su bragueta.
—No sé. ¿Cuánto tiempo tengo para darte la bienvenida como es debido?
Se relamió los labios mientras procedía a bajarle la cremallera.
A él se le iluminó la mirada y entrecerró los ojos. —Bueno, viendo lo visto, tómate tu tiempo. Ya te digo que Maddox puede esperar.
Yo no, así que, por supuesto, recibe a tu hombre como es debido.
![](https://img.wattpad.com/cover/319903686-288-k79932.jpg)
ESTÁS LEYENDO
sometida "los ejecutores"
Teen FictionEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...