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Evangeline avanzaba por el pasillo tan despacio que hasta una tortuga la habría
adelantado. Era allí, en aquella discoteca ahora cerrada, donde iba a tener lugar su
cita con Drake. La impaciencia de Maddox era más que evidente, pero hizo un
esfuerzo y caminó junto a ella, colocándole una mano en la espalda y con la otra
sujetándole el brazo que no le paraba de temblar, como si creyese que, de no hacerlo,
caería de bruces contra el suelo. Lo cierto es que no iba muy desencaminado.
Antes, cuando llegaron a la parte de atrás de la discoteca y aparcaron en una plaza
reservada, ella estaba inmóvil en el asiento, quieta como una estatua y apretando los
dientes para evitar que le castañeteasen. ¿En serio la había llevado a la discoteca a
esas horas? ¿La había estado esperando Drake allí toda la noche, cabreándose a
medida que pasaba el tiempo y ella no aparecía? Aunque a lo mejor trabajaba hasta
tarde y se ocupaba de los negocios mientras sus empleados cerraban el local para que
se pudiera empezar con la limpieza.
Maddox le había abierto la puerta y se había quedado ante ella unos minutos hasta
que, tras proferir un suspiro y poner cara de querer estrangularla, decidió tomar la
iniciativa. Se acercó a ella, le pasó un brazo por la espalda y otro bajo las piernas y
la sacó del coche con la misma facilidad con la que habría sacado a un recién nacido.
Eso puso fin a su inmovilidad: empezó a pegarle golpes en el pecho mientras le
exigía que la soltase. Solo le faltaba que la tuviese que llevar adonde estaba Drake
como a una prisionera, aunque en realidad lo fuera en ese momento. No la soltó hasta
después de haber entrado en el local y la colocó con cuidado con los pies en el suelo,
pero asiéndola por los hombros para ayudarla a mantener la postura hasta que pudiese
andar. Ya no recordaba la cantidad exacta de veces que lo había oído murmurar cosas
como «Menudo calzado» o «Te vas a romper el cuello, joder» durante el interminable
recorrido al ascensor.
Una vez en él, mientras subían al despacho de Drake, Evangeline empezó a sentir
una opresión en el pecho que no la dejaba respirar. Cuando sus intentos de tragar aire
resultaron vanos, el pánico se apoderó de ella y comenzó a temblar con fuerza.
Maddox, que se encontraba al lado, soltó un improperio, la agarró con firmeza por los
hombros y la giró para que lo mirase a la cara. Se agachó un poco hasta que las
miradas de ambos se cruzaron, la de él estaba cargada de ira. —Respira, joder. Que no se te ocurra desmayarte delante de mí. Recobra la
compostura de una vez. Te has enfrentado al cabrón de tu ex, a mí y a Drake sin
pensártelo dos veces, por mucho que dijeses que te podríamos aplastar como una
ramita. Así que corta el puto rollo. Eres demasiado orgullosa para que Drake te vea
así cuando entres en su despacho. —En ese momento, se calló y sacudió la cabeza—.
¿Sabes qué? Olvida eso último. Eres demasiado orgullosa para que Drake te vea
entrar en su despacho cargada sobre mis hombros. Y, créeme, eso es lo que va a pasar
si no te tranquilizas ya.
La voz de Maddox surtió el mismo efecto que si le hubiesen dado un latigazo en la
espalda: el color de las mejillas recuperó su rosado particular y el aire le volvió a
pasar por la garganta hasta llegar a los pulmones. El alivio repentino que sintió,
sumado al miedo y a la adrenalina que había estado experimentando hasta ese
momento, hizo que se marease. Las rodillas no le dejaban de temblar y, por un
momento, creyó que caería al suelo; aun así, se alejó de Maddox, que intentaba
mantenerla erguida, como antes, y se apoyó en la pared del otro lado del ascensor.
¿Cuánto más iba a tardar ese dichoso trasto en llegar al despacho? Aunque el
síncope y la reprimenda de Maddox apenas habían durado unos segundos, a ella le
había parecido una eternidad.
La claustrofobia que sentía sumada a la humillación fruto de su acto de cobardía la
hicieron suspirar de alivio cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron con
un crujido. Hasta que cayó en la cuenta de que le tocaba enfrentarse a un hombre que
la intimidaba y le daba aún más miedo que el que estaba con ella en esos momentos, y
por lo poco que este había hablado de su jefe, Evangeline estaba convencida de que a
Drake no le había hecho gracia tener que esperarla durante nueve horas.
Maddox la había sacado del ascensor, pero cuando llegaron al umbral del
despacho, Evangeline se quedó inmóvil de repente e intentó dar un paso atrás, pero
acabó golpeando el gran pecho del hombre que la acompañaba. Le costó mucho
mantener la calma y la disciplina y no hacer algo que la degradase, como protestar o,
peor aún, empezar a llorar y desplomarse a sus pies.
Respiró hondo para tranquilizarse y se armó de valor poniéndose bien erguida.
Levantó la barbilla con gesto desafiante y buscó a Drake con la mirada; no iba a
permitir que la primera imagen que tuviese de ella esa noche fuese la de una chica
asustada.
Se echó hacia atrás por puro instinto para encontrar apoyo en el cuerpo de Maddox,
pero cuando trató de tocarlo con una mano, solo encontró aire. ¡Joder! El tío era sigiloso de verdad. Ya era la segunda vez que la escoltaba a la guarida de Drake y
luego se esfumaba sin que se diese cuenta. Ni siquiera se había fijado en que las
puertas del ascensor se habían cerrado. Estaba sola y encerrada con un hombre del
que Maddox había dicho que no le gustaba que lo hiciesen esperar y que buscaba
obediencia absoluta por parte de todos.
A la mierda. Cerró los ojos. Ya no se veía capaz de encararse con Drake,
dondequiera que estuviese, ni de enfrentarse a su mirada.
—Llegas tarde —dijo Drake. Sus palabras desprendían desprecio.
A pesar de la reprimenda, se percató de que Evangeline estaba agotada y de que
casi no se podía tener en pie. Le costaba seguir erguida por culpa de esos estúpidos
tacones que llevaba; parecía que fuera a caerse en cualquier momento.
Estaba seguro de que, si no estaba en casa a las siete —como le había dicho que
hiciese—, era porque había estado trabajando en el dichoso bar durante horas subida
a esos taconazos que no auguraban nada bueno. Cuando le vio la cara con más
atención, comprobó que el agotamiento se reflejaba en sus facciones pálidas.
Tras quejarse entre dientes, se acercó a ella y le cogió el brazo con delicadeza para
llevarla al sofá con apremio. Allí, le puso ambas manos sobre los hombros y ejerció
presión sobre ellos, obligándola a sentarse.
—Siéntate y relájate —dijo con sequedad.
Se apoyó sobre una rodilla y le quitó el calzado; al ver lo hinchados que tenía los
pies, volvió a murmurar algo desagradable. Ella estaba totalmente desconcertada, con
los ojos abiertos de par en par, como si nunca se le hubiese pasado por la cabeza que
le fuera a hacer algo así. Al fin y al cabo, él no había puesto mucho de su parte para
demostrarle que no era un cabrón frío y desalmado, o un monstruo que se abalanzaría
sobre ella a la primera oportunidad.
Sin mediar palabra, empezó a masajearle un pie, intentando no hacerle daño y que
no le molestase. Ella soltó un gemido y, durante unos instantes, se permitió cerrar los
ojos y hundirse en el sofá mientras la tensión iba desapareciendo. Drake continuó
pasando las manos por cada centímetro del pie, sobre todo en la zona del empeine.
Después pasó al otro y repitió el proceso. Mientras lo hacía, observaba fijamente sus
reacciones, en el placer que estaba mostrando. ¡Joder! Reaccionaba muy bien, y le
salía de forma natural. Eso, sumado a lo buena que estaba, hacía que hasta le doliesen
los testículos.
La noche anterior se la había dejado tan dura que le había resultado imposible conciliar el sueño; cada vez que cerraba los ojos, podía saborearla, olerla, escucharla
gimotear de puro gozo. Su mente reproducía una y otra vez el momento en el que había
estado tumbada en su escritorio, ofreciéndose cual tesoro. Era impagable, ni siquiera
un hombre tan poderoso como él podría comprarlo, aunque lo ordenase, y eso lo
convertía en excepcional y valioso. Tanto que, por ella, había empezado a tener algo
de lo que carecía: paciencia.
Le había supuesto un gran esfuerzo controlarse para no quitarse los pantalones y
metérsela tan hasta el fondo que la hiciera disfrutar como nunca. Se seguía
preguntando por qué no lo hacía. Quizás se debiese a la vocecilla interior que
intentaba ignorar y que le recordaba que con ella debía ir con pies de plomo y no
presionarla demasiado. De no ser por eso, tal vez ya habría saciado su apetito con
ella, por mucho que la hubiese podido asustar, cosa que había hecho al comerle el
coño por primera vez. Estaba claro que, en la relación con el cabrón de su ex, el
único hombre con el que había estado, solo él había disfrutado y no había hecho nada
por ella. El tío había dejado escapar algo por lo que muchos hombres matarían, pero a
Drake le importaba una mierda ese imbécil; su pérdida se había convertido en una
ganancia para él. Ya había dejado claras sus intenciones, y quería tomar el control y
asegurarse de que, en adelante, Evangeline estuviera en su cama, a sus órdenes. Y se
encargaría de que nunca saliese de esta sin agasajarla antes con lo que fuera que
estuviese en su mano.
Poco a poco, fue alejando las manos de los pies de Evangeline, y esta dejó escapar
un sonido a modo de protesta.
—¿Por qué coño le dedicas tanto tiempo a esa mierda de bar cada noche? —
preguntó él sin rodeos.
Ella resopló y lo fulminó con la mirada.
—Si esto se va a convertir en un interrogatorio, al menos podrías seguir con ese
masaje tan bueno que me estabas haciendo —replicó con cierta decepción en la voz.
Estuvo a punto de soltar una carcajada, pero se contuvo. No se reía mucho, y,
cuando lo hacía, no solía ser porque se estuviese divirtiendo; la gente se ponía
nerviosa si lo oían reír. Tampoco es que sonriese demasiado, pero esa fanfarronería
le había sorprendido para bien. Estaba asustada y su lenguaje corporal denotaba
inseguridad, pero hacía lo posible por demostrar lo contrario. Eso le gustaba; lo que
menos le apetecía era estar con una chica dócil y sin personalidad. Exigía obediencia
y sumisión, sí, pero no que la mujer con la que estuviese fuese un robot sin cerebro,
programada para cumplir sus órdenes y no tener pensamientos propios. Le gustaba su carácter, sobre todo ese orgullo que mostraba a veces; estaba acostumbrado a ello y
lo respetaba.
Le rodeó el otro pie con ambas manos y prosiguió con lo que estaba haciendo.
—¿Me vas a contestar ahora? —preguntó en un tono aparentemente dulce.
De repente, el gesto de placer que tenía ella en la cara cambió por uno de alarma y
el cuerpo se le agarrotó cuando, hacía solo unos minutos, al empezarle a masajear el
otro pie, se había echado en el sofá sin más. Entonces, se puso en pie con rapidez,
liberando los pies de las manos de Drake, y golpeó el suelo con ellos con un ruido
sordo.
Este soltó una maldición. La poca paciencia que tenía amenazaba con agotarse para
dar paso a la ira.
—¿Qué narices pasa? —preguntó, mirándola con los ojos entrecerrados.
Si llegó a albergar la esperanza de que esa reprimenda tan torpe la intimidaría, se
equivocaba. Cuando lo miró, con los ojos totalmente abiertos y llenos de
preocupación, se vio en la obligación de espantar cualquier temor que la atormentase.
¡Mierda! No quería que tuviese miedo con él allí, pero no estaba poniendo mucho de
su parte.
—Mis amigas —dijo tartamudeando—. ¡Ay, Dios! Seguro que están
superpreocupadas. A lo mejor hasta han llamado a la policía. Ya salía tarde de
trabajar, y luego tu gorila me ha traído aquí en coche... ¿Se puede saber qué hora es?
Drake suspiró y consiguió tranquilizarse. Un poco. Le daba exactamente igual lo
que pensasen sus amigas, pero Evangeline estaba angustiada, y eso, sumado a que la
policía podría estar buscándola, le preocupaba. En caso de que hablase con los
agentes, Drake sabía que ella no se lo pensaría dos veces y los convencería de que
había sido secuestrada y de que la estaba reteniendo en contra de su voluntad.
Sin embargo, eso no iba a pasar. Tenía claro que los dos se iban a quedar donde
estaban, y no iba a ser en contra de la voluntad de nadie. No obstante, parecía que
nunca llegaría a ese punto por culpa de las interrupciones constantes. No es solo que
odiase las interrupciones y las molestias, sino que no las toleraba. ¿Por qué, entonces,
se estaba comportando de la forma en que lo hacía por esa mujer tan irritante, tan
exasperante, tan terca?
«Porque la deseas como nunca has deseado a otra».
Ya tardaba en aparecer. Aun así, esa confesión no le sentó muy bien. Evangeline era
una complicación que no necesitaba, pero vaya si la deseaba, por muchas
complicaciones, frustraciones y molestias que acarrease. A punto estuvo de asentir con la cabeza. Era una novedad que se encontrase en esa tesitura por una mujer así de
reticente. Sus hombres, aquellos a los que llamaba «hermanos» en todas las
acepciones de la palabra, se reirían de él y lo tomarían por idiota si tuviesen idea de
los problemas que le estaba causando una mujer tan frágil e irritante como ella.
—¿Por qué no les mandas un mensaje, mejor? —preguntó en tono amable, a pesar
de que se había dado cuenta de que estaba buscando el móvil en el bolso con cierto
agobio.
Ella levantó la mirada y se mordió el labio.
—Sí, eso haré. Es lo que tendría que haber hecho en cuanto ese gorila tuyo me hizo
subir al coche, pero entonces no pensaba con claridad. Y, si te digo la verdad, si les
escribo diciéndoles que estoy aquí y por qué estoy aquí, no creo que sirva de mucho
tampoco. Fijo que llaman a la policía y se presentan ellas mismas también.
Mientras hablaba, escribía un mensaje en un móvil muy pequeño y anticuado a la
vez que mencionaba los nombres de las personas a las que iba añadiendo al mensaje
grupal.
Drake se encogió de hombros.
—Pues diles que estás en otra parte; no les debes ninguna explicación, y tampoco
tienes que justificar lo que haces.
Ella resopló con impaciencia.
—Mira, saben lo que pasó aquí anoche y que no soy de las que están por ahí a las
cinco de la mañana tras un turno tan largo que me ha destrozado los pies. Además, ni
me va mucho salir ni tengo una fila de hombres a las puertas de mi casa esperando
para pedirme una cita. Les diga lo que les diga, van a sospechar que algo no va bien
porque no son tontas. Este es el primer lugar al que vendrán, les mande un mensaje o
no. Lo harían aunque les dijese que estoy bien y que no se preocupen; por eso somos
amigas. Nos guardamos las espaldas y nos preocupamos por los problemas de las
demás, sobre todo por los míos porque saben que soy una mojigata que no reconoce a
un depredador aunque lo tenga delante. —Volvió a mirar el móvil y frunció el ceño
—. No han contestado. Debería llamar a Steph. Seguro que están como locas.
Drake suspiró de nuevo. Ya ni se molestó en disimular la irritación y el desagrado
que sintió cuando Evangeline llamó a la amiga que se suponía que estaba tan
preocupada. En cualquier caso, no debió de obtener respuesta, ya que empezó a
recitar un mensaje a toda prisa diciendo que no estaría en casa y disculpándose por no
haber avisado antes.
Las amigas tenían pinta de ser unas pesadas de cuidado, y seguro que estaría mucho mejor sin ellas. Daba la impresión de que la acosaban y de que la juzgaban, de que la
obligaban a portarse bien y de que esperaban que les pidiese permiso para todo, hasta
para ir a mear.
Por un momento se avergonzó, ya que él también era controlador, pero su forma de
ejercer el control y ser dominante no se acercaba al método que empleaban sus
amigas; eso le parecía excesivo. Él lo hacía todo teniendo en cuenta los intereses de
Evangeline, cosa que no creía que se pudiese decir de ellas.
A la mierda con todo. Si lo que ella había dicho era verdad y no tenía motivos para
desconfiar de su palabra, entonces estaba en lo cierto: un mensaje no iba a evitar un
enfrentamiento desagradable ni que la policía se presentase allí para hacerle
responder por cargos de secuestro y coacción. Puesto que a ella no le habían
contestado al mensaje ni a la llamada, tendría que pedirle a uno de sus hombres que
intercediese por él y se encargase del asunto personalmente.
—Maddox —gritó. Sabía que lo oiría desde su puesto, fuera del despacho, con una
salida al otro lado del ascensor que poca gente conocía. A juzgar por la mirada de
desconfianza en esa dirección que echó Evangeline, como si esperase encontrarlo allí,
no se había dado cuenta de la puerta que había en la esquina. Probablemente pensó
que era paranoico y un cabrón psicótico, y la verdad es que tenía parte de razón: en su
mundo era imposible sobrevivir tanto como él sin una pizca de locura y de sentido
común para no ofrecer su confianza sin reservas.
Maddox entró al instante, con una expresión de recelo y observando a Evangeline
con el ceño fruncido.
—Ve a decirles a las compañeras de piso de Evangeline que se encuentra bien,
pero que no pasará esta noche allí. Ni esta ni ninguna, vamos. Infórmalas de que se
viene a vivir conmigo y de que me pondré en contacto con ellas mañana o pasado para
explicárselo todo.
—¿Qué? —El grito de Evangeline provocó que este hiciese una mueca. Al contrario
de lo que se podría esperar, no parecía estar asustada, sino enfadada e indignada.
Que no se hubiera muerto de miedo alegró a Drake, que ignoró su reacción y la
cogió del pie para proseguir con el masaje, lo que la obligó a recostarse de nuevo en
el sofá. Necesitaba distraerla porque, aunque no se hubiese derrumbado, le podría
pegar un puñetazo en la cara en cualquier momento. Además, antes había disfrutado
cuando le masajeó el otro pie.
Era evidente que a Maddox no le gustaba la tarea que Drake le había encomendado
porque se notaba en su expresión contrariada.—¿Qué narices he hecho para que me pidas que me ocupe de mujeres tan
complicadas una y otra vez? —farfulló Maddox—. Seguro que se te ocurren formas
mucho más ingeniosas de castigarme, Drake, como desactivar una bomba, impedir un
asesinato o trabajar en una guardería durante una semana.
Evangeline respondió al sarcasmo con una sonrisa dulce como la miel.
—Que yo recuerde no te pedí que me sacases a rastras del lugar donde trabajo a las
cuatro de la mañana para traerme aquí, con un hombre que o bien está mal de la
cabeza, o bien me confunde con otra. Y si no me hubieses arrastrado hasta aquí,
estaría ya en casa, por lo que mis amigas no estarían tan preocupadas y no tendrías
que lidiar con mujeres tan complicadas una y otra vez. Aunque he de reconocer que
pagaría por verte en una guardería rodeado de semillas del diablo incordiándote y
tirando de ti en cuarenta direcciones diferentes.
Su sonrisa era burlona y la curvatura de los labios demostraba cierta suficiencia;
sus palabras mordaces divirtieron mucho a los dos hombres.
Maddox esbozó una sonrisa, acompañada de una mirada en la que todavía se podía
vislumbrar diversión. Justo antes de que se diese la vuelta para irse, levantó los
dedos índice y corazón para darle a entender que le había dejado sin palabras.
En cuanto salió del despacho, Evangeline le lanzó a Drake una divertida mirada
furiosa, y abrió la boca, dispuesta a decirle de todo. A Drake no le quedó más
remedio que hacer lo único que podía para evitarlo: juntó los labios con los de ella en
un beso lleno de pasión, de esos que dejan sin aliento, aunque no tenía muy claro cuál
de los dos era el que peor lo llevaba. Un gemido salvaje subió por el pecho y por la
garganta hasta llegar a la dulce boca de Evangeline, que tragó su soplido fruto de la
sorpresa.
Entonces, le soltó el pie, se echó sobre ella y le agarró las manos cuando intentó
apartarlo para, en su lugar, colocárselas en el pecho y que sintiese lo mucho que le
latía el corazón, y que, si estaba así, era por ella. No era algo que acostumbrara a
hacer, pero intentaba capear un temporal desconocido. Nunca había dado con una
mujer reticente a sus insinuaciones; de hecho, solían ser ellas las que casi se peleaban
por hacerse ver y que les prestase atención. No solían echar a correr en dirección
contraria.
Detuvo el beso a regañadientes y se fijó en la atractiva curvatura de los labios de la
chica y en aquella pequita que tenía en la esquina de la boca y que tan graciosa y
sensual le parecía. No pudo evitarlo y le dio un pequeño lametón, lo que la hizo
temblar más de lo que ya temblaba. —Me gustaría que respondieses a mi pregunta —dijo él fingiendo desinterés. Lo
hizo de forma sutil, como si intentase hacerle creer que era una mera petición que se
podía negar a contestar.
Evangeline entrecerró los ojos para decirle sin palabras que había entendido que se
trataba de una orden.
—¿Por qué trabajas en ese bar cada noche? No hace más que consumirte y, además,
tienes que aguantar que un montón de hombres te soben y a saber qué más —gruñó
Drake.
A cada minuto que pasaba se enfurecía más, sobre todo al mirarla a los ojos. Pensar
en que unos cabrones manoseaban noche tras noche lo que él había reclamado como
suyo, que la humillaban, le ponía de los nervios y hacía que su genio, que ya era malo
de por sí, se volviese aún peor.
—No es para tanto —dijo ella a la defensiva.
—¡Y una mierda! —exclamó él, sobresaltándola por su vehemencia—. Algunos de
mis hombres pasaron toda la noche en ese lugar, y fueron testigos de la basura que
tienes que soportar cada día. ¿Te acuerdas de ese gilipollas que no aceptaba un «no»
por respuesta incluso después de que le dijeses que se fuese a tomar por culo?
Ella se sonrojó.
—No le dije eso.
—No, pero es lo que deberías haber hecho. ¿Recuerdas al hombre que apareció
cuando las cosas estaban a punto de ponerse feas? Pues estaba ahí por mí, cielo, y
créeme, las cosas se hubiesen puesto muy feas de no haber sido por mi escolta. El que
te dio un billete de cien dólares, ¿sabes? Era de los míos. Piensa un poco. De entre
todas las personas que había allí, ¿alguien más te ofreció su ayuda? ¿Qué hubiese
pasado si ese escolta no hubiese estado en el bar?
Se sentía humillada, así que miró hacia otro lado para que Drake no se diese cuenta
de que estaba llorando. No lo consiguió, y verla así le destrozó por dentro.
—Te lo devolveré —susurró—, no sabía que estaba todo planeado. No me lo
merezco y me niego a tener dinero que me han dado por lástima.
Al verle los ojos, se encogió. Lo que le había dicho la había herido en su orgullo,
eso a lo que tanto se aferraba, y, sin eso, ya no le quedaba nada. Mierda. No era su
intención hacerla sentir así.
Evangeline empezó a rebuscar en su bolso. Unos cuantos billetes de veinte y otros
más pequeños cayeron de él mientras se afanaba en encontrar lo que quería. Cuando
lo hizo, le arrojó el billete de cien dólares, como si le quemase en las manos. —No lo quiero y no pienso quedármelo. —El asco que sentía se le reflejaba hasta
en los labios, y Drake tuvo que contenerse para no besarlos y que así volviesen a ser
dulces y exquisitos como hacía solo unos minutos.
Entonces, soltó un improperio que la hizo encogerse. Recogió los billetes que
habían quedado esparcidos por el suelo, los dobló con cuidado y se los metió en la
cartera.
—Mis hombres se encontraban allí para comprobar si es una buena inversión.
Sabes que está en venta, ¿verdad?
Ella abrió los ojos de par en par.
—No tenía ni idea. ¿Qué quiere decir eso? ¿Me voy a quedar sin trabajo? Ay,
Dios… ¿Qué voy a hacer ahora, Drake? Puede parecer muy cutre, pero las propinas
son buenas y gano más dinero ahí que cuando compaginaba dos trabajos donde vivía
antes.
El miedo que se le reflejaba en los ojos era su perdición. Cuando dijo que llegó a
compaginar dos trabajos, le dieron ganas de romper algo. Estaba convencido de que
sus propinas estaban bien y de que eran mejores que las de las demás camareras de
ese bar. Seguro que si la noche era buena, conseguía tanto como las chicas que
trabajaban para él en la discoteca. Era inocente, dulce, tenía una sonrisa que podría
iluminar una calle entera y era muy simpática. Por no hablar del cuerpo, sus ojos
grandes y azules, su cabello largo y sedoso que cualquier hombre desearía acariciar, y
ese culo. Dios. Vaya culo. Delicioso y lo suficientemente carnoso para que se le
menease al andar y volviera locos a los hombres. Y luego estaban las tetas… Joder,
podría pasar toda una noche pensando en sus atributos y al amanecer aún seguiría
imaginándoselos. Lo tenía todo. Cuando los hombres hablaban con ella, pestañeaban
para asegurarse de que era real, y, al comprobar que así era, se preguntaban cómo
podía existir una mujer tan perfecta. El siguiente paso consistía en intentar acercarse a
ella, en meterse en su cama, entre sus piernas, para siempre. No creía que nadie, salvo
el gilipollas de su ex, fuese tan imbécil para dejarla escapar tras haber probado todo
lo que podía ofrecer.
Tenía que parar porque ella lo observaba con curiosidad. Seguramente esperaba a
que prosiguiese con lo que tenía pensado decir. Sin embargo, estaba demasiado
ocupado ensalzando sus virtudes y rodeándola de señales de «No pasar» porque era
suya y acabaría con cualquiera que intentase quitársela.
—No me estás entendiendo —dijo con toda la paciencia del mundo, aunque le
entraron ganas de romper algo, dejarse de toda esa palabrería, llevársela a casa y encerrarla bajo llave—. Maddox era el único que te conocía y se quedó fuera para
que no lo vieses y echases a correr. Mi escolta te dio esa propina porque así lo quería
y porque creería que la merecías. No le dije que me perteneces.
—¿¡Qué!?
—Te lo preguntaré por tercera vez, Evangeline, y que sepas que no estoy
acostumbrado a repetir mis preguntas. ¿Por qué narices dedicas tanto tiempo y
esfuerzo a ese lugar? ¿Por qué aguantas a tíos que no te respetan y que te tratan como a
un objeto, que te acosan y te manosean día sí y día también?
Ella suspiró y cerró los ojos poco después de que una lágrima le corriese por la
mejilla.
—Necesito ese trabajo —dijo, casi sin voz—. No soy de aquí, de esta ciudad,
quiero decir. Supongo que ya te habrás dado cuenta. Nací en un pueblo pequeño del
sur y he tenido que trabajar toda la vida, desde que obtuve el graduado escolar. Tuve
que dejar el instituto y nunca barajé la posibilidad de ir a la universidad.
—¿Por qué? —preguntó él con dulzura.
Ella prosiguió como si no le hubiese oído.
—Mi padre sufrió un accidente en la fábrica en la que trabajaba y, como
consecuencia, tiene una discapacidad. El caso es que se negaron a pagarle la
indemnización porque se inventaron un tecnicismo que aún no logro entender, y mi
padre ya no podía seguir trabajando. Mi madre también tiene problemas de salud; él
traía el pan a casa. Podría haber llegado más lejos —dijo con melancolía—, era
buena estudiante. Me concedieron una beca de estudios para una universidad estatal,
pero fue entonces cuando tuve que dejar el instituto; papá y mamá me necesitaban.
A medida que las piezas del puzle empezaban a encajar, Drake apretaba los labios
cada vez más. Todo tenía más sentido que hacía un rato.
—Compaginaba dos trabajos y casi no llegábamos a fin de mes —añadió. Estaba
claro que eso la avergonzaba.
Lo que Drake todavía no tenía claro era cómo lo había conseguido. La conocía lo
suficiente como para saber que daría a sus padres todo lo que les hiciese falta, y que
ella se quedaría solo con lo necesario para subsistir, que seguro que era muy poco.
—Mis compañeras de piso y yo fuimos juntas al instituto y luego seguimos en
contacto. Ellas se mudaron a la ciudad porque querían salir de ese pueblo, conocer
mundo, y no las culpo, pero yo tenía una responsabilidad —dijo elevando la barbilla
y con determinación en la mirada—: mi familia. Ellos son mi prioridad, y no pienso
fallarles. El caso es que Steph, una de ellas, me llamó y me dijo que necesitaban a una compañera más para un piso que no saldría caro si repartíamos el alquiler entre todas.
Además, me aseguró que podrían conseguirme un trabajo en el que ganaría más dinero
que en los del pueblo y en el que me darían buenas propinas. Por eso decidí mudarme
aquí y envío dinero a mis padres cada semana. Lo que gano lo uso para pagar el
alquiler y comer, pero todo lo que me sobra es para ellos, para que mi madre pueda
cuidar de mi padre.
Drake estaba cada vez más enfadado y le dolía la mandíbula de lo que la estaba
apretando para no interrumpirla. Esa situación estaba a punto de acabar, pero antes
debía saber a lo que se enfrentaba, hasta el más nimio de los detalles.
—Cuando puedo, hago turnos extra —explicó—, y si tengo suerte, en vacaciones
trabajo a tiempo parcial porque me permite enviar dinero extra a mi madre.
—Y, mientras tanto, no dejas de trabajar, te privas de muchas cosas y te expones al
peligro. Además, ese trabajo en el bar es degradante. Los hombres piensan que tu
cuerpo les pertenece y que pueden hacer con él lo que les venga en gana.
Evangeline levantó la vista al percibir el tono cortante de sus palabras y Drake
pudo comprobar que lo miraba con perplejidad.
—Se acabó —exclamó él—. Necesitas a alguien que se haga cargo de ti por una
vez en tu vida. Te vienes a vivir conmigo. Sobra decir que hoy ha sido tu último día
en ese trabajo en el que los hombres te tocan y dicen cosas que no deberían decirse a
las mujeres. Y puedes despreocuparte de tus padres porque sus problemas
económicos se han acabado, y los tuyos, también.
Ella se lo quedó mirando boquiabierta con más asombro que antes, si cabe, como si
intentase averiguar si todo eso lo había dicho en serio. Él le devolvió la mirada sin
pestañear ni una vez, dándole a entender que no bromeaba.
—¿Estás mal de la cabeza? No me puedes decir que me venga a vivir contigo como
si fuese algo inevitable.
—Es que lo es —replicó él con calma.
—¡Y una mierda! A ti… A ti te falta un hervor —balbució al mismo tiempo que
alzaba las manos, como si se intentase arrancar el pelo por la frustración que sentía.
Entonces, negó con la cabeza con gesto firme—. No voy a ser tu prisionera.
Él sonrió y respondió remarcando cada palabra que decía.
—¿Ah, no? Mi ángel, te puedo asegurar que, en lo que respecta a los prisioneros,
nunca ha habido uno que haya disfrutado de caprichos como los que tú tendrás. Y
también que no querrás escapar en cuanto pruebes un poco de lo que tengo pensado
para ti. Pero debes tener en cuenta que puedo ser muy generoso, pero siempre pido recibir tanto como doy.
—Estás loco —susurró—. ¿Qué se supone que tengo que decir a mis amigos, a mis
chicas o a mi familia? No puedo desaparecer de la faz de la tierra sin más; se
preocuparían. Además, no puedo dejar a mis amigas colgadas con el alquiler porque
no podrán pagarlo si yo no estoy. No es que gane mucho, pero ellas tampoco, y cuesta
permitirse un piso de dos habitaciones, incluso entre cuatro.
—Me ocuparé de eso también. Les pagaré el alquiler para que puedan seguir
viviendo allí aunque tú no estés.
Evangeline apretó los labios con fuerza.
—De eso, nada. No me vas a comprar ni a mí ni a mis amigas y tampoco voy a
aceptar que me des dinero a cambio de sexo. ¡Eso me convertiría en una puta! En una
prostituta. ¿Cómo podría mirarme en el espejo cada mañana sabiendo que soy el
juguete de un hombre? Y un juguete al que pagan, para colmo.
Él se estaba enfadando otra vez y en esa ocasión no le apetecía contenerse.
—Nunca he tenido que pagar para follar; no me hace falta hacerlo. Te ofrezco
regalos que espero que aceptes y por los que quiero que me compenses de forma
creativa, como muestra de agradecimiento. Eres mía mientras dure este contrato y eso
hará que tus amigas se vean en un aprieto. Aprieto del que soy responsable porque soy
un cabrón y un egoísta por coger lo que quiero y no aceptar un «no» por respuesta. Me
haré cargo de su alquiler porque mi egoísmo las pone en esa situación tan difícil y no
quiero que pese sobre mi conciencia que tres mujeres se queden sin casa por mis
exigencias.
—Oh —exclamó con voz queda. Luego, sacudió la cabeza—. Es una locura. Estas
cosas no pasan en la vida real.
—En mi mundo, sí —dijo él. Parecía divertido.
—Solo hay un mundo —saltó Evangeline—, y todos vivimos en él.
—Quiero demostrarte que en eso te equivocas, mi ángel. Mi mundo, mis reglas. Una
de ellas es que nadie se mete conmigo ni con lo que es mío.
—¿Eso soy? ¿Tuya?
—¿Ahora mismo? Sí.
De repente, Evangeline empezó a sentirse incómoda, y la preocupación y la
inquietud se asomaron a su mirada.
—¿Qué me va a pasar cuando descubras que no soy para tanto y te canses de mí? —
preguntó con toda la calma que pudo.
—Siempre cuidaré de ti, mi ángel; no soy tan cabrón. Aunque llegue un día en que ya no seamos compatibles, seguirás contando con mi ayuda. Si te preocupa que pueda
acabar deshaciéndome de ti, como si no hubieses formado parte de mi vida, olvídate
ya; eso nunca pasará. Te doy mi palabra.
Drake le levantó el brazo para cogerle la mano y se la rodeó con delicadeza hasta
que la suya la cubrió por completo.
—Eres una chica preciosa que se merece que la vida la trate bien por una vez y yo
voy a hacer lo que esté en mi mano para que te des cuenta de una vez. Cualquier
hombre se moriría por estar contigo. Además, te atraigo igual que tú me atraes.
Anoche ni me imaginaba que acabarías corriéndote en mi boca.
Se puso roja como un tomate y desvió la mirada de la de él apresuradamente;
Drake, sin embargo, pasó la mano que tenía libre por la barbilla de ella, obligándola
a que lo mirase.
—Estabas guapísima y ese toque salvaje me puso muy cachondo; ahora quiero ser
el hombre al que obedezcas, el que te cuide, el hombre al que acudas. En definitiva, el
hombre que te controle.
—¿Que me controle? —preguntó, incrédula—. ¿Tienes idea de lo ofensivo que es
eso? ¡A mí nadie me controla!
—Yo lo haré. Te ayudaré a florecer, de eso que no te quepa duda. Y no habrá mujer
más consentida y venerada que tú en todo el planeta porque yo siempre cuido de lo
que es mío de todas las formas posibles. Tu felicidad, tu protección y tu vida van
antes que todo lo demás.
Lo miró, aún desconcertada.
—¿Por qué haces esto por una mujer como yo? Podrías tener a cualquiera.
Se calló antes de poder terminar la frase. Las mejillas se le habían puesto
coloradas, y había cerrado los ojos, avergonzada. Eso a él no le gustó nada; se vio
obligado a soltarle la mano para no hacerle daño.
—Explica a qué te refieres con eso y ten cuidado con lo que dices y con cómo lo
expresas, mi ángel, o me voy a enfadar.
Ella se señaló el cuerpo entero, como si eso lo explicase todo, y miró a Drake con
cierto nerviosismo, incapaz de verbalizar lo que en su mente estaba tan claro.
—No tienes de qué avergonzarte —murmuró—, y conmigo, menos; no me gustaría.
Quien eres y lo que eres, eso deseo y no la estúpida idea que tengas de ti misma. En
cuanto veo algo, sé si lo quiero o no y a ti te quise desde que te vi por primera vez en
la discoteca; si no te lo crees, es tu problema, joder, pero descubrirás que estás
equivocada a su debido tiempo. —Es imposible que pueda compensártelo —replicó, desesperada—. No estamos al
mismo nivel; nunca podría devolverte el dinero del que estás hablando.
—Ahí es precisamente donde te equivocas —dijo él con una voz tan suave que la
estremeció.
En ese momento ella parecía una presa acechada por Drake, su depredador, y
estaba a punto de cazarla. No podía negar algo tan evidente.
—No hay nada gratis en esta vida —prosiguió él, aprovechando que ella se había
quedado sin palabras y estaba reflexionando sobre las cosas que le decía—, y el
precio eres tú. Toda tú me pertenecerás. Hasta el último palmo. Como ya te he dicho,
yo llevo las riendas de mi mundo y tienes que seguir las reglas que en él imperan. Una
de ellas es que exijo un control especial sobre las mujeres que pasan por mi cama.
¿Entiendes lo que trato de decirte?
—N… no —masculló. No entendía por dónde iba.
—Sí que eres inocente, joder —respondió él, pero sin alterarse.
Durante un instante se limitó a pasar el pulgar por la mejilla de Evangeline, y luego,
con la yema, le rozó la curvatura de los labios. Fue entonces cuando se percató de que
ella comenzaba a respirar a mayor velocidad y que volvía a temblar como antes, pero
esta vez no era de miedo, sino de excitación.
—Dominio y sumisión total y absoluta, mi ángel. En general, pero sobre todo en mi
cama. No me puedes decir que no. Lo que quiero, lo cojo; lo que quiero dar, lo doy.
No puedes elegir, tan solo obedecer. Así de simple.
—¡Eso sería como si me violases! —exclamó, horrorizada—. ¡Como si no tuviese
libertad para hacer lo que quiero!
Drake frunció el ceño para hacerle ver que eso no le había gustado.
—Me estoy cabreando. Vas a hacer lo que te ordene porque estoy seguro de que te
va a encantar, desde la primera cosa a la última, y de que me suplicarás que no pare.
En mi mundo, eres mía, y no habrá ni una sola parte de ese hermoso cuerpo que tienes
que no vaya a pasar por mis manos para que la venere. No habrá ni una sola parte de
tu cuerpo que no piense en follar. Aquella noche, sobre mi escritorio, eras como un
regalo de la naturaleza, y ni una sola vez dijiste «no». Te pusiste a tono en cuanto te
toqué y te volviste desinhibida y salvaje; desde luego, no se puede decir que te
contuvieses.
El brillo de los ojos de Evangeline se apagó por la vergüenza que sentía.
—Mira, no debes avergonzarte nunca de lo que hagamos juntos. ¿Qué sentido tiene
que conviertas algo tan espectacular en algo feo por culpa de la puta vergüenza? El tío que te montó un numerito y te hizo sentir que no eras nada era un cabrón y un
gilipollas. Desaprovechó algo por lo que muchos hombres matarían y luego se deshizo
de ello. Es un inútil que no sabía cómo tratarte, vamos. Lo que sí sabe es que es un
despojo de persona y por eso hace cosas como denigrar a los demás, sobre todo a las
mujeres: para no verse como un puto cobarde o como un mierda, pero eso es lo que
es.
La mirada de Evangeline pasó del pudor al asombro, y miró a Drake de tal forma
que lo hizo sentir incómodo, como si fuese su puto héroe, y a él no le gustaba; no era
un héroe, ni siquiera era buena persona. Solo un cabrón egoísta que haría lo necesario
para que esa mujer fuese suya.
—No sé qué decir —murmuró ella.
Drake inspiró hondo. Iba a hacer una cosa que nunca antes había hecho: pedir.
—Dame una oportunidad, mi ángel —susurró—. Dame una oportunidad para que te
pueda demostrar que todo lo que he dicho es verdad. ¿Me darás una oportunidad, al
menos?
Ella se lo quedó mirando unos minutos. Se debatía entre la esperanza, el miedo… y
la curiosidad. Entonces, cerró los ojos y cuando los abrió, la resolución los iluminaba
como si de faros se tratasen.
—Sí —respondió en voz baja—. Debo de estar loca yo también, pero sí, te daré
una oportunidad.
—A los dos —la corrigió él—; la oportunidad es para ambos.
Sin embargo, no parecía convencida del todo, como si se arrepintiese de haber
seguido sus impulsos. Drake supo que era el momento de sacarla de allí y llevarla a
su piso antes de que entrase en razón y saliese corriendo.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora