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Era ya bien entrada la noche y, a pesar de que Drake le había dicho claramente que
no sabía cuándo llegaría a casa, ella no esperaba que fuese tan tarde. A las nueve se
hizo un ovillo en el sofá, completamente desnuda, porque quería esperarlo despierta
sin importar a qué hora apareciese y, aunque no había dejado instrucciones acerca de
cómo debía estar cuando llegase, ni siquiera si debía esperarlo despierta, quería que
se la encontrara allí. Para que supiese que era importante, que sus necesidades le
importaban y que quería complacerlo. Quería verle en los ojos la calidez de su
aprobación: la que había llegado a ansiar tanto que a veces le daba miedo.
No supo a qué hora se quedó dormida, solo que cuando abrió los ojos, aún
somnolienta, Drake estaba de pie frente al sofá, con la mirada ardiendo sobre su piel
desnuda.
Ella le sonrió de inmediato, aunque todavía estaba pestañeando para borrar los
vestigios de sueño de los ojos. Él se enterneció y se inclinó para darle un beso largo y
lleno de cariño.
—No tenías por qué esperarme despierta, mi ángel, pero me alegro mucho de que lo
hayas hecho.
—Nunca dejaré de esperarte despierta, Drake —dijo ella con voz seria—. Quería
que llegaras a casa y que la primera cosa que vieras fuera a mí esperándote. Pero
siento haberme quedado dormida.
Él le puso un dedo sobre los labios.
—Shhh, cariño. Son casi las once. No tienes que pedir disculpas por haberte
quedado dormida. No te he avisado esta vez porque no quería despertarte.
Ella se incorporó en lugar de permanecer tendida vulgarmente sobre el sofá.
—¿Qué tal te ha ido el día? Me dio la impresión de que estabas muy ocupado y
pareces cansado. No estás descansando lo suficiente.
Él le volvió a sonreír.
—Mi ángel se preocupa por mí y quiere cuidarme. Nadie me ha cuidado nunca, ni
ha querido hacerlo tampoco.
Mostró una leve sonrisa, seguida de una breve sombra de dolor y… necesidad. No
importaba que aquel hombre disfrutara cuidándola, era evidente que él también
necesitaba el mismo cuidado, aunque no fuese capaz de reconocerlo, algo que probablemente consideraría como un defecto de su persona.
Pues tendría que superarlo porque ella no tenía intención alguna de recibir sin que
existiera reciprocidad por todos los medios posibles. Su felicidad se había
convertido en importante para ella, aunque no fuera capaz de determinar con exactitud
cuándo había comenzado aquello. Así que del mismo modo en que él la mimaba, la
cuidaba y agasajaba con su atención cariñosa hacia ella; le devolvería el favor con
creces.
Ella frunció el ceño.
—Ahora tienes a alguien que quiere cuidarte y que lo hará de todas las formas
posibles. Quiero hacerte feliz, Drake, y no solo porque te ceda mi voluntad y me
someta a ti. Voy a tratar de hacerte sentir tan amado como tú me haces sentir a mí.
Él se quedó impactado por la determinación con la que hizo aquella declaración,
como si nunca antes se hubiese visto en una situación así y no supiese cómo
reaccionar. Pero los ojos lo decían todo. Brillaban con una cálida complacencia y
alegría. La miró como si fuese la cosa más preciada del mundo, de su mundo.
Alargó la mano para ayudarla a levantarse del sofá y tiró de ella hacia sí hasta que
la tuvo amoldada al cuerpo. Le tomó la cara entre las manos y la besó durante un rato;
se tomó su tiempo para saborear cada rincón de su boca, dentro y fuera.
—Tengo algo para ti —dijo con una voz ronca e impregnada de pasión.
El resplandor cálido que la había envuelto, sumiéndola en la silenciosa interacción
entre ambos y en la mirada de fascinación de Drake, se evaporó al instante. El temor y
la decepción reemplazaron su emoción por verlo llegar a casa, y se puso tensa de
inmediato.
Él frunció el ceño al verla reaccionar así, pero no dijo nada. En vez de eso, se sacó
una pequeña caja del bolsillo y se la puso en la mano.
—Ábrela.
Le temblaban los dedos, lo que podría interpretarse como emoción o expectación,
pero nada de eso. No quería abrir la puñetera caja. De algún modo, convertía en algo
vulgar lo que ella consideraba un profundo vínculo sentimental establecido con las
escasas palabras que habían intercambiado y transformaba la velada por entero en
algo totalmente diferente.
No quería ver lo que había en el interior. Ella tan solo lo quería a él, que la llevase
a la cama para poder hacer exactamente lo que le había prometido y, de una vez,
poder cuidar de él tras un largo día de trabajo. ¿Tan difícil era de comprender?
¿Nunca había tenido a alguien que lo quisiera, a él, Drake Donovan, y no a lo que tenía y su forma caballerosa de hacer regalos a diario?
Pero ella abrió la caja con diligencia y dejó a la vista un collar que hacía juego con
los enormes pendientes que ya le había regalado anteriormente. Justo lo que había
vaticinado, solo que lo había pensado a modo de sarcasmo. No creía realmente que
fuese a llegar tan lejos. Pero debería haberlo visto venir.
Se quedó sin aliento cuando miró con atención el collar de diamantes. Era inmenso.
¡Más grande que los dos pendientes juntos! ¡Había un diamante en forma de lágrima
del tamaño de su dedo pulgar!
Algo dentro de ella estalló y arremetió contra él, con una decepción demasiado
intensa como para esconderla.
—¡Esto se tiene que acabar, Drake! ¡Ya basta! Cada día me das algún regalo
escandalosamente caro, y este ya es el segundo de hoy. No quiero tus regalos, te
quiero a ti. ¿No lo entiendes o qué? ¿No me conoces mejor que todo esto a estas
alturas?
Empezó a llorar y temblaba de rabia y decepción.
—¡No los quiero! —bramó—. Ni siquiera sé qué hacer con el primer par que me
compraste. ¿Qué narices se supone que voy a hacer con el resto?
La expresión de Drake se volvió furiosa, pero ella estaba demasiado enfadada para
reconocer la línea que acababa de cruzar.
Él maldijo, violento y expresivo, le dio la espalda un largo rato, con los puños
apretados firmemente. Entonces se dio la vuelta de nuevo, con los ojos casi negros de
rabia.
—¿Por qué cojones tienes que hacer un puto drama de todo cuanto te doy? —estalló
—. No es solamente por las joyas. Parecía que te estaban llevando al matadero
cuando te compré ropa. Te has opuesto a cada ocasión en que te he comprado algo, y
tú conoces muy pero que muy bien las reglas que rigen el juego, así que no puedes
decir que no sabías cómo iba esto. ¿Te has parado siquiera a pensar cómo me hace
sentir? No se trata solo de que rechaces el obsequio. Me rechazas a mí y a mi deseo
de mimarte y de hacerte sentir como la mujer tan especial que eres.
A ella se le enterneció hasta el alma y se sintió más avergonzada de sí misma que
nunca. Dios, no había pensado que él pudiera entenderlo como un rechazo a su
persona, cuando todo lo que ella quería era precisamente a él. Ni diamantes, ni joyas,
ni ropa cara, ni tarjetas de crédito sin límite de fondos. Ella había convertido todo
aquello en un completo y auténtico desastre, y todo por haber dejado que sus
inseguridades sacaran lo peor de sí misma y por no llegar a entender por qué Drake la había elegido a ella. Él le decía que era especial, pero ¡no lo era! Salvo que él
pensaba que lo era y ella no lo había creído. Lo cual significaba que le había
mostrado la mayor falta de respecto al no tener fe en él. Ella estaba diciéndole a las
claras que no confiaba en él, cuando nada podía estar más lejos de la verdad.
Fue hacia él de inmediato, acortando la distancia que los separaba para envolverse
alrededor de su enorme cuerpo. Hizo caso omiso de su rigidez y de que no le
devolviese el abrazo.
—Oh, Drake, lo siento tantísimo —dijo. Se le partió el alma en unos trozos
cortantes que la dejaron totalmente desolada por haberlo herido—. No quería hacerte
sentir así. Lo que pasa es que no entiendes lo duro que es para una chica como yo…
Ella se derrumbó y cerró los ojos, pero no antes de que Drake viera un toque fugaz
de desesperación brillando en ellos.
A pesar del enfado, Drake la tomó de la mejilla y se la acarició con el pulgar,
porque allí estaba pasando algo más y él se había lanzado a lo que parecían ser
conclusiones del todo erróneas.
—Mi ángel, abre los ojos y mírame —dijo con voz firme.
Cuando finalmente consintió, él pudo ver las lágrimas que amenazaban con caer de
sus ojos brillantes.
—¿Qué narices quieres decir con eso de que no entiendo lo duro que es para una
chica como tú? ¿A qué clase de chica te refieres?
Ella se ruborizó y hubiera cerrado los ojos de nuevo, pero él le dio un golpecito de
advertencia en la mejilla con el pulgar, solicitando su atención.
—Nunca he tenido nada —dijo en un tono de voz grave—. Salvo el amor de mis
padres. El amor de mis amigos. Su apoyo. He trabajado para conseguir todo lo que he
tenido; y, por descontado que no es mucho, pero es mío. Todo me lo he ganado y eso
me produce un cierto orgullo. Una chica como yo debe trabajar para conseguir todo lo
que tiene porque no hay un montón de hombres haciendo cola por una chica tímida,
callada y aburrida que no desea ni quiere cosas. Me da la sensación de que tú me das
mucho y yo no te doy nada a cambio.
Estaba peligrosamente cerca de echarse a llorar, y él notó su angustia como ondas
que irradiaban de ella.
—Los regalos son preciosos. Los valoro mucho. Adoro todos y cada uno de ellos.
Me da pánico llevarlos puestos porque ¿y si los pierdo? Pero, al mismo tiempo, cada
regalo me recuerda cuánto me das y cuán poco te doy yo a cambio.
En ese punto, ya estaba llorando abiertamente: las lágrimas se deslizaron por sus mejillas hasta llegar a los pulgares de Drake.
—Lo único que me mantenía antes era mi amor propio —dijo con voz ahogada y
llena de emoción—. No se puede poner una etiqueta que marque el precio del amor
propio. Y en este momento, siento que no valgo nada en absoluto y odio ese
sentimiento. Es un sentimiento de impotencia y, Dios, no hay nada peor que sentirse,
que ser, impotente. Tú tienes un gran sentido de la dignidad, Drake. Seguro que
comprendes lo que te estoy tratando de decir.
Por su actitud parecía que suplicaba y ese deje de desesperación en su voz hirió el
alma de Drake en lo más hondo. Su apasionado arrebato le tocó la fibra sensible. Se
quedó maravillado por que en todas las relaciones, o mejor dicho, aventuras que
había tenido, nunca hubo una sola mujer que tuviese problemas con ninguno de los
regalos que le había hecho. Al contrario, en muchas ocasiones la mujer se lamentaba,
con un adorable gesto de puchero en la cara, de que los pendientes eran bonitos, pero
sin el collar a juego no eran tan impresionantes.
Nunca había tenido a una mujer delante que hablase de algo con lo que estaba tan
familiarizado. Dignidad. Amor propio. Que hablase acerca de no coger nada de nadie
y ganarse cada puñetera cosa que tuviera. Y con todo, él la había reducido a eso
colmándola de regalos como si pudiese comprar su afecto, su sonrisa, su felicidad;
cuando, de hecho, al echar la vista atrás, la sonrisa más luminosa que recordaba haber
visto fue cuando ella se encontró con él tras un largo día de trabajo. Parecía tan feliz
cuando él decidía quedarse en casa y le permitía cocinar en aquellas raras ocasiones
en las que no salían. Nada de lo que le había comprado había llegado a generar ni
remotamente la alegría y felicidad que había visto en sus ojos y su rostro como
simplemente estar con él parecía provocarle. ¿Era real? Lo tenía fascinado de verdad
y, por primera vez en su vida, no sabía cómo tratar con una mujer. Aquella mujer. Y
eso le hacía sentir indefenso, como un inútil de cuidado.
—Te equivocas cuando dices que no tienes nada que ofrecerme —dijo con
brusquedad, lidiando aún con las revelaciones que todavía se arremolinaban en su
mente—. Pero te entiendo perfectamente, mi ángel. Lo entiendo.
De repente, la distancia entre ellos era demasiado grande. No solo la distancia
física, sino también la distancia sentimental. Él había cometido demasiados errores. E
incluso sabiendo que no era como ninguna otra mujer que hubiese conocido, seguía
tratándola igual que al resto. Colmándola de regalos caros en lugar de proporcionarle
las cosas que realmente le importaban. Aun sabiendo el tesoro incalculable que
poseía y que ella era única y singular, no había hecho el esfuerzo de descubrirla. Le tendió los brazos, conteniendo la respiración, con la esperanza de que no lo
rechazara.
—Ven aquí, mi ángel. Me niego a tener esta conversación cuando pareces cansada y
estoy deseando abrazarte.
Drake suspiró de alivio cuando, tras un ligero titubeo, ella se le acercó. La envolvió
con los brazos y, durante largo rato, la abrazó sin más, con los ojos cerrados mientras
hundía el rostro en aquella melena que tan bien olía.
Entonces la llevó al sofá y se sentó, tirando de ella hacia su regazo, envolviéndola
una vez más firmemente con los brazos. Su ligero cuerpo anidaba a la perfección en el
suyo. Como si estuviese hecha para él y solo para él. Dos piezas de un rompecabezas.
Todo en ella era perfecto. Era delicada, cálida; tan tierna y generosa. Era una luz
que brillaba en lo más hondo de su alma corrupta. Un regalo de bienvenida a casa, un
tesoro, cada vez que él cruzaba la puerta.
—En primer lugar, quiero tratar el asunto de la equidad y qué puedes hacer para
contribuir y que sientas que me estás dando algo a cambio de lo que yo te doy.
Aunque, cariño, el mejor regalo es cuando te me ofreces tú, entera. Es un regalo tan
grande al que no puedo corresponder, porque nada que yo te pueda dar llegará jamás
a ser más valioso que tú. No se puede poner un precio sobre algo que tiene un valor
incalculable y que vale más que todo el dinero del mundo.
Él sintió su sonrisa contra su pecho y le acarició la melena. Dejó reposar la barbilla
sobre su cabeza, fascinado ante la felicidad que le producía un acto tan simple como
aquel.
—Eres una cocinera excelente, y tú misma has dicho que te encanta cocinar. Al
principio, no me gustaba la idea de que tuvieses la comida hecha cuando llegase a
casa porque, tal como te dije aquella primera noche, nunca he querido que fueses
esclava de las tareas del hogar.
Ella se separó de su pecho para así poder mirarlo con ojos traviesos.
—Bueno, solo una esclava sexual —bromeó.
Él se relajó. El alivio le fluyó por las venas porque ella ya no estaba tensa, ni
tampoco parecía enfadada.
Le dio una palmada juguetona en el trasero y dejó la mano allí, acariciando la
delicada carnosidad de su culo.
—Completamente cierto —dijo sin ningún tipo de remordimiento—. Pero te quité
algo que no debería haberte quitado. Te hice sentir como si no contribuyeses en nada
a nuestra relación. Te gusta cocinar para mí y te hace feliz que a mí me encanten tus platos. Joder, me encantaron incluso esos cupcakes y tuviste a todos mis hombres
comiendo de tu mano para poder probarlos. Si alguien me hubiese dicho hace un mes
que vería a mi equipo haciendo cola desesperados por conseguir un cupcake de
manos de un ángel, me habría echado a reír.
Ella se ruborizó, pero en los ojos le brillaba la satisfacción, con las comisuras de
los labios levemente hacia arriba con esa peculiar y deliciosa media sonrisa suya que
era tan característica. Algunos podrían considerarlo un defecto, pero Drake lo
encontraba entrañable. Incluso en un momento como aquel, hizo una pausa para dejar
caer la cabeza y mordisquearle la comisura de los labios, pasando la lengua sobre
aquella deliciosa y pequeña peculiaridad. Ella se estremeció y estiró todo el cuerpo.
Tan tremendamente sensible. Había pensado eso, dicho eso, demasiadas veces como
para contarlas desde que ella entró en su vida o, mejor dicho, desde que lo arrastró a
la suya.
Ella se ponía con él. Él. Solo con él. Joder, ella había estado con su equipo, sus
hermanos, todos ellos hombres a los que la mayoría de las zorras no podían quitar las
manos de encima. Evangeline les sonreía, era afectuosa con todos ellos, muy a su
pesar, pero sus respuestas o actos no eran sensuales. No flirteaba con ellos. Era
demasiado honrada, además de demasiado inocente, para saber cómo hacerlo. Si le
caías bien, era amable contigo y te hacía saber que le agradabas. Tan simple como
eso. Y, por lo visto, había decidido que le caían bien todos sus hombres, quienes
morirían por tener una mujer que resplandeciera con solo mirarla. O tocarla, o
besarla, o con susurrarle las palabras adecuadas. Él tenía una mujer así justo allí, en
el regazo, entre los brazos. En su cama cada noche para ofrecerle total sumisión de
una manera tan dulce como ninguna mujer había hecho jamás, y si no tenía cuidado iba
a joderlo todo y a perderla.
Casi sacudió la cabeza. Ceder. Una palabra que no formaba parte de su
vocabulario. Pero, tratándose de Evangeline, estaba aprendiendo palabras nuevas y,
sin duda alguna, su significado.
—Me encanta cómo cocinas —le dijo—. Los mejores platos que he probado en mi
puta vida.
Y lo eran. Drake haría un montón de cosas para conservar a una mujer como
Evangeline, pero no era embustero. No mentiría ni siquiera para hacerla sentir mejor
o para apaciguarla. Él valoraba el amor propio más que nada. ¿Cómo de vacío sería
ese amor propio si estuviese construido sobre las mentiras que le contase?
Sus ojos resplandecían de placer, todo su rostro estaba iluminado, tan radiante que podría rivalizar con el sol, sus mejillas se volvían más rosadas por segundos. Ella lo
miró como si acabase de rescatarla de un edificio en llamas. No costaba mucho
complacer a esta mujer, en absoluto. Y allí había estado él para despilfarrar miles de
dólares cuando, aparentemente, todo lo que ella quería de verdad era… a él.
No podía comprenderlo, pero la prueba estaba allí, mirándolo a los ojos. Ella
quería al hombre que era Drake Donovan. No la riqueza, el poder, el estatus o el
prestigio de estar entre sus brazos y protegida por él. Su dinero la espantaba. Los
regalos que le había entregado la horrorizaban. Silas le había informado que ella no
se inmutó al recibir el dinero en efectivo y las tarjetas de crédito que le había
enviado, y que había mostrado más entusiasmo por pedir comida china a domicilio
que por una tarjeta sin límite de crédito. Y se apostaría toda su fortuna a que no había
tocado el efectivo, y ni mucho menos lo habría contado.
¿Cómo mantenías a una mujer como era su ángel feliz cuando ella parecía no querer
nada?
«Ella solo te quiere a ti».
Y eso se lo podía dar. Si eso era todo lo que se necesitaba para hacerla feliz, para
mantenerla feliz y para asegurarse de que nunca se largaría de su lado, entonces le
daría justamente lo que quería.
—Una vez a la semana, el mismo día salvo que no se pueda evitar, cocinarás para
mí. Fijaré mis horarios para estar en casa no más tarde de las seis. Y cuando digo
salvo que no se pueda evitar, mi ángel, me refiero a que solo una cuestión de vida o
muerte me impediría estar aquí. Por el momento, eso es lo más a lo que puedo
comprometerme —dijo con voz seria—. Tú eres mi responsabilidad más importante.
Tú me has dado tu confianza y con esa confianza te has entregado y has depositado en
mí la fe de que te haré feliz. Me tomo mis responsabilidades muy en serio y, por ello,
voy a seguir mimándote todo lo que me dé la gana. No vas a mover un dedo salvo las
noches en que cocines para mí y no vas a lavar los puñeteros platos después. Para
algo pago a una asistenta. Y lo que puedes hacer por mí es aceptar lo que sea que
decida darte, sabiendo que te lo doy no para despojarte de tu sentido del amor propio
o remarcar la brecha económica, sino porque me hace feliz. Y lo que me haría aún
más feliz, tal como te dije la noche en que te traje a casa por primera vez, es que
pensases maneras más creativas de expresar tu gratitud. No que pienses modos de
devolverme lo que me debes y desde luego no teniendo en mente que no eres capaz de
devolvérmelo. Porque eso me cabrearía como no te puedes imaginar.
Ella lo sorprendió arrojándose sobre él y abrazándolo del cuello y con fuerza. Enterró su cara en el cuello masculino; y los suaves suspiros de sus exhalaciones que
le rozaban la piel le hicieron arder de arriba abajo.
—Lo siento —dijo ella con voz conmovida, que se apagaba en su garganta.
Él la forzó a separarse de su cuerpo y se quedó mirándola ásperamente.
—Pero ¿de qué cojones te arrepientes ahora?
Sabía que se le notaba exasperado, pero era la mujer más desesperante y
complicada que había conocido jamás.
—Fui… he sido una niñata desagradecida —dijo con pena—. Y egoísta. En ningún
momento he tenido en cuenta tus sentimientos. Estaba sumida en mis propias
inseguridades y cada vez que me regalabas algo me daba miedo. Tienes razón. En
todo. Lo siento muchísimo, Drake.
Ella alzó la mano hacia su mandíbula y le acarició la mejilla. La sensación de
terciopelo, el contraste entre la propia piel de ella, de bebé, y la embriagadora y
adictiva piel áspera y mucho más curtida de él.
—Y —añadió con un ronco susurro—, puedes estar seguro de que seré mucho más
creativa en mis modos de expresarte gratitud.
Drake le presionó los labios con un dedo y le devolvió una mirada reprobatoria.
—No quiero que vuelvas a hablar de ti misma en esos términos. Jamás. Ni siquiera
deberíamos hablar de esto teniendo en cuenta que Silas tuvo justo la misma
conversación contigo palabra por palabra. Y si no me crees capaz de permitir que él
te tumbe sobre sus rodillas y azote ese culo precioso como vuelvas a decir esas
gilipolleces sobre ti, es que no me conoces.
Los ojos de Evangeline se abrieron de par en par y se quedó con la boca abierta.
—¿No estaba bromeando? —chilló.
—¿Te parece Silas el tipo de hombre que dice las cosas de broma? —preguntó
Drake con tono cortante.
—Entendido —murmuró ella.
Entonces lo miró con una chispa en los ojos que hizo que se le pusiera dura de
inmediato.
—¿A qué viene esa mirada? —preguntó con recelo.
—Bueno… he prometido ser creativa en el modo de expresar mi gratitud —dijo con
solemnidad, aunque la expresión exageradamente ingenua de su rostro le indicaba que
estaba siendo cualquier cosa salvo solemne.
—Sí, lo has prometido, pero ¿hasta qué punto?
Ella le lanzó una fugaz sonrisa tímida y lo miró con aire inocente. Entonces alzó los brazos y rodeó el cuello de Drake, teniendo que ponerse de puntillas para elevar su
diminuto cuerpo.
Tenía un aspecto adorable con esa timidez y ese color rosado en las mejillas.
—No quiero decepcionarte, Drake. Nunca. Y tú sabes que no tengo experiencia
salvo contigo.
Él estaba extraordinariamente complacido con la afirmación de que había sido su
única experiencia y con que no se hubiera hecho referencia alguna sobre el
comemierda de su antiguo novio. No estaba tan contento con su afirmación acerca de
no querer decepcionarlo, pero no la interrumpió porque ella estaba esforzándose de
manera evidente en transmitirle lo que quería decir.
—Me gustaría que me enseñaras cómo complacerte. Solo a ti. Dijiste que la otra
noche era para ti, pero, en realidad, fue toda para mí. Esta noche… —Ella inspiró
hondo de nuevo—. Esta noche quiero que realmente sea toda para ti. Quiero que
tengas control absoluto y que me enseñes a complacerte de cualquier forma que
desees. Quiero que me hagas hacer cualquier cosa que quieras que haga, pero para ti.
Y no quiero que te reprimas por miedo a hacerme daño o asustarme.
Se detuvo un instante mientras observaba sus ojos como si tratase de calibrar su
reacción.
—Te deseo. Solo a ti. Nada más. Solo a ti, tu control, tu dominación, el hombre que
eres, el hombre que sé que eres. No estoy tratando de cambiar las reglas, lo juro. No
quiero tomar el control esta noche. Solo quiero que seas egoísta por una vez y que
tomes de mí lo que necesites, del modo en que lo quieras, lo necesites o lo prefieras.
Tan solo deseo saber lo suficiente como para no tener que preguntarte cómo darte
todo lo que quiero darte.
Ella finalizó con un murmullo, con un leve tono de remordimiento en la voz.
Él estaba temblando. Él, que era imperturbable. Pero aquella súplica sincera le
atravesó el mismísimo núcleo y las partes más recónditas del corazón, que habían
quedado olvidadas mucho tiempo atrás para no volver a exponerse ni a sangrar de
nuevo. Por nadie.
Tomó su precioso rostro entre las manos, lo sostuvo con dulzura mientras la miraba
a los ojos, perdiendo toda noción de sí mismo.
—Me alegra que no tengas experiencia como para saber todo lo que hay que saber
para complacerme —dijo en tono feroz—. No hay nada más bonito que una mujer que
pide a su hombre que la guíe y le enseñe a complacerlo. Me haces sentir que soy el
único hombre que haya entrado jamás en tu mundo, mi ángel. Ni te imaginas lo que es eso.
Ella sonrió, los ojos le brillaban con calidez.
—Entonces, ¿lo harás? ¿Me tomarás del modo en que quieras tomarme esta noche?
Fuerte, duro, lento, dulce. No importa, Drake. Porque complacerte, darte placer, me
da el mismo placer y aún mucho más. Muchísimo más.
Madre mía, ¿qué le estaba haciendo, en tan poco tiempo? Estaba perdiendo la
puñetera cabeza y era muy consciente de ello, joder. No podía mantener sus defensas
alzadas y firmes con ella alrededor… y tampoco quería hacerlo.
Por primera vez en su vida, quería dejar entrar a alguien. Solo rezaba para que,
cuando eso ocurriera y ella viese el monstruo que era en realidad, no perdiese aquel
preciado regalo que lo miraba absorta como si él fuese todo su mundo.
Contempló su dulce sonrisa, repasando cada una de las palabras, de los regalos,
que ella le había dado. ¿Se haría ella una idea de lo oscuros que podían llegar a ser
sus deseos? ¿Sabía lo que lo excitaba? Porque no estaba seguro de que así fuera.
Siendo tan inocente, ¿cómo podría?
No le quedaba duda de que ella había sido absolutamente sincera y de que allí, en
aquel preciso instante, le daría cualquier cosa que él le pidiese. Por él haría lo que
fuera, pero ¿entendería o vería sus oscuras fantasías como una traición a la promesa
de protegerla y cuidar siempre de ella?
—Tienes que estar muy segura de lo que me estás ofreciendo, mi ángel —dijo con
tono grave y circunspecto.
—Estoy segura —contestó ella sin dudarlo.
—Entonces quiero que recuerdes algo, lo más importante de todo, cuando esta
noche tome de ti lo que me plazca. Me has entregado tu confianza y vas a necesitar
recordar no solo eso, sino también tener fe en esa confianza, y en mí.
Ella no pareció ni se mostró asustada. Había en ella un destello de curiosidad y un
delicado escalofrío que le cubría el cuerpo como si de una estola se tratase, como si
estuviera tratando de imaginar en qué estaba él pensando. Qué querría, qué le exigiría
aquella noche.
Tiró de ella para acercarla hacia sí, hasta que no hubo separación entre ellos y
envolvió con los brazos su satinada piel desnuda. Permitió que sus manos vagasen
descendiendo por la espalda, sujetando sus nalgas y apretándolas.
—¿Confías en mí? —preguntó para que se lo pensara una última vez—. ¿Lo
bastante como para no cuestionar nada de lo que yo te pida esta noche? ¿Como para
seguir y atender mis instrucciones independientemente de lo que puedan suponer? Ella dejó caer su cabeza hacia atrás, con una firme resolución y determinación en
sus bonitos ojos. Enlazó los brazos con pereza alrededor de su cuello, sin librarse en
ningún momento de su atenta mirada.
—Mi regalo para ti soy yo misma —dijo con una voz dulce que conmovía el alma y
que era una caricia en sí misma—. Soy tuya, Drake. Sé que nunca me harás daño. No
puedo prometer que no vaya a asustarme en ningún momento esta noche, pero tienes
que saber que lo que me asusta no eres tú. Eso jamás. Si tengo miedo de algo, será de
lo desconocido. Pero, más que nada, mi mayor temor será decepcionarte.
—Entonces ve y prepárate para mí —dijo con voz ronca—. Date un baño largo,
quédate un buen rato. No hay prisa, me va a llevar un poco de tiempo organizar los
preparativos precisos para una noche que mi ángel ha prometido toda para mí. Mi
fantasía. Mi placer. Y has de saber, Evangeline, que serás recompensada con creces
por el regalo que me estás ofreciendo esta noche. Yo también tengo previstas maneras
muy creativas de expresar mi gratitud.
Bajó un dedo sobre su mejilla de seda mientras sus miradas permanecían
esposadas.
—Cuando hayas acabado de darte el baño, sécate y sécate el pelo y luego ve a
tumbarte en la cama. No retires las mantas ni la sábana. Quiero que te tumbes en el
centro, con el pelo esparcido sobre las almohadas, los muslos separados, las manos
sobre tu cabeza y los dedos entrelazados con los barrotes del cabecero.
Ella sonrió, luego suspiró y meneó la cabeza con tristeza.
—Y una vez más, una noche que se suponía iba a ser solo para ti y al final parece
que seré yo la mimada, la princesa consentida.
Él la miró con solemnidad.
—No te quepa duda, mi ángel. Tú eres mi princesa consentida. Pero esta noche solo
voy a mirar y nada más; esto es mucho para mí. Solo recuerda tu compromiso, que
confiarás en mí. Recuerda que nunca dejaré que te hagan daño y esta noche será
perfecta de cojones.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora