os brazos por debajo del
cuerpo, la levantó sin esfuerzo y se la llevó en volandas al dormitorio. La tendió en la
cama con tal veneración que a ella se le hizo un nudo en la garganta. Él se tumbó
sobre ella y fundió los labios con los suyos en un beso largo y apasionado de los que
te dejan sin aliento.
Solo le liberó los labios para recorrerle la mandíbula hasta la oreja con una lluvia
de besos para mordisquearle la piel sensible y provocarle una sucesión de escalofríos
que le recorrieron el cuerpo. Entonces, le lamió el lóbulo y, atrapándolo entre sus
dientes, empezó a chupar y a apretar lo justo para que el deseo le recorriera la
columna.
Volvió a incorporarse, se colocó frente a ella y, en cuanto sus miradas se cruzaron,
ella distinguió con claridad la fogosa intensidad de la mirada oscura de Drake.
—Eres preciosa, mi ángel, y antes de que acabe la noche, no solo lo notarás, sino
que lo sentirás.
Ay, Dios. Ese hombre era tremendo.
Lentamente, como si ella fuera el objeto más preciado del mundo, la fue
desnudando, prenda a prenda. Cada vez que le quitaba una, le hundía la boca en la
piel para explorar la zona expuesta. Ella jadeaba y arqueaba el cuerpo por su tacto y
aún no estaba desnuda del todo.
Al notar que le desabrochaba el sujetador, la asaltó un instante de pánico. Sus
pechos eran... del montón. No eran firmes y no darían el pego si no fuera por el
sujetador que se los subía. Se lo había comprado solo porque en su trabajo, enseñar
los pocos atributos que tenía le daba ventaja. No estaban flácidos, pero eran normales
y un poco blandos. En fin.
—¿Qué te está pasando por la cabeza ahora mismo? —murmuró Drake, quien le
clavó la mirada.
—No querrás saberlo —musitó ella.
—Deja de pensar —ordenó en un tono tan firme que la hizo temblar.
A él, le brillaron los ojos y ella vislumbró la primera muestra del hombre
dominante al que se había entregado.
—Solo siente —añadió él, suavizando la voz de macho alfa dominante hasta convertirla en un ronroneo.
—De acuerdo —susurró ella.
Drake bajó la cabeza y ella aguantó la respiración, esperaba, anhelaba, moría
porque llegara el momento en que le rodeara el pezón con los labios. Lanzó un gemido
de placer y frustración cuando, en lugar de eso, le paseó la lengua por el pezón ya
rígido, lamiéndolo para endurecerlo aún más. Acto seguido, giró la cabeza y otorgó al
otro pezón la misma atención con movimientos lentos y calculados.
Dios, no llevaban ni dos minutos con los preliminares y ya había demostrado ser
muchísimo mejor que Eddie, cuya idea de los preámbulos era morderle los pezones
dolorosamente, meterle los dedos a lo bruto y después abrirle las piernas y meterse
dentro de ella cuando aún no estaba en absoluto preparada para él.
Sabía que si Drake le abría las piernas y la penetraba en ese preciso instante, la
encontraría húmeda y más que preparada.
Por fin, se cumplió su deseo y Drake le rodeó el pezón con la boca. Primero chupó
con suavidad y, después, más fuerte tirando rítmicamente de él hasta hacerle perder la
cabeza.
—Oh, Dios, Drake, tienes que parar. Por favor, para.
Sabía que eso no tenía sentido, pero estaba casi delirando de éxtasis y él solo le
había besado los labios, el cuello y los pechos.
Él se rio entre dientes y su aliento vibrante hizo que el pezón se endureciera más
aún.
—¿Qué ocurre, mi ángel? ¿Paro o no paro?
—No lo sé —se lamentó ella—. No sé qué hacer, Drake. Ayúdame, por favor.
Él levantó la cabeza y la miró a los ojos con una expresión sombría y sincera.
—Confía en mí, nena. Yo siempre te sostendré. Siempre te guiaré. Siempre te
mostraré lo que debes hacer. Tú solo déjate llevar y confía en que te llevaré al final.
Ella le atrapó la cara con las manos y levantó la cabeza para besarlo. Su primer
ataque.
—Ya lo hago, Drake. Madre mía, ya lo hago, de verdad. Me siento segura contigo.
Nunca me había sentido tan segura.
Los ojos de Drake se iluminaron con fuerza y Evangeline supo que le habían
gustado sus palabras, que era justo lo que debía hacer y decir.
—Túmbate, mi ángel, deja que te haga el amor. Tenemos toda la noche y pienso
aprovechar el tiempo para complacer a mi dama.
Ella cerró los ojos para ocultar la emoción que sentía. En ese momento, se sentía deseada. Amada. Como si importara. Como si no fuera una más, una del montón.
Drake la hacía sentir tan especial que no tenía palabras para describir lo apreciada
que la hacía sentir. Ningún hombre la había mirado como él. Ningún hombre había
luchado por ella, ningún hombre se había plantado a su lado para protegerla. Era más
de lo que esperaba de la vida y se sentía total y completamente superada.
—¿Estás conmigo, nena? —susurró él—. Te quiero aquí conmigo todo el tiempo.
—Oh, sí, Drake. Estoy aquí. No querría estar en ninguna otra parte que no sea aquí
y ahora.
Drake se estremeció sobre ella y se levantó lo justo para quitarse la ropa. Ella
observó con descarada admiración su belleza. Paseó la mirada desde los hombros
hasta el amplio pecho y el abdomen firme donde lucía una deliciosa tableta de
chocolate. Pero cuando sus ojos siguieron bajando hasta el pelo púbico que le cubría
la entrepierna y vio la enorme y turgente erección de Drake, se le abrieron los ojos
como platos.
Eddie no era precisamente un hombre pequeño y le había hecho daño al penetrarla,
pero... ¿Drake? ¡Hacía que Eddie pareciera un niño! Tragó con nerviosismo y valoró
si Eddie le había hecho daño —y mucho— y el miembro de Drake era mucho más
grande, ¿cómo puñetas iba a poder soportarlo?
Tenía la polla hinchada y erecta, apuntando hacia el ombligo, casi en paralelo
contra el abdomen. Según sus cálculos, debía de medir unos veinte centímetros por lo
menos y no quería ni pensar en lo gruesa que era. Estaba segura de que iba a ser
imposible.
Pero le fascinaba la masculinidad pura de Drake. Su pecho ancho y musculoso. Sus
muslos fibrados y sus voluminosos bíceps. Estaba levantado sobre ella, con su más de
metro ochenta, haciéndola sentir como un ser delicado y muchísimo más pequeña.
Podría aplastarla como a un gusano si se lo propusiese.
Tal vez no fuera demasiado buena idea. Su iniciación en el sexo había sido un
desastre y el hombre que estaba a punto de hacerle el amor era mucho más grande que
su primer amante.
—Ángel, mírame —dijo en un tono amable que no conservaba nada del ademán
dominante anterior—. No te haré daño. Por favor, no me tengas miedo. Hasta ahora,
solo has experimentado lo malo y yo ahora voy a darte lo bueno. Me has dicho que
confiabas en mí, pues confía en mí para que esto sea algo bueno para ti... para los dos.
Sus palabras llegaron como agua de mayo para llevarse todos sus miedos y temores.
—Lo siento —dijo ella, intentando cambiar la mueca por una sonrisa—. No soy precisamente experta, pero sé que la tienes más grande que la media.
Vaciló un instante y aguantó la respiración, mientras ponderaba si arriesgarse a
arruinar un momento tan emotivo, pero él tenía que saber lo que le pasaba por la
cabeza. Merecía saberlo. Había sido muy comprensivo y paciente. Le debía la
sinceridad.
—La primera vez me dolió. Mucho. Y no era ni la mitad que la tuya. No es que no
confíe en ti, es que me preocupa que no pueda encajarla físicamente sin que me duela
aún más. Te deseo muchísimo, más que el aire que respiro, más de lo que he deseado
nada en mi vida, pero te mentiría si te dijera que no me da un poco de miedo, porque
quiero ser perfecta para ti, Drake. Porque tú eres tan perfecto...
La mirada de Drake se suavizó y ella soltó un suspiro de alivio al ver que no se
había enfadado al mencionar a su primer amante en la cama. El beso de Drake era
cálido y lleno de todo aquello de lo que Eddie carecía. Dedicó varios segundos a
explorarle sin prisas la boca, lamiéndole suavemente los labios y deteniéndose en una
de las comisuras en particular.
Al apartarse un poco, los ojos de él eran serios, pero estaban llenos de dulzura y
sinceridad.
—El tamaño no importa, mi ángel. Lo que importa es que el hombre se asegure de
que la mujer está preparada y, sí, a punto para recibirlo. Y te prometo que me
aseguraré de todo eso antes de dar el paso final. Y si en algún momento hago algo que
te lastime, pararé. De inmediato. Y espero que me digas si algo te hace daño, porque
me cabrearía mucho que pensaras que tienes que aguantar algún dolor para
complacerme. ¿De acuerdo?
Evangeline esbozó una sonrisa tan amplia que hasta le dolieron las mejillas,
mientras las lágrimas le quemaban los párpados.
—Entonces, ¿podemos volver a la parte buena de verdad?
—Pensaba que no me lo ibas a pedir nunca —respondió él, con voz ronca.
Volvió a presionarle los labios con los suyos: le hizo el amor a su boca, besándola
lenta y plácidamente, saboreando cada rincón de su lengua, absorbiendo su esencia,
respirando su aliento, dándole el suyo. Y entonces, comenzó a bajar por su cuerpo, le
dio besos y mordisquitos, y le chupó los pezones hasta volverla loca, cada vez más
ansiosa.
A medida que iba hacia abajo, le plantó una mano firme entre los muslos para
separarlos, Evangeline suspiró profundamente, recordaba aquella noche en su
despacho, cuando él le había proporcionado el orgasmo más intenso de su vida solo con la lengua.
Con los dedos, Drake le recorrió el borde de los labios y los abrió con suavidad,
dejando el clítoris y el coño entero a merced de su vista... y de su lengua.
Ella gimió profundamente. La primera vez había sido imperiosa, arrolladora, como
una bomba al explotar. Esta vez, le dio lametazos, la relamió, la chupó y la calentó,
sin dejar de succionar y prolongarle el placer durante mucho tiempo.
Entonces, le introdujo un dedo en la vagina, rozando suavemente las paredes, y
siguió despacio hacia dentro, hasta que llegó al punto G, que hasta entonces ella había
tenido por un mito. De repente, el dedo de Drake quedó empapado y soltó un gruñido
satisfecho que vibró sobre el clítoris que estaba humedeciendo con la lengua.
Evangeline estaba a punto de llegar al orgasmo y quería que se lo metiera, cupiera o
no. Se retorció con inquietud: le rogaba en silencio que la poseyera, que se hundiera
tan adentro que dejaran de ser dos para ser solo uno.
—Un poquito más, ángel mío —murmuró él sobre el clítoris—. Quiero asegurarme
bien de que no voy a hacerte daño.
Ella casi gritó: «¡Hazme daño! ¡No me importa! Solo acaba con este sufrimiento».
Él metió con cuidado un segundo dedo, la abrió más y comenzó a frotar hacia dentro
y hacia fuera hasta que notó que estaba más húmeda. Entonces, retiró los dedos,
acercó la boca y estrelló su lengua en la vagina. A punto estuvo de provocarle un
orgasmo allí mismo.
Le recorrió los bordes del sexo, lamiéndolo y succionando, y luego le metió la
lengua para saborearla de dentro afuera. Ella jadeaba y tenía el cuerpo entero rígido
ante la expectativa de algo realmente extraordinario.
De repente, la lengua desapareció y una fuerte sensación de decepción pesó en la
habitación.
Él la calmó con la mano.
—Un momento, mi ángel. Tengo que protegerte.
Un instante más tarde, le abrió aún más las piernas y se puso de rodillas, se agarró
la enorme erección con una mano y siguió acariciando a Evangeline hasta que le
pareció que ya estaba lista.
—Con suavidad y con calma —susurró—. No hay prisa. Si quieres que pare, me lo
dices, pero iré despacio para darte tiempo a adaptarte.
Entonces notó la presión del glande redondo en la vagina e instintivamente subió las
caderas, ansiosa por recibirlo más adentro, pero él se las sujetó con firmeza contra el
colchón para evitarlo. Entonces, se detuvo y la miró desde su posición de dominio, grabada con intensidad
en cada facción de su rostro.
—Es tu primera vez, mi ángel. Esta es la que cuenta. Es tu primera vez conmigo:
recibirás respeto y veneración, y tu gracia tendrá el mimo que debería haber tenido
antes. Quiero que te olvides de todo lo que tuviste antes de mí. Es tu primera vez
conmigo, y también es mi primera vez contigo. No creas que eso no significa nada. Lo
significa todo.
Algo se removió en su interior, se le encogió el corazón y luego se le ablandó,
abriendo un hueco que nunca antes había expuesto. Jamás había dejado entrar a nadie
en él. La embargó la emoción y, aunque quería, fue incapaz de responder. ¿Qué iba a
decir después de que le ofreciera algo tan especial como aquello?
A sí mismo. La absolución sobre lo que ella siempre había considerado el mayor
error de su vida. Olvidado. Una vez entre sus brazos, aquello ya no existía. Él tenía
razón. Era la primera vez que hacía el amor.
Drake empujó con suavidad y con una lentitud agónica. Y a medida que la iba
penetrando, ella comprendió por qué se había tomado tantas molestias para
prepararla. Aun estando mojada como estaba, no sabía cómo se las iba a arreglar para
acabar de meterla. Drake se paró varias veces. Se quedaba quieto y le acariciaba el
clítoris con el pulgar, provocándole espasmos que le envolvían la polla.
Evangeline no estaba segura de quién gemía, si él o ella misma, pero el rostro de
Drake estaba compungido: tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás,
como si estuviera experimentando el más dulce de los placeres, o el más intenso de
los dolores. O tal vez ambas cosas. Le producía una satisfacción inmensa saber que
ella, Evangeline Hawthorn, una mujer del montón sin nada especial, podía
proporcionar un placer tan exquisito a un hombre tan guapo como él, que podía tener a
la mujer que quisiera.
—Agárrate a mí, mi ángel —pidió con voz constreñida—. Rodéame la cintura con
las piernas y levanta tu dulce culito para que pueda tener un ángulo mejor.
Ansiosa por cumplir sus deseos, hizo inmediatamente lo que le había indicado, se
adelantó un par de centímetros y arrancó un jadeo placentero de la boca de ambos.
—Hazlo, Drake —susurró—. No me harás daño. Nunca. Tómame. Hazme tuya. Por
favor. Te necesito tanto… Te necesito. Lo necesito.
Drake gruñó, como si estuviera manteniendo una lucha interior, pero, al parecer, el
«Por favor» de ella, o tal vez que le hubiera dicho que lo necesitaba, le hizo perder el
control y la arremetió con tal embestida que se la hundió hasta los testículos. A ella se le salieron los ojos de las órbitas como si estuviera experimentando un
bombardeo de mil sensaciones sobrecogedoras. Y ninguna era de dolor. Apretó las
piernas alrededor de la cintura de él. Le clavó las uñas en los hombros. Se arqueó
hacia arriba para tenerlo lo más adentro posible.
Aun así, él siguió metiendo y sacando a un ritmo lento, hundiéndola hasta el fondo
antes de volver a retirarla, dejando solo la punta del capullo en su abertura, para
introducirla de nuevo lánguidamente en lo más profundo de ella.
Evangeline no había experimentado nunca algo tan bonito. Y jamás volvería a
hacerlo. Estaba tan segura de ello como de que el sol salía cada mañana. Su orgasmo
florecía como una rosa abriéndose bajo un rayo de sol. Notaba la tensión de Drake
sobre ella y sabía que él estaba tan cerca como ella. La noche que le había provocado
el orgasmo en su despacho había sido un subidón rápido que había acabado en una
explosión arrebatadora que la había dejado sin fuerzas. Esto era mucho más dulce,
aunque no menos intenso y demoledor para sus sentidos. No solo era físico como la
vez anterior. Había empezado a sentir con el corazón y no podía pararlo.
—Juntos —susurró ella—. Me falta muy poco, Drake. No podré... No aguantaré
mucho más.
—Entonces, déjate llevar. Acabaremos juntos —le susurró él al oído.
El mundo se emborronó a su alrededor y lo único que siguió perfectamente definido
ante ella fue la cara de Drake, que besaba con una pasión arrebatadora y la miraba
con el brillo de la ternura. Al final, no pudo más y se aferró a él, lo envolvió con todo
el cuerpo y empezó a romperse en mil pedazos, como una lluvia de estrellas en una
noche clara.
Él soltó un grito ronco y, después, se dejó caer con delicadeza sobre ella, sin dejar
de embestirla despacio hasta que, al fin, sus caderas se detuvieron. Ambos se
quedaron quietos, callados y sin aliento, Evangeline no tenía palabras para
describirlo. Era algo de otro planeta.
Ahora sabía cómo se suponía que tenía que ser y su único pesar era que Drake no
hubiera sido el primero. Pero no. Él le había dicho que esta era la primera vez... Que
él era el primero. Eddie estaba olvidado y no volvería a recordarlo. Ahora solo
existía Drake.
—Vuelvo enseguida, mi ángel —susurró él—. Voy a quitarme el condón, pero no te
muevas.
Como si pudiera moverse. Era como si se hubiera quedado sin huesos; no podía
moverse aunque quisiera. Al instante, Drake volvió a subirse a la cama con ella y ambos se giraron cara a cara.
Él le puso la mano en la mejilla y la acarició suavemente.
—No siempre lo haré así, pero esta vez necesitabas que fuera así. Tal como tenía
que haber sido tu primera vez, en lugar de tener a un gilipollas que te hizo daño y se
llevó todo el placer sin darte nada a cambio. Tenía que haberte tratado con cuidado y
ternura y hacerte el amor con sumo cuidado. Lo he dicho en serio. Quiero que
consideres esta tu primera vez y que olvides a cualquier otro capullo anterior.
Por ridículo que pareciera, y teniendo en cuenta que, desde que lo había conocido,
se había dedicado a volverle el mundo patas arriba, ese hombre tenía la habilidad de
superar todas sus barreras y ponerlo todo en su sitio.
Cálida y satisfecha, se acurrucó entre los brazos de Drake; no pudo resistir la
tentación de pasearle las manos por la musculosa superficie del pecho y del abdomen.
Por encima de los hombros y los brazos bien definidos resultado de un entrenamiento
estricto. No era de los que se pasaban todo el tiempo detrás del escritorio, disfrutando
de la buena comida sin cuidar su cuerpo.
Acarició sus largos tirabuzones con la mano, sin dejar de detenerse de vez en
cuando para darle un beso en la sien, en la frente, en los labios e incluso en los
párpados.
Cuando remitió parte de la euforia, volvieron a la mente de Evangeline las palabras
que él había pronunciado antes e inclinó la cabeza hacia atrás para poder verlo bajo
la tenue luz de la única lámpara de la habitación.
—¿Drake?
—Dime, mi ángel.
—¿Qué querías decir?
La besó con suavidad antes de apartarse de ella.
—¿Sobre qué?
—Cuando has dicho que no siempre sería así. ¿Qué querías decir?
Le puso la mano debajo de la barbilla y su mirada se endureció.
—Ya sabes qué soy, qué quiero y qué espero.
Ella asintió.
—Solo quería decir que no haremos siempre el amor como esta noche. Me gusta la
variedad en el sexo. Brusco, suave, duro, tierno. Con ataduras, con azotes, que te
sometas completamente a mi voluntad, tener el control en todo momento. Me encanta
el vicio. Me gusta saber que mi mujer está disponible para mí en todo momento. Y
después de esta noche, no habrá más preservativos. Cuando me corra, será dentro de ti y no en una puta goma. Te daré los resultados de mis últimos análisis y programaré
inmediatamente una cita con el médico para que te mande anticonceptivos.
Ella agachó la vista un segundo, pero él le agarró la barbilla y le levantó la cara,
mirándola con curiosidad.
—¿Y si te decepciono, Drake? —preguntó ella, vacilante—. Ya sabes que no tengo
experiencia y menos aún en tu... mundo. O en lo que esperas.
Él sonrió y volvió a besarla.
—Primero, me regocijaré enseñándote todo lo que tienes que saber para
complacerme y también aprenderé lo que te complace a ti. En segundo lugar, mientras
me des lo que me has dado esta noche, tu entrega, tu dulzura, tu sumisión completa, no
me defraudarás. Cielo, tú brillas desde tu interior y eso es lo más bonito que he visto
en mi puta vida. No me decepcionarás. Eso es imposible y punto. Por otro lado, casi
seguro que yo sí te decepcionaré, te desesperaré y te haré cabrear a menudo. Soy un
cabrón muy exigente y, a veces, mis peticiones serán extremas. Pero si te quedas
conmigo, mi ángel, si te quedas conmigo y lo resistes, si no me retiras la confianza
que has depositado en mí, te garantizo que gozarás del viaje.
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sometida "los ejecutores"
JugendliteraturEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...