Pasaron el camino de vuelta a casa en un silencio algo incómodo, pero, al menos,
Evangeline estaba acurrucada junto al firme cuerpo de Drake, que la rodeaba con el
brazo, y con la mejilla apoyada en su gran torso. Aunque la agarraba para dejar
constancia de que tenía el control, los últimos días con él le habían servido para darse
cuenta de que eso le gustaba, y mucho. Quizás se debiese a que sentía que, por
primera vez en mucho tiempo, formaba parte de algo, que encajaba, por mucho que le
resultase absurdo sentirse integrada en una forma de vida tan reluciente y llena de
excesos como la que él le ofrecía. Pero allí estaba, creyendo formar parte de algo
especial, lo que no le pasaba desde el momento en que dejó la casa de sus padres
para mudarse a la ciudad.
Si alguien le hubiese dicho que iba a disfrutar tanto en la discoteca en la que había
sufrido tantas vejaciones hacía tan poco tiempo, no lo hubiese creído. Y es que, en
realidad, no había pasado mucho desde aquello, pero a ella le parecía una eternidad
por todo lo que había ocurrido desde aquella fatídica noche. Al acceder al plan
propuesto por las amigas, con todo lo que desencadenó, se convirtió en la responsable
de que estuviese allí ahora, y, sobre todo, de estar con quien estaba. Aun así, le
costaba creer que fuese verdad.
Su madre le decía que el destino siempre guardaba ases bajo la manga y que
intentar predecir el futuro era tan inútil como intentar evitar que el agua se colara
entre los dedos. Dejó escapar un suspiro y se pegó más a Drake que, con la barbilla
apoyada sobre la cabeza de ella, la miró.
—¿Y ese suspiro? —preguntó él.
Ella se encogió de hombros y le apoyó la cara en el pecho. Por una vez no le soltó
toda la verdad. Tampoco sabría cómo explicar lo que ni siquiera ella comprendía.
Por no mencionar que, por muy limitadas que fuesen sus experiencias con otros
hombres, estaba segura de que usar palabras como «destino» durante los primeros
momentos de una relación haría que cualquiera pegara un frenazo, en todos los
sentidos de la expresión. Se estaba adelantando a los acontecimientos y tenía que
recordar, por una vez en la vida, que no debía centrarse en lo que pasaría el año o el
mes siguientes. Ni siquiera la semana siguiente. Tenía que vivir el presente y disfrutar
de cada día como si fuese el último.Le sorprendió que Drake no insistiese. A lo mejor se había percatado de que estaba
reflexionando sobre algo. Nadie dijo nada más durante el resto del recorrido, y ella se
dejó envolver por la calidez que desprendía su abrazo, como si de una capa
protectora se tratase.
Cuando llegaron al piso de Drake, la sacó del coche sujetándola con dulzura y le
pasó un brazo alrededor del cuerpo mientras se dirigía a la entrada con presteza.
Entonces, se despidió de los dos hombres que lo habían acompañado y estos
desaparecieron entre las sombras. Ella no había reparado en su presencia y, cuando se
esfumaron, se preguntó si no habrían sido producto de su imaginación. Al salir del
ascensor, Drake se quitó la chaqueta y la tiró en el perchero, como hacía siempre que
entraba en el piso. Después, se desabotonó las mangas de la camisa y se remangó
despreocupadamente para estar más cómodo.
—¿Ha disfrutado mi ángel de su noche de fiesta? —preguntó Drake—. Aunque, más
bien, parecías una princesa: tenías a un montón de admiradores pendientes de ti en
todo momento, estuvieses en la barra o en la pista.
Ella se sonrojó, algo avergonzada, y él respondió con una sonrisa amable. Al
principio, ir a Impulse le hacía la misma gracia que ir a un funeral, pero tenía que
admitir que, una vez allí y cuando se soltó, lo había pasado bastante bien.
Ser vip molaba, pero ser una «princesa vip», como la había apodado Maddox, era
otro nivel. En más de una ocasión había comparado todo lo que le había pasado hasta
el momento con un cuento de hadas, pero lo de esa noche había sido una fantasía
tecnológica, futurista y llena de ritmo que habría dejado a cualquier cuento de hadas a
la altura del betún.
Se lo había pasado en grande, varios desconocidos habían sido agradables con ella
y seguro que no había sido cosa de Drake: por mucho poder que tuviese, era
imposible que, con tan poca antelación, hubiese ordenado a todos los del club que
actuasen para ella y que fingiesen que les caía bien. Así que solo podía ser cuestión
de… magia: en algún lugar, tenía un hada madrina invisible que había agitado su
varita mágica para cambiarle la vida. Lo mejor es que ya era más de medianoche, su
príncipe estaba frente a ella y la contemplaba excitado.
Se arrojó a los brazos de Drake y lo estrechó con intensidad.
—Gracias. Ha sido la mejor noche de mi vida. Que sepas que lo mejor ha sido
cuando estábamos en tu despacho a solas y me diste de comer.
De repente, se sonrojó; no podía creer que hubiese soltado eso tal cual. Parecía una
gata que ronroneaba de felicidad porque su dueño le había dado una galletita. Él le sujetó la barbilla y se la levantó para que las miradas de ambos se cruzasen.
—Me alegra saber que te ha gustado porque tengo pensado repetirlo con asiduidad.
Cuando digo que me quiero hacer cargo de ti, hablo muy en serio, Evangeline. En
todos los sentidos. Y esta noche, sin ir más lejos, voy a enseñarte una parte de mí que
todavía no conoces. ¿Estás preparada?
Tragó saliva, nerviosa. A pesar de eso, sintió cómo la confianza le inundaba el
pecho, la emoción le recorría el estómago y la expectación la hacía temblar como un
flan. Se le secó la boca y se pasó la lengua por el labio inferior. Él percibió ese gesto
tan inocente y reaccionó observándole la boca con una mirada llena de calor que
recorrió su cuerpo de arriba abajo… muy abajo.
—Ve a la habitación y desvístete —dijo con calma—. Suéltate el pelo, pero déjate
las medias y los tacones. Cuando entre, quiero verte a cuatro patas, con las piernas lo
más separadas que puedas sin que te resulte incómodo. Te dejo unos minutos para que
te prepares. Iré en cuanto haga unas llamadas.
Lo había dicho con un tono pausado, pero lo último que quería Evangeline era no
estar preparada cuando él volviese, así que se fue a la habitación y se quitó la ropa.
Esta vez dejó a un lado el decoro y la incomodidad ante aquellas reglas tan explícitas
que le acababa de dar.
Se lo quitó todo y colocó con cuidado todos los regalos que Drake le había dado en
uno de los joyeros que venía con uno de dichos regalos; en cuanto al vestido y a los
tacones, los dejó en el armario. Mientras se quitaba la ropa interior, recordó que
quería verla con las medias y los tacones puestos. Soltó una palabrota y se los volvió
a poner, para luego quitarse el sujetador y las bragas. Ni cuando se estaba soltando el
pelo se atrevió a mirarse en el espejo: no quería ver cómo estaba ni lo que vería
Drake cuando entrase en el cuarto.
Antes de subirse a la cama, la ojeó con cierto nerviosismo, recordando las
directrices que Drake le había dado y preguntándose cómo podría hacer para
colocarse según lo pedido. Al final se puso a cuatro patas: plantó las manos en el
colchón con firmeza y, poco a poco, echó las rodillas hacia atrás hasta que las piernas
y los tobillos le quedaron colgando de la cama.
Sabía que no vería a Drake cuando entrase en la habitación porque estaba de
espaldas a la puerta y eso la hizo sentir vulnerable. Se preguntó, entonces, si no le
habría pedido que se pusiese así a propósito para contar con el factor sorpresa. Al fin
y al cabo, él siempre quería llevar la delantera en todo; de hecho, lo exigía.
En ese momento, se empezó a plantear si no habría sido demasiado rápida y si no tendría que esperar en esa postura mucho tiempo. Drake no había concretado el
número de llamadas que tenía que hacer ni cuánto le llevarían, probablemente para
hacer que la expectación continuase durante el mayor tiempo posible.
Notaba calientes todas las partes del cuerpo y se estremecía al imaginar lo que él le
haría, cómo la tocaría o cuán duro y exigente sería. Recordó el aviso que le dio
después de hacerle el amor por primera vez: que, aunque ella necesitaba hacerlo
como si fuera la primera vez, con él no siempre sería así.
Tiritó, pero no porque estuviese asustada, sino por las ganas que tenía de que
desatase todo su poder sobre ella. Debería tenerle miedo, pero no le salía; temía lo
desconocido y no saber lo que tenía preparado para ella, pero no a él.
A Eddie le había llevado meses convencerla de que se acostase con él y aun así,
aunque pensaba que era «el mejor», hubiese preferido no haber dado ese paso; fue
entonces cuando se dio cuenta de que nunca había confiado plenamente en él, y con
razón. Por otro lado, tras apenas unas horas con Drake, había disfrutado de un
orgasmo de infarto seguido de un sexo tan bueno que Eddie y, sobre todo, la
experiencia que había tenido con él empezaron a no ser más que un recuerdo cada vez
más remoto y que, por desgracia, todavía no se había esfumado.
Cerró los ojos y se dejó llevar por la euforia que le invadía el cuerpo despacio, y
que la dejaba tan aletargada y excitada que tardó un poco en darse cuenta de que
Drake se encontraba ya en la habitación. Hasta que la agarró del pelo y le levantó la
cabeza con cuidado no fue consciente de que estaba allí.
De pronto, la echó hacia delante, le pegó la cara al colchón y le ordenó que se
apoyase de lado, sobre una mejilla, para poder respirar. En ese momento, para su
sorpresa, le cogió las manos y se las colocó en la espalda y, acto seguido, procedió a
atárselas con una cuerda para inmovilizarla.
Estuvo a punto de soltar un quejido, pero lo contuvo; no quería mostrar resistencia
ante la primera muestra de dominación de Drake. La forma en que la forzaba a seguir
sus órdenes la ponía cachonda, y que ella no tuviese control sobre la situación no
hacía sino aumentar la expectación que sentía; de hecho, ya había empezado a gemir
un poco. Tenía todos los músculos del cuerpo agarrotados, por lo que cualquier tipo
de presión en los pezones equivaldría a una tortura. Además, la entrepierna le había
empezado a palpitar, y, para intentar evitarlo, no paraba de retorcerse de un lado a
otro.
—Estate quieta —ordenó Drake con dureza. Eso consiguió que cesase en su
empeño y que se concentrase de nuevo en lo que importaba. Para reafirmar sus palabras, le dio un azote en el culo. Durante un momento, el
ardor la descolocó, pero no tardó en olvidarse de este para disfrutar del placer que le
provocaba y que se había manifestado en una calurosa marca sobre la piel. Se sentía
mareada, como si estuviese en una cuerda floja entre el dolor y el placer; Drake
parecía conocer los límites de las mujeres.
En cuanto ese pensamiento se le pasó por la cabeza, cerró los ojos para evitar que
le fastidiase el resto de la noche. No quería saber cuántas mujeres habían pasado por
las manos de Drake antes que ella, ni tampoco cuántas lo harían después; lo único que
le interesaba era disfrutar del placer que Drake podía ofrecerle, sin importar cuánto
fuese a durar la relación.
En ese momento, le acarició el culo con ambas manos, para después usar los dedos.
Le introdujo uno en la vagina y empezó a masturbarla, lo que hizo que las paredes del
sexo se cerniesen en torno al dedo, impacientes. Quería más; no solo los dedos, sino
todo.
Ahora que sabía que le cabía sin problemas, estaba deseosa de probar esa polla
todo lo que fuese posible. Estaba convencida de que nunca habría otro hombre que la
fuese a complacer tanto, o con el que fuese a estar tan compenetrada, como Drake,
capaz de mover cielo y tierra solo para ofrecerle lo que necesitaba.
—Hoy, yo soy el protagonista —murmuró él—. No habrá ni una sola parte de ti que
no vaya a marcar o a dominar. Sí, has escuchado bien, he dicho «marcar». Así no te
quedará ni la más mínima duda de a quién perteneces en cuerpo y alma.
Ella suspiró y cerró los ojos al escucharle hablar con tanta convicción y, no sin
cierta languidez, dejó que sus palabras la anegasen como si de un torrente de agua se
tratara. Enseguida supo que necesitaba eso, lo que quería, y, aunque al principio le
resultó extraño, tras tantos años siendo la que se ocupaba de todo y la que tenía que
tomar el control y las decisiones necesarias, estaba bien tener a alguien que hiciese
eso por ella; de ese modo, la responsabilidad recaía en los hombros de otro. Con
Drake, todo se reducía a sentirse libre y a disfrutar de su control.
—Mi ángel puede soportar eso y más —dijo él—. No solo pareces inocente, sino
que también lo eres. Eres única, una rareza, no solo porque eres bella por dentro y por
fuera, sino también por tu singularidad. Pero sé que escondes una fortaleza en tu
interior de la que muchos hombres carecen: estoy seguro de que podrás con todo lo
que tenga preparado para ti esta noche y de que lo disfrutarás de principio a fin.
Sintió un escalofrío y un gemido se le escapó entre los labios. Drake reaccionó
apretándole el culo con una mano y palpándole aún más el coño con la otra. Ella había aprendido a distinguir su lenguaje corporal, cómo la tocaba para saber si algo
le complacía o no, y ese simple gemido de aceptación y de excitación le había
complacido. Y mucho.
Recordó, entonces, algo que le había dicho Drake al principio de todo: «A mí nadie
me dice que no. Nunca». Eso tendría que alarmarla porque, al fin y al cabo, estaba a
su merced y podía hacerle lo que quisiese, no había nada que pudiese evitarlo. Sin
embargo, no quería que se detuviese y llegó a la conclusión de que confiaba en él
sentimental y físicamente. Tenía claro que no le iba a hacer daño y que, por mucho
que hubiese dicho que esa noche él era el protagonista, los dos iban a disfrutar del
sexo.
Le dio otro cachete en el culo. En esa ocasión, no se sobresaltó ni se inmutó por el
dolor porque sabía que el placer no tardaría en llegar.
Dejó escapar otro gemido, él soltó otro taco y sacó los dedos de su interior.
—Te gusta —dijo con una satisfacción patente—. Me has dejado los dedos
chorreando en cuanto te he dado ese cachete en el culito. Te lo voy a follar, mi ángel,
pero antes vienen los calentamientos. Cuando acaben, tendrás tantas ganas de que lo
haga que serás tú la que me ruegue que te lo folle.
Abrió los ojos de par en par ante aquella declaración. Nunca había contemplado la
posibilidad de practicar sexo anal; era una de las cosas que no tenía pensado
experimentar antes de morir. Pero con Drake era distinto… No es que le hubiese dado
opción a negarse, pero acceder a todo lo que él le pidiese, aunque fuese eso, no la
desmotivaba.
—No te pasará nada, mi ángel —dijo con calma—; yo tomaré las riendas y veré
hasta dónde eres capaz de llegar. Puede que no distingas entre placer y dolor, pero el
placer siempre será más palpable y no tardarás en descubrir que, cuando un hombre
sabe lo que hace, el dolor se convierte en placer. Es una mezcla que puede resultar
embriagadora y que no tiene que ver con nada que hayas vivido hasta ahora, pero yo
me encargaré de que no te sobrepase y de que el placer siempre sea más intenso que
el dolor.
La sinceridad latente en sus palabras la derritió por dentro y, de pronto, le entraron
ganas de que empezase de una vez; quería experimentar todo lo que le había
prometido. Se volvió a retorcer de un lado a otro, incapaz de controlar el calor que le
consumía el cuerpo y sabía que sería mucho peor cuando pusiese en práctica todo lo
que había dicho.
Eso hizo que la golpease casi de forma instintiva otra vez en el culo carnoso como señal de aprobación de su cuerpo, por muy imperfecto que fuera. No tenía mucha
cintura, pero tampoco es que fuese una tabla, y algunas partes, como los pechos, las
tenía blandas. Las caderas eran anchas, lo que le daba una figura redondeada que
apenas guardaba proporción con la cintura o con los pechos. Por no hablar del
trasero, que era demasiado rollizo para el gusto de Evangeline, razón por la cual casi
nunca llevaba ropa ajustada. El caso es que, como a Drake sí le gustaba que vistiese
así, y sus últimas adquisiciones las había comprado siguiendo sus órdenes, casi todo
lo que llevaba era de ese estilo.
Él nunca había dicho nada que sugiriese que no le atraían sus curvas generosas. Las
amigas de Evangeline siempre ponían los ojos en blanco cada vez que se describía
como «rechoncha», pero ella prefería decir eso antes que mentir. Cada vez que se
miraba en el espejo, veía que tenía un cuerpo que no se parecía en nada al que la
sociedad consideraba como ideal para una mujer. Y Drake, que podría tener a
cualquier mujer mucho más deseable con un simple chasquido de dedos, la había
escogido a ella, y se enfadaba si la escuchaba menospreciarse; de hecho, muchas
veces le decía que se dejase de gilipolleces.
Entonces, recordó la noche en que le había dicho que las demás mujeres la trataban
como lo hacían porque no contaban con la belleza natural que ella poseía; una belleza
que intentaban conseguir gastando cientos de miles de dólares, sin resultados. Parecía
que había querido dejárselo claro, pero no para hacerla sentir mejor. ¿Cómo podía
reaccionar ante algo así?
Lo que sí sabía es que, aunque no era nada del otro mundo, tampoco era fea, sino
más bien del montón. A pesar de eso, Drake veía algo especial en ella, y se le notaba
cada vez que la miraba, sin saber que ella también se fijaba en él discretamente.
Fuese cual fuese el motivo, él sentía atracción hacia ella, pero le costaba creer que
hubiera hecho todas esas cosas por ella teniendo en cuenta el poco tiempo que
llevaban juntos.
Se había asegurado de que a la familia y a las amigas no les faltase de nada porque
no quería que se siguiese preocupando; quería que renunciase a todo el control, que se
lo cediese a él, y eso, más que gustarle, le encantaba. Quizás demasiado, teniendo en
cuenta que era una mujer independiente acostumbrada a sacar adelante a su familia y a
sí misma sin ayuda de nadie.
La voz brusca de Drake interrumpió sus pensamientos.
—¿Sigues aquí, Evangeline? Porque si tienes otras cosas que hacer, no me gustaría
ser un obstáculo. Pestañeó y se giró todo lo que el cuerpo le permitió para poder mirarlo a la cara.
Casi se encogió ante la tangible muestra de ira en su voz. Mierda. Había pasado de él
y no creía que nunca nadie hubiese cometido ese error.
—Estaba pensando —dijo con voz queda. No sabía qué otra cosa hacer, por mucho
que jugase en su contra.
—¿En qué? —preguntó en un tono gélido—. Porque o soy lo único en lo que
piensas mientras te follo o me parece que tenemos un problema.
—Estaba pensando lo guapa que me haces sentir —respondió con una voz cargada
de sinceridad para demostrarle que no mentía—. Antes de conocerte, nunca me había
sentido así. Resulta inquietante, pero es de las cosas más increíbles del mundo, y…
Se detuvo, pero Drake seguía observándola; sin embargo, ya no tenía la mirada
gélida y cargada de ira.
—Y… —dijo él, con más dulzura que antes.
—Que ya sabía que confiaba en ti a un nivel emocional, pero ahora que estoy
inmovilizada y atada en tu cama, y sabiendo que estoy indefensa, me acabo de dar
cuenta de que podrías hacerme lo que quisieses y, aun así, sé que no me harías daño.
Lo sé, Drake.
Él se quedó algo descolocado, como si no supiese qué responder a un discurso tan
apasionado.
—Lo siento si te ha parecido que no te prestaba atención —dijo con calma—. Todo
ha empezado porque me preguntaba qué me harías. No quiero que te contengas, Drake.
Tenías razón: soy más fuerte de lo que parezco y no voy a salir corriendo de tu
apartamento ni aunque hagas todo lo que has dicho que vas a hacer. Quiero ver a tu
verdadero yo, y todo lo que me puedes ofrecer tanto física como emocionalmente.
Evitó aludir al dinero y estaba segura de que él se había dado cuenta de ese detalle;
lo que menos le apetecía era que se pensase que estaba con él por eso. Solo le
quitaría valor a lo que tenían, y no quería que eso ensuciara la belleza o la progresión
de la relación.
Drake relajó el rostro por completo, y habló sin ira ni irritación en los ojos ni en la
voz cuando volvió a hablar.
—¿Tienes idea de lo que cuesta encontrar a alguien tan sincera como tú? —
preguntó con voz ronca.
Ella cerró los ojos, cohibida. Tenía la cara ardiendo solo por cómo la miraba,
como si pudiese ver en ella mucho más que cualquier otro, incluso más que las
amigas. Lo que ellas consideraban un fallo o algo que solo le traería dolor y vergüenza, para Drake era distinto.
Le dio la sensación de que ese hombre había pasado por muchos engaños a lo largo
de su vida, lo que explicaría por qué era tan brusco y directo; no intentaba dorarle la
píldora a la gente para hacerlos sentir mejor. Por eso creyó que tenía sentido que, si
apenas tenía a personas en las que poder confiar, y como él no se andaba con rodeos,
apreciase que Evangeline poseyese esas cualidades. Ella actuaba conforme a su
manera de ser y las mentiras no formaban parte de su carácter.
Además, no se le había pasado por alto que los hombres en que Drake más
confiaba, aquellos que no parecían empleados comunes y corrientes, compartían las
mismas características que él: eran bruscos, directos, no les gustaban las gilipolleces
y exigían obediencia y respeto.
—Mírame, mi ángel —ordenó Drake, y ella le obedeció para que las miradas de
ambos se pudiesen encontrar—. Nunca te avergüences de ser sincera y auténtica. La
gente así es excepcional y precisamente por eso son de los que más se suelen
aprovechar los demás, por desgracia. No pienses que hago eso contigo. Yo te quiero y
deseo que seas mía, pero nunca me voy a aprovechar de ti.
—A veces, peco de ser demasiado sincera —murmuró—. Hay gente que prefiere no
escuchar la verdad y no todo el mundo quiere saber lo que pienso en todo momento.
Le deslizó la mano por la curvatura del culo hasta llegar al muslo y le rodeó el ano
con un dedo.
—Yo siempre quiero la verdad —dijo con un tono serio—, sobre todo en lo que se
refiere a ti, para saber en qué piensas o cómo te sientes, así que nunca te veas en la
necesidad de mentirme. Pero, si lo hicieses, implicaría dos cosas: que no lo estoy
haciendo bien y que no he podido conservar tu confianza. En cualquier caso, no me
parecería admisible.
Ella suspiró, aliviada. Llevaba mucho tiempo midiendo sus palabras y
conteniéndose para no herir los sentimientos de los demás sin querer. Era difícil ir en
contra de algo que sus padres le habían inculcado desde tan pequeña, pero también se
negaba a mentir porque sí, por eso, en más de una ocasión, simplemente se quedaba
callada.
—Para mí, poder estar juntos significa más de lo que imaginas, Drake —dijo,
mirándolo fijamente a sus ojos cautivadores.
Le metió otro dedo, y ella gimió. Abrió y cerró los ojos varias veces por el placer
que le atravesaba el cuerpo en un recorrido ardiente, como si se hubiese quemado por
su tacto. —Abre los ojos. Quiero verte cuando te corras —dijo Drake. Ya no quedaba rastro
de la dulzura y de la amabilidad de antes.
Sintió otro escalofrío por la facilidad con la que había retomado su papel de macho
dominante con poder absoluto sobre su hembra. En cuanto lo obedeció, supo que era
lo que quería. Probablemente, a muchos les resultaba imposible entender su lenguaje
corporal o distinguir los cambios inapreciables de su mirada, pero ella ya podía
interpretar cada gesto o, al menos, los que hacía por ella.
Entonces, se acordó de algo que había dicho hacía poco y lo miró, frunciendo el
ceño, mientras él la masturbaba despacio.
—¿No ibas a ser tú el protagonista? —preguntó con una voz ronca y sensual que
hasta a ella le pareció irreconocible.
Los ojos le brillaron y los rasgos tan marcados de la cara provocaron que la sonrisa
que emitió casi pareciese cruel. Estaba muy bueno y era un macho alfa, y eso a ella le
encantaba. Nunca se había imaginado que existiesen hombres como él en la vida real.
Los demás lo temían, reconocían su poder y que era depredador. Por norma general,
siempre había evitado a los hombres como Drake: no tenía ni idea de por qué se
sentía tan atraída hacia él y hacia su carácter dominante. Tendría que estar aterrada y
no expectante por las cosas que le había prometido que le haría.
—Mi ángel, si crees que no soy el protagonista al hacer que te corras y me dejes la
mano chorreando mientras tienes el culo en pompa, estás muy equivocada. Sí, soy el
protagonista y yo decido lo que quiero y lo que quiero que hagas. Soy el protagonista
puesto que voy a ver cómo te corres usando las manos, la lengua y la polla. Todo gira
en torno a mí. ¿Qué hombre no querría a una mujer como tú atada en su cama como un
ángel inocente?
La opresión que sintió en el pecho era tanta que le dolía... Se había quedado sin
palabras y, aunque no fuese el caso, tampoco podría haber dicho nada porque Drake
empezó a meterle caña: con una mano, procedió a explorarle la zona más delicada y
sensible del cuerpo; la otra la usaba para apretarle los pezones, los pechos, el vientre
y para recorrerle la espalda hasta llegar al culo y golpeárselo.
Evangeline respiraba entrecortadamente y no creía poder aguantar mucho más, pero
deseaba que no acabase nunca; daba igual que él le hubiese prometido que no era más
que el principio. En ese momento, empezó a temblar con fuerza y se echó sobre el
colchón, incapaz de soportar su peso solo con los brazos. Iba a tener un orgasmo
enorme y arrollador, pero no estaba segura de si podría mantenerse consciente una
vez que llegase. Tenía la mente en otra parte, estaba fuera de control y parecía no poder percibir algo que no fuesen Drake, su voz y cómo la tocaba.
No pensaba con claridad. Solo sabía que se estaba moviendo sin parar,
acercándose poco a poco al enorme abismo al que se arrojaría en caída libre y que
solo Drake estaría abajo para atraparla y protegerla, como le había prometido que
haría.
—Así me gusta, mi ángel —dijo Drake con una voz áspera y cargada de excitación
—; déjate llevar, pero no apartes la mirada de mí. Cuando te corras, quiero ver cómo
esos ojos azules se vuelven borrosos por el placer que te estoy proporcionando y
saber que ningún otro hombre verá lo que yo estoy viendo, ni tendrá lo que me estás
dando ni será capaz de ofrecerte lo que yo te ofrezco. Eres mía, y antes de que salga
el sol, tú también sabrás quién es el dueño de tu cuerpo y de tu alma.
Costaba no rendirse y cerrar los ojos tras escuchar la verdad que impregnaba el
discurso cargado de pasión de Drake, que la había dejado trastocada. Era su verdad.
Eran sus reglas. Ella le pertenecía y nunca hubiese imaginado que unas palabras así le
pudiesen llegar al corazón de forma tan directa. Se preguntó si Drake y esa
dominación no serían lo que le había faltado a su vida hasta el momento y no tardó en
tener clara la respuesta, que le recorrió, serpenteante, cada célula del cuerpo.
En cualquier caso, se centró en Drake, como él le había pedido que hiciese. Las
miradas de ambos estaban conectadas, la chispa que creaba dicha conexión sobrepasó
el placer físico y la precipitó a una entrega total. Era como si se hubiese roto en mil
pedazos, pero ahora que las miradas de los dos eran una, no podría desprenderse de
ella por nada del mundo. El reflejo de su placer en la mirada de Drake era la
sensación más erótica y poderosa que había experimentado nunca.
Fue entonces cuando se sintió completamente segura, como si nada ni nadie le
pudiesen volver a hacer daño; en brazos de Drake, estaría a salvo. El mundo exterior
dejó de existir. La vida que había llevado y sus costumbres se evaporaron hasta que
solo quedó el momento presente y el mundo en el que había accedido a entrar: el de
Drake. Quizás estaba loca por ser tan impulsiva y actuar de esa forma tan impropia de
ella, pero por mucho que así fuera, tenía muy claro que lo que había entre ella y Drake
era real. Tan real que la asustaba, pero, a la vez, le daba la sensación de que formaba
parte de algo, una cosa que no había sentido desde que se fue de casa de sus padres
para mudarse a Nueva York a trabajar.
Ahora que tenía a Drake, anhelaba disfrutar de todo lo que le tenía que ofrecer más
incluso que respirar. Con el tiempo, los miedos y las preocupaciones que la asolaban
no serían más que un recuerdo lejano; o eso se obligaba a creer porque lo que tenían le importaba demasiado como para plantearse una vida tras algo tan bello y que la
había consumido tanto.
No creía posible regresar a esa vida que llevaba antes después de pasar por un
mundo en que Drake era quien dictaba las normas y quien llevaba la batuta en todo,
incluso en su entorno. Le había abierto la puerta a un universo fascinante y de colores
vivos que contrastaba con la gama de grises en la que habitaba antes, repleto de tareas
y responsabilidades que realizaba de forma mecánica, y que convertían su día a día en
una monotonía insufrible.
Desechó cualquier pensamiento en que Drake no formase parte de su vida. Lo
último que quería era fastidiar ese momento, en el que la reclamaba y ejercía una
dominación física sobre ella: la única parte de su relación que todavía no se había
afianzado.
No fue plenamente consciente del momento en que Drake empezó a desnudarse
porque se lo impidió la respiración pesada y errática que tenía al acabar de tocarla.
Antes de poder procesar los efectos explosivos del orgasmo que había tenido, así
como que no podía estarse quieta y la entrepierna le palpitaba porque quería más, le
agarró el culo y se lo movió hacia arriba y a los lados.
Estaba empalmado y la tenía muy grande, así que le acercó el glande, primero poco
a poco, para, de repente, metérselo con fuerza. El dolor y que no estuviese preparada
causaron en ella una sensación inexplicable que se le expandió por todo el cuerpo, a
la vez que el tejido dolorido luchaba contra esa irrupción enérgica. La notaba tan
apretada dentro de ella que sabía que le quedarían marcas y le encantaba pensar que,
cada vez que se sentase durante los próximos días, recordaría que la había poseído y
que aquellas marcas podían demostrar su dominación.
Se la fue sacando hasta que solo la notó rozándole la entrada y luego se la volvió a
meter con más fuerza aún que antes. A ella se le escapó un grito ahogado cuando se
dio cuenta de que se la había metido hasta el fondo y que ya no podía hundirla más.
La primera vez no se parecía en nada a aquello; entonces había sido dulce y amable,
la había llevado paso a paso y casi parecía que la veneraba, lo que la había hecho
llorar. También le había dicho que la primera vez juntos la pasaría como debía haber
sido su primera vez con un hombre.
La había avisado de que no siempre sería así y ese pensamiento le rondaba la
cabeza porque aquello era solo una muestra de lo que estaba por llegar y de lo que
implicaría estar con él. Eso la excitaba y la ponía tan cachonda que ya podía notar las
primeras señales de un orgasmo inminente. Sentía que no podía dar más de sí. El ardor interior volvía borrosa la fina línea que
separaba el dolor y el placer y unía ambas sensaciones una y otra vez hasta que lo
único que distinguía era el puro éxtasis.
—Te voy a follar largo y tendido, mi ángel. Voy a jugar con esa boca tan dulce que
tienes y luego pasaré al culo, que es más dulce, si cabe. Después, me correré sobre ti
para marcarte y para que no te quepa duda de a quién perteneces.
Se estremeció intensamente. Solo con escucharlo sentía que estaba más cerca de
otro orgasmo igual de explosivo que el anterior. Le gustaba mucho la forma tan
descriptiva y explícita con que se expresaba, con esas palabras tan obscenas, pero
cargadas de sensualidad; en definitiva, surtían el mismo efecto excitante y estimulante
que la forma en que la tocaba.
Comenzó a penetrarla, y ella recibió las fuertes embestidas. Le pasó las manos por
la cadera y se la apretó con los dedos para que no se moviera, a medida que la echaba
hacia atrás para que recibiese la siguiente embestida.
Entonces con una mano le sujetó las muñecas atadas y con la otra le agarró del pelo
y tiró de él. Tiró tan fuerte que le levantó la cabeza de la cama y, entonces, pudo
verlo: tenía las piernas separadas y estaba encorvado sobre ella mientras la penetraba
cada vez más fuerte. Se quedó así, mirándola.
Permanecieron de este modo un buen rato, compartiendo, sin palabras, el poder
magnético que los unía, como si fuesen incapaces de hacer nada para romperlo. Ella
no quería que acabase y, a juzgar por la mirada inquietante y llena de determinación
de Drake, él, tampoco.
Entonces, él cerró los ojos y, entre sacudidas, se retiró de su cuerpo dolorido poco
a poco. Se acercó a su lado de la cama, la arrodilló sin desatarle las manos y se puso
de pie en la cama. Con la espalda apoyada en el cabezal, abrió las piernas y colocó a
Evangeline frente a él.
Le agarró la cara y se la dirigió a la gran erección que tenía.
—Abre —dijo con brusquedad—, pero no te muevas ni hagas nada que no sea
quedarte en esta posición mientras te follo la boca lo más fuerte que pueda.
Estaba inclinada hacia delante, tenía las manos atadas a la espalda y Drake le
sujetaba la cabeza para guiarla. No le quedaba otra: tenía que seguir sus
instrucciones. Al abrir la boca, él le bajó la cabeza un poco más y se la metió con
fuerza hasta que llegó a la garganta, momento en que se detuvo para proferir un
gemido que le vibró en la polla y en la boca de ella. Enredó las manos en el cabello
de Evangeline y tiró de él hacia arriba para poder ver, sin ningún tipo de impedimento, cómo se la estaba chupando.
A ella también le hubiese gustado poder verlo todo mejor. Darle tanto placer a su
hombre la hacía estremecer completamente y tenía los sentidos tan agudizados que
sentía que pronto tendría otro orgasmo por el puro hecho de complacerlo.
Jadeó con aquella gran erección en la boca y él la recompensó con otro sonido
entrecortado procedente de la garganta. Al escucharlo, sonrió, lo que le sirvió para
relajar un poco la mandíbula y para que él tuviese vía libre para hacerle lo que
quisiese.
De pronto, soltó una palabrota y se quedó inmóvil, y ella se asustó tanto que se le
aceleró el pulso. Se puso nerviosa y pensó que había hecho algo mal, que le había
hecho daño; él, al percibir eso, le acarició el pelo y le levantó la barbilla para que
pudiese verle la cara, por lo que la mayor parte de la polla se le salió de la boca.
—Me queda poco —reconoció—. Demasiado poco, y no estoy listo para que se
acabe.
Ella volvió a sonreír y aprovechó para jugar con delicadeza con la lengua alrededor
del glande.
—Quiero ese culo, mi ángel, pero va a pasar algo de tiempo hasta que estés
preparada. Te voy a desatar porque quiero que te toques mientras te preparo y, sobre
todo, cuando te la meta, para que no sientas dolor.
La idea de masturbarse delante de él hizo que se ruborizase. Como si pudiese leerle
la mente, Drake la puso de rodillas ante las suyas, sonrió y le pasó el pulgar por los
labios hinchados.
—Confía en mí, cielo. Será complicado que pueda disfrutar si tú no te das placer,
sobre todo cuando te la meta. Se trata de que llegues a un punto en que anheles tanto
correrte que me rogarás que te folle más rápido y más fuerte para que lo puedas hacer.
Y que te quede claro: no te correrás hasta que yo te lo diga. Más que nada porque no
sería lo mismo si tú ya has acabado, y yo todavía me estoy motivando. Tengo pensado
follarte el culito un buen rato.
Ella notó que la invadía el calor por todo el cuerpo e, incapaz de estarse quieta, se
movió sin parar; deseaba experimentar de una vez la posesión total de Drake. Este le
desató las manos y le frotó las muñecas para asegurarse de que estaban bien; luego,
tiró la cuerda al suelo y la agarró del mentón para mirarla a los ojos.
—Ponte como estabas antes, con las rodillas en el borde de la cama. Agacha la
cabeza y apoya el pecho en el colchón para que te puedas masturbar de la forma que
prefieras. Voy al baño a por algo de lubricante. Mientras tanto, ve haciendo lo que te he pedido; cuando vuelva, quiero verte poniéndote a tono.
Había algo en la forma en que se lo dijo que le dio la sensación de que sería mejor
hacerle caso.
Se alejó de él, se puso a cuatro patas y, poco a poco, acercó las rodillas al borde de
la cama. Entonces, se inclinó hacia abajo, apoyó la cara y el pecho en el colchón y,
con la mano en la pelvis, empezó a moverse en busca de la posición adecuada. Fue
acercando cada vez más los dedos al clítoris, que no dejaba de palpitarle y, cuando
llegaron a él, suspiró de alegría a medida que unas oleadas de placer empezaban a
correrle por las venas.
Drake volvió enseguida; todo lo que estaba sintiendo la tenía tan absorbida que no
fue consciente de que estaba allí hasta que le pasó una mano por el culo. Eso la
sobresaltó y se bajó de la nube en que estaba.
—Si crees que te vas a correr, deja de tocarte —ordenó Drake—. Recuerda que no
puedes hasta que te lo indique, porque cuando lo haga, querrá decir que también estoy
a punto, y quiero que lo hagamos juntos.
—Estoy contigo, Drake —susurró y luego sonrió. Supo que eso le había gustado por
la mirada abrasadora que le lanzó.
Se untó un dedo con lubricante y se lo frotó en el culo; el líquido estaba tan frío que
contrastaba con lo calientes que tenía las manos. Acto seguido, se lo introdujo solo un
poco y, gracias al lubricante, no tardó en tenerlo todo dentro. Ella abrió los ojos de
par en par porque no se esperaba que lo fuese a notar tanto.
—Tócate —ordenó con un tono cortante—. No te he dado permiso para que pares y
te voy a follar el culo estés preparada o no, así que tú misma.
Si para aguantar con el dedo dentro ya tenía que hacer un gran esfuerzo, no se podía
imaginar cómo le iba a caber una polla tan grande. No quería que se lo tuviese que
recordar y no quería que se enfadara, por lo que se rozó el clítoris con un dedo y
empezó a moverlo hasta que dio con el ángulo correcto, con la presión suficiente y
con la velocidad necesaria que le permitiesen distraerse de la exploración, amable
pero constante, que llevaba a cabo Drake para asegurarse de que estaba bien
lubricada para follarla.
Recordó que no debía dejar de tocarse ni aun cuando le metiese toda la polla, así
que cerró los ojos y se centró única y exclusivamente en la sensación de placer que le
proporcionaban los dedos. Entonces, la presión abrumadora y la quemazón que
acompañaron su primera exploración se convirtieron en otra cosa.
Estaba tensa, nerviosa. Quería que parase y, al mismo tiempo, que la follase sin parar para ponerle fin a todo aquello.
Emitió un sonido similar a un gimoteo y él paró en seco en cuanto lo escuchó.
—¿Es demasiado? —murmuró Drake mientras se la metía un poco más.
—No. Quiero más, Drake. Por favor. Lo necesito. Estoy a punto y te quiero sentir
dentro. Ya no hay dolor, solo placer.
Como si fuese ella la que daba las órdenes, al escucharla decir eso, Drake se la
metió aún más fuerte que antes, ella articuló un grito ronco y se vio obligada a dejar
de tocarse para no correrse en ese preciso instante. Resolló y se agitó sin parar
mientras Drake se la metía tan hasta el fondo que notaba los testículos en las nalgas.
¡Joder! Era la sensación más increíble que había experimentado nunca. Eso decía
mucho, teniendo en cuenta que jamás se habría imaginado que le gustaría el sexo anal;
al contrario, le provocaba náuseas. Pero, en ese instante, simbolizaba el control total
de Drake y la dominación que ejercía sobre ella.
A ella le hacía falta algo así. Le hacía falta él.
Se la fue sacando poco a poco hasta que solo le quedó la puntita. Permaneció así
unos segundos y se la volvió a meter de golpe, lo que la hizo gritar de nuevo.
—Dios, Drake… Es demasiado. No aguantaré mucho más —dijo, impotente—.
¿Qué hago?
—Silencio. Aún no he terminado. Apoya las manos en la cama, échalas hacia
delante y quédate así hasta que esté listo.
Lo obedeció a regañadientes y cerró los ojos para prepararse para lo que pasaría a
continuación. El coño y la boca se los había follado con más intensidad, pero eso no
quitaba que siguiese siendo duro: cada embestida parecía llegar más hasta el fondo
que la anterior. Sin embargo, al poco empezó a meter y a sacar a un ritmo lento y
pausado hasta que el mundo se volvió difuso a su alrededor.
Tras lo que le pareció una eternidad, le sujetó la cadera con firmeza con una mano
y, con la otra, la agarró del pelo y tiró de él hacia arriba, obligándola a alzar el
cuello.
—Tócate, mi ángel. Ya me queda poco, así que tienes que hacerlo para que
podamos llegar a la vez.
Esperaba aquel momento con impaciencia. Volvió a llevarse la mano al clítoris y
no tardó en encontrar su zona preferida. Gimió en cuanto la invadió la primera
sacudida.
—Me lo dices como si no estuviese preparada —dijo, casi sin aliento—. Hazlo,
Drake. A mí también me queda poco y quiero que sea duro, fuerte o como tú lo prefieras, pero quiero ser tuya; solo tuya.
Pasó la mano que le sujetaba el pelo a la cintura e inclinó a Evangeline hacia arriba
todavía más. Entonces, la empezó a follar como si no hubiese mañana y, al poco, ella
se notó en el sexo la humedad previa a un orgasmo cual maremoto que arrasa todo a
su paso.
Gritó con fuerza y enloqueció bajo el cuerpo de Drake. Este no tardó en echarse
sobre ella y la presionó contra la cama mientras la seguía follando sin parar.
De repente, notó que Drake se apartaba de ella y le sacaba la polla del ano y, casi a
la vez, un chorro caliente le cayó en la espalda y en el trasero. Entonces, se la volvió
a meter y se quedó así unos instantes, moviéndose de un lado a otro entre
estremecimientos y vaciándose en su interior.
—Qué hermosa visión —dijo con voz ronca—. Eres mía, mi ángel. Toda mía. Ten
por seguro que me perteneces y que ningún otro hombre tocará o poseerá lo mío.

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sometida "los ejecutores"
JugendliteraturEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...