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La cena fue un suplicio para Drake. La fachada que mostraba con tanta arrogancia al
subir en el ascensor con aquellos hombres, con los que se había reunido en su
apartamento por «negocios», quedó destruida por completo. Solo mantenerse aferrado
con uñas y dientes a lo poco que quedaba de su voluntad de hierro lo separaba de
desistir y mandarlos a todos a tomar por culo.
En tal estado de la situación, cuando uno de los hombres soltó una risotada y le dio
una palmada en el hombro, ya sentados en el reservado de uno de los restaurantes que
Drake frecuentaba, y le dijo «Qué buen espectáculo, Drake. Nunca hay que dejar
pasar la ocasión de recordar a una mujer el lugar del mundo que le corresponde»,
Drake estuvo a punto de lanzarse encima de él y reventarle las entrañas a golpes.
¿El lugar en el mundo que le correspondía a Evangeline? De algún modo, sin que ni
siquiera se hubiese dado cuenta, ella se había convertido en todo su mundo. Y ya no
podía imaginar su mundo sin su dulce y generosa sonrisa ni su entrañable
determinación por cuidarlo y hacer que se sintiese cuidado. Precisamente de eso iba
todo lo que había ocurrido aquella noche. ¡Joder!
No conseguía evitar que la mirada de desolación de Evangeline le pasara una y otra
vez ante los ojos como si hubiera un carrete fotográfico sin fin dentro de su cabeza.
Sus lágrimas y su miedo a él, joder. Él, que había jurado que jamás le daría razón
alguna por la que tenerle miedo, que ella siempre estaría segura a su lado y que la
protegería por encima de cualquier cosa. Y la idea de que se había comportado
muchísimo peor que el cabronazo de su antiguo novio era casi insoportable.
Pero no podía reaccionar. No podía acortar la cena para poder llegar a casa pronto,
hincarse de rodillas y suplicar su perdón, perdón que no merecía, porque entonces
aquellos hombres sabrían exactamente qué significaba Evangeline para él y la
utilizarían para chantajearlo y sacarle todo cuanto pudieran.
Drake era una fuente inagotable de frustración para sus enemigos y competidores
porque no tenía ningún punto débil. No había manera de tocarlo, de herirlo, y lo
temían porque era despiadado y tomaría cualquier represalia contra ellos y sus
negocios. Por no mencionar que estaba rodeado por los hombres en los que más
confiaba, los cuales darían su vida por proteger a Drake y eran exactamente igual de
temibles que él. Pero harían daño a Evangeline sin pensárselo dos veces y sin escrúpulos. La
usarían como medio para destruirlo y no les importaría una mierda si acababan con
ella, o con él mismo, por el camino. Saborearían la oportunidad de hundir por
completo a Drake y a su monopolio en numerosos campos empresariales.
Y jamás podría vivir consigo mismo si Evangeline resultaba herida, si le pegaban
una paliza de muerte o la mataban por su culpa. Él jamás podría vivir sin ella. Y lo
jodido del asunto era que acababa de admitirlo, pero lo sabía desde hacía tiempo.
Sencillamente no había sido capaz de afrontar la verdad, porque eso lo hacía débil y
vulnerable.
¿Cómo podría hacerle entender aquello?
Acababa de destrozar algo muy preciado y de cagarse encima de la confianza
incondicional y la fe que ella había depositado en él con tanta generosidad, sin
ataduras, sin condiciones, a pesar de que bien sabía Dios que él nunca le había dado
razones para hacerlo. Él había recibido, pero nunca le había dado nada importante. Al
menos, nada importante para ella. Le había dejado regalitos caros por el camino como
si le diera golosinas a un perro, cuando lo único que ella quería era lo que él había
sido lo bastante valiente de ofrecerle: un acceso sin restricciones a su corazón. Era un
cobarde de mierda que no se merecía ni siquiera lamerle los zapatos.
Uno de los hombres echó un vistazo a Drake, cuya actitud serena y calmada
enmascaraba un estado de agitación interna como no había experimentado jamás en su
vida.
—Vaya chochito que tienes allí, Donovan, te puedo asegurar que a mí me la pelaría
que no supiera cocinar.
Los demás soltaron una carcajada y asintieron mostrando su conformidad.
—No me importaría poder probarla un tiempo. Si te vas a deshacer de ella,
házmelo saber, ¿de acuerdo? Y si no vas a hacerlo en breve, avísame cuando lo hagas
para que pueda agenciármela y catarla.
Drake sonrió a pesar de que estaba hirviendo por dentro.
—Está bien dotada en cuanto a otros talentos, ya sabes, lo que compensa sus
carencias en el resto. De momento me entretiene, pero mantendré tu oferta en mente y
cuando me canse de ella y lo bueno deje de compensar lo malo, encantado de que te la
lleves.
Drake odió cada palabra. Le ponía enfermo hablar de Evangeline con aquella falta
de respeto y discutir como si tal cosa el hecho de pasársela a otro hombre como si se
tratase de mercancía usada. Solo podía pensar en los ojos de su ángel cuando la insultó y la humilló delante de los demás. Había invertido tanto en reconstruirla, en
restaurar su confianza después de lo que su ex hizo con ella, y ahora, en tan solo unos
pocos minutos, había destruido por completo todo en lo que él había trabajado para
conseguir devolverle su seguridad.
Le entraron ganas de vomitar.
Tenía que arrastrarse y dar explicaciones como un condenado cuando volviese a
casa. De rodillas. Tendría que hacer algo que había jurado no volver a hacer jamás.
Suplicar. Lo que fuera con tal de que Evangeline lo perdonara y volviese a confiar
otra vez en él. Porque durante el resto de su vida, no pasaría ni un solo día en que no
recordase aquella noche, y la pena y la humillación, cómo caían las lágrimas por su
hermoso rostro mientras él la desgarraba frente a los demás, que estaban allí en pie,
observando entretenidos y mostrando su aprobación.
—Ahora, si podemos volver a hablar de negocios y despachar un asunto tan
irrelevante como el último chochito que me he agenciado… —dijo Donovan con
irritación.
El resto dejó de bromear, y la expresión en sus caras se tornó seria.
El cabecilla de la familia Luconi se inclinó hacia delante y habló con voz grave.
—¿Tienes intención de respaldar nuestro golpe para tomar el control sobre los
Vanucci?
—Eso depende —contestó él arrastrando las palabras.
Ni de coña haría negocios con tipos que habían mostrado con tal descaro su falta de
respeto hacia Evangeline, aun siendo el colmo de la hipocresía, ya que había sido él
quien los había instigado. Pero podía amañarlo para que pareciera como si uno de los
miembros de la familia Luconi estuviese pasando información a los Vanucci, lo que
podría convertirse en el comienzo de una guerra entre las dos familias rivales y
acabar resultando la eliminación de esos dos granos en el culo de Drake.
—Dinos cuál es tu precio, Donovan —dijo el Luconi más viejo con voz grave—.
Tu nombre tiene bastante peso en sí mismo. Si estás relacionado en modo alguno con
nosotros, los Vanucci ni siquiera nos plantarán cara, porque lo último que quieren es
cabrearte.
—Tendré en cuenta tu proposición —contestó Drake, fingiendo que se planteaba el
asunto seriamente—. Haré que uno de mis hombres se ponga en contacto con vosotros
dentro de pocos días para discutir los términos. Cuando a los Vanucci les llegue el
soplo de esta reunión, vendrán a verme con su oferta, así que será mejor que
aparezcáis con la mejor oferta que tengáis. El más viejo de los Luconi entrecerró los ojos mientras lo miraba fijamente.
—¿Y cómo cojones iban a saber ellos que nos hemos reunido contigo a no ser que
se lo cuentes tú?
Drake se echó a reír con desdén.
—Eres un idiota, viejo. Si crees que los Vanucci no tienen un hombre dentro de tu
organización informando de todas y cada una de las veces que vas al baño a cagar, es
que no eres tan inteligente como creía.
Por lo pronto, ya estaba plantando la semilla de la duda para cuando él
efectivamente filtrara la información a los Vanucci, lo que instigaría un baño de
sangre entre las dos familias del crimen organizado.
Para alivio de Drake, sirvieron por fin los entrantes y los devoró deprisa, sin ni
siquiera saborear lo que tenía por delante.
Puso mucha atención en no mirar el reloj para comprobar cuánto tiempo había
pasado porque quería que aquellos hijos de puta se largasen, aunque ellos parecían
estar tomándose su tiempo.
No eran estúpidos. Él se tomaba muy en serio no subestimar a sus socios o a sus
enemigos. No le cabía duda de que estaban tomándose su tiempo y observando muy de
cerca cada uno de sus gestos para poder determinar la importancia que le daba a
Evangeline.
Y por eso fue Drake quien sugirió que se tomaran unas copas después de cenar,
dejándoles decidir si no tenían prisa o si simplemente estaban tratando de que no
descubrieran su farol.
Por suerte para él, una vez los Luconi hubieron discutido el asunto de los Vanucci
en profundidad y tratado de forzar el compromiso de Drake allí mismo, acabaron
dándose por vencidos y dieron la noche por terminada, conque cada uno se fue por su
lado desde el restaurante mientras Drake se escabullía por la parte trasera como si
nunca hubiera estado allí.
Llamó a su chófer y le dijo que fuera a buscarlo a dos calles del restaurante,
entonces entró corriendo en el coche y le ordenó que llegara a casa lo más rápido
posible. Su chófer, sin extrañarse por la petición, pisó a fondo de inmediato. Drake
mantuvo las manos apretadas en un puño a lo largo de aquel interminable camino.
Maldijo cada semáforo, pero el chófer se movió con habilidad por las calles para
dirigirse a las intersecciones que no solían tener demasiado tráfico. Cuando por fin
llegaron, salió corriendo antes de que el coche se hubiera detenido por completo.
Tomó el ascensor exprés que iba directamente a su casa desde el vestíbulo, temiendo que Evangeline ni siquiera lo mirase y ni mucho menos escuchara nada de lo
que tenía que decirle.
Señor, haz que sea dulce, generosa y que me perdone una última vez y nunca jamás
le volveré a dar motivos para desconfiar de mí.
En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, se lanzó dentro del apartamento
gritando su nombre. Se contrajo de dolor al ver el desastre de la cocina, todo aquel
menú tirado por el suelo, con sartenes y cazos desparramados por la encimera, la
vitrocerámica y el suelo, junto con lo que contenían.
Cuando vio el salón de camino al dormitorio, su temor no hizo más que aumentar al
ver las bandejas de plata con los aperitivos esparcidos por toda la estancia, las
botellas de vino y de licor hechas añicos y las enormes manchas aún húmedas en la
alfombra y los muebles.
Sin prestarles atención, entró en el dormitorio dispuesto a suplicar de rodillas su
perdón. Tenía que darle muchas explicaciones; explicaciones que podían suscitar
preguntas que no estaba preparado para contestar por miedo a ahuyentarla. Si no lo
había hecho ya.
Pero Evangeline no aparecía por ninguna parte. Todas las joyas que él le había
regalado, junto con las que había lucido aquella noche, estaban desperdigadas por la
cama y los restos del vestido que llevaba puesto yacían hechos jirones en el suelo.
Cuando fue a comprobar el armario, vio que no faltaba nada a excepción de un par
de vaqueros, unas cuantas camisetas sencillas y un par de zapatillas de deporte. Lo
más destacable era que su pequeña maleta de mano había desaparecido.
Se derrumbó y cayó de rodillas; sentía una presión enorme en el pecho, como si lo
hubieran aplastado.
Su peor pesadilla se había hecho realidad: se había ido.
La había echado. La había tratado de una forma despreciable.
Desde que era niño no sentía una desolación y una desesperación tan impotentes
como aquellas. Pero aquello lo había provocado él, que había hecho lo impensable.
Él no era la víctima, sino Evangeline. Su dulce e inocente ángel cuyo único delito
había sido amarlo, querer cuidar de él y mostrarle cuánto le importaba.
Y él se lo había pagado cogiendo ese regalo y tirándoselo a la cara de la manera
más despreciable en que un hombre puede herir a la mujer a la que quería.
Enterró la cara entre las manos; la agonía le desgarraba las entrañas.
—La he cagado, mi ángel. Pero voy a ir a buscarte. Sé que te he fallado, que te he
decepcionado. Pero no pienso dejar que te vayas. No renunciaré a ti. Lucharé por ti hasta mi último aliento. No puedo vivir sin ti —susurró—. Eres lo único bueno que ha
habido en mi vida. Eres el único rayo de sol que he tenido en esta vida gris.
»No puedo vivir sin ti. Eres mi única razón para vivir. Tienes que volver a casa,
porque sin ti no tengo… no soy nada.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora