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En el colmo de la cobardía, Evangeline no puso excusas ni hizo amago de
disculparse cuando salió del apartamento mucho antes de que fuesen las siete de la
tarde siguiente.
Había disfrutado de un pequeño respiro, ya que al llegar a casa y para su gran
asombro, sus amigas no estaban esperándola para sonsacarle hasta el último detalle
de su noche en el Impulse. Sin embargo, a la mañana siguiente la despertaron
amontonándose todas en una de las dos camas en la habitación que compartía con
Steph y, literalmente, se le echaron encima.
Evangeline refunfuñó y se quejó de que la despertaran cuando tenía turno de noche
aquel día, pero no le hicieron caso. Le dijeron que ya tendría tiempo para echarse una
siesta después de darles todos y cada uno de los detalles, palabra por palabra, de la
revancha que la habían empujado a tomarse. Como si pudiera dormir después de
contarlo…
Dudó un buen rato, mordiéndose el labio inferior hasta que sus amigas empezaron a
preocuparse, y supo que tendría que desembuchar o pensarían que había pasado algo
mucho peor de lo que realmente había sucedido, y entonces no tendrían ningún reparo
en ir a ver a Eddie y darle una paliza.
¿Un tirillas contra sus tres amigas salvajes y su genial maldad, que en su opinión era
su mejor rasgo? No tendría escapatoria. Entonces Evangeline tendría que pasarse el
resto del día buscando la forma de pagarles la fianza a las tres para sacarlas de la
cárcel, cuando conseguir el dinero para pagar la fianza de una sola sería imposible.
Sus amigas eran protectoras y leales, su amistad era incondicional y no las
cambiaría por nada del mundo. Por eso, se lo contó todo, a pesar de la humillación
por los acontecimientos de la noche anterior, por no hablar del orgásmico final, que la
dejó como a una autómata muda y programada para obedecer sin rechistar.
En realidad, la primera parte que implicaba a Eddie resultaba agradable y ahora,
con la distancia, podía verle la gracia a lo gallina que era su ex y lo tonta que había
sido ella por haberse acostado con él, y sobre todo por dejar que fuera el primero. A
pesar de la diversión que veía en el asunto, tenía muy presente ese rato de humillación
porque ¿cómo podía haber sido tan ingenua y tan estúpida? Las duras lecciones de la
vida no le eran ajenas, pero esta le sobraba. A sus amigas también les pareció todo muy divertido, después de sobreponerse al
momento en el que Eddie la había humillado y atacado en público. Pero ella les había
asegurado que había recibido su merecido y que había terminado mucho más
humillado que ella.
En ese momento hizo una pausa en el relato y Steph, astuta como un zorro,
entrecerró los ojos, recelosa, y la miró fijamente. Tenía la sorprendente habilidad de
hacerla sentir culpable, como una alumna a la que pillan copiando en un examen.
—Está bien, todo eso pasó al poco de llegar al club. Es decir, acababas de llegar y
pedir una copa cuando se te acercó Eddie con su zorrita del brazo. Lo que tuviera que
decirte no pudo haber durado más de unos minutos antes de que el portero interviniese
para echarlo a él y a su zorra. Sin embargo, pasó bastante más tiempo después, así
que, ¿qué más ocurrió?
En ese momento, Nikki y Lana entendieron lo que Steph había insinuado y Nikki
lanzó a Evangeline una mirada penetrante, como las típicas miradas insufribles e
incómodas de Steph.
—Nos estás ocultando algo —la acusó Nikki.
—Sí, seguro —farfulló Lana—. Suéltalo, Vangie. Queremos saberlo todo. Y no te
dejes ni un solo detalle o juro por dios que Nikki, Steph y yo iremos al Impulse,
encontraremos al portero que echó a Eddie y averiguaremos exactamente lo que pasó
después.
Evangeline masculló porque sabía que eran capaces. Los hombres que trabajaban
para Drake o con Drake —no había averiguado cómo funcionaba el asunto en el poco
tiempo que estuvo allí— eran tipos duros. Bastó estar con ellos un rato para darse
cuenta. Cualquiera con dos ojos en la cara y un poco de sentido común podría haber
dicho que no eran tíos a los que tocar las pelotas. Nunca.
Casi se echó a reír imaginándose a Maddox enfrentándose a tres chicas bajitas pero
matonas para quitárselas de encima. Unas mujeres resueltas que eran como pitbulls
aferrados a un filete cuando querían algo. Ni Maddox ni ninguno de aquellos tipos que
trabajaban en el Impulse podrían echarlas o intimidarlas. El pobre tipo, o tipos, no
tendría ni idea de lo que se les vendría encima.
Bueno, salvo Drake. Casi se estremeció al recordarlo cuando se la quedó mirando.
Era como si estuviese quitándole la piel capa a capa, como si leyera sus
pensamientos, reacciones o sentimientos que con tanto esmero intentaba esconder al
resto del mundo. Para lo que le había servido…
No, sus chicas no tendrían ninguna oportunidad contra él. Y aunque no eran fáciles de intimidar, una mirada de Drake probablemente bastaría para ahuyentarlas. Que es
lo que ella debería haber hecho, salir por piernas, y seguía preguntándose por qué no
lo hizo. Pero estaba alterada y muy abrumada por la serie de acontecimientos. Nada
había salido según el plan que tan minuciosamente habían tramado sus amigas. En el
fondo no había creído que funcionara del todo, pero sin saber cómo, la habían
convencido para hacerlo. Y menudo lío había sido al final.
Se mordió el labio inferior, un claro síntoma de nerviosismo. Su «suéltalo», como
sus amigas le solían decir, en un intento de conseguir que dejara de hacerlo, no le
ayudaba. Porque si contaba todo lo acontecido después de que Maddox se ocupase de
Eddie… bueno, idearían un plan para enfrentarse a Drake y eso era lo último que
quería, por muchas razones, pero la principal: su propia seguridad. Y otro motivo era
que la situación ya era lo bastante humillante. Solo le faltaba que sus amigas fueran al
Impulse y le montaran una escenita a Drake.
Se estremeció solo de pensarlo. Seguramente ya había quedado como una debilucha
incapaz de cuidar de sí misma; que sus amigas fuesen a defenderla no haría más que
confirmarlo.
Steph entrecerró los ojos y relajó el ceño, que se suavizó con una mirada de
preocupación.
—¿Qué pasó? —preguntó suavemente.
Evangeline las miró a todas, una a una. No era una mirada que empleara a menudo,
porque era demasiado tímida para empezar una discusión y solía ser la pacifista del
grupo. Para consternación de sus amigas, siempre quería complacer a todo el mundo.
Ellas querían convertirla en una mujer dura, que fuera una zorra de verdad, algo que
ellas creían ser, pero que no eran en realidad. Eran las mejores amigas que se podía
tener, pero ella solo quería paz. No quería caos. Le gustaba su vida tranquila, su
pequeño grupo de amistades y su trabajo en un pequeño pub que estaba a años luz del
Impulse. Un pequeño bar frecuentado por gente de la zona, salvo Eddie, claro está,
que solo fue al pub una vez para seducirla. Sobre todo, acudían policías, bomberos y
personal sanitario, que la hacían sentir segura; una muestra más de su ingenuidad. Los
clientes eran simpáticos y la llamaban por su nombre y las propinas eran buenas
gracias a sus magníficas piernas, sus zapatos de infarto y su sonrisa más dulce que la
miel, según decían sus amigas. Cuando la describían así, se echaba a reír, pero las
quería mucho por el amor y apoyo incondicional que le demostraban, además de lo
mucho que se esforzaban por convencerla de que la conocían mejor que ella misma.
Las interminables horas que se habían pasado para reforzar la confianza en sí misma, así como el convencimiento que se reflejaba en sus miradas y sus voces, la
reconfortaban por dentro y por fuera.
Evangeline se limitó a poner los ojos en blanco y decirles que cualquier camarera
que hiciese el esfuerzo de recordar sus nombres y su bebida preferida para que se
sintieran bienvenidos tras un largo turno de trabajo, recibiría el mismo trato.
Steph resopló y le dijo que de ser así tendrían tantas propinas como las que se
ganaba ella.
Con un suspiro, Evangeline siguió adelante porque estaba en una situación sin
salida. Si no se lo contaba todo irían al Impulse, interrogarían a Maddox y solo Dios
sabe a quién más, y seguramente acabarían en el despacho de Drake.
¿Y si lo confesaba todo? ¿Quién le decía que el resultado fuera distinto? Solo que,
en este caso, puede que también pasaran por encima de Maddox y los demás secuaces
y fueran directamente a por Drake.
Así que hizo algo que nunca había hecho porque confiaba plenamente en ellas.
Nunca dudaba de ellas ni de su lealtad. Pero también sabía que cuando le dieran su
palabra —aunque lo hicieran a regañadientes, como seguramente pasaría—, la
mantendrían. Ella ponía las condiciones.
—Os voy a contar el resto, pero solo si me juráis que, uno, lo que cuente no va a
salir de esta habitación y quedará entre nosotras cuatro. Y, dos, que dejaréis el tema.
Es decir, que lo olvidaréis en cuanto os lo cuente y no os enfrentaréis a nadie. No
haréis preguntas, no investigaréis a nadie ni montaréis ningún pollo. Tenéis que
jurarlo —les dijo enérgicamente—. O no diré ni mu.
Las tres se quedaron sorprendidas, pero asintieron, aunque Steph no parecía muy
conforme con prometer nada antes de saber lo que revelaría. Hizo un mohín como
muestra de disconformidad, pero Evangeline fijó la mirada en ella y no dejó de
hacerlo hasta que finalmente Steph levantó los brazos en señal de rendición.
—Está bien, está bien —dijo con exasperación—. Lo prometo. —Miró a Nikki y a
Lana y luego añadió—: Todas lo prometemos. Va, ¿por qué no sigues contando? Nos
morimos de curiosidad.
Satisfecha por tener su consentimiento y sabiendo que nunca faltarían a su palabra,
Evangeline les contó con voz entrecortada todo lo que pasó después de que echasen a
Eddie del club. No se dejó nada, ni siquiera lo que Drake le había dicho, palabras que
se le grabaron a fuego en el cerebro, imposibles de olvidar.
Cuando acabó tenía las mejillas encendidas, tan rojas que seguramente parecía que
se había quemado por el sol. Hacía calor en la habitación y necesitaba urgentemente una ducha de agua fría, o mejor aún, un baño con cubitos donde pudiese sumergirse
hasta que su cuerpo encendido, excitado y traicionero se librase de las secuelas que
habían provocado los labios, la lengua y la boca de Drake. Su tacto. Dios, ese tacto
que la había excitado tantísimo. No había osado imaginarse qué hubiera ocurrido si
las cosas hubiesen pasado a mayores, si hubiesen tenido relaciones con penetración
de otra cosa que no fuese su lengua. Sintió otra oleada de calor y sus partes femeninas
ardieron por las expectativas. ¡Tenía que acabar con esto!
¿Cómo podía ser que horas después, solo recordar las cosas que le había hecho, se
le revolucionaran así las hormonas? Ni siquiera podía sostener la mirada de sus
amigas y hacía rato que fijaba la vista en un punto lejano para no ver sus reacciones.
Cuando finalmente se aventuró a mirar a hurtadillas la cara de las amigas, estaban
boquiabiertas y con ojos de sorpresa. Y por una vez en sus vidas, sobre todo Steph,
que siempre decía algo, no sabían qué decir.
Nikki abrió y cerró la boca varias veces y Steph la miraba estupefacta.
Sorprendentemente, Lana era la que estaba más callada de las tres, pero al final
murmuró:
—¿Qué? ¿De verdad? ¿Va en serio?
Fue un murmullo apenas audible por lo incrédula que estaba. Al parecer, después
de que Lana rompiera el silencio, se abrió la veda y empezó el bombardeo de
preguntas, hasta que Evangeline se tapó los oídos, hundió la cara en la almohada y
cerró los ojos. Alcanzó una segunda almohada para taparse la cabeza y callarlas a
todas, pero se la arrebataron al vuelo y al levantar la vista vio el rostro indignado de
Steph.
—De eso nada —resopló Steph. Tenía los ojos encendidos y la cabeza muy cerca
de su cara—. No te vas a librar de esto.
Entonces se detuvo; se había vuelto a quedar sin palabras. La segunda vez en
cuestión de segundos. Levantó las manos bien abiertas y las palmas hacia arriba en un
gesto universal que significa «¿qué?». Su expresión decía todo lo que no lograba
decir con palabras, como «¿por qué?», «¿cómo?» y «no jodas, ¿en serio?».
Si no fuese porque los acontecimientos eran demasiado reales y le habían sucedido
a ella misma, habría encontrado cómica la reacción de sus amigas y hasta se habrían
partido de risa y como si hubiese hecho la broma del siglo, algo de lo que era incapaz
porque sus amigas le decían siempre que era muy ingenua y no engañaba a nadie.
Hacían que pareciese un crimen o un pecado capital, por lo menos.
¿Se enorgullecía la gente de ser falsa, o peor aún, de ser convincente y quedarse tan ancha?
Evangeline suspiró porque, sí, era todo eso de lo que la acusaban las amigas,
aunque «acusar» fuera una palabra demasiado fuerte. Les desesperaba su ingenuidad y
su incapacidad de ser malintencionada y mordaz con aquellos que se merecían un
buen rapapolvo. Siempre le decían que era demasiado dulce, demasiado inocente,
demasiado confiada.
La querían muchísimo por esas características que consideraban defectos, pero les
preocupaba que esos rasgos pudiesen llegar a ser su perdición. Tal vez tuvieran
razón, pero no podía cambiar quien era. ¿No lo había demostrado lo suficiente aquella
noche ya?
Y bueno, en realidad tampoco quería cambiar. Se gustaba tal y como era, defectos
incluidos. Nadie era perfecto, solo que ella tenía más defectos que la mayoría. ¿Y
qué? No podía hacer nada al respecto, así que ¿por qué perder tiempo y energía
tratando de ser alguien que seguramente nunca podría ser y en quien no quería
convertirse?
Visto así, la noche no había sido tan desastrosa como Evangeline había dicho y la
paz la inundó al dejar atrás, al menos un poco, aquella humillación tan reciente. Sin
embargo, sus amigas seguían mirándola como si estuviesen a punto de arrancarle el
pelo de raíz si no seguía contándoles aquellas sorprendentes revelaciones que había
dejado caer como una bomba.
—¿En serio? ¿Se puso encima de ti en su despacho? ¿Encima de su escritorio? —
preguntó rápidamente Nikki en un susurro, seguramente tras agotársele la paciencia.
Había decidido interrogarla, ya que todavía no había llegado a los detalles jugosos
que tanto ansiaban.
—Joder, haces que parezca tan… obsceno —repuso Evangeline, algo quejumbrosa
—. Me siento como si hubiera cometido un pecado y tuviera que confesarme.
—Nena, creo que hay que ser católica para que te confiesen —apuntó Lana con
sequedad.
—¡Dejad de distraerla! —gritó Steph. Su nerviosismo le hacía parecer aún más
desquiciada—. Y, Vangie, siento tener que soltarte esto, pero sí, fue obsceno. Una
obscenidad deliciosa de las que te ponen la piel de gallina, claro. Tengo que
apuntarme a esas obscenidades, porque nada de lo que he hecho hasta ahora ha tenido
ese punto picante.
Evangeline arqueó una ceja en señal de sorpresa. Esperaba… Frunció el ceño y
sacudió ligeramente la cabeza como si quisiera aclararse. No sabía qué esperaba. ¿Que la riñeran? ¿Haberlas decepcionado? ¿Que la juzgasen?
Pero no fue eso lo que vio en la penetrante mirada de sus amigas. Muchas
reacciones se reflejaban en sus ojos, pero ninguna que la hiciera sentir avergonzada.
Evidentemente no había hecho nada malo. Solo había sido partícipe de algo que no
acababa de entender, si es que a eso se le podía llamar participar. Sencillamente
había dejado que pasara. Había dejado que ese hombre se hiciera cargo y controlara
la cadena de acontecimientos trascendentales que habían empezado como una pequeña
revancha. No había sentimiento de culpa ni de agobio, apenas fue consciente de lo que
estaba pasando por lo alterado de sus sentidos. Sabía a quién tenía que culpar y no era
a Drake. Era culpa suya por no haberse plantado y poner fin a toda esa farsa. No tenía
agallas y lo acontecido la noche anterior lo había confirmado.
Peor aún, sabía exactamente lo que hacía —lo que él iba a hacer— y se estremeció
de arriba abajo, temblaba por el deseo reprimido. Él había encendido un fuego en su
interior que había permanecido apagado mucho tiempo, y ahora lo quería y anhelaba,
lo deseaba a él también con toda su alma. Esa desesperación la desconcertaba, porque
la mujer desenfrenada que llevaba dentro —y que ni siquiera sabía que existía—
había sucumbido por completo ante un hombre que acababa de conocer. Por primera
vez se había dejado llevar por la espontaneidad y había hecho algo impropio de ella.
Había aprovechado el momento y se había entregado a ese placer inimaginable, como
en aquellas fantasías eróticas que no compartía con nadie, ni siquiera con las amigas,
porque le daban vergüenza. Y, aún más, le daban miedo porque en ninguna de sus
fantasías más salvajes controlaba la situación. En ellas, pertenecía a un hombre que la
apreciaba, la protegía y la mimaba constantemente, pero, al mismo tiempo, se
mostraba exigente y hasta despiadado, con un manto de peligro y misterio que parecía
una segunda piel, como una capa que llevaba con la comodidad y soltura de alguien
acostumbrado a ese estilo de vida.
¿En qué clase de persona la convertían esas fantasías? Cerró de nuevo los ojos; no
quería seguir pensando en esas cosas, era mejor dejarlas en el pasado. Si dependiese
de ella, no lo volvería a ver porque no volvería a pisar un lugar como el Impulse,
donde hasta el personal estaba mejor visto y era más merecedor de todo que ella.
Puede que eso la convirtiera en la mayor cobarde del mundo, pero aunque no
tuviera que trabajar esa noche, no se quedaría en casa hasta las siete, esperando a que
la recogieran como un objeto para hacerle cosas inimaginables… si bien pensar en
esas cosas la excitaba sobremanera.
Suspiró, haciendo caso omiso de las miradas de impaciencia y de enfado de sus amigas. Solo se había permitido probarlo una vez y con eso bastaría. Drake Donovan
no era un hombre con el que se pudiera jugar: él pedía y esperaba obediencia. Había
quedado claro por su forma de comportarse.
Aquella noche le tocaba trabajar hasta el cierre y por mucho que sus amigas le
hubieran dicho que hiciera la siesta después de contárselo todo, Evangeline sabía que
le costaría dormir. No con todos aquellos detalles de la noche anterior rondándole
por la memoria.
No, saldría antes de tiempo y se pondría al día con algunos asuntos que se le habían
acumulado las últimas semanas y que el resto de compañeros habían pasado por alto.
Pero primero, daría a sus amigas lo que querían, lo que merecían, porque ellas no le
ocultaban nada, ni lo harían nunca.
Ya tendría tiempo de preocuparse de qué hacer con Drake Donovan. En cuanto
investigara todo lo que pudiera sobre quién era este hombre y qué podía querer de
alguien tan insignificante como ella.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora