El teléfono sonó y Evangeline dio un brinco sobre el sofá. ¡Joder! ¿Cómo había
podido quedarse dormida? Tenía pensado que, en cuanto saliera Silas del
apartamento, iba a empezar a preparar la cena, independientemente de que le hubiera
dicho que debía descansar hasta que la llamase Drake.
Se tambaleó hasta el teléfono, agradecida de que, al menos, Silas lo hubiera
colocado a su alcance.
Estuvo a punto de gemir de dolor cuando balanceó las piernas hacia el extremo del
sofá para poder levantarse y dirigirse a la cocina mientras hablaba con Drake.
—¿Hola? —dijo ella casi sin aliento.
—Llegaré a casa dentro de veinte minutos —contestó tajantemente.
—Va… vale —respondió ella, apretando con fuerza el teléfono.
Mientras hablaba ya estaba hurgando en las bolsas, buscando las cacerolas
apropiadas y calentando la parrilla del fogón de gama alta.
—La cena podrá esperar un poco, ¿verdad? —dijo él.
—Sí, por supuesto —se apresuró a contestar ella—. Puedo tenerla dispuesta en
cuanto estés listo para cenar.
—Bien. Entonces lo que quiero que hagas es que vayas al salón y te desnudes.
Cuando llegue, quiero que estés en el extremo del sofá, inclinada sobre tu vientre
frente al brazo del sofá y con las piernas ligeramente separadas. Entonces, cuando te
lo indique, te inclinarás hacia delante y bajarás las manos de modo que quedes
reclinada sobre el brazo.
Ella titubeó, una mirada de desconcierto le arrugó la frente.
—Está bien —respondió en voz baja.
—Tu castigo, mi ángel —Evidentemente, se había percatado de su confusión—. No
creas que he olvidado lo de esta mañana.
Casi se le cayó el teléfono entre las manos, pero se las arregló para mantenerlo
agarrado antes de que se estampara contra el suelo.
—Asegúrate de estar lista y de seguir todas y cada una de mis instrucciones o no
estaré nada contento —dijo Drake con voz aterciopelada.
—No te decepcionaré, Drake —respondió ella con voz queda.
Entonces él titubeó antes de hablar de nuevo. —Lo sé, mi ángel, eso lo sé.
Y entonces colgó, dejándola con la mirada fija en el teléfono.
Cerró los ojos, no quería concentrarse en que iba a castigarla. Debía empezar a
hacer la cena para que no pensase que no lo había hecho ya. Todo aquel día no había
sido más que una cagada monumental.
Pensó por un momento hacer caso al consejo de Silas sobre lo de contar a Drake
todo lo ocurrido en cuanto entrara por la puerta, pero entonces frunció el ceño.
Menuda cobarde estaba siendo. A la primera de cambio estaba tratando de huir del
problema, cuando todo era culpa suya.
No, se pondría en marcha con la cena y luego iría al salón y haría lo que Drake le
había indicado. No pensaba ablandarse en la primera ocasión en que se pusiera a
prueba su relación o, al menos, la primera vez que ella lo había desobedecido.
Cuando quedaban cinco minutos, ya lo tenía todo preparado en el fogón; el
chisporroteo de lo que se estaba cocinando y los tentadores aromas impregnaban el
aire. Solo faltaban por hacer los filetes y no los prepararía hasta que no estuviesen a
punto de cenar.
Sabiendo como sabía que quedaban menos de cinco minutos para que llegase
Drake, voló hasta el salón sin hacer caso de las punzadas de dolor en la rodilla. Si en
lugar de haber pasado toda la tarde sesteando en el sofá, se hubiese estado moviendo
de aquí para allá, la rodilla ni siquiera le molestaría. Pero tras tantas horas de
inactividad era normal que se resintiera por aquellos movimientos súbitos.
Se desnudó a toda prisa. Luego dobló con cuidado la ropa y la colocó sobre la mesa
de centro. No quería que pareciese que lo había hecho todo precipitadamente, aun
cuando era precisamente lo que había ocurrido.
Deslizó los zapatos por debajo de la mesa y colocó el sujetador y las braguitas
encima de los vaqueros rasgados y la camiseta.
Cuando estuvo desnuda, caminó hasta el extremo del sofá y se inclinó, recorriendo
con sus manos el brazo de piel. Entonces se dobló hacia delante para probar si estaría
cómoda cuando él le pidiese que se inclinara completamente.
De acuerdo, no estaba tan mal.
Se enderezó, adoptó con diligencia la postura exacta que él le había descrito y
entonces cerró los ojos, sabiendo que los siguientes escasos minutos hasta que llegase
se le antojarían una eternidad.
Drake esperó con impaciencia que las puertas del ascensor se abrieran y entró de inmediato, sin perder tiempo ni tan siquiera en colgar el abrigo en el perchero. Se lo
quitó mientras caminaba hacia el salón y lo arrojó a un lado.
Se quedó sin respiración al ver a Evangeline colocada en el extremo del sofá, tal
como le había ordenado, con la piel desnuda brillando en la tenue luz. Solo estaba
encendida una lámpara en una esquina distante, lo que creaba un ambiente íntimo en la
habitación.
Caminó hasta quedar tras ella, incapaz de resistir aquella tentación tan hermosa. Le
colocó el cabello sobre uno de los hombros y presionó sus labios contra la curva del
cuello.
Ella se estremeció al sentirlo y le danzaron por la piel oleadas de escalofríos.
—Eres tan sensible —murmuró Drake—. Tan bonita…
Oyó el delicado suspiro de Evangeline, igual de bonito que ella.
—Quédate justo donde estás —ordenó él.
Luego salió del salón para coger la fusta del dormitorio. Esta iba a ser su primera
experiencia con otra cosa que no fuesen sus manos y los pocos azotes que le había
dado en el trasero, por tanto, no podía subir la intensidad a algo más duro. No hasta
estar seguro de que estaba preparada y que le iba a seguir el juego.
Cuando volvió, seguía allí, inmóvil como una estatua, con la pálida piel
resplandeciendo bajo aquella luz sobrenatural. Era una diosa, y era toda suya.
Deslizó el extremo del látigo a lo largo de la espalda, provocándole un nuevo
escalofrío. Continuó su delicada exploración para que se acostumbrase al tacto del
cuero antes de marcarle el impresionante trasero.
Se colocó a su lado para poder verle la cara, la expresión.
—Voy a darte seis latigazos —dijo con tono tranquilo—. Solo para que en el futuro
recuerdes que no debes desobedecerme. Pero quiero advertirte, mi ángel, que si
ocurre de nuevo, no seré tan misericordioso.
Ella cambió el peso de pierna, un movimiento apenas perceptible, pero él estaba
perfectamente sintonizado con ella y no pasaba nada por alto. Estaba a punto de
administrar el primer latigazo, todavía a su costado porque quería ver su reacción. El
momento en que el dolor inicial se desvanecía sustituido por el placer. Quería ver
cómo se le entornaban los ojos ante el placer que le estaba proporcionando.
Pero una repentina punzada de dolor y una evidente angustia se asomaron
fugazmente a sus ojos antes de desaparecer, y se preguntó si se lo había imaginado.
Pero no. Lo había visto con claridad. Frunció el ceño porque no había hecho más que
rozarle la piel con la fusta. Dejó caer la mano a un lado mientras mantenía sobre ella una mirada penetrante.
—¿Qué te pasa? —exigió saber—. Evangeline, mírame.
Giró lentamente la cabeza hasta poder mirarlo completamente de frente para que él
no viera únicamente su perfil. Estaba a punto de llorar y aquello lo destrozó por
dentro.
—No pasa nada, Drake. No volveré a desobedecerte otra vez —dijo ella en voz
baja—. Lo siento. Me he equivocado. Me he comportado como una cría petulante y
como una zorra. No mereces que me porte así contigo. No volverá a pasar.
Entonces volvió a cambiar el peso de pierna, y él vio que apoyaba la mayor parte
en una pierna en lugar de apoyar ambos pies en el suelo por igual.
Torció la boca en una mueca de dolor, el dolor que cruzó relampagueando una vez
más sus ojos antes de que lograra recuperar la compostura y volver a mirar al frente.
Se inclinó hacia delante para apoyar sus manos en el sofá tal como él le había
indicado antes, pero lo único que vio él, lo único que pudo recordar, fue el dolor en
sus ojos. Un dolor que él no había causado de ninguna manera.
Paseó la mirada a lo largo de su cuerpo en busca de cualquier fuente de molestia
discernible. Entonces, sus ojos se entornaron al ver lo que el sofá había logrado
ocultarle a la vista. Llevaba la rodilla vendada.
—Pero ¿qué cojones…? —murmuró, con cuidado de bajar el tono para que sus
palabras no contuviesen rabia o acritud hacia ella.
Se irguió enseguida y la tomó en brazos apoyandola sobre el pecho. Se dirigió hacia
la parte frontal del sofá y la tendió con cuidado. Entonces, le alzó las piernas con
delicadeza para no causarle aún más daño y las colocó sobre su regazo para así poder
verle más de cerca la rodilla.
—¿Qué ha pasado? —insistió.
Ella suspiró.
—No es nada, Drake. Te lo prometo. Fue una estupidez por mi parte y una torpeza.
Zander y yo salimos para hacer la compra y él insistió en que necesitaba unas gafas de
sol, así que paró en una tienda y compró unas gafas supercaras.
Se estremeció y cerró los ojos, y él se dio cuenta de que estaba más disgustada por
el precio de las gafas que por la herida de la rodilla.
—Al salir, tropecé. Ni siquiera estoy segura de qué fue lo que pasó, tan solo de que
un segundo antes estaba de pie y al siguiente estaba tendida en la acera y Zander se
cagó de miedo. Quiso llamarte de inmediato, pero yo le supliqué que no lo hiciese.
Así que llamó a Justice para que viniera a recogernos. Solo que llegaron Justice y Silas, y entonces Silas insistió en llevarme a tu médico.
Los ojos de Drake permanecieron entornados mientras asimilaba su declaración.
—¿Y por qué no te pareció importante contármelo?
—Estabas ocupado —murmuró, con la voz cargada de angustia—. Tu nota decía
que estarías ocupado, que estarías liado con reuniones importantes durante todo el día
y que llegarías tarde a cenar. No merecía la pena molestarte por esto. Tu doctor me
cosió la herida en pocos minutos y me dio medicamentos para mitigar el dolor.
—¿Te han dado puntos? —preguntó con los dientes fuertemente apretados.
El miedo y el nerviosismo crecieron aún más en los ojos de Evangeline, pero él
estaba demasiado concentrado en llegar al fondo de todo aquel desastre antes que en
disipar el temor de Evangeline ante la posibilidad de enfadarse con ella. Joder,
tendría que haber sido él quien estuviera a su lado en todo momento.
—Solo unos pocos puntos—añadió ella a la defensiva—. Ni siquiera entiendo por
qué se tomó la molestia. He sufrido heridas mucho peores y bastó con ponerles una
tirita.
—Puede que eso bastara antes —dijo él tratando de contener sus emociones—.
Antes de que fueras mía, quiero decir. Pero ahora ya no basta. Ahora me perteneces y
pienso asegurarme de que recibas los mejores cuidados. No hay nada más importante
que tu bienestar y tu seguridad. No deberías haber ido a la clínica con un extraño. Yo
debería haber estado allí para abrazarte, traerte al apartamento y procurar tu
bienestar. Eso es tarea mía, mi ángel.
La atravesó con una mirada intensa.
—Ahora dime, ¿cuál es tu tarea?
Ella pareció confusa y frunció el ceño, visiblemente desconcertada.
—No entiendo qué me estás preguntando —dijo impotente—. Y no, no me estoy
haciendo la tonta, Drake. Me confunde tu pregunta.
—Mi tarea es cuidar de ti todo el tiempo. Mantenerte. Asegurar tu bienestar cuando
no puedo estar cerca y, sobre todo, asegurarme de que te sientes cómoda. Tú solo
tienes una tarea, mi ángel: obedecer.
Evangeline miró con asombro a Drake mientras la asaltaban un montón de
emociones encontradas ante aquella exposición de los hechos, de la verdad según la
veía él. Se sintió algo irritada, pero, más que nada, sintió un profundo alivio. Como si
le hubiesen quitado un peso de encima.
¿De verdad era tan sencillo como él lo hacía parecer? ¿Que aquel hombre, aquel
hermoso y dominante hombre, la iba a querer, a mimar, a consentir, a malcriar, a proteger, a cuidar; y a cambio todo lo que ella tenía que hacer era obedecer? Era casi
inconcebible, como si estuviese en una fantasía sin fin en que todo podía desaparecer
en un abrir y cerrar de ojos, de modo que se aferró con ganas a su sueño y apretó los
párpados con fuerza para mantener a raya la realidad.
Entonces él se inclinó hacia ella y, con mucho cuidado, levantó el vendaje. Tras un
momento de inspección, le presionó con solemnidad los labios contra la herida.
Evangeline se quedó atónita porque había pasado de la fuerza bruta, de ser un macho
alfa a punto de disciplinar a su sumisa, a un cariño y ternura que le daban ganas de
llorar y no de dolor.
—De ahora en adelante si cualquier cosa, y quiero decir cualquier cosa, te
ocurriera quiero estar al tanto enseguida. No me interesa lo importante que te parezca
a ti. Espero saberlo en cuanto ocurra. ¿Me explico?
Ella tragó saliva y se las arregló para responder a pesar del nudo en la garganta.
Entonces, para su desconcierto, él se la acercó al regazo hasta que pudo mecerla
contra su pecho. Presionó firmemente sus labios contra su frente y se puso en pie,
levantándola con los brazos. La llevó hasta la cocina y la dejó en la encimera central.
—Esta noche cocino yo para mi princesa —dijo, con un destello en la mirada.
Horrorizada, profirió una protesta de inmediato.
—Oye, que unos cuantos puntos de sutura no van a impedirme cocinar. Además,
todo está casi listo salvo los filetes, y solo necesitan unos pocos minutos a la parrilla
por cada lado.
Él, afectuoso, le pellizcó la nariz y luego concluyó con un largo beso, sin prisas, en
los labios.
—Entonces no me queda mucho por hacer, ¿no? Tú te vas a quedar sentada justo
donde estás y me dirigirás desde ahí arriba. Dime qué hacer y cómo, y tendré la cena
lista enseguida.
Evangeline miró fascinada cómo se encargaba de la cocina, deteniéndose de vez en
cuando para preguntarle si lo estaba haciendo bien. Mientras lo miraba y repasaba
mentalmente todo lo que había pasado, que él se hubiera olvidado del propósito de
castigarla y, en lugar de eso, quisiera asegurarse de que estuviese bien y que recibiera
los cuidados apropiados, tuvo una especie de revelación.
Drake disfrutaba cuidando de ella. De hecho, parecía deleitarse en hacerlo.
Aquello, ella, le importaba, y se tomaba lo que él llamaba «su tarea» en serio. Se
preguntó si él habría tenido alguna vez en su vida a alguien que se preocupase por él
de verdad y si por eso parecía tan dispuesto a darle algo que él mismo no había tenido.
Aquello la hizo estar más decidida no solo a aceptarlo de forma incondicional, sino
a hacer todo lo que estuviese en su mano para cuidarlo y protegerlo. Puede que nadie
de su pasado le hubiese cuidado o hecho feliz, pero ella no pensaba comportarse
como aquella gente. Drake sabría sin ningún lugar a dudas que había al menos una
persona que se preocupaba por él y que garantizaría para siempre su felicidad y
bienestar. Y si podía conseguirlo complaciéndolo y siguiendo sus normas, entonces lo
haría sin dudar y sin cuestionarlo más.
—Drake —dijo dubitativa.
Él se volvió como si hubiese percibido la gravedad en su tono de voz.
—Lo siento —dijo en voz baja—. Lo de hoy. Lo de antes. Me he portado como una
niñata y, como he dicho, no mereces eso de mí. Me avergüenzo por el modo en que me
he comportado. Lo he hecho sin pensar y eso te ha herido. Me siento fatal por ello.
¿Me perdonas? Intentaré no volverte a dar motivos para que estés descontento
conmigo. Quiero complacerte. Es importante para mí, más importante de lo que
imaginas.
La expresión de él se suavizó, y se le acercó tras haber dado la vuelta a los filetes.
La rodeó con los brazos.
—No eres ninguna niñata, ni muchísimo menos. Creo que los dos deberíamos
ponernos de acuerdo en olvidar todo lo que ha pasado hoy y seguir adelante. Pero,
cariño, quiero que me prometas algo. No permitas que te castigue o te ponga en una
situación en que te sientas herida o incómoda. Tendrías que habérmelo contado en
cuanto ocurrió el accidente y, si no en ese momento, al menos antes de que fuera a
azotarte con la fusta. Menos mal que me di cuenta antes de castigarte, porque nunca
me hubiese perdonado el haberte causado un daño innecesario.
En su tono había auténtico remordimiento y escarnio hacia sí mismo. El corazón se
le ablandó hasta el punto de derretirse al ver lo horrorizado que parecía él ante la
posibilidad de haberle causado aún más dolor.
—Y no puedo expresarte cuánto significa para mí que me digas de esa forma tan
tierna y sincera que te importo, que quieres complacerme y que eso es importante para
ti. Nunca he tenido eso —reconoció, mostrándose avergonzado de inmediato por
haber compartido algo que consideraba muy íntimo. Pero aquello solo respaldó lo que
ella había supuesto.
—Quiero que sepas que complacerte es exactamente igual de importante como lo es
para ti complacerme a mí. Quiero que seas feliz, que resplandezcas para mí. Siempre y únicamente para mí.
Ella se relajó y le dio un beso. Entonces se apartó con una sonrisa burlona en la
cara.
—Así que ¿no hay castigo para mí esta noche? —preguntó con tono despreocupado.
Él volvió al fogón y levantó un filete por uno de sus extremos, sosteniéndolo en alto
para que ella pudiese inspeccionarlo.
—Solo un minuto o dos más —aconsejó ella.
Él la contempló con cierta seriedad.
—No, mi ángel. Creo que ya has tenido demasiadas emociones en un mismo día.
Nunca me he tenido por un hombre paciente, pero últimamente veo que, cuando la
recompensa es importante, estoy dispuesto a contenerme. Tan solo ten en cuenta que
ahora que conoces bien los parámetros y los límites que he fijado para ti, no seré tan
misericordioso en el futuro. La desobediencia será castigada, pero nunca lo llevaré
demasiado lejos, me cortaría el brazo derecho antes que hacerte daño aposta.
Un hormigueo le recorrió el cuerpo cuando una mezcla de decepción y curiosidad
se le enroscó en el estómago. Se dio cuenta en aquel momento de que ella no temía
que Drake le hiciese daño físicamente. Era demasiado comedido y disciplinado para
todo. Su parte física fantaseaba acerca de cómo sería sentir el castigo y si ella ardería
de placer como lo había hecho la noche en que él la azotó varias veces con las manos.
Su lado más emocional no soportaba volver a decepcionarlo otra vez para merecer un
castigo. Su aprobación, tal como ella había comprendido, significaba mucho.
—¿Y si quisiera que usaras la fusta conmigo? —preguntó con voz ronca antes de
poder comedir sus palabras—. No como un castigo. ¿Eso te gustaría, Drake? Porque
he fantaseado sobre eso y creo que…
—¿Qué crees, mi ángel?
—Que eso me gustaría —admitió ella.
Él estaba sacando los filetes de la parrilla, colocándolos en un plato, y aquella
confesión lo dejó de piedra. Apagó el fuego del resto de sartenes y se dio la vuelta
despacio, con un ardor creciente en la mirada.
—Tal vez si no tuviese que estar de pie… —se apresuró a decir antes de perder el
valor—. Un hombre con tu pericia seguro que conoce miles de formas de azotar a una
mujer sin que tenga que apoyar nada de peso en la rodilla.
—Lo que creo —respondió lentamente— es que primero deberíamos comer. Luego,
al terminar, podemos tener esta conversación. Preferiblemente, contigo en mi cama,
atada e indefensa, sin poder hacer otra cosa que aceptar el placer que yo te dé. Evangeline tragó saliva. ¿Se suponía que debía comer ahora y recordar a qué sabían
las cosas?
Drake sirvió la comida en dos platos que llevó después a la mesa. Volvió, la
levantó de la encimera con delicadeza y la llevó hasta la mesa. Pero, en lugar de
dejarla en su propia silla, se la sentó en el regazo.
Cayó en la cuenta de que, una vez más, iba a darle de comer, pero esta vez ella ya
no recelaba. Había disfrutado la primera vez que le dio de comer. Un velo de
intimidad se posó sobre ellos, sumiéndolos en una neblina de deseo y pasión.
Cuando empezó a darle de comer y a comer él mismo también, la felicitó por hacer
un plato excelente, una vez más.
—¡Pero lo has cocinado tú, no yo! —protestó Evangeline.
—No puede llamarse cocinar a soltar dos filetes sobre la parrilla y darles la vuelta
cuando tú lo indicas mientras enciendo los fuegos para calentar la comida que tú ya
habías preparado —respondió con sequedad—. Estaba delicioso y aprecio tu
esfuerzo por hacer algo especial. Significa mucho para mí, mi ángel. Solo lamento que
te hicieras daño durante el proceso.
—Una rodilla desollada merece la pena con tal de complacerte —dijo ella
susurrando—. Quiero complacerte de verdad, Drake. Es una necesidad que hay dentro
de mí y que ni siquiera puedo explicarme. Me das tanto. Me haces sentir querida y
hermosa. Deseo muchísimo devolverte aunque sea una parte de lo que me has dado de
una manera tan desinteresada.
Él la besó, estrechándola contra su cuerpo.
—Tú me complaces, mi ángel, no lo dudes nunca. Bueno, ¿y qué me dices de
continuar esta conversación en el dormitorio, donde pueda atender apropiadamente a
mi ángel y darle lo que desea y necesita de su hombre?
—Pues digo que es la mejor idea que he oído en todo el día —susurró ella frente a
sus labios.
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sometida "los ejecutores"
Teen FictionEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...