Como era de esperar, la mañana siguiente Evangeline se despertó sola en la cama.
Drake se habría levantado hacía un buen rato. No tenía ni idea de cómo se las
apañaba para trabajar tantas horas y aun así encontrar tiempo para ella en su apretada
agenda.
Cerró los ojos al ver que la ofrenda de esta mañana era la misma de todas las
mañanas desde que se fuera a vivir con Drake de forma oficial. Tenía miedo de ver el
regalo escandalosamente caro que habría escogido para ella esta vez.
Con un suspiro de resignación, abrió primero el regalo y dejó para después la nota
que Drake le había dejado.
Era una pulsera deslumbrante y carísima con unos diamantes enormes que rodeaban
la joya entera. Hacían juego con los pendientes de diamantes que le había regalado ya,
y ahora le preocupaba que pronto la obsequiara con el collar también.
El único regalo que nunca se quitaba era el collar que Drake le había dado porque
era un símbolo para ella. Representaba el apodo cariñoso que le había dado; un
apelativo que solo usaba él y, además, había sido su primer regalo. Por aquel
entonces no sabía que esto se convertiría en un ritual diario, el ritual de regalarle
joyas caras que la hacían sentir culpable por lo innecesario y derrochador del asunto.
La incomodaba la idea que había detrás de esos regalos. Si tal vez quería comprarla
cuando lo único que ella quería era a él. Se sentía culpable al llevar esas joyas tan
caras cuando sus padres y amigos vivían al día, y apenas llegaban a fin de mes.
Sí, Drake se había ocupado de sus amigas y su familia, pero le seguía preocupando
vivir con tanto lujo y que la colmara de regalos. Un solo regalo de los suyos cubriría
los gastos de sus padres de un año entero.
Con otro suspiro, dejó la pulsera en su estuche y salió de la cama para colocarlo
junto a los demás antes de volver para ver lo que Drake tenía que contarle esta
mañana.
*hoy tengo un día largo en la oficina. Tengo que ocuparme de varios asuntos y algunas reuniones a las que
asistir. Me gustaría que cocinaras algo que pueda recalentarse, ya que no sé a qué hora voy a llegar. Te llamaré
de camino para que puedas calentarlo antes de que llegue. Haz la lista de la compra y Zander la recogerá esta
tarde e irá a comprar todo lo que necesites para la noche. Disfruta del día y descansa. Ayer fui bastante duro con
mi ángel.* Evangeline apretó los labios. ¿Ahora no podía ir al mercado y comprar unas cuantas
cosas para cocinar? ¿Acaso era una prisionera, por mucho que le dijera Drake? Solo
estaba segura de una cosa: no pensaba quedarse enjaulada en el piso todo el día
mientras Zander hacía de chico de los recados. Era un día precioso y el hombre del
tiempo había dicho que les esperaban unas temperaturas más frescas y típicas del
otoño tanto hoy como el resto de la semana. No tenía la intención de quedarse allí
encerrada todos los días.
Como no sabía a qué hora llegaría Zander… ¿Y por qué era él el niñero del día?
¿No lo habían reprendido anoche? Tal vez se la fueran pasando los hombres de
Drake, uno a uno, hasta que conociera al último de la manada y vuelta a empezar.
Se encogió de hombros. Bueno, no sabía cuándo iba a llegar y al mercado se podía
ir andando. Si no había llegado para cuando se hubiera duchado y vestido, ella misma
iría al mercado a comprar los ingredientes de la cena.
Mientras se duchaba repasó mentalmente las posibilidades; quería algo más
refinado de lo que solía cocinar para sus amigas, que solían ser comidas económicas
para aprovechar el dinero al máximo.
Entonces se acordó de aquel bistec —¿era Wagyu?— que Justice la había llevado a
comer y lo caro que había sido el almuerzo. La pregunta era, ¿qué mercado vendería
esa carne tan cara? ¿Se podría conseguir fuera de los restaurantes caros y elegantes
que la servían?
Conocía una receta para una salsa sencilla de mantequilla porque la carne que sabía
tan bien no necesitaba nada muy pesado que enmascarara el sabor natural. Además, la
mantequilla hacía que todo supiera mejor, o eso decía siempre su madre. Las judías
verdes serían el complemento perfecto, igual que esa deliciosa receta casera de
macarrones con queso gourmet. Hasta podría ponerle unas cigalas para darle un punto
especial. Eso solo dejaba las patatas, porque un bistec sin patatas era un pecado
imperdonable para ella. ¿Patatas gratinadas o bastaría con asarlas al horno con el
aderezo que quisiera Drake?
Cuando terminó de ponerse los vaqueros y las zapatillas, ya tenía el menú decidido.
Cogió un jersey grande de cuello ancho que solo dejaba entrever un poco de escote, y
que quedaba precioso con los nuevos sujetadores que había comprado.
Le echó un vistazo a la gama cada vez mayor de joyas que Drake le había regalado,
pero optó por no llevar nada más que el collar del ángel. Era sencillo y no demasiado
ostentoso. Además, las otras piezas no eran tan típicas de ella.
Se puso un poco de maquillaje y se peinó la melena, que quiso dejarse suelta para que se secara antes. Salió al comedor para coger el bolso e ir a comprar.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se percató de Zander hasta que este
carraspeó. Del susto, pegó un brinco y un grito. Retrocedió, asustada, maldiciendo la
manía que tenían los hombres de Drake de aparecer como por arte de magia. ¿Drake
les había dado manga ancha para entrar en su piso o no eran partidarios de llamar a la
puerta?
—Perdona por haberte asustado otra vez —dijo Zander—. Drake me dijo que
sabrías que vendría.
—Dijo que ibas a venir, no que estarías aquí cuando me levantara —murmuró ella
—. Al parecer, esto de llamar a la puerta o al timbre no se os da muy bien.
Zander sonrió.
—Me largaré en cuanto me des la lista de las cosas que quieres que compre en el
mercado.
Ella frunció el ceño.
—De hecho, ya voy yo a comprar. Lo que hagas tú con tu tarde es cosa tuya.
A Zander se le borró la sonrisa y la miró, incómodo.
—Eh… Eso no era lo que yo tenía entendido.
—Pues ahora sí lo es —dijo ella con firmeza—. Me voy a comprar. Que vengas o
no depende de ti.
Entonces se fue derecha al ascensor, que tenía las puertas abiertas.
—Mierda, a Drake no le va a hacer ni puta gracia —murmuró el hombre detrás de
ella.
Evangeline pulsó un botón y vio divertida cómo Zander la fulminaba con la mirada
al ver que las puertas se le cerraban en la cara y le impedían entrar con ella al
ascensor.
Al llegar abajo, pasó junto al portero que, perplejo, no había tenido tiempo de
abrirle la puerta de la calle. Salió y la sorprendió el aire fresco; parpadeó al notar
aquel sol tan fuerte. Estaba en lo cierto, hacía un día fantástico. Inspiró hondo y sintió
como si viera el mundo exterior por primera vez desde que entrara en el mundo de
Drake.
No se entretuvo mucho en paladear la libertad; echó a caminar calle abajo hacia el
mercado que estaba a solo unas manzanas, con la lista bien aprendida. Zander la
alcanzó en la esquina mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde.
La cogió por el codo y la hizo girar; los ojos le brillaban de rabia.
—¿Qué narices crees que haces, mujer? —le ladró—. ¿Quieres cabrear a Drake? —La pregunta apropiada es si él quiere cabrearme a mí —contestó con dulzura—.
Me encanta que me planifiquen las compras, que por lo visto no me incluyen ni a mí,
cuando solo yo sé lo que voy a cocinar y lo que necesito: marcas, especias,
ingredientes, etcétera.
—Para eso están las listas de la compra —masculló.
A Evangeline le sonó el teléfono y empezó a rebuscar en el bolso. Al ver el nombre
de Drake en la llamada entrante, lanzó a Zander una mirada acusadora.
Él se encogió de hombros.
—Acabas de cavar tu propia tumba.
—¿Sí? —preguntó, recelosa.
—¿Qué narices crees que haces? —espetó Drake.
—Voy a comprar para poder hacer la cena, como me has pedido —dijo a la
defensiva; no le hacía gracia tener a Zander tan cerca y que este pudiera escuchar todo
lo que Drake decía incluso por encima del ruido del tráfico que los rodeaba.
—A lo mejor no recuerdas la conversación que tuvimos tú y yo en la que dije muy
claramente que quería saber dónde estás en todo momento y que si ibas a salir tenías
que contarme tus planes, y que no quería que se te olvidara.
Le hablaba con un tono frío y furioso. No estaba enfadado. Como ya le había dicho
Zander, estaba cabreado.
—No me has dado esa opción —contestó ella con el mismo tono frío—. Has escrito
que le diera una lista y que él iría a comprar en mi lugar. Prefiero ir yo misma a hacer
la compra, sobre todo si es para un menú que he planificado meticulosamente. Él se
ha negado y pretendía que me quedara en el apartamento cuando hace un día fantástico
y me apetecía ir a hacer la compra. Por lo tanto, he optado por salir.
—Pues solo tenías que coger el teléfono y llamarme —dijo Drake, con una rabia
que aún se reflejaba en su voz—. Podrías haberme dicho lo que querías hacer y yo me
hubiera quedado tranquilo sabiendo dónde estabas, en lugar de recibir una llamada
del hombre a quien asigné tu protección, diciéndome que le habías dado esquinazo y
habías desaparecido.
Ella se quedó callada y con la boca abierta. Drake tenía esa habilidad pasmosa de
hacer que todo pareciera simple y, sin embargo, entre líneas sus palabras dejaban
claro que ella no tenía ni voz ni voto en el asunto.
—Como vuelvas a cometer un error semejante, no seré tan comprensivo ni
indulgente —dijo con la voz igual de fría, pero algo más tranquila—. Ahora ve a
hacer la compra y no hagas que el trabajo de Zander sea más difícil de lo que es. Su tarea es ocuparse de tu seguridad, y no puede hacerlo si no estás con él.
—De acuerdo —susurró ella, avergonzada por el ligero escozor de las lágrimas que
se notaba en los ojos.
Él colgó y ella se quedó mirando un buen rato la pantalla; luego guardó el teléfono
en el bolso y procuró no mirar a Zander a los ojos.
Él suspiro a su lado y entonces fue a darle un apretón en el hombro.
—No hemos empezado con buen pie, ¿verdad, Evangeline? —preguntó con pesar.
—Serás chivato… —murmuró.
Zander se echó a reír y la tensión se alivió un poco. Entonces añadió con una voz
seria:
—Tiene razón en una cosa. No deberías salir sola, es peligroso y podrías hacerte
daño. Yo me ocupo de tu seguridad, deja que lo haga y nuestras vidas serán mucho
más fáciles. —Soltó un suspiro exagerado—. Supongo que esto significa que
seguiremos andando y dejarás que yo cargue con toda la compra.
Ella esbozó una sonrisa que pareció gustarle; al fin y al cabo, se había portado
como una cabrona. No era culpa suya. Solo seguía órdenes.
Ella suspiró también.
—Siento hacerte el trabajo más difícil. No es tu culpa.
Él parecía perplejo y algo incómodo con sus disculpas.
Siguieron andando, Zander hacía las veces de escudo protector a su alrededor para
que nadie la rozara al pasar.
Después de pasarse casi una hora examinando las carnicerías del mercado e incluso
algunas locales, Evangeline empezaba a preguntarse si la ternera Wagyu existía fuera
del restaurante al que Justice la había llevado. Tal vez la importaran expresamente. Se
le daba bien preparar comidas excelentes con lo que tenía al alcance. Sin embargo,
los productos gourmet más caros eran otro cantar.
—¿Qué es lo que buscas y no encuentras? —preguntó él, frustrado—. Si lo supiera,
podría ayudarte.
A Evangeline se le encendió la mirada y gruñó por no haber caído en eso antes.
—¿Tienes el número de teléfono de Justice? ¿Estará ocupado? —preguntó algo
nerviosa.
Zander no pudo esconder la expresión de perplejidad mientras la miraba, incapaz
de hablar.
—¿Lo tienes o no? —inquirió, exasperada—. ¿Quieres que nos pasemos la tarde de
compras o llamarás a Justice? La respuesta a esa pregunta quedó clara cuando sacó el teléfono, pulso un botón y le
pasó el móvil.
—¿Qué pasa, tío? ¿Cómo va con el angelito? ¿Algún desastre a la vista? —preguntó
Justice alegremente.
—Eso depende de lo que llames tú un desastre —dijo ella con dulzura—. Meter la
pata hasta el fondo podría considerarse un desastre, sí.
—Ay, mierda —masculló él—. Hola, Evangeline. ¿Todo bien? ¿Por qué me llamas
desde el móvil de Zander? Deberías tener mi número y el de los demás hombres
guardados en la agenda de tu móvil.
—Ah. No lo he mirado. La verdad es que he pedido a Zander que te llamara. No
sabía que tenía tu número. No sé ni cómo funciona esta cosa.
—¿Necesitas algo? —Su voz se volvió más seria—. ¿Tienes algún problema?
—No, no, bueno, nada grave. ¿Te acuerdas de aquel restaurante al que me llevaste,
donde pediste aquel bistec tan caro?
—Sí —dijo él, asombrado.
—No encuentro aquella ternera por ningún lado —prosiguió ella, frustrada—.
Drake quiere que cocine hoy y le gusta el bistec, así que he pensado en comprarle el
Wagyu y hacerlo a la plancha, pero no lo encuentro en ningún sitio.
Justice soltó una carcajada.
—No, claro que no. Pero hagamos una cosa. Voy a hacer una llamada ahora mismo.
Dile a Zander que te lleve a ese restaurante y que pregunte por el chef. Él sabrá que
vas a ir y te estará esperando.
—¿En serio? —susurró ella, alucinada por los contactos que no solo tenía Drake,
sino también todos sus hombres. ¿Tan fácil era? Había perdido una hora entera
cuando con una simple llamada hubiera tenido resultados al instante.
—Sí, muy en serio. Voy a colgar para llamar. Cuando llegues allí, te recibirá el
chef.
Ella colgó y le devolvió el teléfono a Zander.
—Esto… dice que te diga que me lleves al restaurante donde me llevó a comer el
bistec Wagyu del otro día.
—Joder. ¿Le vas a preparar a Drake un bistec Wagyu y no me has invitado? —
preguntó él con un tono triste muy mono.
—No, pero si te portas bien conmigo el resto del día, te reservaré un poco de
postre. Esta aún más bueno que mis cupcakes. Te lo prometo.
El hombretón masculló. —Drake es un cabrón con suerte. Espero que lo sepa.
—Yo también lo espero —murmuró ella bajito para que él no la oyera.
A juzgar por su ceja arqueada y la mirada curiosa que le lanzó, no había tenido
suerte.
—Ya lo sabe —repuso él en voz baja—. No creas que no lo sabe. Si crees que hace
lo mismo con todas, te equivocas. Eres especial para él, aunque no te hayas dado
cuenta aún.
No sabía cómo tomárselo, conque trató de no pensar en eso mientras iban de camino
al restaurante.
Como Justice había dicho, cuando llegaron, aunque aún no habían abierto al
público, los dejaron entrar y accedieron a la cocina, donde los recibió un hombre de
mediana edad que supuso que era el chef.
El hombre sonrió al verla y le dio un apretón de manos.
—Justice me ha dicho que le gustó el bistec del otro día.
—Es el bistec más maravilloso que he probado nunca —dijo Evangeline con
sinceridad—. Quería prepararlo esta noche para la cena, pero no lo he encontrado en
ningún sitio.
El chef se acercó a la encimera donde había un paquetito blanco, que volvió a
envolver con film transparente para que no goteara, y se lo tendió a Evangeline.
—El secreto está en darle el punto correcto de cocción —le explicó—. Estos
bistecs tienen muchas vetas. Para una persona que normalmente come la carne poco
hecha, sugiero que la haga al punto, pero tampoco la cueza de más. Lo ideal es que la
grasa se disuelva lo justo y la carne se caliente uniformemente. Si no están bien
hechos, los bistecs acabarán con una consistencia gelatinosa por el veteado y no serán
lo suculentos que deben ser. Sin embargo, si los cuece demasiado, obtendrá una carne
quemada que no tiene el gusto maravilloso que debería tener.
—Muchas gracias, de verdad —dijo ella, dedicándole una sonrisa radiante al
hombre—. Seguro que la cena será todo un éxito gracias a su generosidad y su
consejo. ¿Cuánto le debo por la carne?
El chef pestañeó y de repente pareció incómodo. Zander interrumpió y dijo:
—Drake tiene cuenta en el restaurante y le pasarán la factura. No te preocupes por
eso.
¿La gente tenía cuenta en restaurantes? ¿Y era normal entablar tal relación con los
chefs de manera que fuera posible conseguir carne exclusiva para cocinar en casa?
Cuanto más entraba en la vida de Drake, más consciente era de lo poco que sabía de este mundo de dinero y relaciones. Todo le sonaba a película. No era la vida real y
aún menos su vida.
Entonces sorprendió aún más al chef dándole un abrazo repentino.
—Gracias por el detalle. Estoy convencida de que la cena será exquisita gracias a
usted, y no se preocupe que le diré que el mérito es suyo por proporcionarme una
carne tan increíble.
El hombre se ruborizó.
—Ha sido un placer, señorita Hawthorne. Por lo que he oído es usted una cocinera
maravillosa; no me importaría contratarla y que trabajara en mi cocina, aunque
seguramente me quedaría pronto sin trabajo.
En ese momento fue ella quien se ruborizó y se preguntó cómo sabría este hombre
cómo cocinaba.
—Bueno, no lo entretengo más —dijo ella—. Tengo que volver a casa para que no
se me estropee la comida que he comprado. Gracias otra vez.
Zander la acompañó hasta la calle, donde una vez más pestañeó y entornó los ojos
bajo el brillante sol de otoño.
—Necesitas unas gafas de sol —murmuró él.
Ella lo miró, extrañada, y negó con la cabeza. Sin embargo, mientras paseaban por
la acera, Zander se detuvo frente a una tienda de marca, donde le pidió que escogiera
unas gafas de diseño de precio desorbitado, que le hizo sentirse horrorizada.
Ella sacudió la cabeza; se oponía a plantearse siquiera comprar algo tan caro. Él no
le hizo ni caso y como ella no quería escoger, eligió los dos pares de gafas que le
parecieron que le quedaban mejor y la miró de aquella manera tan peculiar que tenían
tanto Drake como todo su séquito. Esa mirada que decía: «No voy a cambiar de
opinión».
Después de pagarlas, cogió unas, se las puso y se las ajustó antes de salir de la
tienda. Parecía contento consigo mismo, de modo que Evangeline no tuvo valor para
aguarle la fiesta y se abstuvo de decirle lo ridículo que era pagar cientos de dólares
por unas gafas de sol. Le hubiera bastado con unas de cinco dólares del supermercado
o la farmacia.
No obstante, lo que llevaba ahora era un reflejo de Drake, y sabía que no le gustaría
verla llevar nada que no fuera lo mejor.
Y por esa exasperación y no llevar cuidado tropezó y cayó a la acera antes de que
Zander pudiera cogerla. El impacto de la caída le cortó la respiración y justo entonces
oyó los expresivos tacos de Zander. —Joder, Evangeline, ¿estás bien?
Lo vio asustado cuando le dio la vuelta para mirarla. Ella se llevó la mano a los
ojos, preocupada por haber roto las gafas y, cuando se dio cuenta de que se habían
partido en dos, estuvo a punto de echarse a llorar.
—Las he roto —dijo con lágrimas en los ojos.
—A la mierda las gafas —dijo él, enfadado—. Me preocupa más que te hayas roto
algo. ¿Te puedes levantar? ¿Te has hecho daño?
Ella se dejó ayudar e hizo una mueca de dolor cuando estiró completamente la
pierna.
—Solo la rodilla —dijo ella—. Creo que mehe hecho un rasguño. Lo siento, soy
muy patosa.
Zander se arrodilló en medio de la acera y le dijo que se apoyara en su hombro,
mientras examinaba el roto de sus vaqueros y apartaba el tejido de un lado a otro para
poder valorar los daños.
—Está sangrando —anunció con seriedad—. No puedo verlo bien, así que no sé
cómo de profundo es el corte o si vas a necesitar puntos. Tendré que llamar a Drake.
—¡No! —exclamó—. Por el amor de Dios, Zander. Me he hecho un rasguño en la
rodilla, no es el fin del mundo. No hace falta que molestes a Drake por haber sido
patosa, caerme y haberme hecho daño en la rodilla. Tiene un día muy ajetreado; hoy
tenía varias reuniones y volverá tarde a casa. No quiero trastocarle los planes por
algo tan insignificante.
Zander frunció el ceño porque no le gustaba la respuesta. Conocía bastante bien a
Drake para saber que, si se había hecho daño, a él le importaría bien poco una
puñetera reunión. Sin embargo, ella parecía al borde de un ataque de nervios, y como
ya había tenido que soportar el cabreo de Drake aquella mañana, imaginaba que no
quería arriesgarse a volver a enfadarlo. Sin embargo, Zander sabía que no se
cabrearía por eso.
—Por favor —le imploró—. Esto ya es bastante vergonzoso, no hace falta que lo
sepa Drake también.
La expresión del hombre se suavizó y entonces sacudió la cabeza antes de coger el
móvil. Al parecer, y para sorpresa de Evangeline, su súplica no lo había convencido.
—Oye, soy Zander. Tendrías que venir a buscarnos a Evangeline y a mí y darle un
toque al médico de Drake. Voy a llevarla a que la examine.
Hubo una pausa larga.
—No. No quiere que lo sepa Drake. Solo se ha caído. Le duele la rodilla, pero no puedo examinarla aquí mismo, en medio de la puta acera. Ven y punto.
Después de dar la dirección a con quien quiera que hablase, cogió las bolsas que
había dejado en el suelo al caer ella. Entonces le rodeó la cintura con su fuerte brazo
tatuado.
—Apóyate en mí y no cargues mucho peso en esa pierna. Vayamos a algún sitio
donde no choquemos con ningún transeúnte gilipollas que vaya con prisa.
Preferiblemente un sitio donde puedas sentarte y no cargues esa rodilla.
Él la condujo a ella y las bolsas hasta un restaurante cercano y la sentó en un banco
destinado a que esperaran los clientes. Cuando la mujer que estaba en la puerta iba a
protestar porque se sentaran, la fulminó con la mirada y ella cerró la boca y se fue a
su sitio.
—¿A quién has llamado? —preguntó ella.
—A Justice. No está lejos, si no hubiera llamado a alguien que estuviera más cerca
para venir a buscarte.
—¿De verdad hace falta que vaya al médico? —preguntó ella con el ceño fruncido
—. Deberíamos irnos a casa. Yo misma puedo curarme la herida, no es grave. En
realidad, tampoco me duele tanto.
—Es que nos vamos a casa —dijo él tan tranquilo—. El médico personal de Drake
tiene una clínica en la segunda planta de su edificio de oficinas. Tiene consulta
propia, pero su función principal es atender a Drake y a sus empleados. Y créeme,
requerimos atención constantemente —añadió con una sonrisa.
Evangeline, sin embargo, no le devolvió la sonrisa. Seguía frunciendo el ceño
pensando en lo que acababa de contarle. ¿Drake necesitaba tener un médico personal
en nómina? ¿Un doctor que lo atendiera a él y a sus hombres? ¿Acaso sus trabajos
eran peligrosos? Cayó en la cuenta de que aún no había averiguado a qué se
dedicaban exactamente Drake y sus hombres. Con un club así no se garantizaba la
riqueza que tenían Drake y sus empleados, y no había necesidad de tener a un médico
en plantilla que atendiera al personal con regularidad.
Se mareó un poco al pensar en lo que se habría metido y si ya estaba demasiado
implicada.
—¿Te duele mucho? —preguntó Zander abruptamente.
Ella levantó la vista y tuvo que entrecerrar los ojos por el fuerte sol que la
deslumbraba. Él frunció el ceño, sacó el otro par de gafas que había comprado y se
las puso inmediatamente.
—Solo me pica un poco. Estás exagerando —murmuró—. Ni que me hubieran pegado un tiro.
A Zander no le hizo ni pizca de gracia, y al verle aquella expresión tan seria, ella se
preguntó si recibir un tiro era una posibilidad no tan descabellada. Que Drake
estuviera tan pesado con protegerla cada vez que saliera del piso ¿se debía a que
podía pasarle algo?
Si pensara que planteándolo recibiría respuesta, se lo preguntaría a Zander, pero
este se mordería la lengua antes de contarle nada. Así pues, suspiró y se resignó a que
la viera el médico.
A los cinco minutos un coche elegante que no reconoció se detuvo frente a ellos y,
para su sorpresa, no solo apareció Justice, sino también Silas. Y al parecer, a juzgar
por su reacción, la aparición de este último también sorprendió a Zander.
Justice se encogió de hombros y se acercó a Evangeline, que seguía sentada en el
banco.
—Silas estaba conmigo y al saber lo que había pasado, ha dicho que me
acompañaba.
Pero no dijo lo que todos sabían: nadie dice que no a Silas.
—Solo espero que no le dé miedo —murmuró Zander para que solo lo oyera su
compañero.
Evangeline se puso como una furia y se levantó de golpe, tras lo que hizo una mueca
de dolor porque la rodilla se resintió. Señaló a Zander con el dedo.
—Hasta ahora, el único que me ha dado miedo eres tú, por no hablar de lo
maleducado que fuiste. Y encima te atreves a decir que me va a dar miedo un hombre
que ha tenido unos modos impecables y que se esforzó para que no me sintiera
avergonzada cuando le tiré un cupcake en los pantalones, algo que, por cierto, fue
culpa tuya. Mira, sinceramente, estoy mejor con él.
Silas se la quedó mirando como si fuera una extraterrestre, con la sorpresa patente
en su rostro. Y entonces se acercó hasta donde ella estaba, temblando, y la rodeó con
el brazo.
—¿Te duele mucho? —preguntó en voz baja.
—Pues un poco —murmuró ella—. Solo quiero ir a casa. Tampoco es tan grave y
no merece la pena ir al médico de Drake que, curiosamente, trabaja en el mismo
edificio. Joder, seguro que Drake es el propietario de todo el edificio.
—Lo es —dijo con voz sombría.
Evangeline cerró los ojos. No tendría que haber dicho eso. Era culpa suya por
haber hecho el comentario. Silas le dio un apretón cariñoso en la mano para tranquilizarla. No sabía por qué
los demás parecían tener tanto miedo y respeto a este hombre. Bueno, el respeto se lo
había ganado a pulso, normal. Pero lo que no entendía era lo del miedo ni por qué
creían que le tendría miedo, cuando se había portado muy amablemente con ella.
Y como estaba convencida de todas esas cosas y siempre decía lo que le pasaba
por la cabeza, lo soltó antes de pensárselo dos veces.
—¿Me… me acompañarías al médico? —susurró para que no la oyeran los demás
—. Zander cree que me das miedo, pero en realidad él me da más miedo que
cualquiera de los demás. Si de verdad tengo que ir al médico, me siento más cómoda
si me acompañaras tú y no él.
Silas se quedó inmóvil, y ella se dio cuenta entonces de que acababa de cometer un
gran error. Maldita fuera ella y su manía de decir lo que le pasaba por la mente.
Tendría que llevar mordaza siempre.
—Lo siento —repuso ella con sinceridad—. Ya te he partido el día con algo que no
es ni por asomo un accidente grave. Debería volver a casa de Drake y limpiarme la
herida. Las tiritas son milagrosas.
—Me entristecería mucho que una mujer como tú me tuviera miedo —dijo él, con
tanta sinceridad como ella—. Que tú no me temas, y hasta me defiendas delante de los
demás, hace que te tenga aún más estima. Si acompañándote te vas a sentir más
cómoda, iré. No hace falta dar más explicaciones. Venga, te ayudo a entrar en el
coche. Zander puede volver al piso con las bolsas mientras Justice y yo te llevamos a
la clínica.
—No eres mala persona, Silas —susurró ella—. De hecho, creo que eres un
caballero y nunca me convencerás de lo contrario.
Una sombra se asomó a sus ojos antes de desaparecer, pero en esa sombra fugaz vio
dolor, recuerdos, cosas que habían moldeado al hombre que era ahora. Y como le
parecía que era lo correcto, lo abrazó, atrapando su enorme figura con los brazos y
dándole un fuerte apretón.
—Gracias por venir tan deprisa. Preferiría que Drake no lo supiera, pero si no
salimos ya, no podré hacer a tiempo la cena que se supone que tengo que preparar y
no quiero que Drake esté aún más decepcionado conmigo de lo que está ahora.
Silas frunció el ceño.
—Creo que comprenderá perfectamente que no hagas la cena, teniendo en cuenta
que te has hecho daño en la rodilla y a saber qué más.
Evangeline negó con la cabeza. —No quiero que sepa nada de esto. Nada de nada. El día ya ha empezado mal y
esto aún nos fastidiará la noche. ¿Podemos irnos ya para quitarnos esto de encima?
Silas se limitó a levantarla en volandas y a sentarse en la parte de atrás del coche.
Cuando estuvo bien colocado, con ella aún en el regazo, le puso un cojín debajo de la
rodilla herida, le dijo que se relajara, que estaban cerca del apartamento de Drake.
Ella suspiró. Aquello de «Bienvenida al mundo de Drake» debería ser «Bienvenida
al loco mundo de Drake donde nada tiene sentido».
No era normal estar sentada en el regazo de un hombre que inspiraba miedo a los
demás mientras la llevaban a una clínica privada, propiedad de Drake, un hombre
increíblemente rico y muy misterioso que ahora —según decía él y reconocía ella
también—, era su dueño.
Una locura. La única palabra que puede describirlo si se tiene en cuenta su vida
anterior: aburrida, sosa y anodina.
Cosas como estas no solían pasarles a las chicas de pueblo como en el que ella se
crio. Pero estaba pasando y era tan real que la incomodaba.

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sometida "los ejecutores"
Fiksi RemajaEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...