Al doctor McInnis había que agradecerle que reconociese de inmediato la angustia y
desasosiego de Evangeline, aunque murmurase constantemente que aquello no era
necesario le dio sin duda más pistas que cualquier otro detalle.
El doctor le mostró una sonrisa tranquilizadora, le dijo que la curaría en un abrir y
cerrar de ojos y que no tenía de qué preocuparse. Sin embargo, cuando mencionó que
necesitaba unos cuantos puntos de sutura porque la herida era bastante profunda y que
corría el riesgo de infectarse si se dejaba expuesta a las bacterias, los gérmenes y a
saber qué más, se puso histérica.
Fue Silas quien la calmó y le dijo que, de hecho, era ella quien estaba alargando el
proceso. Que bastaba con que se relajara para permitir al doctor hacer lo que él
considerase necesario, porque, al fin y al cabo, él era el médico, para terminar con
aquello de una vez y volver al apartamento de Drake.
Evangeline le tendió la mano, más en busca de consuelo que de otra cosa, pero le
ofreció un apretón agradecido, preguntándose por qué ella parecía ser la única
persona capaz de ver, más allá del rígido exterior de aquel hombre, al amable
caballero tras la fachada fingida. Seguramente, la había creado por pura necesidad.
Tenía la misma impresión respecto de los demás hombres de Drake. De que tal vez
ninguno de ellos había salido de los mejores barrios y que, al parecer, todos se habían
abierto paso a zarpazos en su camino hacia el éxito, ganándose cada brizna del
respeto y del dinero del que disponían. Era, desde luego, un grupo extraño. Desde el
refinamiento de Drake y sus suaves palabras, hasta los hombres más forjados en la
crueldad y el ambiente callejero, como Zander y, bueno, Justice, solo que de una
forma distinta. Silas era una combinación misteriosa de los modales refinados y los
trajes caros de Drake, pero con la actitud directa que Zander y los otros poseían. Sin
embargo, había un rasgo que todos tenían en común: la actitud de «me importa una
mierda lo que piensen los demás».
No le cabía duda de que, así como Silas no había mostrado hacia ella más que
paciencia y amabilidad, no se comportaba de ese mismo modo con muchas otras
personas. Evangeline había visto un atisbo de frialdad en sus ojos. Y de dolor.
Aunque seguramente él no se hubiese dado cuenta de que ella se había percatado, y
que no le agradaría que lo supiera. Pero era muy observadora con las personas. Para chicas como ella, observar era lo
más cercano a vivir otros estilos de vida y disfrutaba en cierto modo de esas
experiencias de segunda mano al observar sus mundos. En consecuencia, a menudo
iba mucho más allá de lo que veían los demás. Estudiaba a las personas, no les
quitaba ojo mientras no se daban cuenta de que estaban siendo observadas. Era en
aquellos momentos cuando la mayoría de las personas dejaban aflorar, y revelaban
con mayor facilidad, todo aquello que escondían de forma habitual.
Era presuntuoso por su parte creer que sabía algo sobre Silas, su pasado o sus
razones de ser. Pero había percibido un tormento interno que venía por lo menos de la
infancia y ¿acaso no estaba la mayoría de la gente marcada por su infancia? Su familia
o la ausencia de esta, los mecanismos de defensa aprendidos desde muy temprano y la
habilidad de excluir a los demás y levantar escudos para poder sobrevivir.
Consideraba que ella era quien era gracias a cómo la habían criado, al amor
incondicional y la guía constante de los padres. Los ideales que habían transmitido a
Evangeline. Sus padres eran buenas personas. De las mejores. Era una de las
afortunadas, al contrario que Silas y, según imaginaba, la mayoría de los hombres de
Drake, o el propio Drake incluso.
Era un hombre huraño que escondía una pasión incendiaria dentro de sí. Que creía
firmemente en lo que consideraba su propio código de valores. Ella no necesitaba un
manual para entenderlo. No hacía falta más que mirarlo para caer en la cuenta de que
su pasado, casi seguro, había moldeado al hombre en quien se había convertido. Un
hombre por el que ella se sentía atraída sin remedio, incluso aunque su mente, o más
bien su cordura, cuestionara sus motivaciones y sus decisiones. Con bastante
frecuencia se preguntaba si había perdido la cabeza para zambullirse de esa forma tan
temeraria, sin pensárselo bien, en una relación tan extrema con un hombre al que
apenas conocía.
Y aun a sabiendas de que tenía frente a sí un largo camino antes de poder ni tan
siquiera arañar la superficie de aquel hombre complejo y misterioso, sintió el ansia, y
sí, la sensación del reto, de retirar capa tras capa hasta alcanzar su corazón. Solo
entonces comprendería del todo por qué Drake era tal macho alfa inflexible,
intransigente y dominante. No pensaba que estos rasgos fueran malos, no cuando se
expresaban de esa forma tan deliciosa.
Sin embargo, lo había cabreado y desobedecido descaradamente aquella mañana y
no le había parecido que estuviera muy contento con ella. Se mordió el labio inferior,
mordisqueándolo con nerviosismo al pensar en las consecuencias de sus actos y cuál podría ser la respuesta de Drake al volver a casa.
A pesar de que cocinar podría ser una buena distracción, dudaba mucho de que
disuadiese a Drake de hablar sobre su desobediencia, que ya había dicho que no
toleraría en ninguna circunstancia. Echó la vista atrás y se dio cuenta de que él tenía
razón y ella había actuado como una niña petulante con un berrinche, dispuesta a
demostrar algo tras tomar aquella decisión malhumorada. Conocía las reglas, se las
sabía de memoria. Y Drake tenía razón. Hubiera bastado con coger el teléfono y
llamarlo, contarle lo que quería hacer y a él seguramente le habría parecido bien.
Recordó algo que le había escrito en su nota y eso la hizo sentir aún más culpable.
Le había dicho que se quedara en casa descansando y que le diese a su hombre la lista
de la compra con todo lo que necesitase. Sus palabras exactas fueron: «Ayer fui
bastante duro con mi ángel».
Suspiró. Solo quería cuidarla, ¡qué tierno! Y ella se había portado como una zorra
al malinterpretarlo y cabrearse con la ridícula idea de que ni siquiera podía salir al
mercado sin que se pusiese en marcha una operación de seguridad a gran escala.
Debía una disculpa a Drake. Una disculpa sincera y no solo lo que él querría
escuchar, con el objeto de no enfadarlo.
—¿Evangeline?
El tono preocupado de Silas la sacó de su ensimismamiento.
—¿Te duele? Te ha anestesiado la zona, así que no deberías sentir nada mientras te
pone los puntos de sutura, pero si lo notas, dínoslo.
El doctor se estaba preparando para coserle la rodilla y alzó la vista, preocupado.
—Puedo ponerle una inyección para el dolor. Voy a ponerle una inyección de
antibióticos y a darle una pomada para que se la aplique tres veces al día. No creo
que hagan falta antibióticos por vía oral, pero si nota algún enrojecimiento, hinchazón
o sensibilidad en la zona, sobre todo si siente malestar y le sube la fiebre, aunque
sean unas pocas décimas, quiero que vuelva de inmediato para prescribirle
antibióticos.
Ella le devolvió una sonrisa tranquilizadora.
—Estoy bien. De verdad. No siento nada en absoluto. No necesito medicación para
el dolor. Estoy segura de que el ibuprofeno bastará si me duele luego. Estaba absorta
pensando en todos los errores que he cometido hoy y no he notado ninguna molestia en
la rodilla. Es una mierda darse cuenta de que te has comportado como una cría que
busca cualquier razón ridícula para mosquearse.
Lo último lo dijo en un susurro y frunció los labios. Silas arrugó la frente, lo que la sorprendió porque, por primera vez, no había ni
rastro de la caballerosidad que lo caracterizaba.
—Es cierto que te conozco desde hace poco tiempo y que no hemos hablado
demasiado, cosa que espero que se remedie en cuanto Drake afloje un poco la correa
con la que te tiene atada. —Un destello travieso se asomó a su mirada y dejó de
fruncir el ceño; estaba bromeando—. Pero lo último que atribuiría a tu persona es
inmadurez o necedad. Eres muy honesta y sincera, dos cualidades que la sociedad ha
tirado por la borda, por desgracia. Encima, no tienes ni idea de las muchas cualidades
buenas que posees y pareces desconcertada cuando alguien te hace un cumplido, como
ahora mismo al escucharme, a juzgar por tu mirada.
Se ruborizó porque estaba ocurriendo justamente eso.
—Hasta hace nada, nadie me hacía cumplidos —murmuró.
—Entonces es que no te has relacionado con las personas apropiadas. Yo apostaría
a que más bien las personas con las que te has movido son envidiosas. Si eran
hombres, seguramente querían acercarse más a ti y tú, al parecer, no tienes ni idea de
eso tampoco, cosa que los enfada y destruye su frágil ego masculino.
—De acuerdo, para ya —dijo, sintiéndose más incómoda a cada segundo que
pasaba.
Pero no lo hizo. Alargó un dedo hacia su barbilla y la levantó, forzándola a mirarlo
para que no siguiese evitando su mirada.
—Evangeline, tú eres especial. Y si alguna vez te menosprecias en mi presencia de
nuevo, me encargaré de tumbarte sobre mis rodillas y azotarte ese culo perfecto que
tienes hasta que me prometas que olvidarás todas las palabras negativas con las que te
describes. ¿Estamos?
¡Joder! Mierda. Empleó de nuevo esas palabras que avergonzarían a su madre y la
harían preguntarse qué había hecho mal al educarla, ya que le había enseñado que una
verdadera dama jamás usa un lenguaje tan vulgar como aquel.
Miró a Silas con los ojos de par en par, que ya no necesitaba usar la mano para
forzar su sumisión. Vio cómo brillaba la dominación en sus ojos con la misma
claridad con la que la había visto en Drake. ¿Cómo había pasado por alto aquello
hasta aquel momento? «Dulce y amable, y una mierda». Silas, Drake y, bueno, todos
los hombres de Drake eran dominantes; casi hoscos, machos alfa. Pero tras aquellas
pocas palabras que Silas le había soltado con tanta suavidad, vio a un hombre que
parecía ser muchísimo más dominante que el resto. Tal vez incluso más que el propio
Drake, y aquello le resultó desconcertante. En ese momento, vio la faceta temible que los otros veían claramente y
experimentaban a diario, y allí estaba ella, haciendo unas suposiciones ingenuas tras
dos breves encuentros en los que se había portado como un auténtico caballero.
Tragó saliva con dificultad porque no creía que Silas fuera de farol. No había ni
rastro de burla en su mirada. Solo una sombría realidad y una seriedad absoluta. Y
entonces, dado que le habían frito el cerebro hasta casi estar a punto de balbucear,
profirió una respuesta ridícula.
—¡D… Drake nunca te lo permitiría! —dijo con un suspiro lleno de asombro.
Para acrecentar aún más su humillación, se dio cuenta de que el doctor seguía allí,
cosiendo la rodilla que no sentía en aquel momento, y que había sido testigo de toda
la conversación.
El médico tenía en los labios una mueca divertida aun cuando no había levantado la
vista de su tarea en ningún momento y sus manos se mantenían firmes.
Silas le mostró una leve mueca, torció una comisura de la boca para mostrarle lo
que pensaba de su ingenua aseveración.
—No estés tan segura de lo que Drake permitirá o dejará de permitir, Evangeline.
Hacer eso te llevará ineludiblemente a engaño. Estoy seguro de que Drake ha sido
muy específico en cuanto a sus exigencias, y la principal es que seas obediente. Yo
diría que eso deja mucho terreno por explorar, ¿no crees?
Evangeline quiso gritar. ¿Cómo narices sabían los hombres de Drake —¡aquel
hombre!— tanto sobre lo que Drake le había o no dicho a ella? ¿O es que sus mujeres,
sus requerimientos y sus expectativas no cambiaban en absoluto y su séquito sabía de
sus necesidades y exigencias?
A ver, ¿acaso dirigían o pertenecían a algún club de sadomasoquismo? ¿Tenían
todos un carné de socio de algún lugar donde hubiese manuales y reglamentos para
esas cuestiones y se regían todos por el mismo código?
Deseó soltarse el pelo y cubrirse la cara con los mechones y estar a kilómetros de
distancia, porque aquello se estaba volviendo cada vez más desconcertante.
—Tú no me harías daño —dijo rozando la desesperación.
La mirada de Silas se enterneció.
—No, Evangeline, yo nunca jamás te haría daño. La disciplina no necesariamente
tiene que ver con el dolor. A no ser que te vaya eso. —Se encogió de hombros—. A
cada uno le gusta lo que le gusta. No me corresponde juzgarlo. Pero si lo que me
preguntas es si seguiré adelante con mi amenaza, la respuesta es sí. No amenazo en
vano. Nunca. Así que, efectivamente, te tumbaré sobre las rodillas y te azotaré si vuelves otra vez a decir mierdas sobre ti en mi presencia. Si no quieres que eso
ocurra, lo más sencillo es no decir gilipolleces, ¿de acuerdo? ¿Me has entendido?
—Sí, está bien, entendido… —dijo atragantándose, porque si se parecía en algo a
Drake, y esa era la impresión que daba, sabía que ambos querían oír las palabras y no
recibir solo una negación o un asentimiento con la cabeza en señal de respuesta.
—¿Ha acabado? —preguntó Silas al médico en tono cortante.
El doctor parecía haber acabado ya, pero inmerso en la conversación entre Silas y
Evangeline, se limitaba a sostener una gasa sobre la rodilla mientras los miraba a
ambos, preso de la fascinación.
—Ah, sí, claro. Tan solo déjeme ponerle el vendaje para tapar la rodilla.
Entonces solo miró a Evangeline.
—Manténgalo tapado esta noche. Puede quitarse el vendaje por la mañana, pero
mantenga la zona limpia y aplíquese la pomada tal como le he indicado; y, una vez
más, si nota algún problema o cualquiera de los síntomas que le he enumerado, venga
enseguida.
Evangeline asintió, avergonzada todavía por airear su intimidad con tal exceso de
información personal. ¿Todos los que trabajaban para Drake sabían cada sórdido
detalle de su relación? ¿O solo elucubraban sobre sus relaciones anteriores?
Fue como poner el dedo en la llaga pensar que su relación, o lo que quiera que
hubiese entre ella y Drake, estaba siguiendo algún esquema o programa que él llevaba
a cabo por norma, independientemente de quién fuese su mujer en aquel momento.
¿Le serviría cualquier mujer? ¿La cara de Evangeline se confundía entre las muchas
caras de las numerosas mujeres que había habido antes que ella? ¿Destacaba ella?
Supuso que tenía suerte de que, al menos, recordara su nombre y no la hubiese
llamado por el nombre de alguna otra mujer. Seguramente lo apuñalaría con un
cuchillo jamonero si eso ocurría alguna vez.
Silas la ayudó a bajar de la camilla y la acompañó desde la consulta hasta el
ascensor que los llevaría al último piso. Insertó su propia llave de seguridad, una
prueba más de la confianza depositada en los hombres de Drake y de que tenían pleno
acceso incluso hasta su espacio más personal.
Cuando entraron en el apartamento, vio que habían dejado las bolsas de la compra
sobre la encimera de la cocina y cuando hizo el ademán de apresurarse a ponerlo todo
en orden, Silas le bloqueó el paso, la empujó hacia el salón y la sentó de inmediato en
el sofá, echando mano de un cojín para colocarlo bajo su pierna.
—Tú te quedas aquí —ordenó Silas—. Sé con seguridad que Drake va a llegar tarde y también sé que te llamará para decirte que está en camino. Así que, hasta que
recibas esa llamada, debes reposar y no agravar tu herida. Drake entenderá que te
retrases con la cena, dadas las circunstancias.
Evangeline se mordió el labio y optó por no recordarle a Silas que Drake no sabía
que se había lastimado. A no ser que alguno de sus hombres ya se hubiera chivado,
claro, que era otra posibilidad.
Pero cuando Drake finalmente llamó, ella se percató de que no lo sabía; y más aún,
de que todavía estaba enfadado por la transgresión de aquella mañana.
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sometida "los ejecutores"
Roman pour AdolescentsEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...