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Evangeline yacía de costado, cobijada bajo un hombro de Drake, con un brazo sobre
su pecho desnudo y una pierna encima de la de él. Estaba allí tendida como una
muñeca de trapo, completamente satisfecha. Dormir le resultaba tentador, con el
cálido cuerpo de él al lado, pero aún se sentía abrumada por el cúmulo de reacciones
contradictorias de aquella noche.
Y tal vez necesitaba algo de consuelo o reconfirmación, aunque él le había dejado
muy claro que lo que había pasado le parecía bien. Bueno, él mismo lo había
orquestado todo: sería el colmo de la hipocresía que encima tuviera resentimiento o
sintiera celos. Sin embargo, no tenía experiencia con el tipo de vida que llevaba él,
así que ¿cómo no iba a tener sentimientos encontrados?
—¿Drake? —preguntó con voz vacilante.
Él le pasó una mano por el pelo y se lo acarició con sensualidad.
—¿Qué te ronda por la cabeza, mi ángel? —preguntó con ternura.
Ella le hundió más el rostro en el pecho; tímida e insegura, de repente.
—¿Te he decepcionado esta noche? ¿Estás enfadado porque haya disfrutado del
sexo con Manuel, porque haya llegado al orgasmo?
Él se dio la vuelta para mirarla de frente y le pasó el otro brazo alrededor para
atraerla hacia sí.
—Mi ángel, mírame —dijo en voz baja.
Con renuencia y algo de pavor, ella levantó la barbilla poco a poco y al final lo
miró a los ojos. Aliviada, comprobó que la miraba con afecto.
—No me has decepcionado de ninguna manera. No tienes ni idea de lo erótico y
sensual que ha sido para mí ver como otro hombre se follaba lo que es mío, lo que me
pertenece, y poder controlar como este te daba placer.
Ella abrió mucho los ojos porque no acababa de entender el concepto.
Conociéndolo, le parecía incongruente que permitiera que otro hombre la tocara y aún
menos que le hiciera el amor.
—Eres la mujer más hermosa y desinhibida que he conocido y me has dado algo
muy especial hoy. Primero, me has dado tu confianza sin reservas y no has hecho
amago de echarte atrás. Y en todo momento te has centrado en mí, no en quien te
follaba. Te has regalado a ti misma, la posesión de tu cuerpo para que yo hiciera lo que quisiera. Aunque no te des cuenta, la magnitud de la confianza que tienes en mí
para acceder a todo lo que te pido es enorme, y no muchas mujeres darían a un
hombre algo tan preciado.
—Vaya —susurró—. No me lo había planteado así.
—Tú eres mi regalo, mi ángel. Y toda tú, todo lo que te convierte en quien eres.
Todo eso es el mayor regalo que me hayan hecho nunca.
Ella inclinó la cabeza y estudió su semblante serio.
—¿Por qué te excita? —preguntó con una curiosidad auténtica—. Me refiero a lo de
mirar, a ver cómo otro hombre me folla y me posee como tú.
—Bueno, primero —empezó a decir en un tono serio—, porque yo soy el único que
te tiene. Que no se te olvide. Manuel ha venido porque lo he invitado yo y porque le
he dado unas instrucciones muy claras sobre lo que podía y no podía hacer, pero
nunca ha habido duda sobre quién es tu dueño. Manuel se ha sentido muy privilegiado
por poder estar contigo, aunque sea poco tiempo. ¿A qué hombre no le pasaría? Y en
cuanto a por qué me excita… —Se encogió de hombros y bajó la mano por la cintura
hasta acariciarle el trasero—. ¿Por qué algo excita a una persona? No sé, algunas
cosas excitan sin más. En mi caso, me excita muchísimo hacer lo que se me antoje con
lo que poseo. Que tu cuerpo, tu coño, tu culo, tu boca, que tu alma me pertenezca solo
a mí, eso me da el poder de decisión sobre cómo tratar a una posesión tan valiosa. Sí,
otro hombre te ha follado, pero solo ha sido eso. Te ha follado, te ha dado placer y
eso me ha complacido. Pero él no es tu dueño, no te posee. No te tiene ni te tendrá en
la vida. Toda tú me perteneces y me pone muy cachondo ver cómo otro hombre ejerce
poder sobre ti y te manda a mi voluntad, como yo le he ordenado, porque me gusta
tener el privilegio, el honor, de ceder el poder que tengo sobre ti, aunque sea de forma
temporal.
—¿Y quieres hacerlo más veces? —preguntó en voz baja.
Drake entrecerró los ojos mientras escudriñaba su rostro, buscando alguna pista o
motivo tras su pregunta, inocente en apariencia. Pero solo vio una curiosidad genuina.
—Creo que la pregunta más acertada es si quieres hacerlo tú más veces.
Con una expresión honesta y una mirada que irradiaba sinceridad, contestó:
—Solo quiero complacerte, Drake. Quiero hacerte feliz. Y si entregarme a otro
hombre mientras tú miras, te hace feliz, pues sí, claro que quiero volver a hacerlo. —
Tragó saliva y antes de que él pudiera decir algo, prosiguió—: Solo te miraba a ti —
susurró—, incluso cuando me ordenaba que lo mirara. Yo te miraba a ti porque quería
ver tu placer y tu disfrute. Tú eres el único al que quiero. A ti y a nadie más. Sí, he sentido placer, pero ¿sabes por qué?
Él frunció el ceño sin dejar de mirarla, pasmado por su declaración, por su
sinceridad y que se hubiera atrevido a poner las cartas sobre la mesa. Era vulnerable,
y él lo sabía, sabía que la vulnerabilidad era una de las peores sensaciones del
mundo, y no quería que se sintiera así con él.
—Me ha gustado estar con otro hombre porque te estaba complaciendo a ti y porque
te gustaba mirar cómo otro hombre posee lo que te pertenece. Y eso me dio placer a
mí. La verdad es que apenas recuerdo el placer físico. Sí, llegué al orgasmo, me gustó
y no lo niego, pero mi placer no era lo importante. No me hizo daño y disfruté de los
aspectos físicos, pero sentimentalmente solo pensaba en ti. Como me mirabas con
tanto cariño, orgullo y aprobación, me hubiera dado igual a quién hubieras escogido
para acostarse conmigo porque solo me importas tú.
Él fue incapaz de responder, de decir nada, de lo impactado que lo habían dejado
sus palabras. Le habían llegado al alma. Había absorbido sus frases vehementes y
apasionadas, su expresión, la sinceridad que asomaba a sus ojos, y de repente le
pareció que iba a estallarle el corazón.
—¿Drake? —susurró con la mirada empañada por la preocupación y haciendo un
mohín de tristeza—. ¿He hecho o he dicho algo malo? ¿Estás enfadado conmigo?
Con el corazón a punto de salírsele del pecho, le dio la vuelta, le separó las piernas
y en cuanto la tuvo boca arriba, la penetró de tal forma que le arrancó un grito
ahogado. La sorpresa inicial que se asomó a los ojos de ella se transformó en una
mirada de deseo y pasión.
Se retiró con más tiento del que la había embestido, sabiendo que seguramente la
zona estaba sensible después de hacerlo con dos hombres distintos tan seguido, y
luego empujó de nuevo, hundiéndose hasta el fondo de sus profundidades sedosas.
La miraba fijamente y con intensidad al tiempo que movía las caderas hacia delante
y hacia atrás con un ritmo pausado, pero le dolía. Sentía dolor allí donde no solía
sentir nada porque no había permitido que nadie se le acercara tanto para rozar
siquiera esa parte de él.
—No, joder, no —dijo, tajante—. Mierda, ¿cómo consigues poner mi vida patas
arriba de esta forma? Me tienes tan destrozado por dentro que no puedo ni respirar.
¿Enfadado contigo? ¡No! ¿Crees que has hecho algo malo? Nada de lo que has hecho
está mal. Tú eres todo lo correcto, lo perfecto y lo bueno que hay en mi mundo. No
pienses ni por un momento que has dicho u hecho algo mal. Nunca tendré motivos para
estar decepcionado o para enfadarme contigo, a no ser que me mientas. A punto de llegar al orgasmo, sumido en su sedosa feminidad, volvió a penetrarla
hasta el fondo y se quedó allí, con el pecho que le subía y bajaba de forma pesada por
la emoción y el deseo… tanto deseo. Era como si le hubiera abierto una vieja herida.
Como si por primera vez desde que era niño, cuando aprendió a aislarse de los demás
y a no sentir nada, pudiera sentir de nuevo. No era una sensación cómoda. Se sentía
demasiado expuesto y vulnerable, precisamente lo que lamentaba que sintiera ella
hacía tan solo un instante.
—No te mentiré nunca, Drake —dijo con una voz y una expresión solemnes y
sinceras—. Te he dado mi confianza incondicional, y me gustaría que tú pudieras
confiar en mí de la misma manera. Entiendo que tal vez sea demasiado pronto y que
no puedas dármela ahora mismo. Pero un día, espero ganármela porque tenerte, tener
tu confianza, es lo único que quiero. No tu dinero ni tu estatus social. Solo te quiero a
ti y espero que tengas tanta fe y confianza en mí como a la inversa.
Él sintió un sudor frío que lo dejó helado un momento, incapaz de hablar. Confiaba
en muy poca gente, menos de diez personas y todos eran sus hermanos. Nunca había
confiado en ninguna mujer con la que hubiera salido y tener fe ciega en ella aún
menos. La experiencia le había enseñado que las mujeres que se le acercaban no
tenían ningún interés en él, solo en lo que podía darles. A la mierda. Tenía que decirle
algo. No podía quedarse allí mirándola como un idiota.
Sentía que se le escapaba igual que hace el agua entre los dedos, imposible de
retener. Las mujeres, sobre todo una mujer como ella, que lo daba todo, abría su
corazón y desnudaba su alma, se volvían vulnerables y se exponían al rechazo.
Evangeline, la persona más sincera y honrada que había conocido, no se quedaría con
un hombre si no sentía que este podría devolverle todo lo que ella le ofrecía de una
forma tan incondicional.
Sin embargo, parecía entender la guerra interna que él libraba en su interior. Sonrió
con dulzura, con una mirada cálida y comprensiva y le puso un dedo en los labios.
—No espero que confíes o tengas fe en mí ahora mismo —dijo con una voz dulce,
con esa voz que la convertía en el ángel que era. Su ángel—. La fe y la confianza
deben ganarse y no pasa de la noche a la mañana. Todo vendrá con el tiempo. O no.
Mira, solo quiero que sepas que de mí ya las tienes, sin condiciones, sin reservas. No
hay vuelta de hoja. Espero que algún día tú puedas ofrecerme lo mismo
incondicionalmente. No quiero que digas nada solo para que me quede tranquila,
Drake. Las palabras no significan nada. No me lo digas a no ser que las sientas de
verdad. Hasta que las sientas y me las demuestres, seguiré aquí esperando. No me voy a ningún sitio, a menos que decidas que ya no me deseas.
Sus últimas palabras tenían un deje de tristeza y hasta la mirada se le apagó un poco
antes de recomponerse y ofrecerle una sonrisa cálida que volvió a iluminarle los ojos.
¿Hasta que no la deseara? Esa declaración daría pie a reflexión para meses enteros
y hasta años. ¿Cómo no iba a desearla?
De acuerdo, tal vez en sus líos del pasado —se negaba a llamarlos «relaciones»
porque eso sería menospreciar lo que tenía con Evangeline ahora—, que una mujer le
dijera lo mismo hubiera sido bastante posible. No, posible no, sería seguro. Sería
inevitable porque él nunca pasaba más de un día, dos como mucho, con una misma
mujer. Pero a pesar del poco tiempo que llevaba con Evangeline, no imaginaba no
desearla. Y eso le daba muchísimo miedo.
Hundió el rostro en su pelo, abrumado por su carácter cariñoso y generoso, y por
saberse tan egoísta.
—No te merezco —dijo él con voz ronca, reconociendo algo que no había dicho a
ninguna otra mujer. Algo que nunca había creído y que no había contemplado hasta
entonces. Sin embargo, ahora sabía, estuvieran su corazón y su mente de acuerdo o no,
que ella merecía mucho más de lo que él podía darle. Imaginársela con otro hombre le
hacía hervir la sangre en las venas.
Cerró los ojos e, inspirando el aroma de su pelo, acarició sus mechones sedosos.
—No merezco pisar siquiera el suelo que tú pisas, pero no pienso renunciar a ti. No
puedo. Mereces a un hombre que pueda ofrecerte todo lo que le das y más. Más de lo
que puedo darte yo, mi ángel. Mereces mucho más de lo que yo pueda darte nunca.
—Bueno, me alegro de que hayas dicho que no vas a renunciar a mí porque no
pienso irme a ningún lado —repuso ella suavemente—. Soy tuya, Drake. Seré tuya
siempre que me quieras a tu lado.
Se imaginaba la sonrisa que seguramente se le asomaba en la cara. La que lo
iluminaba todo y la bañaba de luz. Sabía, sin verla, qué expresión tenía entonces y eso
aún lo hizo sentir peor.
Ella le apartó un poco la cabeza para poder mirarlo a los ojos y le acarició las
mejillas con las palmas; su tacto era tan tranquilizador como la brisa del mar. Su
mirada era tan comprensiva que la coraza que había constreñido durante tanto tiempo
su mente y su corazón empezó a quebrarse y partirse; sabía que no podía dejar que se
rompiera del todo. ¿Cómo una mujer tan inocente podía causar tantos estragos en su
vida ordenada? Su día a día, que con el tiempo se había convertido en una rutina
inflexible, había saltado por los aires. Y la conciencia que nunca había tenido escogía precisamente ese momento para aparecer. Él era el summum de lo cruel y despiadado.
No había llegado donde estaba siendo un flojo con síntomas de conciencia o
ciñéndose a reglas que no fuesen las suyas. Y a pesar de todo eso, una pequeña mujer
amenazaba con dar al traste el único modo de vida que conocía. La vida que se había
creado por pura necesidad.
Sabía que debía dejarla marchar, hacer lo correcto y apartarla. Tenía que dejar que
se fuera antes de que él los destruyera a ambos. No obstante, el hombre despiadado
que era desde hacía tanto tiempo no había desaparecido… todavía. Y gracias a Dios,
porque mientras fuera un cabrón egoísta y sin corazón, no dejaría que Evangeline se
marchara.
Si eso lo convertía en un capullo, que así fuera. La protegería de la realidad del
mundo en que vivía y se aseguraría de que su otra vida —de la que ella no tenía
constancia— no la rozara siquiera.
Había aprendido a una edad muy temprana que no hay garantías de nada y que las
promesas no suelen mantenerse. Sin embargo, estaba dispuesto a prometerse algo, un
riesgo que no había asumido antes, porque si romper una promesa que había hecho a
otro ya era malo, una hecha a sí mismo era impensable.
No haría daño a Evangeline ni le mentiría en la vida. Merecía ese respeto y era
mucho más de lo que ofrecía a los demás. Haría todo lo que estuviera en su mano para
protegerla de la verdad, de la realidad, pero no podía mentirle sabiendo que
demostraba tanta fe y confianza en él.
Confiar en los demás era un concepto ajeno para él, pero tratándose de ella, lo
intentaría. Podría aprender. Ya le había enseñado mucho, de hecho. Que el bien
existía en un mundo que no había hecho gran cosa para demostrárselo a él. Evangeline
no le había dado motivos para desconfiar de ella o de sus razones, y solo eso era más
digno y meritorio de lo que él le ofrecía en esos momentos; fuera lo que fuera que el
dinero pudiera comprar. Pero su ángel no estaba en venta, no podía comprarla. Lo que
ella más deseaba era algo que dudaba poder darle.
Confiaba en sus hombres en la medida que podía confiar en las personas, pero no
era inocente y sabía que podían traicionarlo en algún momento. ¿Podía ofrecerle a
ella algo que ni siquiera daba a esos hombres a los que consideraba hermanos? Aún
no tenía respuesta para eso, pero podía intentarlo.
Salió del abrazo sedoso de su sexo, que le tenía atrapado el miembro, y ambos
gimieron por haber estado tanto rato sin moverse.
Ella se sentía la zona algo hinchada alrededor de su pene, que también estaba hipersensible porque las paredes del sexo lo apretaban como si protestaran ante su
retirada.
—¿Te hago daño? —preguntó bruscamente.
—No. Sí. Ay, no lo sé. No pares —respondió con una voz algo ronca.
Ella se le agarró a los hombros y le hincó las uñas, marcándolo como él le había
hecho antes. Ver la marca que le había dejado en la piel lo llevó al éxtasis.
Empezó a embestir de nuevo con un ritmo frenético y ella le pedía que siguiera.
Arqueó la espalda para sentir aún más sus envites. Tenía el rostro contraído de la
agonía y el éxtasis.
—Córrete, mi ángel. —La penetró hasta el fondo y notó esa primera expulsión de
semen en su interior.
Ella gritó y le clavó las uñas aún más, aún más fuerte, hasta rasgarle la piel, y a él
le encantó la punzada de dolor.
Drake siguió embistiendo más fuerte y más rápido hasta que solo se oía el sonido de
piel chocando con piel. Ella gritó su nombre y estalló de placer, rodeándolo con los
brazos y las piernas tan fuerte que él solo pudo seguir empujando y sentir cómo su
semen se esparcía en ella.
Él se inclinó y la rodeó con los brazos para poder asirla con fuerza. Entonces se
dejó caer y la cubrió con todo el cuerpo. Aún tenía el pene cobijado en el dulce sexo;
notaba aquellas pequeñas réplicas mientras su simiente acababa de salirle del cuerpo
tembloroso.
Apoyó la frente en la sien de Evangeline y se estremeció al notar su cálido aliento
en el cuello. Nunca se había sentido tan tranquilo y relajado, aunque le invadiera el
sentimiento de culpa por permitirse este lujo. Ella se lo había dado todo, él aún le
ocultaba parte de sí mismo y de su alma.
Ella giró ligeramente la cabeza, lo justo para poder besarle el nacimiento del pelo.
Fue un beso pequeño y exquisito que notó de la cabeza a los pies. Seguía enroscada a
él mientras lo atraía más hacia sí, como si quedara algún resquicio entre ambos.
—Gracias por darme el regalo de tu placer —susurró ella—. Me moría de ganas de
hacer algo para ti, complacerte y enseñarte lo mucho que me importas. Si alguna vez
piensas que no le importas a nadie, recuerda esta noche y nunca olvides que eres el
mundo para mí.
Él no pudo responder por el nudo que tenía en la garganta. Se limitó a abrazarla con
fuerza; no quería que nada se interpusiera entre ellos en ese momento. Ni sus miedos,
ni su sentimiento de culpa ni sus remordimientos. Porque nunca se arrepentiría de ese día. Por una noche, el tiempo se había detenido y había visto el cielo por primera vez.
Había experimentado una paz que no había vivido hasta entonces y había descubierto
qué se sentía al estar cobijado bajo las alas de un ángel.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora