De nuevo, al despertarse cómodamente acurrucada en la cama de Drake, Evangeline
descubrió que él no estaba. Tal como había hecho la noche anterior, alargó la mano en
busca de algún rastro cálido del cuerpo de Drake, pero, aparte de su huella en el
colchón, las sábanas estaban completamente heladas.
Suspiró y se preguntó si aquel hombre dormía alguna vez. Era obvio que llevaba
unos horarios poco usuales, aunque el día anterior había llegado a las seis de la tarde
a casa. ¿Había hecho una excepción por ella? ¿O la excepción había sido que
estuviera en su club a las cuatro de la mañana porque ella lo había hecho esperar?
Era un misterio. Pero después de esa noche y de haber consentido en... Bueno, no
estaba en absoluto segura de dónde se había metido. Eso sí, él había sido muy claro
con sus expectativas y el tipo de relación que tendrían, aun así tenía un millón de
interrogantes dando vueltas en la cabeza. ¿Qué persona en su sano juicio no dudaría
en la misma situación? Pero es que una persona en su sano juicio no estaría por
segunda mañana consecutiva en la cama de un hombre al que apenas conocía, y mucho
menos habría consentido someterse a él en todos los sentidos.
Su mano dio con algo duro entre las suaves y suntuosas sábanas que le hizo fruncir
el ceño. Se incorporó en la cama. Tiró de las sábanas para taparse los senos y se rio.
¿De quién se estaba escondiendo? No había nadie.
Miró la caja con emoción, porque le pareció casi idéntica en forma y tamaño a la
del regalo que había recibido la noche anterior. Se llevó la mano automáticamente al
collar que él le había regalado y que aún llevaba en el cuello.
Se le encogió el corazón. ¿Sería otro regalo escandalosamente caro?
Había una nota al lado, pero no pudo evitar abrir primero esa caja, que parecía
tentarla. Esta vez, echó mano deprisa al joyero y, al abrirlo, encontró un par de
pendientes alucinantes con un diamante solitario.
Ay. Mi. Madre.
No podía apartar de ellos la mirada absolutamente perpleja. Eran enormes. No tenía
ni idea sobre quilates, pero estaba segura de que aquello alcanzaba la categoría
máxima de pendientes de diamantes. Nunca había visto pendientes con esos pedruscos
tan grandes. ¿Y se suponía que debía ponérselos? ¿Y si se desprendía uno? ¿Y si los
perdía? Con esos pendientes, seguro que podía comprarse una casa entera en su ciudad
natal. Hasta se sentía algo mal al tener algo tan caro entre las manos, así que los dejó
a un lado y cogió la nota.
Jax irá a buscarte a la una en punto y te traerá al club. Ven vestida informal, pero tráete algo más elegante y
atractivo para cambiarte después. Pasarás el día conmigo y esta noche volveremos tarde a casa. Espero que te
gusten los pendientes. Tú ya brillas más que ellos por ti sola, pero quiero que mi ángel resplandezca. Comerás y
cenarás conmigo.
Evangeline flaqueó. ¿La estaba poniendo a prueba expresamente al designarle un
hombre nuevo cada día o solo le estaba presentando a todos los hombres que había
insistido en que la acompañarían siempre que no estuviera con él?
Miró fijamente los diamantes brillantes y concluyó que tendría que ponérselos si no
quería arriesgarse a hacerlo enfadar por rechazarlos. Rezaría para que no se le cayera
ninguno y tendría cuidado de no extraviarlos al quitárselos al final de la noche.
Entonces, miró la hora y se puso nerviosa. Drake le había dicho que Jax, fuera quien
fuera, llegaría a la una. ¡Ya era la una y diez! Jamás había dormido tanto. Incluso
después de un turno largo, siempre se había despertado antes que las demás. Tenía
demasiadas cosas que hacer, demasiadas responsabilidades.
De repente, le vino a la cabeza algo que había dicho Drake la noche anterior.
Quería el número de cuenta y el código de transferencia de sus padres. Los tenía, por
supuesto, pero ¿cómo iba a explicar esa repentina entrada de dinero en el banco?
Nunca había mentido a su madre, pero valoraba la tentación dolorosa de inventarse
algo como que le había tocado la lotería u otra excusa igualmente absurda.
Estaba al borde del ataque de nervios cuando oyó una voz a lo lejos:
—Evangeline, soy Jax. Drake quería que te recogiera a la una. Tienes que darte
prisa. Al jefe no le gusta esperar.
Dio un respingo y a punto estuvo de gritar, pero se llevó la mano a la boca para no
hacerlo. Tenía el corazón desbocado y sintió un inesperado pavor. Y entonces, se
enfadó; estaba harta de oír que a Drake no le gustaba esperar.
—Dile a Drake que me tengo que preparar —gritó Evangeline, enfadada—. Estaré
lista cuando lo esté, y no antes.
Obtuvo una profunda risotada masculina por respuesta.
A pesar del exabrupto, saltó de la cama y empezó a dar vueltas mientras intentaba
decidir qué hacer primero. Una ducha. Vale. Después ya pensaría en qué ponerse. Ya
se encargaría de sus padres cuando llegara al club, porque ahora no tenía tiempo para
llamadas. Se duchó en cinco minutos, se desenredó el pelo mojado a toda prisa y se lo secó
tan bien como pudo con la toalla. Entonces, se dirigió al armario donde tenía todas
sus cosas.
Informal. Muy bien, no había problema. Estaba muy puesta en el rollo informal. Con
lo de elegante iba perdida. ¿Qué quería decir Drake exactamente con elegante?
Escogió unos vaqueros escandalosamente caros, pero que resultaron ser tan
cómodos que hasta suspiró al ponérselos. Acto seguido, cogió el sujetador push-up de
encaje que había elegido y se centró en qué ponerse arriba.
Los últimos días había refrescado, aunque el verano no había acabado de ceder el
terreno al otoño, pero recordó que el despacho de Drake era como una nevera, así que
escogió un suéter de cachemira de manga corta con un escote pronunciado que
escondía discretamente lo que tenía que esconder.
En cuanto al calzado, se decantó por un par de zapatos planos brillantes a los que
no pudo resistirse.
Entonces, recordó las instrucciones de Drake, corrió al dormitorio, desenganchó
alegremente los pendientes de las sujeciones del estuche y se los puso. Nerviosa, se
acercó al espejo para comprobar su aspecto y vio a una mujer a la que apenas
reconocía. Iba despeinada y todavía tenía los labios ligeramente hinchados de los
besos apasionados de Drake. Lo más evidente era el brillo en las mejillas y los ojos
que delataban a una mujer muy satisfecha. Estaba casi... guapa. Entonces, se reprendió
por seguir maravillándose con ese mundo de ensueño al que había sido transportada y
se recordó que seguía siendo la misma Evangeline de siempre. La ropa y las joyas
caras no iban a transformarla milagrosamente en alguien que no era, y era peligroso
abandonarse a esa fantasía, aunque fuera por un segundo. Esos pensamientos
acabarían por darle una bofetada de cruda realidad que la devolvería al mundo al que
pertenecía de verdad.
Consciente de que no tenía mucho tiempo, se aplicó una somera capa de maquillaje
y brillo de labios, y terminó dándose un toque de rímel para resaltar lo que ella misma
admitía como su punto fuerte: los ojos.
Pero se puso nerviosa, porque todavía tenía que pensar en qué llevarse para luego.
Lo último que quería era quedar como una tonta o, peor todavía, poner a Drake en
ridículo. Como no podía llamarlo y preguntarle qué quería exactamente que se
pusiera, su única opción era... Jax.
Gruñó, pero ¡y qué más daba! Como si no hubiese quedado ya como una idiota
delante de sus demás ayudantes. ¿Por qué iba a excluir a Jax? Seguramente ya había oído hablar de ella y se estaba maldiciendo porque le había tocado la china aquel día.
O tal vez se había prestado voluntario para ver semejante desastre.
Nerviosa, salió de la habitación y, al asomar la cabeza por la sala de estar, vio a un
hombre grandote repantingado en el sofá de Drake, con el mando de la tele en una
mano y una copa en la otra.
—Esto... ¿Jax? —dijo ella, con cautela.
Jax se giró y ella retrocedió un paso instintivamente. Sí, todos los colaboradores de
Drake eran tipos cachas sin sonrisa ni escrúpulos, pero ¡ese tío era enorme! Tenía los
brazos tatuados de arriba abajo y el dibujo le trepaba también por el cuello, por lo
que sospechó que tendría una obra de arte gigante cubriéndole el torso entero.
Llevaba al menos tres aros en cada oreja y el pelo largo y despeinado a lo «me
importa una mierda cómo me quede».
Menudos ojos. ¡Guau! Tenía el pelo negro como el azabache, pero sus ojos eran de
un azul cristalino. No pudo más que quedarse mirándolo en silencio, mientras él la
observaba, a la espera de que le preguntara lo que le tuviera que preguntar. Y, por
cierto... ¿qué había ido a preguntarle?
Entonces sonrió y, como había sucedido con los demás, la sonrisa transformó a un
tío para nada apetecible en un hombre capaz de parar el mundo con esa sonrisa. Se
levantó y se acercó despacio a ella, casi como si supiera que Evangeline podía echar
a correr para encerrarse de nuevo en la habitación.
—El mismo. Y tú debes de ser Evangeline, a menos que Drake tenga a dos
preciosas rubias de ojos azules en su apartamento —dijo con una sonrisa seductora—.
¿Hay algún problema? ¿Necesitas algo?
Se le había endulzado la voz y se había detenido a unos pasos de ella, por
casualidad o, tal vez, por deferencia al obvio nerviosismo de ella.
—Mmm, sí. Bueno, no.
Evangeline gruñó y se dio un toque en la frente. Jax se rio.
—¿Qué ocurre?
—Sí, soy Evangeline, y no, no tiene a dos mujeres rubias en su apartamento. O más
le vale.
Las últimas palabras las murmuró, pero supo que Jax la había oído porque había
curvado los labios y se le habían encendido los ojos con una chispa de humor.
—Tenían razón contigo —dijo Jax, ladeando la cabeza, como si la estuviera
estudiando.
Ella achinó los ojos. —¿Quiénes? ¿De quiénes hablas?
Vaya, parece que le tocaba ser el hazmerreír de otro tío. Él se limitó a sonreír.
—¿Qué puedo hacer por ti, señorita Evangeline?
Entonces, recordó por qué había ido en busca de Jax y quiso morirse de vergüenza.
Se puso roja como un tomate y cerró los ojos. ¿Cómo iba a sobrevivir en el mundo de
Drake, si un solo día ya le parecía un reto?
Jax se enterneció al ver a aquella preciosa y dulce mujer tan angustiada. Joder, pero
los otros no se habían equivocado. La inquietud de Evangeline lo empujaba a querer
hacer lo que fuera por corregir la situación. Se rio al recordar a Thane, Maddox y
Justice mientras le explicaban sus excelencias. Era la chica perfecta de verdad. Tenía
algo inocente, al mismo tiempo, era una tigresa cuando se trataba de defender a la
gente que ella creía ninguneada de forma injusta.
—Evangeline, ¿qué ocurre? —preguntó con amabilidad—. ¿Puedo ayudarte en
algo?
Mierda. Parecía a punto de llorar y si había algo que le superaba era ver a una
mujer llorando.
En lugar de responderle, Evangeline le tendió el papel. Él lo desdobló,
desconcertado, y leyó los característicos garabatos de Drake. Después, levantó la
vista hacia ella, que cada vez estaba más nerviosa.
¿Por qué le causaba tanta angustia la puñetera nota de Drake? Era muy clara. Típica
de él. No veía nada que pudiera provocar tal reacción de miedo en ella.
—¿Qué quiere decir con elegante y atractiva? —preguntó, alzando la voz con cada
palabra—. No soy atractiva y no tengo ni idea de cuál es su concepto de elegancia,
porque, créeme, entre mi concepto y el suyo hay un abismo. Y es obvio que no soy
sexy, a ver ¿cómo voy a saber vestirme así?
Jax abrió la boca de pasmo. ¿Qué no era sexy? ¿Estaba loca?
—No quiero avergonzarlo —susurró Evangeline, con lágrimas en los ojos.
Hizo todo lo posible por no atraerla hacia sí y abrazarla. ¡Por Dios! ¿Se estaba
planteando abrazar a alguien? Tendría que haber sabido que lo estaban poniendo a
prueba cuando le sugirieron que fuera él a recoger a Evangeline. Que tenía que
conocer a todos los hombres de Drake, había insistido Maddox con aire de
suficiencia.
Jax apretó los labios, alargó la mano para coger la de Evangeline y tiró de ella para
acompañarla hasta el armario. No entendía de moda, pero sabía lo que le quedaba
bien a una mujer, sobre todo a una como ella. ¡Pero si estaría guapa hasta con un saco de patatas! ¿Qué narices había hecho Drake para que esa mujer no se sintiera
atractiva? Si esa mujer fuera suya, no pasaría ni un solo día en su vida sin saber lo
deseable que era.
—Quédate aquí —ordenó, dejándola en el centro del vestidor—. A ver, lo que
llevas ahora es perfecto para la parte informal. Eso lo dominas perfectamente.
Supongo que Drake tendrá la mosca detrás de la oreja cuando tenga que entrar
cualquier otro hombre en su despacho.
Ella lo miró como si no entendiera de qué le estaba hablando.
Jax estuvo a punto de sacudir la cabeza. Joder, los demás no le habían tomado el
pelo con la mujer de Drake. Habían dicho la puta verdad.
—Elegante y sexy para pasar la noche en el club significa algo un poco más
brillante, divertido e incluso atrevido.
Se planteó que tal vez no tendría que haber mencionado la última parte, porque
podría ganarse una paliza de Drake si su chica aparecía con algo demasiado atrevido
y acababan pegándose con aquellos que se comieran el culito de Evangeline con la
mirada.
—¿Quieres decir algo así? —preguntó en voz baja, alargando la mano hacia una de
las perchas.
Los dedos de Evangeline se deslizaron sobre la tela plateada y blanca y Jax le vio
brillar el deseo en los ojos. En ese momento, no hubiera importado lo más mínimo
que no fuera lo adecuado. No habría podido resistir la tentación de ningún modo.
—Por supuesto —respondió él, que asintió con firmeza—. ¿Tienes zapatos para el
vestido o necesitas parar a comprar unos? Drake lo entenderá.
Evangeline abrió los ojos como platos.
—Uy, no. Tengo zapatos. Además, ya voy tarde y, como todo el mundo me recuerda
a todas horas, a Drake no le gusta esperar, así que es probable que ya esté enfadado.
Jax frunció el ceño.
—No, espera un momento. Es cierto que Drake es un cabrón impaciente y que no le
gusta esperar, pero no se enfadaría contigo y, por supuesto, jamás te haría daño.
Además, le diré que he tenido un imprevisto y que he llegado tarde a recogerte.
Ella sonrió y, por un instante, se olvidó de respirar. Por Dios, esa mujer era mortal
para cualquier hombre y ni siquiera se daba cuenta.
—Eres muy amable, Jax, pero nunca permitiría que te cargaras tú la culpa de que yo
me haya dormido y de ser tan boba que no sé lo que tengo que ponerme. Si Drake
tiene que enfadarse con alguien, será conmigo y con nadie más. Inclinó la barbilla con tanta decisión que Jax supo que lo decía en serio.
—Tengo los zapatos allí —dijo, mientras se inclinaba para revolver unas cuantas
cajas y sacar un par de zapatos de tacón de aguja relucientes que iban a quedar de
escándalo en sus ya magníficas piernas. Pero, entonces, frunció el ceño—. Puede que
tenga que llevarme maquillaje y cosméticos. ¿Nos da tiempo a prepararme un pequeño
neceser?
—Tómate el tiempo que necesites. Te esperaré en la sala de estar.
Jax ya estaba casi en la puerta cuando ella le gritó:
—¡Ah, Jax! Casi se me olvida. ¿Me puedes hacer un favor?
Podía pedirle cualquier cosa, que la haría o moriría en el intento.
—Claro. Dime.
—Hay una caja con cupcakes en la barra de la cocina. ¿Puedes cogerla? Los iba a
guardar para Drake, pero, como vamos a ir al club y hay un montón, he pensado en
llevarlos para los chicos.
Por un instante, se quedó sin palabras. ¿Cupcakes? ¿Quería llevar cupcakes a los
chicos del Impulse? Drake se moriría de vergüenza, así que Jax, regocijándose en la
idea, fue a por la caja y la esperó en la cocina.
Evangeline metió el vestido en uno de los portatrajes de Drake con mucho cuidado,
cogió un bolso de viaje, metió los zapatos, los artículos de aseo y el maquillaje y
corrió a la cocina, donde pilló a Jax llevándose a la boca los restos de un cupcake.
Al oírla, levantó la cabeza e, ignorando la mirada acusadora y el brazo en jarras de
Evangeline, exclamó:
—¡Joder, son alucinantes! ¿Dónde los has comprado?
Ella se revolvió inquieta.
—Los he hecho yo.
A Jax casi se le salieron los ojos de las órbitas.
—¿Los has hecho tú?
Ella agachó la cabeza y asintió.
—Me gusta cocinar. Y la repostería.
—Madre mía, me encantan —gruñó él—. ¿Hay alguna posibilidad de que te olvides
de llevar la caja a los chicos para que pueda llevármela a mi casa?
Ella sonrió.
—No, pero pasaré por alto que ya te has comido uno y te dejaré coger otro cuando
lleguemos al club.
—Bien. Me muero de hambre. Todavía no he podido comer nada.
Evangeline frunció el ceño, dejó sus cosas sobre la barra de la cocina empujó a un
sorprendido Jax hacia la otra punta, donde hizo que se sentara.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó bastante desconcertado.
—Darte de comer. Tengo sobras de la cena que preparé ayer para Drake. Solo me
llevará unos minutos calentarlas y, como bien has dicho, ya vamos tarde, conque no
pasará nada por unos minutos más, ¿no? El tráfico estaba fatal.
Jax se rio.
—Ya me caes bien.
—No estará tan rico como anoche —advirtió, a modo de disculpa—, pero no estará
mal. Te lo prometo.
—¿Cocinaste para Drake de verdad?
—Sí. Al principio, pensé que había metido la pata y se había enfadado. Había
pedido comida a domicilio para las siete y yo entendí mal el mensaje. Como dijo que
llegaría a las seis y que cenaríamos en casa, di por hecho que quería que cocinara:
hubo un poco de tensión. Hasta que probó el plato —añadió ella, con una sonrisa.
Unos minutos después, dejó el plato con las sobras de pescado y acompañamientos,
excepto la patata asada, delante de Jax y observó como él se lo comía con el olfato.
—Joder —murmuró Jax—. Eres una diosa. Si se supone que no está tan rico como
ayer, es un milagro que Drake siga vivo y haya podido ir hoy a trabajar. Esto sabe a
gloria. ¿Hay algo que no sepas hacer? Eres bonita, dulce, generosa y, encima, ¿sabes
cocinar? ¿Por qué no he encontrado a mujeres así? —añadió con aire de lamento.
Evangeline se ruborizó de satisfacción ante tal cumplido sincero, pero se apresuró a
quitarle el plato de delante y lo dejó en el fregadero.
—Bueno, más vale que nos pongamos en marcha o Drake nos estrangulará a los dos
—dijo ella, medio en broma.
Entonces sonó el teléfono de Jax y soltó un gemido.
—Es el jefe, que se pregunta dónde leches está su chica.
—¿Sí? Pues tendrás que contarle que estamos en un atasco terrible —dijo ella,
fingiendo un gesto de seriedad absoluta.
Jax se rio y dijo algo muy raro:
—Vaya, vaya, Drake nos ha traído algo que nos va a tener más entretenidos que
nunca.
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sometida "los ejecutores"
Teen FictionEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...