12

140 6 0
                                        


Drake detuvo el coche en el camino de entrada a su bloque de apartamentos, junto a
la puerta lateral. Bajó enseguida y entró atropelladamente en el edificio. Mientras
subía en el ascensor, se aflojó el cuello de la camisa, se quitó el abrigo y se lo colgó
en el brazo.
Era evidente que estaba nervioso. Lo había estado todo el día, desde que había
dejado a Evangeline en la cama por la mañana. Sentía una especie de crispación
inexplicable, una necesidad imperiosa de consolidar su relación con ella y definir sus
expectativas para que sus intenciones no pudieran quedar en entredicho.
Esta noche la haría suya, pero, primero, mantendrían esa conversación que había
estado macerando todo el día en la cabeza y, luego, seguirían con una cena relajada e
informal para darle tiempo a asimilar todo lo que iba a decirle. Y, entonces, la haría
suya, la poseería. Le dejaría bien claro a quién pertenecía ahora.
Le sobrevino una intensa satisfacción y comprendió que jamás había sentido tantas
ganas de estar con una mujer. Y justo por eso, era la primera vez que no había
decidido de antemano cuánto duraría su aventura. Nunca empezaba una historia sin
saber cuándo terminaría y, sin embargo, no había pensado en nada más que en ganarse
a Evangeline y asegurarse de que no estuviera separada de él durante mucho tiempo.
A ver, ¿se estaba planteando una relación de verdad en lugar de un polvo rápido o
una aventurilla? Puede que estuviera perdiendo la cabeza. Estaba seguro de que eso
pensaban sus hombres y, tal vez fuera así, porque, desde que la vio entrar en el club,
se le había puesto el mundo patas arriba y nada había vuelto a ser igual.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor, se metió en su apartamento,
inmediatamente giró la cabeza hacia la cocina y frunció el ceño. Un aroma delicioso
le animó el olfato. Miró el reloj, seguro de que no se había equivocado de hora.
Había salido del despacho para llegar a las seis en punto y había avisado a Justice.
Qué raro que el servicio de reparto a domicilio hubiera cometido el error de entregar
la comida antes de tiempo.
Tenía la velada planeada al milímetro y no le gustaban las interrupciones ni los
giros inesperados.
Dejó el abrigo en el colgador al lado del ascensor y se dirigió a la cocina, pero, al
ver a Evangeline manejando cuatro sartenes a la vez sobre los fogones, se detuvo de golpe. Era directo: nada propenso a medir las palabras, sobre todo cuando sus
palabras bastaban para obtener resultados.
—Pero ¿qué haces? —le espetó.
Evangeline dio un respingo y casi se le cayó la espátula que tenía en la mano.
Volvió la cabeza hacia él y lo miró con los ojos como platos, desconcertada. El
intenso azul de sus ojos reflejaba claramente la confusión de ella, que le lanzó una
mirada perpleja, como sugiriendo que no tenía ninguna razón para preguntárselo.
—Justice me dijo que llegarías a las seis, que no me arreglara y que cenaríamos en
casa. Di por supuesto que querías que cocinara. Dijo que cenaríamos aquí —
respondió ella, insistiendo, como si quisiera reafirmar que no había entendido mal lo
que Justice le había dicho.
Drake le notó el temblor en la voz y suspiró, consciente de que el mensaje podría
malinterpretarse. El punto de miedo y confusión de la mirada provocaron en él una
respuesta instintiva, amable. No quería empezar la noche con mal pie. No cuando
había tanto en juego.
—No tengo la menor intención de convertirte en una esclava doméstica, ni espero
que cocines para mí. Tengo un servicio de reparto a domicilio que me trae a casa la
comida más deliciosa. Vienen, me ponen la mesa y se van por donde han venido.
Había programado la entrega para las siete. Tenía pensado hablar antes de cenar.
—Ah —murmuró ella.
Miró la comida que estaba preparando, se sonrojó y la vergüenza apagó el brillo de
aquellos ojos azules. Ese simple gesto fue para Drake como si le hubieran pegado un
puñetazo en el estómago y se sintió un verdadero imbécil por haber sido tan bocazas y
haber soltado el discurso en tono de reprimenda. Ella no había hecho nada malo. En
realidad, que le hubiera preparado una cena casera le había enternecido. Ni siguiera
su propia madre, por poco que recordara de esa zorra, le había cocinado nunca nada.
—Lo siento —se disculpó ella en un susurro inaudible—. Puedo tirarlo. Lo entendí
mal. Lo siento —repitió.
Drake se sentía como si le hubiera atizado una patada a un cachorrillo, y no era
nada agradable. No quería herir sus sentimientos y menos cuando era obvio que se
había esforzado mucho para prepararle una cena aparentemente suntuosa.
—Ni hablar —sentenció él—. Huele muy bien y la buena comida no se puede echar
a perder. Llamaré al restaurante para cancelar el pedido. ¿A qué hora estará lista la
cena?
Ella seguía sin mirarlo a la cara y cogió un cucharón para remover los ingredientes de una de las sartenes.
—Ya está lista. Solo la mantenía caliente para poder servirla cuando llegaras —
respondió suavemente.
Drake comprendió que la charla tendría que esperar hasta después de la cena, ya
que no quería empezar hiriendo los sentimientos de la chica y dándole un motivo para
levantar un muro entre ambos. Aunque supiera a rayos, se lo comería todo y la
felicitaría porque no quería humillarla.
Y volvió a recordar que había cocinado para él. Un gesto muy sencillo y, aun así,
ninguna mujer se había ofrecido a cocinarle antes y mucho menos hecho el esfuerzo de
tenerle lista la cena para cuando llegara de trabajar.
Se acercó a ella por detrás, le pasó los brazos alrededor del cuerpo y le pegó el
pecho a la espalda. Se inclinó un poco, le rozó el cuello desnudo con los labios y
sonrió al notar que le había provocado un escalofrío.
—Si sabe la mitad de bien de lo que huele, será excelente.
Ella se relajó contra su pecho y la tensión desapareció.
—¿Por qué no vas a ponerte algo más cómodo mientras llevo la cena a la mesa? —
sugirió ella, con timidez.
Él le besó la nuca de nuevo, esta vez mordisqueándole la piel sedosa antes de
separarse de ella para ir al dormitorio. De acuerdo, la conversación tendría que
esperar hasta después de la cena, pero que hubiera cocinado para él significaba algo:
que Evangeline no se rebelaba y que, al parecer, no había cambiado de opinión.
Se había esperado que Justice lo llamara y le diera el tostón por jugar a las niñeras
pero, para su sorpresa, lo único que le había dicho después de dejar a Evangeline en
el apartamento de Drake había sido: «Tienes una de las buenas, Drake. No la jodas».
Frunció el ceño. Se había percatado de la reacción de Maddox y también de la de
Thane, al verla. Y era evidente que Justice también había caído preso de sus encantos.
No estaba seguro de que le gustara el efecto que producía en sus hombres. Los tenía a
todos comiendo de la mano y sospechaba que, si ella se echaba atrás y se largaba,
alguno de ellos, o tal vez todos, le echarían el lazo. Vamos, apostaría lo que fuese.
Después de cambiarse y ponerse unos tejanos cómodos y una camiseta, volvió a la
cocina y se la encontró colocando los platos sobre la mesa del comedor. Al oírlo, se
giró con una mueca en los labios.
—No estaba segura de qué vino preferirías, así que he comprado tinto y blanco.
—Me gustan ambos; tomaré el que traigas —dijo él.
Ella abrió una botella, sirvió dos copas y se quedó allí plantada mirándolo con nerviosismo, como si no supiera qué más hacer.
—Siéntate —dijo él—. No queremos que se nos enfríe la comida.
Drake apartó una silla para que se sentara y después se sentó él en la de enfrente
para poder verla y mirarla a los ojos. Ni siquiera se había fijado en lo que le había
cocinado, pero ahora que observaba la comida presentada con tanta gracia, vio que
era un filete de pescado cubierto de salsa. También había una patata y dos
acompañamientos más que era incapaz de reconocer, pero todo tenía buena pinta y
olía bien.
La presentación era digna de cualquiera de los restaurantes que él frecuentaba.
Estaba acostumbrado a cenar bien, un capricho que nunca se negaba ahora que podía
permitírselo. Lo de crecer pobre como las ratas y pasando hambre calaba en el alma
de cualquier hombre. A los once años, a los pies de la tumba de su madre, se había
jurado que no viviría como ella. Haría y tendría mucho más que ella. Y, sobre todo,
jamás volvería a pasar hambre.
Aunque era tacaño cuando se trataba de negocios, lo que hacía que sus socios se
burlaran de su ridiculez, no tenía escrúpulos a la hora de abandonarse a todo tipo de
lujos personales, entre los cuales, cenar bien era el principal. Así pues, reconocía una
presentación profesional en cuanto la veía y el plato de Evangeline parecía tan
elaborado y artístico como los que le servían en sus restaurantes exclusivos favoritos.
Solo quedaba por ver si el sabor se correspondía con el aspecto, pero, hasta el
momento, estaba impresionado. Al parecer, su ángel era una caja de sorpresas. De
repente, estaba impaciente por descubrir todos sus secretos, qué la motivaba, qué
yacía bajo ese velo de dulce inocencia y esa aureola.
Evangeline empezó a juguetear con el tenedor y lo miró por debajo de las pestañas.
Él pinchó el pescado, tomó un bocado y se quedó helado. Masticó y se apresuró a
tomar otro bocado. No podía creer lo que estaba experimentando.
Entusiasmado por probar el resto de la ofrenda, pinchó los dos acompañamientos
desconocidos con el tenedor y se echó hacia atrás con un gemido. Evangeline parecía
asustada y Drake se dio cuenta de que ella aún no había probado su propia creación.
—Es increíble, Evangeline. Está fantástico. ¿Lo has cocinado tú? ¿Seguro que no
me estás tomando el pelo y lo has pedido a domicilio? —bromeó.
Ella se ruborizó, pero le brillaron los ojos de placer ante el cumplido y, entonces,
agachó la cabeza y asintió.
—Me encanta cocinar —dijo en voz baja y, acto seguido, levantó la cabeza y, al
cruzarse las miradas, volvió a sonrojarse—. Se me da bastante bien, de hecho. En casa, me encargaba de cocinar; cocinaba para mis compañeras de piso, así no
teníamos que comer fuera y podíamos ahorrar. Cuando era cría, me iba a la biblioteca
a buscar libros de cocina y copiaba las recetas. No podíamos permitirnos la
televisión por cable o por satélite, así que no veíamos ninguno de esos canales de
cocina y tuve que aprender por ensayo y error. Es increíble la cantidad de comidas
buenísimas que se pueden preparar con ingredientes baratos. El secreto está en los
condimentos. Comer fuera era un lujo que no podíamos permitirnos. Hasta la comida
rápida estaba fuera de nuestro alcance, así que, para ser sincera, cuando empecé a
cocinar mejor, prefería mis propios platos que la comida grasienta para llevar.
Drake logró, a duras penas, evitar fruncir el ceño. ¿Cuándo había tenido tiempo
Evangeline para vivir? De hecho, ¿había tenido una vida propia? Por lo que había
podido deducir, lo había sacrificado todo por su familia, incluso había abandonado su
hogar para ganar más dinero, pero había vivido en la miseria para poder mantener a
sus padres. Y todavía no tenía ni idea de por qué sus padres no se las podían apañar
solos. Ella le había contado que su padre había sufrido un accidente laboral, pero que
la mutua se las había arreglado para no indemnizarle. Y ¿cuál sería la historia de la
madre? Le enfurecía que una jovencita tan guapa, en plena edad de merecer, hubiera
tenido que dejarlo todo y aplazar sus deseos y sus necesidades para partirse el lomo
trabajando para otros. Pero eso la hacía especial. Su abnegación y generosidad
superaban las de cualquiera.
—¿Cuántos años tenías cuando empezaste a aprender a cocinar? —preguntó,
consciente de que no le iba a gustar la respuesta.
—Nueve —respondió ella, como si fuera lo más normal del mundo—. Mamá me
ayudaba en lo que podía, pero para ella era más importante estar con papá, así que yo
me hice cargo de la cocina y ellos hacían ver que no se daban cuenta cada vez que la
llenaba de humo y corría por la casa abriendo todas las puertas y ventanas —añadió,
con una carcajada.
Pero Drake no se reía. Estaba furioso. Nueve. Nueve años tenía cuando asumió el
rol de cuidadora de sus padres. Tuvo que esconder las manos bajo la mesa para que
no viera cómo apretaba los puños. Y la actitud de Evangeline hablaba por sí sola. No
veía nada anormal en que una simple cría tuviera que convertirse en adulta y asumir
una montaña de responsabilidades. No tuvo infancia. Como él, aunque las
circunstancias eran muy distintas. Por lo menos, ella tenía comida que echarse a la
boca y no se había quejado ni un ápice del trato que había recibido de sus padres. De
hecho, cuando hablaba de su familia, se le endulzaba el rostro y se le llenaban los ojos de ternura.
Pero eso no quitaba que se le hubieran negado cosas que la mayoría de los niños
daban por supuestas. ¿Había pensado alguna vez en tener una vida propia? ¿En hacer
algo para sí misma?
Sí. Él se encargaría de eso. No podía cambiar el pasado de ninguno de los dos,
pero, joder, podía asegurarse de cambiar el futuro de la chica para que no tuviera que
seguir dejando a un lado sus necesidades para satisfacer a las personas a las que
amaba. No podía hacerle grandes promesas, pero, al menos, esa sí. Nunca volvería a
ser, voluntariamente o no, esclava de nadie.
Siguieron comiendo en silencio, mientras él se dedicaba a desentrañar el misterio
de Evangeline Hawthorn. Y cada vez tenía más claro que era distinta a todas las
mujeres que había conocido hasta entonces, pero no sabía qué hacer con esa idea. Ni
con ella. Se encontraba en una situación que no había experimentado jamás.
A todas las mujeres que había tenido hasta entonces, fuera por mucho o poco
tiempo, las había tratado con la misma funcionalidad. Jamás se había saltado un paso.
Los repetía meticulosamente y sus esfuerzos siempre habían sido recompensados y
recibidos con gusto.
Por primera vez en la vida, tenía dudas sobre cómo tratar a una mujer y reconocía
lo irónico de la situación. Era obvio que no podía emplear la estrategia habitual con
Evangeline porque ella no era como las demás. A otro hombre, tal vez le habría
enervado, pero a Drake le movía un entusiasmo que no había sentido jamás.
Puede que esta se convirtiera en un gran reto para él: le encantaban los retos. Tenía
que averiguar cómo tratarla. Qué le gustaba. Porque lo último que quería era
insultarla o herirle el orgullo, y de orgullo no andaba escasa. La admiraba y la
respetaba porque sabía perfectamente qué era el orgullo.
Sus pensamientos volvieron al momento en el que se había dado cuenta de que no
había establecido un límite temporal a su relación con Evangeline... Sí, a la relación,
un término que no había utilizado hasta entonces para referirse al espacio de tiempo
que pasaba con una mujer. Porque si una cosa sabía con total seguridad era que
aprender todo lo que había que saber sobre su ángel le iba a llevar más de unos días,
unas semanas o incluso unos meses. Y esperaba con ansia cada momento.
Tras terminar el plato, se reclinó en el respaldo de la silla y fijó la mirada en lo que
era suyo.
—Estaba magnífico, Evangeline, pero te equivocabas al decir que se te daba
bastante bien. —Ella abrió los ojos como platos, pero antes de que pudiera llegar a una conclusión errónea, Drake continuó—: Eres una cocinera increíble. He perdido la
cuenta de los restaurantes de cinco tenedores en los que he comido y esto ha sido lo
mejor que he probado nunca. De hecho, que lo hayas cocinado solo para mí lo hace
aún más especial. Gracias.
Se puso roja como un tomate, pero el cumplido hizo que le brillaran los ojos de
alegría. Se le iluminó toda la cara y, por un momento, a él se le cortó la respiración
ante tanta belleza radiante. Santo dios, ¿cómo podía haber llegado esa mujer a los
veintitrés años sin perder la virginidad para perderla después con un gilipollas?
Seguro que los hombres habrían estado intentando bajarle las bragas desde la
adolescencia.
Pero, en realidad, ya sabía la respuesta a esa pregunta. Los hombres no habían
entrado en los planes de Evangeline. Había estado demasiado ocupada cuidando de su
familia y trabajando a todas horas para pararse a pensar en una relación.
Entonces recordó una de las razones principales por las que Evangeline no tenía
experiencia y frunció el ceño. Ni siquiera sabía lo bonita que era porque creía que no
era nadie, que no era nada.
Joder, aunque fuera la última cosa que hiciera, le iba a enseñar a verse tal como la
veían él y el resto del mundo.
—También hay postre —anunció ella—. No hay buenas comidas sin postre. Como
tenía poco tiempo, solo he podido improvisar algo sencillo, pero puedes escoger
entre una mousse de chocolate casero con nata montada o cupcakes.
—Las dos cosas —replicó él sin dudarlo un instante.
Ella se rio.
—No sé, pero no te imaginaba de los que comen cupcakes —dijo ella, en tono
divertido.
—Si tiene azúcar, me gusta.
—Espera a probar mi tarta de barritas de chocolate y tofe —dijo con voz sugerente
—. Es un pecado.
—Estoy deseándolo —dijo él en un tono ronco que sugería que había otras cosas
que deseaba.
Ella sonrió, se alejó deprisa y volvió con dos cupcakes y dos cuencos de cristal
artísticamente decorados con espuma de chocolate sobre una elegante bandeja
plateada. Drake miró ambos postres, consciente de que si estaban a la altura de la
cena, iba a gemir de gusto.
Y no lo decepcionaron. —Me vas a malcriar —dijo, mientras apartaba los platos y cogía la servilleta para
limpiarse las migas que, sin duda, tenía en la boca.
—Pues no tanto como tú a mí —apuntó ella con énfasis.
—Bueno.
Evangeline se levantó sonriente aún y empezó a recoger los platos vacíos, pero
Drake frunció el ceño, la cogió de la muñeca y la detuvo.
—Déjalo —dijo—. La señora de la limpieza vendrá por la mañana. Para eso le
pago. Tú y yo tenemos cosas de las que hablar.
La repentina mirada vacilante de Evangeline hizo que a él se le tensara el pecho de
una forma muy desagradable. Le soltó la muñeca con un gesto exagerado, se levantó,
le ofreció la mano y esperó a que ella decidiera cogerla voluntariamente. Se
sorprendía de sus propias acciones. Nunca había permitido a las otras que marcaran
el ritmo o que tomaran la iniciativa. Era un hombre decidido. Implacable, incluso.
Pero allí estaba, esperando a que una mujercilla confiara lo bastante en él como para
cogerle la mano.
Con todo, cuando los dedos suaves como la seda de ella se deslizaron con
confianza entre los suyos, se sorprendió al verse feliz por haber esperado y no haber
tomado la decisión por ella. De algún modo, había conseguido mucho más que el
simple hecho de que decidiera ir con él, ya no le quedaba ni rastro de aprensión en
los ojos.
La llevó a la sala de estar y la acomodó en el sofá. Se acordó de repente de la cajita
que llevaba en el bolsillo del pantalón y la cogió sin soltarle la otra mano. Se la
ofreció sin mediar palabra. No era en absoluto sentimental y ñoño y siempre dejaba
que los regalos hablaran por sí solos. Siempre le había funcionado.
Pero ella miró el paquetito envuelto con estupefacción y levantó la mirada hacia él.
—¿Qué es esto, Drake?
Él curvó los labios en una media sonrisa.
—Ábrelo y lo descubrirás. ¿No suele hacerse eso con los regalos?
En lugar de lanzarse a rasgar el papel, como habría hecho la mayoría de sus
conocidas, ella siguió mirando el regalo con estupor y tocó el lacito y el papel de
colores con aire reverente. Dios, ¿nadie le había regalado nada antes? No, no quería
conocer la respuesta. Solo conseguiría cabrearse más.
—Me da pena estropearlo —dijo ella con voz ronca—. Es demasiado bonito.
Estaba empezando a sembrar el desconcierto en él y ni siquiera le había hecho
saber que era suya y solo suya. No estaba seguro de qué iba a suponer eso en el futuro y no podía afirmar que le gustara.
A pesar de ello, sonrió con satisfacción y sintió algo parecido a un alivio en el
pecho. Tenía el móvil apagado, algo que nunca hacía, y sus hombres tenían órdenes
estrictas, con amenaza de desmembramiento, de no interrumpirlo como la noche
anterior. Dios, que esa noche iba a dejar las cosas claras entre él y Evangeline aunque
se abriera ante él el mismísimo infierno o los arrasara un tsunami.
Ella comenzó a desenvolver el paquete con cuidado para no rasgar el papel. Pasó la
uña por debajo de la cinta adhesiva y la fue levantando hasta que pudo sacar la cajita
sin dañar lo más mínimo el papel. Tocó el lazo un momento, como si disfrutara del
satén tanto como él al saborear el tacto suave de la piel de ella.
Tenía la cajita en el regazo y la miraba fijamente como si no supiera por dónde
seguir. Entonces, tomó aire y Drake vio que no lo soltaba de inmediato.
—Ábrelo, mi ángel —la instó con una voz ronca que se le hizo extraña.
Ella levantó la tapa con los dedos temblorosos y se mordió el labio, perpleja, al
descubrir que dentro había otra caja, uno de esos estuches de terciopelo de los
joyeros. Puso la cajita boca abajo y la sacudió un poco hasta que el estuchito le cayó
en la palma. Entonces, le dio la vuelta y lo abrió por delante con el pulgar.
—Oh, Drake —susurró.
Al levantar la mirada hacia él, tenía los ojos empapados de lágrimas y estaba muy
nerviosa. Pero ¿qué…?
—No tenías que haberlo comprado. Es demasiado caro —explicó, con voz
temerosa.
Pero recorrió con el dedo el delicado colgante en forma de ángel del collar que
brillaba en el interior del estuche.
—¿Te gusta? —preguntó él, ansioso.
—Me encanta —respondió ella, sin dudarlo—. Nunca me habían regalado algo tan
bonito.
El dolor que traslucía su voz provocó el mismo efecto en el pecho de él.
—Entonces, no ha sido tan caro.
—Pero, Drake, apenas me conoces —protestó ella—. No tienes por qué comprarme
regalos.
—Y tú no tenías por qué cocinar para mí —replicó él—. Y lo has hecho.
Parecía perdida, como si no supiera qué decir.
Drake sabía que, si tenía que esperar que ella sacara el collar para ponérselo,
estarían allí toda la noche, así que tomó la caja de su regazo, sacó el collar de las fijaciones y le pidió que se diera la vuelta.
Ella se giró de inmediato y, de nuevo, él sintió que le asaltaba una satisfacción
inmensa al ver que ella lo obedecía sin dudarlo. No era de las que podían o querían
simplemente convertirse en la sumisa de alguien, lo que la hacía aún más deseable.
No, era su sumisa. No iba a engañarse pensando que era una sumisa natural que
reaccionaba así con cualquier hombre. No iba a dar por sentado que ella lo hubiera
elegido a él, fuera consciente o no de eso, y sin duda, lo valoraba como el regalo
precioso que era.
Cuando volvió a darse la vuelta, Evangeline bajó la mirada y posó los dedos en el
collar que descansaba sobre su escote. Él había estado a punto de echarse a reír
cuando ella le había soltado inesperadamente que era demasiado caro. Era el regalo
más barato que le había hecho a una mujer y, sin embargo, era el más apropiado que
podía haber escogido. Y, además, sabía que tenía que tratarla con cuidado. No se la
podía cubrir de joyas y prendas llamativas. No necesitaba tales accesorios para
brillar o resaltar su belleza. Su belleza no necesitaba adornos ni distracciones.
Le cogió la mano y se acercó para pegarse a ella, con los muslos rozándose y las
manos descansando sobre la pierna de él.
—Tenemos que hablar de algunas cosas esta noche, mi ángel, pero primero quiero
saber por qué te has enfadado esta mañana.
Ella levantó la mirada y lo miró, sorprendida, con los ojos llenos de confusión.
—Estabas molesta por algo cuando saliste a comprar —insistió con paciencia—. Y
no tenía nada que ver con nuestra conversación telefónica. Me gustaría saber por qué.
Ella bajó la mirada, hizo un gesto nervioso y se le hundieron los hombros, bajo la
atenta mirada de Drake, que observó cómo se le curvaban los labios en una mueca
triste. Justice tenía razón y sospechaba que también sabía exactamente el motivo de la
infelicidad de Evangeline.
—¿Tuvo algo que ver la llamada a tus amigas con el silencio y la falta de chispa en
tus ojos? Porque, nena, brillas. Cuando eres tú, brillas. Pero cuando algo te preocupa
o te entristece...
Drake se maldijo en silencio al ver que se sonrojaba y le temblaban los labios.
Trató de girar la cara para ocultarle su reacción, como si eso fuera posible. Ella no
engañaba a nadie. Bastaba con mirarla para saber lo que estaba pensando o sintiendo.
Menos mal que era sincera por naturaleza, porque habría sido una mentirosa nefasta.
Drake le puso la mano bajo la barbilla y atrajo su cara hacia él, pero se le hizo un
nudo en la garganta al ver las lágrimas brotar de aquellos preciosos ojos azules. —Cuéntame —dijo él.
—Piensan que he perdido la cabeza —confesó ella, con voz fatigada—. Están
preocupadas. Y no las culpo.
—¿Y? —instó Drake, seguro de que había algo más.
—Steph me dijo que era idiota por depender tanto de un hombre y me preguntó
cuánto pensaba que ibas a tardar en cansarte de mí y darme la patada, y que entonces
qué sería de mí.
Su voz denotaba una pizca de amargura que sugería que las crudas palabras de su
amiga habían atizado la inseguridad que ya habitaba en ella. Si hubiera podido echar
mano al pescuezo de Steph en ese preciso momento, se lo hubiera retorcido. Esa
puñetera mujer ya le había causado bastantes problemas la noche anterior. ¿Y se hacía
llamar amiga? Joder, con amigas como ella, ¿quién necesita enemigos?
—No tendría que afectarme tanto —se apresuró a decir Evangeline, mirándolo con
aire preocupado, temerosa de que él pensara que solo quería que la tranquilizara—.
Supongo que lo que más me molestó fue cómo lo dijo. Parecía... enfadada. Sarcástica.
No lo sé. Incluso resentida. Como si las hubiera traicionado largándome. Y...
Dejó la frase a medias y agachó la mirada, roja como un tomate. Se mordió el labio.
Era evidente que no tenía pensado contar tanto, pero él ya sabía lo franca y sincera
que era.
—¿Y qué? —la animó con dulzura.
Ella suspiró.
—La noche que fui al club, todas, Lana, Nikki y ella, me empezaron a decir lo
fantástica que estaba y lo idiota que había sido Eddie, que no sabía reconocer lo
bueno aunque lo tuviera delante, blablablá. Me dijeron que no me doy cuenta de lo
hermosa que soy. Y si Steph realmente piensa eso, entonces, ¿por qué asume
automáticamente que un hombre como tú se cansará de una mujer como yo y se
deshará de mí a la primera?
Drake tuvo que respirar hondo para recomponerse y controlar la ristra de
palabrotas que amenazaban con abandonar su boca. Entonces, alargó el brazo, le
rodeó la cara llorosa con las manos y fijó la mirada en esos preciosos e inocentes
ojos.
—Supongo que detrás de esa afirmación había mucho más, mi ángel. Estoy seguro
de que tu decisión de trasladarte las pilló por sorpresa porque siempre has sido su
apoyo. ¿Verdad que sí? Seguramente siempre acudían a ti cuando les destrozaban el
corazón o cuando alguien las cabreaba o tenían un mal día. Con la cara lo decía todo. No era necesario que respondiera, así que Drake siguió:
—Estoy convencido de que se preocupa por ti, cielo, pero, escúchame y escúchame
bien, porque no te va a gustar lo que te voy a decir, pero no por eso deja de ser
verdad.
Los ojos de Evangeline se clavaron en los de él con un claro interrogante.
—Es una perra celosa.
Evangeline soltó un gritito ahogado y habría respondido para negar tal exabrupto,
pero Drake deslizó una mano y apoyó el pulgar sobre sus labios para silenciar
cualquier respuesta.
—No mentía al decirte lo bonita que eres y que tú no te das ni cuenta de ello. Sin
embargo, si no sabes que eres guapa o no te haces la guapa, no supones una amenaza
para ella. No dudes ni por un instante que por eso está muerta de envidia: tú estás en
la posición que estás y ella está en la que está, y está celosa como una perra porque le
gustaría estar en tu lugar. Me juego hasta el último dólar que habrá deseado mil veces
no haberte dado ese pase vip para el Impulse.
Evangeline parecía dolida, pero también percibió que sus palabras estaban calando
en ella. Era evidente que estaba dando vueltas y vueltas a lo que acababa de decir,
repasaba toda la conversación hasta llegar a la misma conclusión que él.
Ella cerró los ojos y las lágrimas siguieron rodando por sus mejillas hasta empapar
las manos de Drake. Él se inclinó hacia delante y comenzó a secarle las lágrimas a
besos, de arriba abajo, primero una mejilla y luego la otra.
—Eso no significa que te odie —añadió con suavidad—. Me imagino que ya se
estará arrepintiendo del arrebato y seguramente te pida disculpas, y tú, siendo como
eres, las aceptarás, lo olvidarás todo y seguiréis siendo amigas. En un momento u
otro, todo el mundo peca de celos y todo el mundo dice cosas que no quería decir o
hace daño a alguien a quien quiere, pero eso no significa que no te quiera.
—Gracias —susurró ella.
Le acarició las mejillas con los dedos, disfrutaba solo con tocarla. Pero la
conversación seguía siendo necesaria, porque el arrebato de Steph había sembrado la
duda en la mente de Evangeline y él tenía que disiparla antes de que pudiera crecer y
fastidiar algo tan bonito.
—Y ahora, empecemos esa conversación que quiero tener contigo. Quiero que me
escuches con atención —dijo él, asegurándose de que entendiera la seriedad del
momento—. Nunca te faltará nada. Siempre me haré cargo de ti. Y si te hace sentir
más segura, lo arreglaré enseguida para que dispongas de medios económicos, incluso mientras estemos juntos. Si quieres quedarte en la ciudad, te comparé un apartamento,
y si prefieres vivir fuera, te compraré una casa. Y todo irá a tu nombre, por supuesto.
Además, mañana mismo abriré una cuenta para ti, a menos que ya tengas una propia, y
depositaré dos millones de dólares en ella. Pero, mientras estés conmigo, no tendrás
que gastar ni un solo céntimo de tu dinero. Yo compraré y pagaré todo lo que te
pongas, todo lo que comas, todo lo que bebas y cualquier cosa que quieras.
¿Comprendido?
Evangeline se quedó totalmente paralizada. Tenía tal cara de pánico que parecía
que la acabaran de amenazar de muerte. Se llevó las manos a los oídos.
—¡Basta! ¡Por favor, basta! No quiero un apartamento ni una casa, y mucho menos
tu dinero. ¿Quieres hacerme sentir aún peor o qué? —Un escalofrío de repulsión le
recorrió el cuerpo y parecía de nuevo a punto de llorar—. Suena tan ordinario y de
mal gusto... —dijo con voz estrangulada—. Como si fuera una prostituta a la que hay
que pagar. Estoy aquí porque quiero, Drake, no porque quiera aprovecharme de ti o
sacarte dinero. Solo te quiero... a ti. Que pienses eso...
Se echó a llorar, se tapó la cara con las manos y empezó a sacudir los hombros
entre sollozos.
Drake se cagó en Steph, en sí mismo y en la mierda de situación. Sabía que
Evangeline no era como las demás mujeres que había tenido y la había tratado como
si lo fuera. El intento de asegurarle que jamás se vería en una situación desesperada,
aunque no estuvieran juntos, se había torcido horriblemente. No estaba acostumbrado
a las mujeres como ella y no tenía ni idea de cómo actuar.
La abrazó y la estrechó muy fuerte contra su pecho, profundamente conmovido por
el apasionado estallido de la chica. «Yo solo te quiero a ti». ¿Cuándo le había
querido alguien a él como hombre, por sí mismo y no por lo que tenía? Estaba tan
sorprendido que no sabía cómo reaccionar.
—Lo siento, mi ángel —se disculpó, tosco—. No pretendía que sonara como ha
sonado. Solo quiero que te sientas segura conmigo y que no te vayas con las manos
vacías. Te juro que no quería ofenderte. Ha sido una estupidez decírtelo, sobre todo
porque sé perfectamente que no eres una cazafortunas que quiere chuparme la sangre.
No he pensado lo que estaba diciendo. Solo quiero que sepas, que creas, que me
aseguraré de que siempre estés atendida. ¿Confías en mí lo bastante para creer en mi
palabra?
Ella se apartó despacio de su pecho, con el brillo de las lágrimas en los ojos, pero
lo miró directamente, como si estuviera valorando su sinceridad y sus intenciones. Nunca se había sentido tan escrutado. Ni tan impotente. No había nadie en el mundo
que pudiera mirar fijamente a Drake Donovan para hacerlo sentir ni un ápice de
remordimiento y compasión. Excepto ese bello angelito, al parecer. Sabía que ella era
mucho mejor persona que él, pero él no era lo bastante bueno para dejarla marchar.
—Me explicaste lo que significaría estar contigo. Que sería tu sumisa. Que me
controlarías. En todos los sentidos. Y no me deja alternativa, pero no he podido decir
que no. Y me asusta, Drake. No voy a mentirte. Nunca he dependido de nadie. Solo de
mí. Es lo mejor. Nadie puede hacerme daño si no le concedo poder sobre mí. Por
favor, no te lo tomes como que no confío en ti, aunque, por Dios, no confiar en ti sería
lo más razonable, teniendo en cuenta que no hace ni cuarenta y ocho horas que nos
conocemos. No estaría aquí si no confiara en ti, al menos de forma intuitiva, y tal vez
eso me convierta en la boba ingenua que todo el mundo me dice que soy. Necesito
saber más. Quieres que me someta, que te conceda todo el poder sobre mí. ¿Cómo
funciona eso exactamente? Quiero decir... ¿Qué vas a pedirme? Tengo que saberlo
todo o me asustaré como una tonta imaginando la peor situación posible.
—No quiero que me tengas miedo, mi ángel —replicó él con suavidad—. Eso
nunca. No te haré daño. Tengo normas y unos requisitos muy exigentes que pueden
parecer extremos, pero que en mi mundo son solo males necesarios.
La cara de ella denotaba una ligera confusión.
—No quiero que te sientas atrapada, pero entiendo que la vida conmigo será un
gran cambio para ti y que necesitarás tiempo para adaptarte. A todas horas, y eso
significa que cada vez que salgas de este apartamento o vayas a alguna parte sin mí,
tendrás a uno de mis hombres detrás de ti. Al de más confianza. Estarás protegida en
todo momento.
Ella abrió los ojos, alarmada, pero él prosiguió antes de que pudiera asustarse más
de lo que ya estaba.
—Te pediré que estés disponible para mí a cualquier hora. Habrá veces que querré
que me acompañes cuando salga. Cuando esté en casa, estarás junto a mí. Cuando no
estés conmigo, querré saber en todo momento dónde estás y con quién. No me gustará
que te olvides de informarme de tus planes.
Ella tragó saliva con inquietud.
—Ya he informado a tu jefe de que no seguirás trabajando allí.
Paró de hablar al ver que ella abría la boca y le lanzó una mirada de advertencia
que silenció la protesta que se le formaba en los labios.
—De tus amigas ya me he ocupado también. Tienen el alquiler pagado hasta dentro de dos años y tengo por escrito la garantía de que el dueño no les subirá el alquiler
durante los próximos diez. Y mañana, tendrás que darme el número de cuenta de tus
padres y el código de transferencia para que pueda transferirles los fondos necesarios
para que no tengan que preocuparse por el dinero y tú no tengas que volver a partirte
el lomo nunca más para ellos.
Evangeline apretaba los dientes con fuerza y temblaba de pies a cabeza, aunque
Drake fue incapaz de determinar si era de rabia o de emoción. Teniendo en cuenta el
orgullo que gastaba, tenía serias dudas de que fuera lo último y la práctica seguridad
de que era lo primero.
—Tú entraste en mi mundo porque quisiste, mi ángel —añadió con suavidad— y,
por lo tanto, te acogiste a mis normas y a mi modo de funcionar. Te prometí que te
cuidaría y que jamás te faltaría de nada: eso es extensivo a las personas que te
importan.
Las lágrimas le brillaban con intensidad en las pestañas negras en tremendo
contraste con su pelo color miel y sus impresionantes ojos azules.
—Es fácil ver lo que saco yo de este trato —dijo ella, con la voz estrangulada—,
pero ¿qué sacas tú, Drake? Porque desde mi punto de vista, tú no tienes las de ganar
de ningún modo. De hecho, no veo que saques nada de nada, así que ¿por qué lo
haces?
—Por ti, mi ángel. Te tendré a ti. Toda para mí. Y, créeme, estás muy equivocada
en eso de que tú te llevas la mejor parte. Tal como lo veo, siempre estaré tratando de
compensarte porque tenerte vale mucho más que todo el dinero del mundo.
Se fijó en la mirada contrariada de Evangeline y en cómo se le erizó de golpe el
vello de los brazos.
—Solo tienes que ser tú misma, cielo, y por lo que he visto hasta ahora, eso no va a
ser un problema para ti, porque eres incapaz de fingir o ser falsa. Y siendo tú, serás
mía, y yo siempre protejo y cuido lo que es mío. Entrégame tu cuerpo, tu sumisión, tu
obediencia, tu confianza. Entrégate a mí y todo irá bien. Te lo prometo.
—No sé qué decir —replicó ella con impotencia.
—Ya has dicho bastante. Me has dicho que sí. Has confiado en mí y, para ser
sincero, ya hemos hablado bastante esta noche. Ahora mismo, te voy a llevar al
dormitorio y te haré mía.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora