Evangeline se despertó y se acurrucó de inmediato, sumergiéndose aún más en el
edredón. El leve dolor que sentía en el trasero le hizo recordar el placer delicioso
que Drake le había proporcionado la noche anterior. No tenía ganas de levantarse y
salir de aquella burbuja para entrar en la realidad, así que se quedó acostada durante
un largo rato, saboreando cada detalle de la noche anterior.
Fue como tener un sueño tan bonito del que nunca querría despertar. Entonces
recordó la nota de marras que acompañaba el regalo exageradamente caro con que se
había despertado cada mañana desde que se mudó a vivir con Drake. Se dio la vuelta
a regañadientes, con la esperanza de que…
Dejó escapar un suspiro cuando sus esperanzas se desvanecieron. Vio una caja
envuelta para regalo, junto a una nota. La mayoría de las mujeres lo consideraría muy
romántico, pero cada vez que Drake le dejaba un regalo hacía de su relación algo
vulgar, pues la convertía en una transacción comercial. Como si le estuviese pagando
por el sexo, cuando el mejor regalo que le podría hacer sería despertar entre sus
brazos.
Se estremeció y después se sentó con las piernas contra el pecho, rodeándolas con
los brazos, abrazándose mientras miraba fijamente la ofensiva cajita.
Era mejor no posponerlo, ya que seguramente Drake habría dejado las instrucciones
para el día indicadas en la nota.
Lo primero que hizo fue abrir la caja, temiendo lo que podría contener. Pero ni
siquiera ella estaba preparada para una extravagancia como la de aquella ofrenda. La
dejó caer como si la hubiese quemado y se quedó mirando horrorizada a lo que había
debido de costar decenas de miles de dólares.
Era una gargantilla de diamantes y zafiros que brillaba en la luz. Tenía piedras muy
grandes y piedrecitas incrustadas en los bordes. Era verdaderamente hermosa, nunca
se habría imaginado llevando algo así.
¿Drake no había aprendido nada en absoluto sobre ella? ¿Que todos esos regalos
tan caros eran totalmente innecesarios? ¿No le había dado garantías suficientes de que
era él, y solo él, lo único que necesitaba y quería? Y no regalos todas las mañanas.
Abrió la nota con manos temblorosas y leyó los garabatos que le resultaban ya tan
familiares. Buenos días, mi ángel. Espero que esta mañana tengas la rodilla mucho mejor. Deseo que te guste la gargantilla
que he elegido especialmente para ti. No es nada en comparación con tu belleza y tus preciosos ojos azules, pero
creo que los complementa a ambos a la perfección. Cuídate y hazme saber si sales del piso, y recuerda también
que no debes hacerlo sin la compañía de uno de mis hombres.
Aquello no debería molestarla. Pensaba que ya lo había solventado la noche
anterior, cuando fue consciente de Drake y su necesidad, de lo mucho que él
disfrutaba cuidándola y protegiéndola. Pero ahora que ya no estaba sumida en la
fantasía de aquel momento, la irritaba su necesidad de restringir su libertad de una
forma tan tajante. ¿Era necesario montar todo ese circo para salir de casa?
—Esto lo has escogido tú —se recordó en voz alta.
Drake le había hecho saber claramente cuáles eran sus exigencias y ella se había
mostrado dispuesta a aceptarlas, consciente de las consecuencias y recompensas de
sus actos.
Bueno, tampoco iba a durar para siempre. Tan solo hasta que… ¿qué? ¿Hasta que
Drake se cansase de ella y decidiera que quería a otro mono amaestrado?
Aquel pensamiento la entristeció y se culpó por quererlo todo, por querer estar en
misa y repicando. Tenía que dejar de darle mil vueltas a todo. Vivir el momento por
una vez en su vida. No pensar en el mañana hasta que llegara. Durante un glorioso
momento en su vida, pensaba disfrutar de lo que deseaba e iba a poner sus
necesidades por delante de las del resto, y se negaba a vivir toda la relación con
Drake sintiéndose culpable por disfrutar, tal como había hecho en un principio.
¿Cuándo en toda su vida había cedido ante los impulsos o había mandado la prudencia
a tomar viento y se había lanzado temerariamente? ¡Ah!, esa era fácil: nunca.
Había cosas que le gustaría hacer, como visitar a sus amigas o, sencillamente,
disfrutar de un día fuera de casa. Pero, en realidad, lo que más necesitaba era tomarse
un descanso de toda aquella testosterona que siempre abundaba allá donde estuviese
Drake o, mejor dicho, donde no pudiese estar en ese momento. Si tenía que pasar otro
día más con uno de los hombres de Drake encima, acabaría histérica.
De repente, le apeteció muchísimo disfrutar de un día a solas sin salir del
apartamento de Drake.
Se levantó y se tomó su tiempo para darse una ducha. Luego se acordó de que tenía
que aplicarse la pomada en la rodilla. Era demasiado tarde para desayunar, así que
repasó mentalmente todas las posibilidades que tenía para almorzar.
Se sintió tentada de pedir comida a domicilio, a pesar de que tenía un montón de
cosas para prepararse algo en pocos minutos. La comida a domicilio siempre había
supuesto un lujo para ella, un capricho que solo se permitía en ocasiones especiales. Cuanto más pensaba en ello, más le apetecía comida china o tailandesa de calidad. Y
¿por qué no? Tenía un montón de dinero en efectivo a su disposición. Los asistentes
de Drake no estaban alrededor para sacar de repente una tarjeta de crédito.
Pero ¿no debería ahorrar dinero? No podía dar nada por sentado. Si Drake
repentinamente se cansaba de ella y la mandaba a paseo, necesitaría hasta el último
céntimo ahorrado para mantenerse hasta encontrar un trabajo y un lugar donde vivir.
Porque había una cosa que ya tenía clara: si Drake acababa con aquella relación, no
pensaba volver a su antiguo piso a sabiendas de que Drake había pagado el alquiler
de los dos años siguientes.
Sacudió la cabeza para quitarse esos pensamientos de la cabeza, se fue a la cocina y
cogió el teléfono para buscar restaurantes cercanos que pudieran traerle la comida.
Después de unos minutos frustrantes tras los cuales se dio cuenta de lo poco
familiarizada que estaba con esa parte de la ciudad, estuvo a punto de descartar la
idea de pedir comida. Entonces, cayó en la cuenta de que seguramente el portero o el
conserje podrían recomendarle algo.
Feliz por no tener que renunciar a su antojo ahora que se había encaprichado y no
podía pensar en otra cosa, acabó de vestirse y bajó en el ascensor hasta el vestíbulo.
Cuando salió miró alrededor con inquietud, sin tener muy claro dónde encontrar al
conserje. La verdad es que las veces anteriores en que pasó en volandas por el
vestíbulo no tuvo la ocasión de verlo.
Por suerte pronto apareció el portero, que se le acercó con una sonrisa de
bienvenida.
—Señorita Hawthorn, ¿hay algo que pueda hacer por usted?
—Sí —dijo agradecida—, aunque a lo mejor le parece una estupidez.
Ella se ruborizó, pero el portero le sonrió y le ofreció una mirada amable.
—Le aseguro que nada de lo que pida será estúpido. Así pues, ¿en qué puedo
ayudarla?
—Bueno, verá, ¿puede decirme dónde encontrar al conserje? Es que quería pedir
comida china o tailandesa a domicilio, pero no estoy muy familiarizada con esta parte
de la ciudad y no tengo la menor idea de quién reparte por esta zona y quién no. ¿Cree
que el conserje podrá ayudarme con esto?
El portero pareció horrorizado.
—¡Por supuesto! Pero, señorita Hawthorn, de ahora en adelante no tiene por qué
molestarse en llamar usted misma. Puedo ofrecerle varios menús, así como los
servicios de comida a domicilio que el señor Donovan emplea con mayor frecuencia. Con o sin menú, solo tiene que llamarnos y pedirnos lo que desea al conserje o a mí y
nosotros nos encargaremos de inmediato y le subiremos la comida al apartamento.
—Ah —dijo con lentitud, porque se dio cuenta de que había metido la pata por
ignorante.
—¿Por casualidad sabe ya lo que quiere? Conozco un restaurante excelente que
ofrece tanto comida china como tailandesa y que está a solo unas manzanas de aquí.
Puedo pedir que le traigan lo que le apetezca en unos pocos minutos.
Ella recitó un extenso pedido que incluía aperitivos y platos principales, ya que su
intención era probarlo todo. El portero se limitó a asentir y le explicó que solo tenía
que volver al apartamento y que él le llevaría el pedido pasados unos veinte minutos
o menos.
—Pero espere. Necesito saber cuánto cuesta —protestó ella mientras se sacaba del
bolsillo un billete de veinte doblado.
Una vez más, el portero pareció horrorizado y alzó las palmas de las manos como
muestra de asombro.
—No puedo aceptar su dinero, señorita Hawthorn. El señor Donovan se ofendería
mucho. Se me ha solicitado que atienda todas y cada una de sus necesidades. Él se
encargará de esto, no se preocupe.
Evangeline suspiró. Por supuesto. ¿Cómo no lo había visto venir? A pesar de ello,
como no quería impacientar más al portero, sonrió y se guardó el dinero en el
bolsillo.
—Gracias. Y, por favor, llámeme Evangeline. «Señorita Hawthorn» suena
demasiado formal y, bueno, estoy segura de que ya se habrá dado cuenta de que no soy
el tipo de chica que necesita que la llamen «señorita lo que sea».
Él hombre sonrió, parecía complacido por la proposición de Evangeline.
—Pues entonces llámame Edward y tuteémonos, porque «señor» es algo a lo que
tampoco estoy acostumbrado yo.
—Edward entonces —dijo ella, iluminando aún más su sonrisa.
—Y Evangeline, por favor, si en cualquier momento puedo serte de ayuda, dímelo.
No quiero que el señor Donovan piense que no estoy haciendo mi trabajo como es
debido. Me dejó muy claro que debo atenderte y que debes recibir un trato prioritario.
—Eso lo haré, Edward. No quiero que el señor Donovan piense que alguno de los
dos estamos cometiendo un pecado imperdonable —respondió con una sonrisa
burlona.
Edward se relajó, un destello le cruzó los ojos. —Eres un soplo de aire fresco, Evangeline. Creo que tú y yo nos llevaremos bien.
—Eso me encantaría —respondió con sinceridad—. Nunca se tienen suficientes
amigos.
Pareció sorprendido de repente y luego absurdamente complacido con la idea de
que ella pudiera considerarse su amiga. Seguramente estaría acostumbrado a atender a
la gente rica y de alto copete, y estaría poco habituado a que se le mostrase respeto.
Se sintió culpable de inmediato por haber hecho una generalización como aquella.
Como si toda la gente adinerada fuese maleducada y pedante. Drake no poseía ninguna
de esas cualidades y, sin embargo, ella no creía que él hubiese llegado a conocer el
nombre de pila de Edward, y mucho menos a considerarlo su amigo.
—Ahora vuelve arriba para que yo pueda ocuparme de tu almuerzo —dijo al mismo
tiempo que movía las manos para indicar que se marchara—. No puedo consentir que
pases hambre durante mi guardia.
«Así que esta es la vida de una princesa rica y malcriada», reflexionó mientras
subía de vuelta al apartamento en el ascensor. Seguía resultándole desconcertante
cómo había subido de nivel tan rápido hasta el extremo de cambiar toda su vida.
Suponía que otras mujeres no perderían el tiempo angustiándose por ello y
pensarían en todo lo bueno que les pasaba. Probablemente se alegrarían de tener un
estilo de vida como aquel y no tendrían problema alguno en adaptarse.
Sin embargo, la dignidad de Evangeline y el hecho de que ella evidentemente no
veía lo que Drake al mirarla la hacía mantener la cautela. Pero si era tan cuidadosa,
iba a acabar pareciendo una arpía desagradecida, y eso era la última cosa que quería
que Drake pensase de ella. O cualquier otra persona a ese respecto. Su madre la había
educado mejor que eso y estaría muy decepcionada con ella si descubriese que
Evangeline se había comportado de tal modo.
Mientras esperaba a que le subiesen el pedido, sonó el teléfono con un tono de
llamada diferente. Frunciendo el ceño, echó mano al aparato y vio el nombre de
Drake en la llamada entrante. Él había debido cambiar el tono para su número desde
la última vez que la llamó para que ella supiese quién la estaba llamando antes
incluso de mirarlo.
Sonrió y pensó que era entrañable que hubiese hecho algo tan considerado y tierno.
—¿Sí? —preguntó en un tono de expectación.
—¿Cómo está mi ángel hoy? —respondió él en tono brusco—. No te estarás
sobrecargando, ¿verdad?
—Estoy bien —dijo con sinceridad—. Apenas noto nada. Hubo un breve silencio antes de que hablara de nuevo.
—Voy a llegar tarde esta noche otra vez. Lo siento, pero es ineludible. Tengo una
reunión a última hora que no puede reprogramarse. Tenía la esperanza de llegar a
casa lo suficientemente temprano como para llevarte a cenar fuera esta noche, pero
prefiero que no me esperes porque no sé a qué hora llegaré. Si, aun así, quieres salir a
cenar, haré que uno de mis hombres vaya a recogerte y te lleve a donde prefieras ir.
O, si lo prefieres, puedes quedarte en casa. Como te apetezca.
El sincero tono de decepción de su voz le decía que, de verdad, había intentado
hacer aquella noche algo totalmente distinto, y la animó saber que él estaba
desilusionado por no poder verla tan temprano como había planeado.
—Voy a pedir comida a domicilio para almorzar, dudo mucho que vaya a tener
hambre más tarde, pero si es así me prepararé algo aquí. Creo que prefiero quedarme
en casa —dijo en voz baja.
Hubo una pausa diferente, en la que parecía estar analizando su respuesta.
—¿Pasa algo? —le preguntó.
—No —contestó casi con un suspiro—. No pasa nada malo en absoluto, Drake. Por
favor, no te preocupes por mi cuando tienes problemas de trabajo que atender. Nos
vemos cuando llegues.
Antes de permitirle que continuase con el interrogatorio, que es lo que hubiese
hecho, ella cortó la llamada y silenció el teléfono. No quería exponerle sus
sentimientos contradictorios. Ni siquiera ella podía entenderlos por completo, así que
cómo pretender que lo hiciese él.
Unos minutos después recibió un mensaje de texto de Drake con el que no estaba
muy segura de qué hacer.
Silas va a ir dentro de pocos minutos a llevarte una cartilla del banco y dos tarjetas de crédito, todo a tu nombre.
También te dará una cantidad sustancial de dinero en efectivo por si lo necesitases. Activa las dos tarjetas, espero
que las uses para cualquier cosa que necesites. Y me refiero a cualquier cosa, mi ángel.
Ahora se preguntaba si el portero había llamado de inmediato a Drake para contarle
que había querido pagar la comida a domicilio. Torció el gesto porque no quería ni
necesitaba una cuenta en el banco ni dos tarjetas de crédito, y mucho menos el dinero
en efectivo que Drake había dicho que le llevaría Silas. Pero de nuevo la idea de que
estuviese actuando como una arpía desagradecida puso el freno a las quejas. Podía
aceptarlo con elegancia, pero aquello no quería decir que en efecto fuera a volverse
loca y fundir la tarjeta de crédito con dos paseos yendo de compras. Tan solo usaría
las tarjetas o el efectivo cuando fuese a hacer la compra para las noches en que Drake quisiera que cocinase.
Deambuló por el apartamento, inspeccionando las habitaciones en que aún no había
entrado. Cuando entró en lo que parecía ser el despacho de Drake, se quedó helada y
enseguida se retiró, con la sensación de que estaba violando un área que estaba fuera
de sus límites.
Había cuatro dormitorios en total, aunque el único en el que ella había estado o
visto era el de Drake. Este dejaba huella en cualquier lugar de su espacioso
apartamento que cubría toda la planta superior del edificio. Incluso la decoración
reflejaba pura masculinidad. Ni rastro de decoración recargada o muy refinada; solo
virilidad. Una fuerte presencia de macho alfa que la rodeaba y la tenía inmersa en él
incluso cuando no estaba allí. Le hacía sentir segura y le resultaba un consuelo aun
cuando él no estaba.
Se dio cuenta de que aquel era su refugio, su santuario. Una barrera entre ella y el
crudo mundo de allí fuera.
El timbre del portero automático sonó y ella se apresuró a contestar.
—Señorita Hawthorn… Quiero decir, Evangeline —se apresuró a corregirse
Edward—. Ha llegado la comida, pero está aquí otro caballero que quiere verte y se
ha ofrecido a subirte la comida él mismo. ¿Te parece bien?
—¿Es Silas? —le preguntó.
—Sí.
—Entonces sí, por supuesto, mándalo arriba. Y gracias otra vez, Edward, por tu
paciencia y amabilidad. Lo aprecio de verdad.
—Lo que necesites, Evangeline. Si hay algo que pueda hacer por ti en cualquier
momento, dímelo.
Se alejó del interfono y fue deprisa a la cocina. No quería que pareciese que había
estado esperando con ansiedad a que llegara Silas. ¿Le habían encargado esa tarea o
se había prestado él voluntario? Suspiró, porque ¿realmente qué más daría?
Por un instante, un anhelo le golpeó el pecho porque desde que se había mudado con
Drake, ni una sola mañana se había despertado entre sus brazos. Cada mañana se
despertaba sola. Drake se había ido mucho antes tras dejarle la nota y el regalo.
Hubiera cambiado todos los regalos por despertarse una sola vez rodeada por sus
brazos y que lo primero que viese al abrir los ojos fuese a él.
—Evangeline, soy Silas —dijo desde el vestíbulo.
—En la cocina —contestó ella.
Él apareció un instante después cargando con varias bolsas de comida para llevar y con una expresión traviesa en el rostro.
—¿Tienes pensado darle de comer a un ejército?
Ella sonrió y se relajó.
—Estaba hambrienta y todo, absolutamente todo, me sonaba bien, así que decidí
pedir un poquito de cada cosa y probarlo todo.
Él soltó las bolsas y se echó mano al bolsillo para sacar un fajo de billetes y tres
tarjetas de plástico.
—Drake me ha pedido que te deje esto.
—De acuerdo —murmuró ella, evitó mirar las tarjetas y el efectivo que él dejó
sobre la isla de la cocina.
En lugar de eso, hizo caso omiso de todo aquello y comenzó a abrir las bolsas, de
las que emanaba un tentador aroma que hizo que el estómago le rugiera expectante.
—¿Has comido? —preguntó de forma impulsiva.
Él pareció perplejo.
—No.
—Bueno, como puedes ver, tengo comida más que de sobra para uno. ¿Te gustaría
comer conmigo? ¿O tienes otros asuntos urgentes que atender?
Silas se quedó en silencio como si no supiese qué responder ante aquella invitación
y ella se lamentó porque, ¡joder!, siempre soltaba las cosas sin pensar y él era un
hombre ocupado. Todo el séquito de Drake lo era, y no quería que Silas se sintiese
obligado a comer con ella por miedo a herir sus sentimientos.
—No pasa nada si tienes que salir corriendo —añadió de repente—. De verdad que
no me voy a molestar. No quisiera que dejaras de hacer algo importante porque me
estás entreteniendo.
—En absoluto —respondió Silas con voz solemne—. Casualmente me encanta la
comida asiática, de modo que si no te importa compartirla, será un honor comer
contigo.
Ella le devolvió una sonrisa encantadora y luego sacó dos platos de las alacenas y
los utensilios y cucharas de servir de un cajón. Se sentaron en los taburetes de la isla
central y abrieron todos los envases y las bolsas que contenían los aperitivos.
—¡Ah! Una mujer hecha a la medida de mi corazón —exclamó Silas con un
exagerado suspiro—. Todos mis platos favoritos. Brochetas de pollo teriyaki,
cangrejo de Rangún, rollitos de huevo, y esto son solo los aperitivos. Estoy deseando
ver qué entrantes has pedido.
—Cerdo lo mein picante, pollo General T’so con arroz frito, ternera estilo Mongolia, ternera kung pao, pollo a la naranja con fideos fritos, picante, por
supuesto. Ah, y Phat si-io. Como puedes ver, no es estrictamente comida china. Hay
algunos platos tailandeses mezclados: tenemos lo mejor de cada mundo.
—Tomaré un poco de cada uno —declaró Silas.
Evangeline soltó una carcajada.
—Yo también. Por eso he pedido un poco de cada cosa. Cuando estoy indecisa voy
a por todo.
—Estoy de acuerdo.
Llenaron los platos a rebosar y entonces se lanzaron a saborearlos. Silas parecía
estar disfrutando tanto como Evangeline. Aquello era el paraíso. Habían pasado
meses desde que se entregara por última vez a su comida a domicilio preferida, y en
ese momento, aunque seguía siendo un derroche, no se sentía culpable como sí hubiera
pasado unas semanas atrás.
—Estos son los mejores rollitos de huevo del mundo —comentó Evangeline a punto
de gemir de placer—. No creo que haya probado jamás unos mejores. Tengo que
grabar este restaurante en la agenda. Me da que voy a pedir comida para llevar al
menos una vez por semana.
—Lo dices como si fuera un lujo —comentó Silas, mirándola con intensidad.
Ella agachó la cabeza y se ruborizó, con las mejillas encendidas.
—Te pido disculpas —dijo Silas—. No pretendía avergonzarte.
Ella negó con la cabeza.
—Quizá es que estoy demasiado susceptible. Tienes razón, es o, mejor dicho, era
un lujo. Uno que no me podía permitir muy a menudo. Yo trabajo… bueno, trabajaba
muchas horas para conseguir tanto dinero como pudiera y poder mandárselo a casa a
mis padres, que necesitan toda la ayuda económica que puedan recibir. Solo me
quedaba lo que era absolutamente necesario para pagar el alquiler, las facturas y la
comida. Comer fuera, aunque fuera pedir comida para llevar, era un derroche que no
podía permitirme. No tenía lógica, sabiendo que mis padres estaban tan necesitados.
Así que todo lo que compraba era de marca blanca y lo cocinaba yo misma, sobre
todo porque no salir a comer fuera significaba más dinero que mandar a mis padres
cada semana. De modo que sí, se puede decir que esto está cerca de ser el paraíso y
pienso atiborrarme de tal manera que puede que luego me encuentre mal, pero ahora
mismo me da igual.
Silas tenía una expresión feroz en la mirada y la mandíbula parecía hinchada de
tanto apretarla para no abrir la boca. Daba la impresión de que estuviese haciendo un gran esfuerzo para no soltar un torrente de obscenidades, lo cual era sorprendente, ya
que no era tan mal hablado o vulgar como los otros hombres de Drake.
Tras un instante, una vez hubo recobrado la calma, la tensión se disipó.
—Si estás de acuerdo, voto por que tengamos una cita semanal para almorzar. Yo
traeré comida para llevar, la que te apetezca esa semana, y almorzaremos juntos. ¿Te
parece bien?
Ella le devolvió una sonrisa deslumbrante, sin ser consciente del efecto que tendría
en aquel hombre curtido e introvertido, ni de que algo dentro de él se enterneció,
cuando él mismo se creía incapaz de experimentar esos sentimientos. Había acertado
de pleno al decir a Evangeline que era especial. De hecho, era una entre un millón, y
que ella misma no tuviese ni idea la hacía aún más genuina. ¿Cómo habría sido su
infancia de haber tenido a alguien como Evangeline que trajera su luz a la oscuridad
de su desesperación?
—Me encantaría —respondió ella sin disimular el entusiasmo.
—Trato hecho entonces —contestó él—. Tú solo dime qué día estás libre, que
Drake no haya hecho planes contigo y tengas intención de quedarte en casa y vendré y
traeré la comida.
Ella frunció el ceño.
—Pero no dejes lo que tengas que hacer cuando te apetezca para venir a comer sin
haberlo previsto.
—¿No puedo? —preguntó con tono serio—. Me organizo las tareas y, a no ser que
Drake tenga un asunto urgente del que deba hacerme cargo, todo lo demás puede
esperar.
¡Vaya! Cuanto más conocía del mundo de Drake más se daba cuenta de que «sus
hombres», a pesar de que decían trabajar para Drake, parecían más ser sus
compañeros, hermanos de algún modo, que subordinados que recibieran órdenes del
«jefe». Estaba claro que ellos mismos programaban las tareas e iban y venían como
les pareciese a menos que, tal como había mencionado Silas, a Drake le surgiese
algún asunto urgente del que hubiera que ocuparse de inmediato. Y ella prefería no
saber qué consideraban un «asunto urgente».
—De acuerdo, trato hecho. —Entonces frunció el ceño—. ¿Tengo tu número en mi
teléfono? No sé cómo funciona el puñetero cacharro.
Él estiró el brazo a lo largo de la isla para alcanzar el teléfono. Después de trastear
con él un instante, se inclinó para que ella pudiese ver la pantalla en la que se
mostraban los contactos. —Aquí está el número de Drake —dijo él señalando el nombre de Drake y el
número que aparecía abajo.
—¿Qué son todos esos otros números? —preguntó ella, asombrada por la cantidad
de números que había en sus contactos.
—Después de Drake está Maddox. —Silas frunció el ceño un instante y toqueteó
los botones, quitándoselo de la vista durante un momento; luego se lo acercó para que
ella pudiera verlo de nuevo—. Me he tomado la libertad de mover mi número para
que quede justamente debajo del de Drake. Si, por cualquier razón, te ves en algún
problema quiero que me llames en caso de que no consigas localizarlo a él.
Ella arqueó una ceja, pero no dijo nada, no quería ofenderlo. Y, bueno, se le
antojaba tierno que adoptara el papel de su segundo protector.
—Después de mí están Maddox, Justice, Thane, Hartley, Hatcher, Zander y Jonas.
He visto que tus padres no están entre tus contactos, y tampoco lo están tus amigas, tal
vez deberías incluirlos. Puedo hacerlo por ti si me dices los nombres y los números.
Evangeline arrugó la frente.
—¿Quién es Jonas? Creo que no lo conozco.
Silas sonrió.
—Ya lo harás. Sin duda. Drake se asegurará de que conozcas bien a todos los
hombres a los que se les ha asignado tu protección.
—¿Tiene que estar obligatoriamente Zander entre mis contactos? —preguntó ella,
sin ni siquiera tratar de disimular la irritación en la voz.
Silas la sorprendió al poner una mano sobre la de ella y apretarla un poco.
—Zander no es tan capullo como parece. Es cierto que no empezasteis con buen
pie, pero es un buen hombre y estaría dispuesto a ir al paredón por cualquiera de
nosotros, y ahora por ti. No permitirá que nadie te haga daño cuando esté contigo. Es
barriobajero y tiene los modales de un jabalí, pero no encontrarás muchos hombres
tan leales como él. Aún no sabe bien a qué atenerse contigo y eso lo pone nervioso, no
es una sensación que le guste ni con la que esté familiarizado.
—¿Que yo lo pongo nervioso? —preguntó incrédula—. ¡Podría aplastarme como a
un bicho con su dedo meñique!
Silas pareció estar a punto de reírse, lo cual la desconcertó de repente, porque era
siempre calmado y solemne, muy serio. Como si rara vez tuviera motivos para reír o
divertirse con algo.
—Ninguno de los hombres de Drake sabe bien a qué atenerse, de hecho. No tienes
nada que ver con lo que ellos se han topado antes, por lo que no han sido capaces aún de aprender a tratarte, cosa que no les hace mucha gracia porque se sienten en
desventaja. Creo que se sienten intimidados por ti.
Ella meneó la cabeza con incredulidad y comenzó a reír ante la idea de que todos
aquellos macarras con los que era mejor no meterse se sintiesen intimidados por ella.
Era totalmente hilarante y no pudo dejar de reír. Cuando consiguió controlar el ataque
de risa, le faltaba el aire.
—Crees que me estoy quedando contigo —dijo Silas con semblante serio—. Pero
te estoy contando la pura verdad. Respecto a eso, todos estamos convencidos de que
Drake tampoco acababa de tomarte la medida aún, y eso es bastante curioso, porque
puede ver a través de la gente como si fuesen de cristal. Pero desde que entraste en su
club… no es él mismo.
Evangeline frunció el ceño al escucharlo.
—No estoy segura de cómo tomarme eso. No sé si es bueno o malo.
Silas sonrió mientras continuaban comiendo. El teléfono quedó sobre la encimera
un momento.
—Conozco a Drake desde hace mucho tiempo, Evangeline, créeme. Es algo muy
bueno. Tú le haces bien. Eres lo mejor que le ha pasado nunca.
Se quedó congelada, asimilando el impacto enorme que aquella declaración había
tenido sobre ella. El corazón le palpitó y el pulso latió erráticamente conforme la
felicidad se le filtraba en lo más hondo del corazón.
Comieron en silencio unos cuantos minutos más antes de que Silas volviera a
prestar atención al teléfono.
—Si cualquier cosa, y quiero decir cualquier cosa, te llegase a ocurrir alguna vez,
si te ves metida en una situación que te haga sentir mínimamente incómoda o resultas
herida, amenazada o agraviada de algún modo, debes llamar de inmediato a Drake en
primer lugar. Si no puedes dar con él, entonces me llamas a mí. Llevo el teléfono
conmigo las veinticuatro horas, siete días a la semana, de modo que es muy poco
probable que no consigas localizarme. Pero, en el caso improbable de que no puedas
dar conmigo, ve bajando por orden en la lista y llama a todos y cada uno de los
hombres de Drake hasta dar con alguno de ellos. No te gustaría tener que responder
ante Drake si la mierda nos llega hasta el cuello y no has llamado a nadie, así que
quiero que me lo prometas, Evangeline. No importa lo que sea, no importa que creas
que no es importante, debes coger el teléfono y empezar a hacer llamadas, ¿de
acuerdo?
Ella lo miraba con los ojos de par en par, pero tragó la comida que tenía en la boca y entonces contestó.
—Sí, lo entiendo. Y sí, lo prometo.
—Bien. Entonces, ¿necesitas ayuda para introducir tus demás contactos?
Ella arrugó la nariz.
—Aun a riesgo de sonar como el arquetipo de rubia tonta, soy una analfabeta
tecnológica, de modo que sí, por favor, si no te importa ¿podrías introducir los
números de mis padres y luego los de mis amigas? Solo hay que introducir cinco
números, no te robaré mucho tiempo.
—No tengo que ir a ningún lado, Evangeline, deja de disculparte y de preocuparte
por estar robándome demasiado tiempo.
—Gracias —respondió ella con calidez—. Me caes muy bien, Silas. No has sido
otra cosa sino dulce y amable conmigo. No tienes idea de cuánto significan para mí
las dos veces que has acudido en mi «rescate».
Él la miró como si acabara de acusarlo de asesinar gente con un hacha, a juzgar por
su cara. Casi se asfixió mientras la miraba fijamente, preso de la estupefacción.
—Por dios —murmuró él—. No soy ni dulce ni amable, y nunca nadie ha dicho o
pensado algo así. No soy un buen hombre, Evangeline. No te quiero engañar. Parece
que tienes una opinión errónea sobre mí. Eres demasiado confiada. Así vas a acabar
herida o asesinada. —Meneó la cabeza—. No, no soy un buen hombre, pero no tienes
nada que temer de mí. Lo juro por mi vida. Incluso aunque no fueses la mujer de
Drake tendrías mi protección incondicional. Por eso quiero ser la segunda persona a
la que llames si no consigues contactar con Drake y tienes problemas o necesitas
ayuda.
—Y tú te equivocas, Silas —contestó ella con obstinación—. No sé a qué clase de
mierdas te has visto sometido o quién te hizo sentir que eres inferior, pero fuera quien
fuese es un mierda que no vale nada y si alguna vez encuentro a quien te hizo sentir de
este modo respecto a ti mismo, lo machacaré y luego mandaré a Zander para que
acabe el trabajo, ya que parecen gustarle este tipo de cosas.
Silas se había quedado impactado y desconcertado; tenía una expresión como
diciendo «qué cojones». Pero entonces, para sorpresa de Evangeline, echó la cabeza
atrás y comenzó a reírse. Una carcajada a mandíbula batiente, una risa auténticamente
divertida, algo de lo que ella no lo creía capaz. Se quedó observando maravillada
cómo su risa, un sonido tan hermoso, lo transformó por completo de un hombre
sereno, de buenos modales, comedido y refinado, con más sombras que color en la
mirada, a alguien que parecía varios años más joven. Las líneas y surcos de la cara y de la frente desaparecieron y los ojos le chispearon en aquella genuina carcajada.
Ella no podía hacer otra cosa más que observarlo fascinada, incapaz de quitar la vista
de la transformación asombrosa que estaba ocurriendo delante de ella.
—Eres un tesoro, Evangeline —declaró con los ojos aún relucientes de alegría—.
Y pena me da el tonto que alguna vez trate de fastidiar a alguien que te importe. Puede
que parezcas un gatito y un ángel, pero debajo de todo eso eres un león furibundo con
garras y colmillos mortíferos.
Aun riéndose entre dientes, echó mano al teléfono.
—Dime los nombres y los números de los contactos que quieres que introduzca
antes de que empieces a planear el asalto, y a saber qué más, y que entonces Drake y
yo tengamos que ir a pagar la fianza para sacarte de la cárcel.
Ella sonrió, absurdamente complacida consigo por haber sido capaz de sacar a
Silas fuera de su caparazón. Y, bueno, no le había mentido. Le caía bien Silas. Había
algo en él que le recordaba a Drake. Sospechaba que había tenido que soportar una
vida durísima desde la infancia, y le dolía el alma al pensar en el niño que había sido.
El cariño, alguien que te apoye, alguien que te quiera, eran conceptos que parecían tan
extraños para él como si nunca los hubiese experimentado. Y eso la ponía furiosa.
Ella le dictó primero los nombres y números de sus padres y luego los números de
móvil de Steph, de Lana y de Nikki, así como el número fijo del apartamento que
compartían.
—¿Ya está? —preguntó Silas cuando se quedó por fin callada.
Ella asintió con la cabeza, un poco cohibida.
—No conozco a mucha gente en la ciudad y Steph, Lana y Nikki son mis únicas
amigas. No tenía precisamente mucho tiempo para salir y conocer gente porque
trabajaba tantas horas como podía.
Ella deseó haber cerrado la bocaza porque la sonrisa desapareció de la boca y los
ojos de Silas. Él frunció los labios, parecía enfadado.
Pero, sorprendentemente, no dijo nada. Se limitó a alargar las manos a través de la
isla y cogerle las suyas, dándoles un suave apretón.
—Bueno, ahora nos tienes a nosotros. A todos nosotros, con nuestras virtudes y
nuestros defectos. Tú perteneces a Drake, en efecto, pero también eres una de los
nuestros. Drake es lo más cercano a un hermano que jamás he tenido, y lo mismo con
los demás. Y por ser su mujer, nuestra lealtad, amistad y protección ahora son
extensibles también a ti. Ahora tienes amigos, Evangeline. Nunca pienses lo contrario.
Por eso espero que me llames si necesitas cualquier cosa. Si hay cualquier cosa que yo pueda hacer por ti, me molestaría muchísimo que no sientas que puedes contar
conmigo.
—No me hagas llorar —dijo ella fingiendo enfado—. Verme llorar no es bonito
para la vista. Algunas mujeres han perfeccionado el arte de soltar una o dos lagrimitas
y sorber delicada y femeninamente. Yo soy espantosa llorando. Me pongo como un
tomate, se me hinchan los ojos y la nariz empieza a soltar mocos como si fuera un
grifo. Hazme caso, es mejor que no lo veas.
Silas no respondió a su intento de responder con un humor despreocupado. Su
expresión se volvió más sombría y la tristeza le cruzó fugaz por los ojos, pero
desapareció casi antes de que ella la descubriera.
—Odiaría que alguna vez tuvieras motivos para llorar —dijo con pena en la voz—.
Mereces ser feliz, Evangeline. Y espero que Drake mueva cielo y tierra para que así
sea. Porque será un capullo si no lo hace.
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sometida "los ejecutores"
Teen FictionEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...