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Para sorpresa y gozo de Evangeline, la mañana siguiente se despertó con el fuerte y
cálido cuerpo de Drake envolviéndola. Lo tenía encima y apoyaba la cabeza en su
hombro; tenía los brazos anclados alrededor de ella y una pierna sobre la suya. No
podría haberse movido aunque quisiera, y evidentemente no quería.
Suspiró, satisfecha, pensando que nunca había sido tan feliz como en ese momento.
—Buenos días, mi ángel —susurró junto a su pelo.
—Buenos días —dijo ella sonriendo junto a su hombro.
—¿Estás sonriendo?
Ella asintió.
—¿Por algo en especial?
—Es la primera vez que me despierto entre tus brazos —dijo con una voz de
ensueño—. Es… genial.
Él le frotó la espalda y luego le acarició el trasero.
—Bueno, es que he descubierto que no me gusta pasar ni una noche lejos de ti y no
quería salir de la cama tan temprano.
—Me alegro. Esta es la mejor forma de despertarse.
Él suspiró.
—Lo malo es que no puedo entretenerme mucho más. Preferiría pasarme el día en
casa, haciéndote el amor y tenerte desnuda hasta que salieras a ver a tus amigas, pero
tengo que ponerme al día con unos asuntos. Un solo día fuera y se me acumula la
montaña de mierda.
Ella inclinó la cabeza y le sonrió.
—No pasa nada, Drake. Con esto me basta. Ya me has alegrado el día y me dará
más ganas de volver contigo más tarde, cuando hayas terminado la reunión.
Él la besó y se tomó su tiempo explorándole la boca y los labios. Entonces se dio la
vuelta y salió de entre las sábanas.
—No me tientes, angelito mío. Si no me levanto ya, lo mandaré todo a tomar por
saco y te tendré en la cama todo el día.
Ella le dedicó una sonrisa y le hizo un gesto con la mano.
—Anda, vete o llegarás tarde. Ya me lo compensarás esta noche.
Un brillo delicioso se asomó a los ojos de Drake cuando este repasó su cuerpo desnudo al apartar las sábanas para salir de la cama.
—No lo dudes, voy a compensarte esto y mucho más.
Ella se estremeció por ese tono de promesa que tenía en la voz y lo miró de arriba
abajo con admiración cuando se dio la vuelta para entrar en el baño. Evangeline se
quedó en la cama un buen rato después de que él se despidiera con un beso y se fuera.
No quería abandonar la calidez de su cuerpo que aún impregnaba el colchón.
Al final, reunió el valor necesario y cogió el móvil de la mesita de noche y buscó el
número de Lana. Probaría primero con ella y seguiría la cadena. Alguien respondería
al final. Los días de fiesta solían empezar muy lentos porque se habían acostado tarde
la noche anterior, de modo que estaba segura de que al menos una, si no las tres,
estaría en casa.
Respiró hondo, le dio a marcar y esperó a ver si Lana respondía. Para su sorpresa,
lo cogió al segundo tono.
—¿Sí?
Su entusiasmo se desvaneció y se reprendió porque la paranoia aumentaba por
momentos. Lana parecía cansada como si acabara de despertarse, así que seguramente
no había visto quién llamaba. Aprovecharía la oportunidad, pues.
—Hola, Lana, soy Evangeline. He estado intentando hablar con vosotras.
Ella vaciló y hubo un momento de silencio al otro lado de la línea.
—¿Vangie?
—La misma. ¿Te he despertado?
Para sus adentros pidió que no aprovechara la oportunidad que le estaba brindando
para colgar y le dio un vuelco el corazón cuando le respondió que no.
—¿Cómo estás? —preguntó Evangeline—. ¿Y las demás? Os echo muchísimo de
menos. Drake tiene una reunión importante hoy y he pensado que podríamos quedar,
ya que esta noche libráis todas.
—Esto... Vangie, dame un segundo, ¿de acuerdo?
Frunció el ceño cuando dejó de oírla y entonces reparó en unos ruidos; Lana se
estaba levantando de la cama y luego se oyó cómo se cerraba una puerta. ¿Era un grifo
lo que oyó después? ¿Había entrado en el baño?
Entonces lo entendió todo y la invadió una gran tristeza. Lana no quería que Steph y
Nikki supieran que estaba hablando con ella. Cerró los ojos; notaba el escozor de las
lágrimas tras los párpados. ¿Por qué tenía que escoger entre Drake y sus mejores
amigas? ¿Por qué no podían alegrarse por ella y desearle lo mejor?
—Mira, Vangie. No quiero que me malinterpretes, pero Steph está dolida por cómo fueron las cosas la última vez. Creo que no es una buena idea que quedemos todavía.
Dale unas semanas para que se enfríe.
—¿Por qué no puede alegrarse por mí? —susurró—. ¿Por qué no os alegráis?
Lana suspiró.
—Solo queremos lo mejor para ti y no creemos que este Drake te convenga.
—¿Eso no debería decidirlo yo?
Lana volvió a suspirar.
—Solo te digo cómo son las cosas. Ya sabes cómo es Steph, que suele guardar
rencor durante un tiempo, pero al final se le pasará. Dale tiempo.
—¿Queréis que quedemos Nikki, tú y yo esta noche? —preguntó Evangeline,
desesperada por salvar los muebles.
—Imposible —contestó Lana con un deje de impaciencia en la voz—. Nos toca
trabajar esta noche, desde la apertura hasta el cierre.
Frunció el ceño.
—Pero si es vuestro día libre. Siempre habéis librado.
—Ya no —dijo Lana con rencor—, no desde que te fuiste. Vamos escasos de
personal y todas tenemos que hacer turnos extra para cubrir tu vacante hasta que la
dirección contrate a tu sustituta. Y como al jefe le vale con ahorrarse ese sueldo, no se
da mucha prisa para contratar a alguien.
Evangeline cerró los ojos; el pesar y el sentimiento de culpa se disputaban su
atención. A pesar de afirmar que era Steph la que le guardaba rencor y era la única
«descontenta» con ella, estaba claro que Lana tampoco estaba muy por la labor de
reconciliarse.
—Siento haberte molestado —susurró Evangeline—. No te entretengo más, así
puedes acostarte otra vez. Hoy te espera un turno largo.
Antes de que Lana pudiera responder, colgó y se llevó el teléfono al pecho; se
quedó tumbada, inmóvil, mirando el techo con la mirada perdida. Las lágrimas que
amenazaban con salir durante la llamada se derramaron entonces por el rabillo de los
ojos, le resbalaron por la sien y desaparecieron entre el pelo, lo que acabó mojando
la almohada sobre la que apoyaba la cabeza.
Ni en un millón de años se hubiera imaginado que tendría que escoger entre un
hombre y sus mejores amigas, pero eso mismo había hecho. No podía culpar a sus
amigas por estar molestas o sentirse traicionadas. Las cosas habían cambiado de la
noche a la mañana.
—No me arrepiento —susurró con vehemencia. Drake lo valía. Y si Steph, Lana y Nikki fueran amigas de verdad, la hubieran
apoyado desde el principio. Querrían que fuera feliz en lugar de quedarse anclada a la
vida tediosa y rutinaria que había llevado hasta entonces.
Se quedó en la cama, mirando al techo, lamentándose por la pérdida de tres
personas a las que tanto quería. Era incapaz de culparlas o estar resentida con ellas.
Evangeline misma había actuado de una forma impropia de ella. Irracional, mejor
dicho. Las cosas habían salido bien al final, pero la situación podría haber acabado
muy muy mal.
Si hubiera sido otra la que se hubiera comportado de una forma tan impulsiva, ella
hubiera actuado de la misma manera. Hubiera luchado y tratado de hacerla entrar en
razón.
Pero el amor no se regía por un conjunto de reglas preestablecidas. El amor bien
valía hacer sacrificios. Igual que no podía —ni quería— culpar a las amigas por lo
que sentían, ella tampoco se arrepentiría de la decisión de estar con Drake.
Lo amaba. Y él también se preocupaba por ella. ¿La quería? No estaba segura, pero
sí sabía que ocupaba un lugar muy importante en su vida. ¿Podría llegar a amarla?
Absolutamente. Al principio hubiera dicho que era imposible que alguien como Drake
pudiera querer a alguien como ella, pero él había demostrado sus palabras una y otra
vez. Había demostrado que no eran meras palabras para obtener la respuesta deseada
de ella. Y no era solo sexo tampoco, porque podía conseguir la mujer que quisiera
con solo mirarla.
Había visto cómo las mujeres lo seguían con la mirada. Eran expresiones lujuriosas
y de flirteo; eran insinuaciones descaradas. Pero cuando estaba con ella, era como si
las demás no existieran y centraba su atención solamente en ella.
Se dio la vuelta y se obligó a levantarse. No pensaba quedarse allí toda tristona
cuando tenía el regalo más increíble de todos: Drake. Su vida había cambiado por
completo la noche que fue al Impulse y, si echaba la mirada atrás, no cambiaría nada
de lo que la había llevado a esa noche porque entonces no habría conocido a Drake.
Suspiró. Se había quedado sin planes para la noche: imaginaba que debía buscar un
plan alternativo y contárselo a Drake para que este se lo dijera a su vez a Maddox.
Pero por mucho que lo pensaba, no le apetecía hacer nada. No tenía ganas de salir si
no era con Drake o las chicas.
«Ojalá Drake no tuviera esa dichosa reunión en casa».
Se detuvo en seco cuando iba a salir de la cama, dándole vueltas a algo en la
cabeza. Sabía que él había pedido servicio de cáterin para la reunión y que había seis invitados. Ella podía dar mil vueltas a los del cáterin y dejar boquiabiertos a Drake y
sus socios con una cena de postín.
Cuanto más pensaba en ello, más se animaba. No hacía falta que le trajeran la cena
para la reunión porque ella misma podía preparar una cena de rechupete y hacer las
veces de anfitriona. Quería que se sintiera orgulloso de ella, demostrarle que podía
encajar en su mundo y no avergonzarlo delante de las personas con las que trabajaba.
Pondría todo su empeño y haría algo digno de un restaurante de cinco estrellas, se
pondría de punta en blanco y luciría las joyas caras que le había regalado él. Esas
joyas que había aceptado a regañadientes. Cuando hubiera servido la cena y una vez
asegurados la comodidad y el disfrute de todo el mundo, desaparecería con discreción
para que pudieran hablar de sus negocios sin estorbar.
Pero tenía mucho que hacer y, si no se ponía las pilas, sus planes fracasarían
estrepitosamente.
El primer punto en la lista era planificar el menú, así que después de darse una
ducha y cambiarse, se sentó en un taburete de la cocina para preparar una lista de las
cosas que necesitaba. Luego llamaría a Edward y lo enviaría a hacer la compra.
Cuando tuvo ese tema zanjado, se fue al armario y se pasó una hora pensando en qué
ponerse. No quería excederse o que pareciera que quería impresionarlos, aunque eso
fuera precisamente lo que pensaba hacer, impresionar a Drake. Pero quería estar…
elegante. Guapa y estilosa pero al mismo tiempo sencilla.
Al final optó por un vestido de cóctel de color azul sin tirantes y hasta la rodilla que
era perfecto. Cayó en la cuenta de que la gargantilla de zafiros y diamantes que aún no
había estrenado quedaría perfecta con el vestido y podía ponerse también los
pendientes de diamantes que Drake le había comprado. Remataría el atuendo con el
brazalete de diamantes y unos zapatos de tacón plateados. Se haría un recogido para
lucir la gargantilla y los pendientes dejando unos mechones al aire que después rizaría
con la plancha para que le rozaran el cuello y las mejillas.
Se detuvo cuando recordó el impedimento más importante para sacar adelante la
sorpresa: Maddox, porque se suponía que debía llevarla al piso de sus amigas.
Frunció el ceño. Piensa, Evangeline, piensa. Tiene que haber alguna forma de
hacerlo.
Espera. Lana dijo que tenían que trabajar desde la apertura hasta el cierre, lo que
significaba que el piso estaría vacío… y ella aún tenía la llave. Solo tenía que dejarlo
todo bien preparado antes y que Maddox la llevara hasta allí después. Como sabía
que estaría esperando en el coche mientras estuviera en el piso, podía salir por la escalera de incendios, recorrer un par de manzanas a hurtadillas y llamar un taxi para
que la llevara hasta el apartamento de Drake.
—¡Eres un genio, Evangeline! —exclamó con alegría.
El plan era impecable y perfectamente factible. Maddox no sospecharía nunca que
usaría la salida de emergencia para escapar, y podía regresar con tiempo de sobra
para ultimar los preparativos antes de que llegara Drake con sus invitados.
Contenta por haber planificado hasta el último detalle, dejó la ropa sobre la cama y
se puso algo más sencillo para salir con Maddox. Era ropa cómoda que no le
impediría bajar por las escaleras de incendios desde la séptima planta.
Evangeline se pasó el resto del día mirando el reloj cada media hora, deseando que
el tiempo fuera más deprisa. Suspiró aliviada cuando Edward le subió la compra que
le había pedido. Nerviosa, le dijoque no contara a nadie que había salido a comprar
para ella y este le guiñó un ojo. Le contó la verdad, que le estaba preparando una
sorpresa a Drake, y al hombre pareció gustarle que lo incluyera en el complot.
Feliz por tener algo con lo que entretenerse, preparó todo lo que pudo de antemano
y elaboró tres entrantes distintos y dos salsas para acompañar la ternera, que metería
en el horno en cuanto volviera de casa de sus amigas.
Mezcló los ingredientes para las guarniciones, que luego guardó en la nevera.
Satisfecha al tener la cena preparada y saber que en media hora lo tendría todo
cocinado al volver, miró el reloj y pegó un gritito. ¡Ya eran las cuatro y media!
Se fue corriendo al dormitorio, se cepilló la melena, se la recogió en un moño
desenfadado y se puso unas bailarinas. Después de mirarse deprisa en el espejo —al
fin y al cabo, solo iba a casa de sus amigas—, salió a la cocina para volver a
comprobar que todo estuviera bien y repasó el menú mentalmente una vez más por si
hubiera dejado algún cabo suelto.
—¿Evangeline, estás lista? —preguntó Maddox desde el vestíbulo.
Sintió un subidón de adrenalina en las venas y tardó unos segundos en tranquilizarse
antes de responder:
—Sí, espera que coja el bolso y ahora mismo voy.
Inspiró hondo mientras cogía el bolso y ponía rumbo a la entrada.
En fin, allá que iba. Esperaba que los planes le salieran a la perfección y que Drake
se sintiera orgulloso de ella en su papel de anfitriona consumada.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora