Evangeline se sintió como una princesa de cuento al mirarse en el espejo para
repasar con ojo crítico el maquillaje, cómo le quedaba el vestido y el pelo, que se
había ondulado y recogido en lo alto de la cabeza de forma que le cayera con
suavidad sobre la nuca.
Por mucho que lo intentase, no podía poner ningún reparo a su aspecto. Desde
luego, había pasado muchísimo tiempo perfeccionando al máximo cada detalle.
Era la hora de la verdad. El recuerdo de la última vez que había entrado en el club
todavía la avergonzaba. Nada había cambiado, salvo que ahora era la chica de Drake.
¿Se había vuelto atractiva de la noche a la mañana solo por eso? Como rezaba el
dicho, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Sí, el vestido era de infarto, y más caro que el que llevaba aquella noche, pero
tampoco había intentado entrar en el club con ropa de imitación barata. Trató de
localizar alguna diferencia notable que la hiciese merecedora de estar en Impulse,
pero fue en vano.
Al menos no tenía que preocuparse de que la echaran, de que la agredieran o de que
Eddie apareciera a fastidiar la noche. Ya se había dado cuenta de que Drake no había
mentido al decir que siempre protegía lo suyo.
Fue escalofriante recordar las palabras de Maddox. Le había dicho muy serio que
Eddie nunca volvería a hacerle daño ni a acercarse a más de un kilómetro de ella.
Tenía un destello amenazador en los ojos, y Evangeline lo creía sin reservas, pero no
quería pensar en cómo estaba tan seguro y en qué medidas habría tomado para poder
afirmar con tanta rotundidad que Eddie no volvería a causarle problemas.
Drake era propietario de un club, una discoteca, pero por frases sueltas que había
oído, Evangeline presentía que tenía intereses comerciales muy variados. No estaba
segura de si quería saber en qué andaba metido para necesitar rodearse de tantos
guardaespaldas y contratar a hombres con pinta de poder partirle el cuello a alguien
con una sola mirada.
No, no quería saberlo. Hay cosas de las que es mejor no hablar. Puede que fuera
mala persona por ello, poco íntegra, además de tonta e ingenua. Pero solo quería
centrarse en lo que había entre Drake y ella, fuera lo que fuera, y en descubrir a dónde
los llevaba. Drake se había enfadado. No, «enfadado» era una palabra muy fuerte.
«Contrariado» quizá describía mejor su reacción cuando ella había vacilado y
cuestionado su autoridad tras haberse comprometido a obedecer sus órdenes y
someterse a él. Y, sin embargo, la autoridad tan patente en su voz la había excitado.
¿Estaba loca? ¿Había sacado a la luz Drake una parte de Evangeline que ni ella misma
sabía que existía, y que probablemente nunca habría descubierto si no fuese por él?
Había cobrado vida al tocarlo, y no podía imaginarse reaccionando de esa forma ante
ningún otro. Todos los hombres de Drake eran muy atractivos, cada uno a su manera,
pero ellos no le hacían sentir más que admiración por su belleza masculina. No le
provocaban fantasías sexuales intensas.
Evangeline sabía que había perdido demasiado tiempo cambiándose, peinándose y
maquillándose y que seguramente Drake estaría contrariado otra vez, así que tras
darse un último repaso ante el espejo y alisarse el vestido, respiró hondo y se puso
los tacones.
Con la mano a unos milímetros del pomo de la puerta, hizo acopio de valor para
entrar en el despacho de Drake; rezó para que le diera el visto bueno y le gustara su
aspecto.
Tras tragar saliva, enderezar la espalda y erguir la cabeza para al menos transmitir
sensación de seguridad y aplomo, abrió la puerta y se acercó a Drake con toda la
calma de la que fue capaz. Por dentro, sin embargo, estaba hecha un manojo de
nervios.
Tan pronto como abrió la puerta y apareció ante Drake, vio como sus ojos se
clavaban en ella y parecían incendiarse. No pronunció palabra alguna, pero su mirada
lo decía todo. Absorbió cada detalle de su aspecto, la recorrió despacio con la
mirada de arriba abajo, y pronto las mejillas de Evangeline ardían tanto como los
ojos de Drake.
—Estás espectacular —declaró con una voz suave, ronca y sensual que le provocó
un intenso hormigueo en las partes íntimas—. Mi ángel se ha vuelto toda una
seductora. Estoy tentado de cambiar los planes que tengo para ti esta noche y que te
quedes aquí, toda para mí. No me gusta compartir a una mujer tan cautivadora con
nadie. Prefiero tenerte en mi regazo para lamerte, tocarte y saborearte toda la noche.
Se ruborizó de placer al oír en su voz la sinceridad y la… posesión. Siempre había
pensado que ella no era de las mujeres que se sentirían atraídas por un hombre tan
exageradamente posesivo, pero la idea de que la considerase suya y de que fuese tan
sobreprotector con lo que ahora consideraba suyo despertaba algo en ella que desconocía. Le gustaba, y mucho. ¿Qué mujer no querría pertenecer a un hombre como
Drake Donovan y que la mimaran, consintieran y adoraran hasta tal extremo?
—El vestido te sienta bien. Está hecho para ti. Y esos tacones… Cuando te folle
más tarde, solo llevarás puestos esos tacones. Pero, preciosa, no hay vestido,
maquillaje o zapato que pueda hacer a una mujer como tú más bella de lo que ya eres.
Brillas con luz propia, lleves lo que lleves puesto, y sobre todo cuando no llevas
nada. Ninguna mujer del mundo estaría tan guapa como tú con ese vestido y esos
tacones. Es mérito tuyo. No lo olvides nunca.
Sus palabras y su semblante eran de absoluta convicción, y había un brillo de
posesión tan claro en su mirada que a Evangeline le temblaron las rodillas. La idea de
llevar solo los tacones puestos mientras Drake la follaba le provocó tales
palpitaciones en el clítoris que se revolvió, inquieta.
Ese hombre podía tener a cualquier mujer del mundo y aun así la elegía a ella. No
lo entendía. No podía concebirlo. Pero en ese momento estaba viviendo un cuento de
hadas y no le apetecía poner en duda que ese hombre espléndido la encontrara guapa y
la deseara. No a ninguna otra: a ella, Evangeline Hawthorn, una chica normal. No
tenía nada de especial y, sin embargo, él la hacía sentir especial y deseada.
Se acercó a Drake y se inclinó hacia él hasta que sus labios estuvieron a apenas un
suspiro.
—Me alegro de que des tu aprobación —susurró.
Y luego lo besó, sin preocuparse de que se le borrara el brillo de labios. En ese
momento, tenía que besarlo. Tenía que demostrarle lo que sus palabras habían
significado para ella.
Se abalanzó con avidez sobre su boca, chupándole la punta de la lengua cuando
separó los labios y luego adentrándose más para poder saborearlo, devorarlo.
Un gruñido resonó en la garganta de Drake e hizo vibrar la lengua de Evangeline,
que le provocó un escalofrío.
Se apartó lentamente de Drake, que frunció el ceño como diciendo que no había
terminado con ella todavía, pero Evangeline quería bucear en su mirada una vez más y
deleitarse en el deseo y la aprobación que veía en sus ojos oscuros.
—«Aprobación» no acaba de describirlo del todo, mi ángel. No tengo claro si eres
un ángel o un demonio disfrazado de ángel. Nunca me había afectado tanto un simple
beso.
—Ni a mí —susurró ella.
Entonces él sonrió. —Dime, mi ángel, ¿a cuántos hombres has besado?
Evangeline se sonrojó y apartó la mirada, avergonzada. Drake la cogió por el
mentón y acercó su cara con cuidado para que lo mirara a los ojos.
—No lo pregunto para avergonzarte. Espero que la respuesta sea que solo has
besado a un tío aparte de mí, porque desde luego ese capullo no cuenta, así que yo
sería el primero. El primero que ha significado algo. Porque me encanta esa idea y me
importa una mierda que seas inexperta. Quiero ser el hombre que te enseñe el placer y
el erotismo. Quiero que, con el tiempo, te olvides por completo de Eddie Ryker y te
convenzas de que fui el primero para ti en todos los aspectos del sexo.
A Evangeline le dio un vuelco el corazón y, por un momento, se quedó sin aliento.
Luego sonrió, sin ser consciente del efecto demoledor que tenía esa sonrisa sobre la
población masculina.
—¿Quién es Eddie? —preguntó risueña.
Drake gruñó y esta vez fue él quien la atacó a ella para besarla tan fuerte que casi
no podía respirar.
—Así me gusta —dijo mientras acariciaba con el pulgar sus labios hinchados.
—Y Drake, que conste que sí has sido el primero —murmuró Evangeline—. Lo que
hizo Eddie no se puede considerar nada más que un polvo rápido que se centró en su
placer sin darme ninguno a mí. Tú eres el único hombre que me ha dado eso en mi
vida.
La inmensa satisfacción de Drake con su respuesta era evidente. Aflojó los brazos
para que ella pudiera apartarse un poco, sin dejar de observar maravillado el cuerpo
de Evangeline, lo que la llenó de orgullo y emoción. A Drake le gustaba lo que veía.
Su reacción ante ella era totalmente genuina, y esa sensación la embriagaba. Era como
vivir un sueño maravilloso del que nunca quería despertar.
—Ve a ponerte cómoda —dijo Drake—. Pronto llegará la comida y después dos de
mis hombres te acompañarán abajo. Quiero que disfrutes de la noche como deberías
haberla disfrutado la primera vez que viniste a mi club.
Evangeline se giró deprisa para que Drake no viera la preocupación en su rostro.
Recordaba perfectamente cómo habían reaccionado los otros clientes ante ella. Ser la
chica de Drake no cambiaba quién era y lo que era, y los demás seguirían juzgándola
y mirándola por encima del hombro, la viera como la viera Drake.
—Evangeline.
Ella estaba a punto de desplomarse en uno de los lujosos sillones que había junto al
escritorio, pero se detuvo al oír su voz. Se dio la vuelta y lo miró, inquisitiva. —Todo irá bien —afirmó con suavidad.
Ella cerró los ojos por un momento, decidida a impedir que el disgusto de volver a
recordar aquella noche le estropeara el maquillaje.
—No tienes ni idea de lo horrible que fue aquella noche para mí, Drake. Antes
incluso de que apareciera Eddie.
Drake entornó los ojos.
—Explícate.
Evangeline suspiró, deseaba haberse quedado callada. Maldijo su manía de soltar
siempre la verdad, por incómoda o bochornosa que fuera. A nadie le interesaban sus
pensamientos, pero ella seguía empeñada en contar siempre la pura verdad, sin filtros.
—¿Evangeline? —inquirió él.
Mierda, no iba a dejarlo estar. Ya conocía el característico tono con el que acababa
de pronunciar esa sola palabra. Su nombre. No era una petición: era una orden que se
sentía obligada a obedecer, por mucho que la incomodase rememorar aquella noche.
Exhaló otro suspiro de resignación e hizo acopio de toda su fuerza y compostura.
—En cuanto salí del taxi, empezaron a juzgarme. La gente de la cola, digo. Incluso
el dichoso gorila, o como se diga. El tío que se pone en la puerta a decirle a la gente
que pase o que se ponga a la cola. Pero a mí ni siquiera me dijo que me pusiera a la
cola: me dijo que me largase. Y todos los de la puñetera cola me miraron con
sonrisitas de superioridad como si fuera imbécil por intentar siquiera entrar en un
sitio como Impulse. Luego enseñé mi pase vip al tío que me había dicho que me fuera
y puso cara de chupar limones; a los de la cola les cabreó mucho que alguien como yo
pudiese entrar mientras ellos seguían esperando en la acera. Me miraban como si
fuese un bicho. Otros directamente empezaron a reírse.
Hizo una pausa para tomar aliento, sorprendida de que aquella experiencia tan
humillante todavía la hiciera bullir de rabia.
—Una vez dentro, la cosa no mejoró. Todos me miraban como si fuera una
alienígena que acababa de bajar de un ovni. Había caras arrogantes, divertidas,
engreídas, y me sentí como si me estuvieran examinando con lupa. Solo el camarero
fue agradable. Él sí fue simpático y amable conmigo. Me trató como a una persona
normal, como si valiera lo mismo que el resto y tuviera el mismo derecho a estar allí,
mientras que las demás personas de la barra me trataban como si me hubiera colado
en una fiesta sin estar invitada. Fue horrible. Ya tenía decidido marcharme. Fui tonta
por dejar que mis amigas me convencieran de ir. Pero entonces vi a Eddie. Llevaba
una tía aferrada al brazo, con una pinta que parecía gritarme: «Soy más guapa, más elegante y mejor que tú, y puedo satisfacer a mi hombre, no como tú, que fuiste un
desastre en la cama». Y si no me largué fue por mi dichoso orgullo, porque no quería
que pareciera que me daba corte o vergüenza encontrarme con él. Así que allí me
quedé, rezando para que no se fijara en mí. Pero no hubo suerte —masculló.
—Es imposible que un hombre no se fije en ti, mi ángel, a menos que esté muerto —
apuntó Drake con sequedad—. Te subestimas demasiado, pero pienso arreglar eso.
Evangeline se estremeció y continuó como si él no hubiera intervenido.
—Fue horrible. Toda esa noche fue… espantosa. ¿Y ahora tengo que entrar y
soportar eso otra vez? ¿Hacer como si aquello no hubiera ocurrido y como si no
estuviera todo el mundo juzgándome, riéndose de mí y preguntándose por qué el
portero me ha dejado entrar?
De no haber tenido tan a flor de piel los sentimientos al revivir aquella noche, la
expresión en el rostro de Drake la habría aterrado. Estaba furioso, con los ojos
inexpresivos y la mandíbula tan apretada que tenía que dolerle.
—Esta noche no pasará nada de eso —aseguró con suavidad y un deje amenazador
—. Todos mis empleados están al corriente de quién eres y de que tienen que atender
todas tus peticiones y tratarte con respeto absoluto. Mis hombres estarán siempre
cerca de ti, y no te preocupes: si alguien te falta al respeto, se encargarán de él y la
cosa se pondrá muy fea. Es más, si alguien se pasa de la raya contigo o te mira mal,
quiero saberlo inmediatamente. Júramelo, Evangeline. Se lo dirás a uno de mis
hombres para que me informen y se resolverá el problema enseguida. No voy a tolerar
que nadie te falte al respeto.
—Está bien —farfulló ella, que sabía por experiencia que Drake quería palabras,
no gestos.
La voz de Drake se suavizó, así como su semblante y sus ojos.
—Quiero que te lo pases bien esta noche, mi ángel. No soy tan cabrón para dejar
que lo pases mal a propósito y nunca te pondría en una posición incómoda o
embarazosa. Te he preparado una sorpresa, creo que te gustará y que te olvidarás
completamente de la primera vez que viniste al Impulse.
Evangeline se acomodó en el lujoso asiento de cuero mientras asimilaba esa
afirmación enigmática, y lo miró con curiosidad.
Drake sonrió.
—Quiero que te diviertas esta noche, mi ángel. Me da la impresión de que no te has
divertido mucho en tu vida. Has estado muy ocupada trabajando y cuidando de los
demás. El corazón le dio un vuelco. Era un gesto precioso y no pudo evitar sonreír y que
una sensación cálida se le extendiera por el pecho.
—Hablando de eso, aún tienes que darme los datos del banco de tus padres y su
número de cuenta. Mañana por la mañana le diré a mi asistente que llame y haga la
transferencia. Pero he pensado que antes querrías llamarlos y ponerlos al corriente de
la situación, para que no les sorprenda ver la transferencia.
La euforia que acababa de experimentar Evangeline se convirtió en pánico.
—Madre mía, Drake. ¿Qué les digo? ¿Cómo voy a explicar una transferencia
repentina que claramente no he hecho yo? ¿Qué van a pensar? Les parecerá muy raro,
por no hablar de las cosas que pueden pensar de mí y de qué habré hecho para
conseguir tanto dinero tan de repente.
Sintió que se le acaloraban las mejillas. La vergüenza. ¿Cómo podía explicar lo de
Drake y su relación con un hombre que había conocido tan solo unos días antes?
—¿Y si piensan que soy traficante de drogas o prostituta? —preguntó horrorizada.
En un pueblo pequeño como el suyo, si alguien conseguía dinero de repente y de
manera misteriosa, se disparaban las habladurías y en ningún caso quería hacer pasar
a sus padres por eso. Si solo la afectase a ella, no le importaría, pero sí le importaba
cómo tratara la gente a sus padres y lo que dijeran de ellos. Y le importaba lo que
pensaran de ella sus padres.
—¿Qué se supone que soy? —susurró Evangeline, sin dejar de mirar a Drake muy
agitada—. ¿Tu querida? ¿Tu chica de compañía?
Paró de hablar y se cubrió la cara con las manos, se olvidó de que luego tendría que
retocarse casi por completo el maquillaje.
—Yo no soy así —balbució—. Esta no soy yo, no dejo que otra persona solucione
mis problemas por mí, y menos aún alguien a quien apenas conozco. Puedo soportar el
desprecio o la vergüenza porque haría cualquier cosa por mis padres. Pero no quiero
que ellos se sientan decepcionados por mí o avergonzados de mí, porque sé que no
querrían que hiciera algo que va en contra de la educación que me dieron para
ayudarlos.
Cuando por fin se armó de valor para destaparse la cara, se esperaba ver enfado en
el rostro y en los ojos de Drake, incluso ira. Pero no vio nada de eso. En ese instante,
se formó un vínculo inexplicable entre ellos. Un vínculo de comprensión y de orgullo.
Ninguno dijo nada, conscientes ambos de la conexión, que no era física, sino
sentimental. Puede que vivieran en mundos opuestos, pero conceptos como el orgullo
y el respeto por uno mismo eran universales y, en ese aspecto, compartían una afinidad. No había diferencias sociales o económicas. Eran personas, simple y
llanamente personas, que podían sentir y respetar cosas que no entendían de barreras.
—¿Prefieres que los llame y se lo explique yo, mi ángel? —preguntó él con
suavidad.
Era una propuesta tentadora. Demasiado tentadora. Evangeline aborrecía los
conflictos e intentaba huir de ellos a cualquier precio, porque normalmente seguía
dándoles vueltas durante días e incluso semanas después de que se hubieran
solucionado. Pero tenía que mantener el control sobre alguna parte de su vida al
menos, ya que lo había perdido en todas las otras desde que había conocido a Drake.
Y Evangeline podía ser muchas cosas —muy gallina, como ella misma reconocía—,
pero tener miedo de hacer frente a las dos personas más importantes de su vida era
una vergüenza que la acompañaría siempre.
—N…no. No —dijo con más firmeza la segunda vez. Respiró hondo—. Tengo que
hacerlo yo misma. Les debo una explicación y tengo que dársela yo, no un hombre que
no conocen de nada. No me educaron para eso. Sobre todo, me enseñaron a
responsabilizarme de mis actos y a no esconderme detrás de otros. Puede que me
esconda de mí misma, pero nunca dejaré que se me acuse de hacerlo tras otra persona.
Los ojos de Drake volvieron a mostrar un brillo de respeto y parecieron más
profundos y oscuros de lo normal. Y, en ese momento, Evangeline se dio cuenta de
que su aprobación y su respeto significaban mucho más para ella de lo que deberían,
teniendo en cuenta que apenas lo conocía.
—¿Te has acordado de traer el móvil nuevo o te presto el mío? —preguntó él con
tono desenfadado, como si Evangeline no estuviera a punto de hacer una llamada que
podría provocarle una crisis nerviosa.
—Lo he traído —respondió mientras escudriñaba la habitación con la mirada, al
intentar recordar, con todo el aturdimiento, dónde había dejado el bolso.
—Si buscas el bolso, te lo has llevado al baño.
Tras mirarlo con agradecimiento, se levantó como un resorte y fue hacia el baño
casi corriendo, antes de que la abandonase el coraje. Su bolso estaba en la encimera,
al lado del lavabo. Mientras revolvía en él para buscar el teléfono, recordó que no
había guardado los contactos en el móvil nuevo, aunque tampoco tenía muchos. En su
situación actual, bastaría con teclear de memoria el número de sus padres.
Con la vista fija en la pantalla táctil luminosa, regresó al despacho de Drake,
concentrada en teclear. Volvió al asiento del que acababa de levantarse y se acomodó
en él mientras se llevaba el teléfono a la oreja. Al alzar la mirada se encontró con la de Drake y sintió que se ahogaba. Era como si
fueran dos imanes, como si él la atrajera y la absorbiera. Sin pensar en lo que hacía,
apartó el teléfono de la oreja y activó el altavoz. Luego se levantó y se acercó a
Drake. Colocó el móvil en el escritorio con intención de quedarse allí de pie para
hablar con sus padres, pero en cuanto oyó la voz familiar de su madre, Drake la
agarró por la muñeca y la atrajo hacia sí para sentarla en su regazo. Luego cogió el
móvil y lo colocó más cerca de Evangeline.
De repente, se sentía más serena. La fuerza de Drake y su muestra de apoyo le
dieron ánimos, y la calma se impuso a los nervios.
—Hola, mamá —dijo con voz alegre.
—¿Evangeline? ¿Eres tú? ¿Has perdido el teléfono? He estado a punto de no
contestar. Me llegan muchas llamadas de gente que quiere venderme cosas o
estafarme diciendo que le debo unas cantidades desorbitadas a Hacienda. Es absurdo,
de verdad. Que una no pueda ni coger el teléfono sin que la acose alguien que ni
siquiera dice bien la palabra «tributario». Pero luego me di cuenta de que era tu
prefijo y me dije, ¿y si le ha pasado algo y me están llamando para notificármelo? Me
sentiría fatal si ignorase una llamada como esa.
Los ojos de Drake brillaron divertidos y esbozó una sonrisa.
—Estoy bien, mamá —dijo Evangeline, para tranquilizarla enseguida, antes de que
diera rienda suelta a la imaginación y empezaran a pasarle por la cabeza todas las
cosas horribles que podrían haberle ocurrido a su hija.
Su madre estaba convencida de que en esa ciudad depravada iban a atracar, violar
o asesinar a Evangeline en menos de una semana. Tanto ella como su padre le habían
suplicado que no se mudase a Nueva York y que no se marchase tan lejos de ellos.
«Sobreprotectores» se quedaba corto para describir su actitud hacia ella.
Se mordió el labio. Sabía que cuando explicase la situación su madre se pondría
como loca y le rogaría que volviera a casa y su padre también. Drake la tranquilizó
con un apretón y asintió con la cabeza para darle ánimos y Evangeline se lo agradeció
inmensamente. Se moría de ganas de apoyar la cabeza en su pecho y abrazarlo muy
fuerte.
—Tengo un teléfono nuevo. El viejo… Bueno, se me rompió y necesitaba una forma
de comunicarme.
Hizo una mueca al soltar aquella mentira piadosa, porque ella nunca mentía y no le
gustaba sentirse embustera. Notó un nudo de culpa en la garganta y pidió perdón en
silencio por la mentirijilla. —Ah, claro. Me alegro de que hayas sido sensata y te hayas comprado otro
enseguida —contestó su madre—. No puede ser que vivas en esa ciudad tan grande
sin tener con qué llamar para pedir ayuda. ¿Y si te pasara algo o alguien te atacara?
Por cierto, justo el otro día leí un artículo en el periódico sobre dos mujeres que
sufrieron un ataque en Nueva York. No sé a dónde vamos a ir a parar.
Evangeline se estremeció y cerró los ojos al ver que la mentira crecía más y más.
Ella no había comprado el teléfono: había sido Drake. Él lo había comprado todo
hasta el momento. Sentada en el regazo de Drake, escuchó el discursito de su madre
sobre los peligros de vivir en una ciudad en la cual uno no puede contar con sus
vecinos y la gente nunca se para a ayudar.
Ya había intentado explicar a su madre que lo de Nueva York era un estereotipo y
que, en realidad, era una ciudad bastante segura, aunque Evangeline vivía en una zona
un poco difícil. Bueno, en realidad ya no vivía allí. Otra cosa más que aún tenía que
contar a su madre. Pero la madre se negaba a creer que una ciudad tan grande como
Nueva York pudiera ser segura y le recordaba constantemente que era un alma
cándida e inocente y que no debía dejarse engatusar. Sin duda pensaría que ahora se
había dejado engatusar completamente, abandonando toda precaución y cediendo el
control sobre su vida a un hombre que había conocido solo unos días antes.
Notó que Drake daba una sacudida y lo miró enseguida para ver qué pasaba, pero
tan solo reía en silencio. Claramente, se estaba divirtiendo.
—Oye, mamá, ¿anda papá por ahí? ¿Puede ponerse también él? Tengo algo que
deciros.
—Claro.
Hubo una larga pausa mientras su madre asimilaba la petición de ella. Era habitual
que le pidiera eso, así que Evangeline dedujo que su madre había notado algo raro en
su voz.
—Cariño, ¿va todo bien? —indagó, nerviosa.
—Evangeline, ¿cómo estás, cariño?
La voz ronca de su padre inundó los oídos de Evangeline y, por un instante, sintió
tanta morriña que se quedó sin aliento. Drake le dio un apretón y ella suspiró. Ya
fuera en persona o por teléfono, sus sentimientos eran tan evidentes como las luces de
neón de Times Square.
—Estoy bien, papá —respondió con tono despreocupado—. La pregunta es: ¿cómo
estás tú? ¿Va todo bien?
—Me las apaño—dijo con aspereza—. Tu madre se está preocupando, conque escupe ya lo que sea que quieres decirnos antes de que tenga una crisis de ansiedad.
Evangeline no pudo evitar ablandarse y sonreír. Cómo los echaba de menos. Lo que
más deseaba en el mundo era ir a casa a visitarlos, pero lo que se gastaría en el
billete de avión era dinero que no le podía dar a sus padres y, en ese momento,
necesitaban más el apoyo económico que una visita suya.
Pero todo eso estaba cambiando con Drake. Tal vez… Apartó esos pensamientos de
su cabeza. Puede que él se hubiera ocupado de sus padres, y se lo agradecía, pero ella
ya no tenía trabajo ni forma de ahorrar el dinero necesario para visitar a la familia.
Dependía de Drake para todo, y se le cayó el alma a los pies al pensar en todo lo que
eso conllevaba.
—Ya no trabajo de camarera en el pub —informó Evangeline, que había decidido
empezar con las noticias de menor importancia y luego llevar la conversación hacia
las más impactantes.
—Gracias a Dios —exclamó la madre fervientemente.
—Bien —añadió el padre con rotundidad—. Nunca me gustó que trabajaras en un
lugar así. Un bar no es sitio para una buena chica como tú. Odiaba que tuvieras que
trabajar allí por culpa de que yo ya no soy capaz de sacar adelante a mi propia
familia.
A Evangeline se le encogió el corazón al vislumbrar el dolor en la voz de su padre.
¿No sabía que haría cualquier cosa, lo que fuera, para devolverles todo lo que le
habían dado durante su infancia?
Drake le acariciaba el brazo de arriba abajo y se detuvo en el hombro un momento
antes de continuar con el gesto mecánico. Estaba completamente absorto en la
conversación y se le veía pensativo.
—Además, he conocido a alguien —dijo Evangeline en voz baja.
Mientras lo decía, observó a Drake, quien, en silencio, le rogaba que comprendiera
el cuento que se iba a inventar. Sus padres no lo entenderían, simple y llanamente. La
naturaleza de su relación les asombraría y Evangeline no tenía duda de que cogerían
el próximo vuelo a Nueva York… No, mejor dicho: su madre tendría que conducir
hasta Nueva York porque su padre llevaría la escopeta con él, para acribillar a
perdigones a Drake por «deshonrar» a su niña.
—Ahora trabajo para él —anunció, sin concretar mucho—. Es un trabajo muy
bueno, con un sueldo fantástico. Y muchas prestaciones —añadió enseguida para que
la oyera Drake.
Los ojos de Drake centellearon y mostró sus dientes blanquísimos. Estaba tan atractivo que Evangeline sintió que el cuerpo se le encendía y cobraba vida propia.
Los pezones se le endurecieron y notó una sensibilidad en la entrepierna que la hizo
removerse en el regazo de Drake, incómoda.
—Madre mía, ¡eso es fantástico, cariño! —aplaudió la madre—. ¿Cuándo podemos
conocerlo?
A Evangeline le dio miedo y esquivó la mirada de Drake, porque no quería ser
demasiado atrevida. Le había dejado muy claro que las riendas las llevaba él.
—Muy pronto —contestó vagamente—. Pero hay algo más. No le gustaba que
trabajara en el pub.
El padre la interrumpió antes de que pudiera continuar.
—Bien. Parece un hombre con dos dedos de frente que va a cuidar bien de mi niña.
Me alegro de que te haya hecho entrar en razón.
Drake se tapó la boca con la mano para amortiguar una carcajada y Evangeline lo
fulminó con la mirada.
—Como insistía en saber por qué trabajaba tanto y hasta tan tarde en ese sitio, le
conté que lo hacía para ayudar a mi familia.
Su madre emitió un gemido angustiado y Evangeline cerró los ojos, porque sabía lo
importante que era su orgullo para ella. Tanto la madre como el padre se lo habían
inculcado.
—Quiere ayudar —continuó, para eludir el momento incómodo—. No quiere que
vuelva a trabajar allí bajo ningún concepto, así que mañana os va a hacer una
transferencia. Quería llamar y avisaros para que no pensarais que había algún error ni
sacarais conclusiones equivocadas.
Su madre contuvo el aliento, sorprendida, pero se repuso enseguida.
—¿Pero conoces bien a este hombre, Evangeline? ¿Te trata bien? Ya sabes que
siempre puedes volver a casa. Nos apañaremos, como siempre hemos hecho.
Fue entonces cuando Drake la sorprendió. Cogió el teléfono, apagó el altavoz y se
lo acercó a la oreja. Antes de que Evangeline pudiera pedirle que se lo devolviera,
Drake estaba hablando con su madre.
—Señora Hawthorn, me llamo Drake Donovan y me importa muchísimo su hija. Ese
lugar en el que trabajaba era peligroso.
Evangeline empezó a protestar, pero él la mandó callar enseguida con un firme
apretón del brazo con que le rodeaba el cuerpo.
—No solo eso, sino que estaba viviendo en un edificio en mal estado y en un barrio
poco recomendable. Su piso estaba en la séptima planta y los ascensores llevaban al menos un año sin funcionar. La cerradura era tan frágil que hasta un niño podría
haberla forzado. No iba a quedarme sentado viendo cómo Evangeline se ponía en
peligro, cuando yo tengo los medios para ayudar, que es lo que pienso hacer.
Evangeline es mi prioridad, y ustedes son la suya, de modo que también son
importantes para mí. Porque quiero que Evangeline sea feliz, pero sobre todo quiero
que esté a salvo. Estaba trabajando hasta la extenuación, expuesta a hombres que le
harían daño sin pensárselo dos veces y eso sí que no lo voy a permitir bajo ningún
concepto. Entiendo y comparto su preocupación. Pero quédense tranquilos: con mi
protección y mis cuidados, estará totalmente segura, y creo que todos estamos de
acuerdo en que, si ustedes ya no tienen problemas económicos, ella tendrá una carga
menos que sobrellevar.
Hubo un silencio prolongado de Drake mientras escuchaba con atención lo que
fuera que los padres le estaban diciendo y Evangeline se retorció de frustración e
impaciencia. La estaban dejando al margen de una conversación muy importante y que
la incumbía. Allí atrapada por el brazo de Drake, sintió su rabia crecer más y más
hasta que casi le hirvió la sangre.
—La protegeré constantemente y a partir de ahora vivirá conmigo. Estará siempre a
salvo y su felicidad será de suma importancia para mí, algo que creo que tenemos en
común. No podría considerarme hombre si no hiciera todo lo posible para aliviar las
preocupaciones y el estrés de Evangeline y eso incluye asegurarme de que a las dos
personas que más quiere no les falta de nada. Antes, se ocupaba de ello por sí sola. A
partir de ahora, eso va a cambiar. Ahora me tiene a mí. Les proporcionaré con gusto
todos mis números de contacto, así como el teléfono fijo de nuestra residencia y el
nuevo número de Evangeline ya se les debe de haber quedado guardado. Pueden
llamar siempre que quieran. Sin embargo, si hay algo que les inquieta y, sobre todo, si
necesitan algo, preferiría que contactasen antes conmigo para que Evangeline no se
preocupe sin necesidad.
Evangeline clavó la mirada en Drake, atónita. ¿Quería cortarle la comunicación con
sus padres? ¿Le estaba restringiendo el acceso a ellos?
Drake la abrazó y la besó en la frente mientras escuchaba la respuesta de sus
padres.
—Bien —respondió por fin—. Parece que estamos todos de acuerdo en este asunto.
Los ojos de Evangeline se llenaron de lágrimas de impotencia. «Todos menos yo»,
pensó. No lo dijo en voz alta y las palabras quedaron reducidas a un eco en su mente.
—Sí, señor, lo entiendo perfectamente y si yo fuera usted me sentiría igual, así que voy a prometerle algo. Evangeline siempre estará a salvo conmigo, removeré cielo y
tierra para hacerla feliz y que no se arrepienta nunca de haber depositado su confianza
en mí.
Pero ya se estaba arrepintiendo, a pesar de que sus padres, y en concreto su padre,
hubieran dado su aprobación a toda aquella locura. Porque sentía que los pilares que
la sostenían, que sostenían su vida, se estaban derrumbando cada vez más rápido y su
control se estaba desvaneciendo a favor de la dominación de Drake. Se preguntó si
podría permanecer indemne ante la influencia de alguien tan poderoso y exigente
como Drake, sin acabar convirtiéndose en una persona distinta a ella, a Evangeline.
Puede que no tuviera mucho, pero siempre había sabido quién era y cuál era su
lugar. Ahora, Drake lo amenazaba todo. Le había afectado muchísimo lo que acababa
de ocurrir. Quizá había estado tan enfrascada jugando a ser Cenicienta que no se había
dado cuenta de la magnitud de aquello en lo que se estaba metiendo.
O a lo mejor sí sabía exactamente en qué se estaba metiendo y aquella parte secreta
de ella que disfrutaba con la autoridad de Drake se había impuesto y había salido a
buscar algo que siempre le había faltado, una parte esencial de sí misma a la que no
había tenido acceso. Podía resistirse y volver a su vida ordinaria y predecible,
arriesgándose a sentirse insatisfecha para siempre. O podía aceptar con los brazos
abiertos la vida desconocida pero tentadora que Drake le ofrecía y quizá acabaría
descubriendo quién era realmente y qué quería la verdadera Evangeline.

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sometida "los ejecutores"
Fiksi RemajaEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...