Drake se contuvo para no mirar el reloj de nuevo, consciente de que Silas y Hatcher
se percatarían de que no estaba centrado en lo que tenía que estar: un asunto que
requería una intervención inmediata. Y Maddox, el capullo, siempre apostado entre
las sombras, que, con una sola salida de tono, sabría con exactitud dónde tenía la
cabeza, y no era precisamente en Eddie Ryker. Además, por alguna razón que
desconocía, Justice y Thane estaban sentados en el sofá, muy bien acomodados, como
si no tuvieran nada mejor que hacer que pasar el rato. Ya se encargaría de averiguar
el motivo cuando hubiera terminado con el asunto que más apremiaba.
—Entonces, ¿qué quieres hacer, Drake? —preguntó Silas en su característico tono
pausado y sereno.
Silas era un enigma, uno de esos que Drake jamás admitiría no haber podido
desentrañar. Sabía lo suficiente del que consideraba su socio y hombre de confianza
más apreciado para que no le preocupara su lealtad. Sabía, por lo que había podido
averiguar en los archivos públicos, que la infancia de Silas había sido un verdadero
infierno, pero tampoco sabía mucho más.
Drake no se habría fiado nunca de un tipo así, pero de Silas, sí. No le gustaba
contratar a hombres que se ocultaban tras las sombras en lugar de tras un traje como
todos los demás. Sin embargo, en Silas veía un espíritu afín, un hombre que daba un
gran valor a la palabra, sobre todo cuando era la suya la que estaba en juego. Durante
los años que llevaban trabajando juntos, Silas no había roto ni una sola vez sus
promesas. En ninguna circunstancia. Drake lo habría sabido. Se tomaba muy en serio
saber todo lo que hacían sus hombres de confianza. Aunque Silas era la excepción,
porque nadie sabía nada que él mismo no hubiera querido revelar.
Drake miró a Hatcher, cuyo rostro permanecía relajado y sereno, pero vio que tenía
los puños cerrados en una muestra inequívoca de irritación, y frunció el ceño ante
aquel ademán revelador. Los hombres que anunciaban al mundo su estado de ánimo,
sus pensamientos o sus intenciones eran los primeros en morir.
—Encárgate tú, Silas —dijo Drake, cambiando repentinamente de tercio. Tenía
pensado encargarle el trabajo a Hatcher, porque, aunque tenía plena confianza en
Silas, cuando se trataba de resolver imprevistos, no tenía demasiado arte. Cualquiera
de sus hombres podía hacer lo que fuera necesario y, si bien no se pensaba demasiado a cuál de los hombres con los que trabajaba y a los que hacía inmensamente ricos le
encargaba un trabajo en concreto, tenía que admitir que, de vez en cuando, le
preocupaba bastante que Silas, principalmente, cargara solo con el peso de hacerle el
trabajo sucio. Era un tipo demasiado valioso, demasiado completo para la mayoría de
los encargos turbios de Drake.
Si Silas descubría que le había pasado por la cabeza enviar al musculitos a hacer el
trabajo, se lo habría tomado como una traición. Silas daba mucha importancia a la
lealtad y siempre ponía por delante completar cualquier misión que le asignara,
independientemente de lo mucho que tuviera que ensuciarse las manos. Y la verdadera
razón por la que Drake lo escogía para tales asuntos era que tenía la capacidad de
desconectarse y llevar a cabo el encargo de una forma impersonal, sin sentimientos ni
arrepentimientos, dos cualidades que Drake pedía a su equipo, pero, sobre todo, a
Silas.
Él nunca cuestionaba sus decisiones o sus motivos, pero, si lo hubiera hecho, Drake
se habría limitado a ser sincero y le habría dicho que de todos sus hombres, Hatcher
era el que llevaba menos tiempo con ellos, lo cual implicaba que todavía tenía que
demostrar su entereza, no solo ante su jefe, sino también ante sus compañeros y
hermanos.
Drake volvió a echar un vistazo a Hatcher, satisfecho de que, por lo menos, no
hubiera manifestado ningún tipo de reacción ante su decisión. Sin embargo, Drake no
podía culparlo por la rabia que sentía por Eddie; él mismo no pensaba en nada más
que en dar caza y matar a ese capullo con sus propias manos.
Pero la cosa no iba directamente de Eddie. Eddie había recibido un mensaje alto y
claro, cortesía de Silas, Jax y Justice, para que pusiera tierra de por medio con
Evangeline Hawthorn. Un mensaje del que seguro que aún se estaba recuperando.
Solo que la noche anterior había aparecido en el club de Steven Cavendar y no solo le
habían dejado entrar, sino que le habían respetado su condición de vip y todas las
ventajas que ello suponía.
Drake había hecho sus deberes con Eddie y eso aún lo había disgustado más, si
cabía. No tenía dinero, ni trabajo ni ambición por hacer nada que no fuera vivir de la
riqueza de sus padres y derrochar el dinero sin pensárselo dos veces con el único fin
de impresionar a hombres y mujeres por igual. Buscaba algo que no podía conseguir:
respeto. Era una sanguijuela, un parásito y, en su cabeza, Eddie no había albergado la
menor duda de que Evangeline era pan comido y que caería en su regazo como una
ciruela madura a punto para hincarle el diente. Sin duda, se había equivocado de mujer al elegirla a ella y, desde luego, había ido a
mear al árbol equivocado. Evangeline quería, necesitaba, deseaba a un hombre fuerte
y dominante, aunque seguramente ella aún no lo sabía. Eddie, por muy bueno que
hubiera sido en la cama, le hubiera fallado en todo lo demás que un hombre puede
fallar a una mujer. Era un tipo débil y sin sangre, vivía sin escrúpulos a costa de sus
padres. De pequeño, lo habían malcriado y no sabía nada del mundo real del que
procedían Drake, sus hombres y Evangeline, ni de cómo se habían labrado su propio
camino. Era un capullo engreído que pretendía tener a una mujer comiendo de su mano
con tan solo levantar un dedo.
Hasta que llegó Evangeline, que no solo le había herido el orgullo obligándolo a
emplear todos sus encantos para seducirla, sino que lo había hecho quedar como un
imbécil, y él lo sabía, aunque nunca lo admitiría. Se había propuesto desvirgar a
Evangeline, pegarle la patada al día siguiente y no volver a pensar en ella nunca más.
—¿Cómo de explícita fue la lección que le disteis a nuestro querido amigo Eddie?
—preguntó Drake a Silas, cambiando de tema—. Porque me parece que, si ayer pudo
pasar la noche de fiesta en el local de Cavendar, es que no recibió ni la mitad de lo
que merecía.
La afirmación de Drake terminó con un gruñido que hizo que Maddox apareciese en
uno de los rincones de la sala, cerca de la puerta secreta. Maddox siempre observaba
los acontecimientos con los ojos entornados como si valorara en qué momento debía
intervenir.
—Me sorprende que pudiera andar —replicó Silas en su característico tono neutro
e inexpresivo.
—¿Eso quiere decir que tiene poderes mágicos de curación? ¿O qué? —le
reprendió Drake.
El sarcasmo llenó de tensión la sala en la que ahora no se oía ni una mosca.
Hatcher se limitó a encogerse de hombros.
—Un hombre puede hacer cosas increíbles cuando le tocan el orgullo. Seguramente,
se desesperaría al ver que le cerraban unas cuantas puertas en los morros. Y todos
sabemos que Cavendar es un puto mercenario que hasta vendería a su madre si le
ofrecieran un buen precio. Que Eddie entrara o pudiera mantenerse en pie, no le
incumbía. Lo vieron y no lo vetaron. Y del mismo modo que se puede comprar a
Cavendar, dudo que a las mujeres que van con Eddie les importe una mierda que
parezca que le ha pasado un camión por encima, mientras las tenga contentas y les dé
carta blanca con el dinero de sus padres. —Por eso quiero que vayas a tener una charlita con Cavendar —dijo Drake,
dirigiéndose a Silas.
Silas asintió.
—Infórmame cuando... —Joder. A punto estuvo de hablar más de la cuenta y
olvidar que iba a pasar el resto del día, y la noche, con Evangeline—. Me pondré en
contacto contigo mañana —rectificó—. Espero que el asunto esté ya solucionado.
Silas volvió a asentir.
—Ese gilipollas tendría que estar en el fondo del Hudson —sentenció Maddox en
tono amenazador. Era la primera vez que hablaba.
Un grito ahogado procedente del ascensor hizo que los cuatro hombres se giraran
hacia allí. Evangeline estaba de pie junto a Jax, que sacudía la cabeza como si
estuviera pensando que eran unos capullos estúpidos por perder las formas.
¡Joder! ¿Cuánto habría escuchado Evangeline? Pero la chica no miraba a Drake,
sino a Maddox, a quien miraba fijamente y con turbación. Sin embargo, si algo tenía
Maddox era que nunca perdía comba. Se acercó a ella, le cogió todo lo que llevaba en
las manos y, ni corto ni perezoso, lo depositó en los brazos de un sorprendido Silas,
cosa que a este no le gustó nada, porque lo ponía en el punto de mira en un momento
en el que habría optado por largarse en silencio, tal como hacía siempre que llegaba
alguien. Entonces, Maddox abrazó a Evangeline y le dio una palmada sonora en la
mejilla.
—¿Cómo está mi secuestrada favorita? —bromeó.
Drake tuvo que contener la rabia ante la espontánea y exagerada muestra de afecto
de Maddox. Sabía perfectamente por qué su hombre había reaccionado así. Si él no
hubiera estado tan distraído, algo que iba en aumento desde que Evangeline había
entrado en su club por primera vez, se habría dado cuenta de que ella y Jax estaban
subiendo en el maldito ascensor. Habría sabido incluso el momento preciso en que
cruzaban la puerta del club.
Al ver que Evangeline seguía mirándolo con desconfianza, Maddox le puso ojitos y
se rio.
—Ahora no te pongas tímida conmigo, corazón. Ya me has enseñado tus garras. No
te preocupes. No he tirado a nadie al Hudson. Solo era una broma. Son cosas que se
piensan cuando el contable te informa de que, después de haber hecho una declaración
y haber pagado los impuestos estimados, porque resulta que los intereses de mis
inversiones no llegan hasta después del quince de abril, aún te toca pagar mucho más
de lo previsto. Hasta Silas parpadeó ante la convincente actuación de Maddox. Drake se percató
de que Maddox había usado a propósito términos que, a ella, dada su situación
económica, difícilmente le sonarían. Además, rico o pobre, a nadie le gusta la
fiscalidad.
Evangeline se rio y el melodioso sonido rebajó la tensión en la sala.
—Ay, pobrecito. He traído algo que os hará sentir mejor a todos —dijo en el
mismo tono condescendiente que él había utilizado.
Drake enseñó los dientes. Evangeline había llegado casi una hora más tarde y él no
se había tragado la excusa manida de Jax sobre el atasco. Lo importante era que ya
había venido y eso significaba a su vez que el resto no debería estar allí. Y, sin
embargo, allí estaban todos. Entonces comprendió el alcance de su distracción. Sus
hombres sabían que Evangeline iba a ir al club. Los que no la conocían aún debían de
estar muriéndose de curiosidad y los demás solo buscaban una excusa para volver a
verla. De repente, la propuesta de Maddox de tirar a alguien al Hudson cobró cierto
atractivo, solo que iban a ser muchos los que iban a tocar el fondo.
Evangeline cogió la caja que sostenía Jax y adoptó una mirada de cachorrillo herido
que hizo que a Drake le entraran ganas de estamparle la cabeza contra el escritorio.
¿En serio su equipo se estaba comportando como una manada de calzonazos? ¡Por
Dios!
—Suéltala o no te daré —dijo Evangeline en un tono que pretendía sonar
amenazador, pero que solo arrancó las risas de Thane y Justice.
Jax suspiró y le entregó la caja con un gesto fingido de reticencia. ¿Era una caja o
una fiambrera?
Evangeline levantó la tapa, metió la mano y, para sorpresa de Drake, sacó uno de
los cupcakes que le había ofrecido como postre la noche anterior. Acto seguido,
acercó uno a la nariz de Maddox.
—¿Mejor?
El hombre entornó los ojos.
—Eso depende de si los has envenenado o no.
—Si así fuera, te lo merecerías. Seguro que tu contable me lo agradecería.
Volvieron a oírse las risas y Drake se reclinó en la butaca, tratando de disimular la
irritación que sentía, aunque nadie le estaba prestando la más mínima atención.
—¿Eso son cupcakes? —preguntó Justice con incredulidad.
Él y Thane miraban a Maddox y a Evangeline como si hubiera brotado una tercera
cabeza entre ellos. Drake supuso que, en el fondo, tenía que reconocer la gracia de tener a una mujer con una caja de cupcakes en su santuario más íntimo, un lugar que
no había pisado ninguna otra antes. ¡Y mucho menos con cupcakes!
Evangeline se giró hacia Thane y Justice, pero Jax carraspeó. Evangeline puso los
ojos en blanco y le dio una de esas delicias. Drake tuvo la terrible sensación de que
su ángel iba a tener a los hombres a sus pies y como cachorrillos a golpe de
golosinas.
Luego, Evangeline se acercó al sofá de cuero donde se sentaban Thane y Justice y
les entregó su cupcake correspondiente.
Lo que hizo a continuación dejó a Drake pasmado.
Primero se acercó a Hatcher, que iba pasando la mirada de ella a Drake, como si
estuviera valorando la reacción de su jefe o hablar con ella.
—Hola —saludó ella con voz tímida, mientras le ofrecía un cupcake—. Me llamo
Evangeline.
Hatcher lo aceptó y le sonrió.
—Hola, Evangeline. Yo soy Hatcher.
Pero cuando la chica centró la atención en Silas, que se había retirado al rincón más
oscuro y alejado del despacho, una zona tan mal iluminada que a Drake le sorprendió
incluso que Evangeline hubiera sido capaz de localizarlo tan fácilmente, la sala entera
pareció contener la respiración.
Fue directa hacia el hombretón, que permanecía quieto y mudo como una estatua, y
le mostró una sonrisa temblorosa. Drake se percató entonces de que, a pesar de su
falso empuje, Evangeline estaba realmente aterrorizada y la irritación que le corría
por las venas se transformó de inmediato en orgullo. Evangeline estaba haciendo justo
lo que le había pedido: entrar en su mundo y aceptarlo... Aceptarlo a él. Era evidente
que Evangeline había comprendido que, al aceptarlo, estaba aceptando también a sus
hombres como un todo.
Los celos desaparecieron de repente: ella lo estaba haciendo todo por él.
Volvió a acomodarse en la butaca, con una sonrisa en los labios, mientras
observaba cómo levantaba la cabeza para mirar a Silas, que era mucho más alto que
ella. Metió la mano en la caja, sacó un cupcake y se lo ofreció.
—Hola —dijo, repitiendo su anterior presentación a Hatcher—. Me llamo
Evangeline. Te prometo que no he envenenado tu cupcake. Solo el de Maddox. Y me
he asegurado de que el suyo tenga confites y glaseado rosa —añadió en un susurro
conspirador, inclinándose hacia él.
Se oyeron risotadas, pero ella siguió centrando su solemne atención en Silas, que levantó lentamente la palma de la mano, donde ella le depositó el cupcake. El hombre
estaba totalmente contrariado y la miraba con una perplejidad absoluta, como si no
supiera qué hacer con ella.
«Ya somos dos, hermano».
—Joder, ¿ahora resulta que hacemos fiestas de cupcakes?
La voz de Zander retronó en la sala silenciosa como una ametralladora. Evangeline
dio un respingo y tiró sin querer el cupcake de la mano de Silas. En su camino hacia
el suelo, el pastelito rebotó en los pantalones de este y le dejó un manchurrón de
glaseado.
—Ay, madre mía, lo siento mucho —dijo ella con voz preocupada, mientras se
apresuraba a limpiar el glaseado de la rodilla de Silas—. Espero no haberte
estropeado los pantalones. ¡Qué patosa he sido!
Sus ojos se inundaron de lágrimas de vergüenza y el apuro que coloreó sus mejillas
se le extendió cuello abajo. Ya no miraba a ninguno de los hombres. Tenía la mirada
gacha y trataba sin éxito de arreglar el desastre que había provocado en los
pantalones de Silas.
Drake maldijo a Zander y lo habría matado allí mismo por el daño que había
causado sin darse cuenta. Por un momento, Evangeline había conseguido superar su
timidez y su inseguridad y se había relajado con Drake y su séquito, pero, ahora,
parecía desear que la tierra se la tragase.
Silas lanzó a Zander una mirada asesina y, a continuación, para sorpresa de todos,
se agachó y agarró la mano de Evangeline, que seguía frotándole desesperadamente
los pantalones.
—Evangeline —dijo con tono pausado—. No pasa nada. No ha sido culpa tuya. Si
Zander tuviera un mínimo de educación, no habría entrado aquí de malas maneras y no
te habría dado un susto de muerte. Te aseguro que le haré llegar la factura de la
tintorería.
Drake también lanzó a Zander una mirada fulminante, una de esas que prometen
venganza. La mirada asombrada de Zander solo consiguió enfurecer más a Drake,
porque el puto imbécil ni siquiera sabía lo que se acababa de cargar en tan solo tres
segundos.
Evangeline seguía disgustada, seguía llorando y, como no paraba de temblar, a
punto estuvo de volcar la caja que sujetaba con la otra mano, pero Silas cogió el
recipiente al vuelo, lo dejó a un lado y le agarró también esa mano.
Ahora que Silas le sujetaba las dos manos y le habían dejado de temblar, el temblor de la barbilla había aumentado. Era como si estuviera concentrando todas sus fuerzas
para no romper a llorar desesperadamente y echar a correr por la puerta.
Drake no podía soportar la angustia de Evangeline y abrió la boca para dar la orden
de que vaciaran la sala de inmediato, pero, antes de que pudiera decir nada, Silas le
apretó más las manos y la miró directamente a los ojos con total sinceridad.
—Si todavía te queda alguno, me encantaría probarlo —dijo Silas, como si
Evangeline le hubiera ofrecido la luna.
Drake, y todos sus hombres, se quedaron pasmados al ver cómo Silas conseguía
despejar el miedo y el apuro de Evangeline con tan solo unas palabras y un gesto
reconfortante.
La sonrisa de la chica mientras cogía otra madalena y la depositaba en la mano de
Silas bien podía haber iluminado una manzana entera de la ciudad. Y por encima de
su cabeza, él volvió a fulminar a Zander con la mirada.
—Le debes una disculpa a la dama —dijo Silas, con voz de témpano—. La dama de
Drake.
—¡Vaya! —exclamó Zander—. Supongo que he fastidiado mis posibilidades de
probar uno.
Drake vio que Evangeline echaba un vistazo a la caja y, por un instante, pensó que
le iba a dar una madalena a Zander, pero ella cogió el último y giró la caja boca abajo
para que vieran que no quedaban más.
—Lo siento —dijo, con voz pausada—, pero este es para Drake.
Los demás se rieron entre dientes y Maddox miró a Zander con aire muy serio.
—Créeme, colega. No quieras ponerte a malas.
Drake ignoró la escena, mientras Evangeline se aventuraba vacilante a entrar en su
espacio, dando la vuelta al escritorio para plantarse delante de la silla que Drake
había girado para presenciar su conversación con Silas.
—Siento haber llegado tarde —susurró—. No hemos encontrado ningún atasco. Me
he dormido.
Drake contuvo la sonrisa, pero, finalmente, la esbozó, sin importarle una mierda que
todos vieran cómo reaccionaba ante aquel ángel portador de cupcakes.
—Lo sé —susurró él, absurdamente complacido porque Evangeline no fuera capaz
siquiera de un pequeño engaño como aquel.
Ella esbozó una sonrisa ligeramente torcida.
—¿Si te doy el último cupcake, estoy perdonada?
Él la arrastró al espacio abierto entre sus rodillas y ella se acercó aún con el pastelillo en la mano.
—Eso depende de si me lames el azúcar de los labios cuando me lo termine.
El rubor se apoderó de sus mejillas, pero no había de qué preocuparse. Los
hombres de Drake habían desaparecido en el instante en que ella se había acercado a
la mesa. Tal vez fueran idiotas e irreverentes en muchos casos y, sin duda, habían
puesto a prueba los límites de la paciencia de Drake al ocupar su despacho sabiendo
que iba a ir Evangeline, pero sabían perfectamente cuándo tenían que poner pies en
polvorosa.
Cuando miró deprisa a su alrededor y descubrió lo que Drake ya sabía, se relajó y
un brillo travieso le iluminó los ojos. Pasó un dedo por encima del cupcake para
coger un poco de glaseado y, entonces, antes de que él pudiera adivinar sus
intenciones, se abalanzó sobre él y le embadurnó la boca.
Él parpadeó sorprendido y la sentó en su regazo, olvidando por completo el
cupcake. Ella le miró los labios y susurró:
—Mmm.
Estaba a punto de rematar esa actuación sensual cuando, de repente, la echó al traste
poniéndose colorada como un tomate. Drake echó la cabeza atrás con una carcajada.
De todas las noches, aquella era, sin duda, la más desordenada, caótica y alejada de
la aburrida rutina que había vivido en mucho tiempo. Y todo gracias a un angelito
travieso de pelo dorado y ojos azules con una caja llena de cupcakes.
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sometida "los ejecutores"
Teen FictionEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...