Una hora más tarde del cierre oficial del pub, Evangeline salía por la puerta,
tambaleándose. Estaba agotada y los pies la estaban matando. Los tenía hinchados
después de tantas horas de acá para allá poniendo copas, subida a unos tacones
insufribles. Estaba a punto de quitárselos y caminar descalza hasta casa. Estaba tan
cansada después de todo lo que había pasado la noche anterior, incluido el
interminable interrogatorio de sus amigas, que se le habían olvidado las bailarinas
que solía llevar para ponerse al salir de trabajar. Ahora tendría que caminar diez
manzanas, a las tantas de la madrugada, con unos zapatos que le encantaría poder tirar
a la basura. Por lo menos, las propinas de esa noche habían sido aún más generosas
de lo habitual, así que le quedaba el consuelo de poder enviar más dinero a su madre.
Estaba tan cansada que se imaginaba las siguientes doce horas metida en la cama y
no se dio cuenta de que había un hombre en la puerta del pub hasta que casi chocó con
él. El subidón de adrenalina la hizo retroceder de un brinco y adoptar una actitud
defensiva. El corazón estaba a punto de salírsele del pecho.
Al percatarse de la posible amenaza estuvo a punto de gritar. En ese momento,
reconoció al supuesto atacante, lo que le aumentó el miedo. Su instinto le decía que
saliera corriendo.
Maddox, uno de los escoltas de Drake, estaba plantado delante de ella mirándola
con aire indiferente y le bloqueaba el paso de manera aparentemente casual. Casi se
le escapó la risa, ya que durante un momento sopesó la posibilidad de sacarse los
zapatos y salir corriendo, pero se dio cuenta de que para cuando quisiera quitarse el
primero, Maddox ya la habría atrapado.
—Discúlpame si te he asustado, Evangeline —dijo con el mismo tono amable que
había utilizado en el Impulse cuando la había rescatado.
—¿Qué haces tú aquí? —consiguió balbucear ella—. ¿Cómo me has encontrado?
¿Qué quieres?
Su voz sonó asustada y tenía un deje de desesperación, pero no le importó. ¿Qué
mujer en su sano juicio no estaría muerta de miedo? Le sorprendía incluso haber sido
capaz de hacerle esas preguntas, aunque hubieran sonado más a graznido que a
lenguaje humano.
A pesar de la expresión de hastío del hombre, sus ojos reflejaban cierta advertencia.
—Hacer esperar a Drake no es buena idea. Según mis instrucciones, tendrías que
haber estado en casa a las siete en punto para que yo pudiera llevarte con él. Además,
es un hombre que quiere, o más bien exige, obediencia e implicación. En todos los
aspectos.
La ansiedad la paralizó al oír eso. ¿En todos los aspectos? ¿Quién se creía que era?
¿Dios? ¿En qué puñetas se había metido al haberse dejado convencer para ir al
dichoso club? Joder, tenía que haber hecho caso a su instinto y haber pasado del tema.
¿Por qué no había plantado cara a sus amigas? Ah, sí, porque nunca le plantaba cara a
nadie.
Miró la hora con un ademán exagerado, antes de volver la vista hacia ella. El atisbo
de advertencia seguía en sus ojos.
—Son las cuatro de la mañana, de modo que llegas nueve horas tarde. Y Drake no
espera nueve horas a nadie.
—¡Pues muy bien! Entonces, ¿me puedes explicar que haces aquí? Según tú, Drake
no espera a nadie y menos nueve horas. Si no me está esperando, ¿qué haces aquí,
además de darme un susto de muerte?
El tipo la miró con cierta diversión:
—Parece que va a hacer una excepción contigo. Te aconsejo que no lo hagas
esperar más, y menos por estar aquí discutiendo a las tantas de la madrugada.
Ella lo miró boquiabierta:
—¿En serio? ¿Quién se ha creído que es para darme órdenes y esperar que las
cumpla? ¿Qué se cree que soy, uno de sus matones? —dijo mientras sacudía la
cabeza. La situación se le estaba yendo de las manos, más aún si tenía en cuenta todo
lo que había pasado en el club y sobre todo en el despacho de Drake—. ¡Estáis locos!
De verdad. Además, tengo que trabajar, ¿sabéis? Hay una cosa que se llama trabajo,
gracias al cual te pagan a final de mes. Algunos no podemos vivir del aire, tenemos
que pagar nuestras facturas y ayudar a nuestras familias. Necesito este trabajo y no
pienso faltar, ni de coña, solo porque al señorito Drake Donovan le apetezca verme
por alguna razón que desconozco. ¡Si dejara de ir a trabajar para ir a verle estaría tan
loca como vosotros!
Una vez más, pareció que a Maddox le hacían gracia las palabras de Evangeline,
solo que esta vez había algo más… un atisbo de respeto ante su actitud franca y
desafiante. No se consideraba maleducada, a pesar de lo que podría deducirse de sus
palabras. Tampoco era una persona altiva, pero aunque conocía a Drake y a los suyos desde hacía muy poco, sabía que no estaban acostumbrados a que los rechazasen y
mucho menos por parte de una chica sumisa y tímida.
Ante el silencio de Maddox, Evangeline volvió a la carga llena de frustración.
—¿Qué puede querer de mí? Pertenecemos a mundos totalmente distintos. Yo soy
normalita; del montón, como mucho. Nadie se gira para mirarme por la calle. Soy la
típica chica que nunca llamaría la atención en petit comité y mucho menos entre la
multitud.
En cuestión de segundos, la expresión facial de Maddox pasó de la diversión al
cabreo; los ojos tenían un destello peligroso.
—No digas tonterías —sentenció, tajante.
Sin darle más explicaciones, la agarró con cuidado del codo, le rodeó la cintura con
un brazo y empezó a caminar hacia un coche aparcado a unos metros de donde se
encontraban. Era el coche en el que la había llevado a casa la noche anterior. Maddox
hacía caso omiso de las protestas que balbuceaba, así como de sus intentos por
soltarse del férreo abrazo. Se limitaba a sujetarla más fuerte y a caminar más
despacio para evitar que tropezara o que se cayera por los taconazos que llevaba.
¿Cómo era posible que un tío tan duro como Maddox la tratara con tanta delicadeza
mientras la estaba secuestrando? No tenía sentido, aunque tenía el cerebro frito
después de todo lo sucedido la noche anterior en el Impulse y de haber aguantado de
pie todo el turno doble.
Cuando llegaron al coche y Maddox abrió la puerta de atrás, una ola de pánico la
invadió. Su intento de huida solo le sirvió para chocar contra un tipo musculosísimo
que no se inmutó lo más mínimo cuando ella empezó a forcejear e intentó escaparse.
Él se limitó a darle la vuelta despacio y la ayudó a sentarse en el asiento trasero
con cuidado.
—¡No me puedes secuestrar como si tal cosa! —exclamó Evangeline. Estaba
empezando a ponerse nerviosa de verdad, por lo que, en lugar de un rugido feroz, lo
que salió de su garganta se parecía más a un maullido de gatito. El miedo le estaba
cerrando la garganta.
—No he oído que te quejaras mucho mientras te acompañaba caballerosamente
hasta el coche —dijo Maddox con sequedad.
—Define «mucho» —contestó ella de manera cortante—, porque desde mi punto de
vista tampoco es que te haya seguido como si nada, como el corderito que va al
matadero. Puede que a ti te parezca que ha sido así, puesto que, si quisieras podrías
aplastarme como a una mosca, pero eso no quiere decir que no esté aquí en contra de mi voluntad.
Justo en ese momento se dio cuenta de que ya estaba sentada cómodamente en el
suave asiento de piel, preguntándose cómo se las había apañado para meterla en el
coche con tan poco esfuerzo. Y todo a pesar del discursito acerca de no seguirlo como
si nada al matadero.
El descontento se apoderó de ella, ya que a los ojos de alguien como él, ella había
acatado sus órdenes sin rechistar.
—Tenía miedo de que me pegaras un tiro —susurró.
Pero Maddox lo oyó y en sus labios se intuyó una especie de mueca, ya que
posiblemente no sonreía nunca, si es que sabía, pensó ella. Seguro que era otro de los
requisitos para trabajar a las órdenes de Drake: ser un tipo duro, estar cachas, dar
miedo y, por supuesto, no sonreír en la vida.
El hombre cerró la puerta y se dirigió al otro lado del vehículo por la parte trasera.
Ella intentó enseguida abrir la puerta con la intención de salir pitando de allí, en la
medida en la que sus zapatos se lo permitieran, antes de que él entrara en el coche.
Pero la puerta no se abría. Tiró de la manija, jurando en chino. Su madre le habría
hecho lavarse la boca con jabón, ya que una señorita no debería pensar siquiera en
ninguna de las palabras que estaba soltando por la boca.
Una mano cálida y reconfortante la cogió de la mano que tenía libre, la que no
estaba intentando arrancar de cuajo el tirador de la puerta. Se la apretó para detener
sus inútiles intentos por abrir la puerta, porque al parecer tenía activado el seguro
para niños. Así que ahora no era más que una niñata malcriada, una niña insolente que
se había encargado recoger a Maddox porque no había acatado las normas. Unas
normas de las que no tenía la más mínima idea. Nunca se había visto en otra igual.
Parecía como si la noche que la habían obligado a ir al Impulse hubiera entrado en un
universo paralelo en el que las cosas funcionaban de manera totalmente diferente y
ella no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando.
—Evangeline.
Aunque su tono no fue brusco ni intimidante, de alguna manera, le estaba ordenando
que le prestara atención, que lo mirara. Así que se sintió obligada a obedecer a pesar
de que lo que menos le apetecía era verle la cara a ese tío. Se reprendió por
contemplar siquiera la idea de obedecer, sin darse cuenta de que ya lo estaba
haciendo. ¡Era de locos! Si no era capaz de mantenerse firme ante uno de los
subordinados de Drake, ¿cómo puñetas iba a enfrentarse a él? En ese momento, estaba
asustadísima; estaba muerta de miedo. Estaba al borde de un ataque de nervios, pensaba si le daría tiempo de sacar el móvil del bolso sin que Maddox se diera cuenta
y marcar el número de Emergencias. Pero en realidad no tenía ni idea de dónde la
estaba llevando y de momento no se había cometido ningún delito. De momento.
Incapaz de desobedecer su orden, giró la cabeza de mala gana, cabizbaja, mientras
un sentimiento de derrota se apoderaba de ella. Se hundió en el asiento del coche,
agotada mental y físicamente. Estaba a punto de llorar. Tomó aire, intentaba sacar
fuerzas de flaqueza. No podía verla llorar. No pensaba dejar que la viera débil y
desvalida como si hubiera asumido su derrota.
—Evangeline, mírame —dijo Maddox con tacto.
Su mano aún sostenía la suya, pero su pulgar acariciaba con tiento su delicada piel
para intentar reconfortarla. Y lo más extraño de todo era que, en cierta medida, la
reconfortaba un poco. Si la fuera a matar, no perdería el tiempo intentando consolarla.
Le dieron ganas de gritar, puesto que una vez más se estaba dejando llevar por su
dichosa ingenuidad. Los asesinos en serie siempre parecían personas normales y
corrientes, que se ganaban la confianza de sus víctimas para después acabar con ellos
de la manera más escabrosa posible.
Aun sabiendo que estaba siendo cobarde —en realidad nunca había sido demasiado
valiente—, levantó la cabeza despacio para encontrarse con la intensa mirada de
Maddox. Resultaba irónico que siempre huyera de todo tipo de conflictos y
enfrentamientos y ahora se estaba metiendo en la boca del lobo. Quería cerrar los ojos
y que, al abrirlos, todo hubiera terminado.
—No va a pasarte nada malo. —No parecía que le estuviera mintiendo—. Drake
nunca te haría daño ni permitiría que nadie te lo hiciera. Sé que no tienes razones para
confiar en mí o en Drake, pero te juro por mi vida que estarás segura en todo
momento. Yo mismo me encargaré de llevarte hasta Drake y cuando estés con él,
nadie, y cuando digo nadie es absolutamente nadie, podrá acercarse a ti a menos de un
kilómetro. Y aunque él es capaz de apañárselas solo en cualquier situación, tiene
escolta las veinticuatro horas, y te aseguro que son un auténtico equipo de élite.
Además, cualquiera de nosotros daría su vida por Drake y ahora, por proximidad,
también por ti.
Ella lo miró con absoluto desconcierto, intentando asimilar lo que acababa de
decirle. Tenía tantas locuras metidas en la cabeza que creía que le iba a explotar.
—Perdona mi escepticismo —dijo Evangeline, intentando mantener a raya esa voz
temblorosa que revelaría que seguía teniendo miedo. Aunque lo que sentía en ese
momento no era miedo. Miedo le daban las arañas o los bichos; Drake la aterrorizaba —, pero te envía a secuestrarme. Me importa un pimiento que me des explicaciones o
que te refieras a mí en ese tono tan educado, me estás llevando en contra de mi
voluntad. No aceptaríais un no por respuesta. Creo que el no haber estado en casa
esperando a las siete de la tarde debería haber dejado claro que no pensaba acatar sus
órdenes. Y, es más, ni siquiera me pidió que quedáramos, no me dio alternativa. Me
dijo que estuviera en mi apartamento a las siete y que enviaría a alguien a buscarme.
Yo solo quería salir pitando de allí, porque estaba alucinando con todo lo que estaba
pasando, así que asentí porque si en ese momento le hubiera dicho que no, ¿habría
dejado que me fuera? Dime, ¿quién en su sano juicio no estaría muerto de miedo?
¿Crees que alguien en sus cabales podría creer que no le va a pasar nada cuando se lo
dice alguien que podría matar con la mirada? ¿Y qué me dices de este escalofriante
encuentro a las cuatro de la mañana, crees que podría convencer a cualquier mujer de
que no va a pasarle nada o de que el hombre que ha ordenado que la secuestraran no
planea hacerle daño?
La expresión de Maddox se suavizó, dejando entrever remordimiento en la mirada.
Evangeline se sorprendió al ver como un hombre cuya apariencia decía que era mejor
no contrariar podía llegar a ser una persona normal, con sentimientos. Parecía
verdaderamente arrepentido de haberla asustado, como si nunca hubiese sido su
intención y le chocara que ella pudiera haberlo percibido así.
Por no decir que también era un macho alfa que podría aniquilar a una multitud sin
despeinarse. Bien pensado, todos los hombres que trabajaban en el Impulse, incluido
el dichoso camarero, parecían haber pertenecido a algún equipo de fuerzas
especiales, a los GEO o algo por el estilo. ¿Cómo había conseguido Drake formar
semejante ejército de mastodontes? Apostaría a que, si les tiroteasen, las balas les
rebotarían o que ni siquiera podrían detenerlos con una granada o, al menos, no
durante mucho tiempo.
Evangeline decidió aparcar sus delirantes pensamientos antes de volverse loca y se
obligó a centrarse en el asunto que ahora le ocupaba.
—Siento que te hayas asustado —dijo con suavidad—. Nunca ha sido mi intención
y mucho menos la de Drake. Él… —Se detuvo un momento, como si quisiera buscar
las palabras adecuadas para no asustarla más—. Él ha establecido sus propias leyes y
está acostumbrado a que se cumplan. Levantar su imperio y amasar su fortuna le ha
costado muchísimo. Nadie le ha regalado nada. Se independizó muy joven y aprendió
que la vida te devuelve lo que tú le das y que, si te quedas sentado esperando a que
alguien haga las cosas por ti, nunca conseguirás nada. Llegado a este punto Maddox se detuvo con la duda dibujada en el rostro, como si
lo que estaba a punto de contarle fuera información clasificada o como si tuviera
miedo de que Drake, si se enteraba de lo que le iba a contar, le cortara las pelotas.
—Es un hombre muy reservado —continuó, confirmando la sospecha de que en
lugar de estar contándole algo privado sobre la vida de Drake, parecía tratarse de un
secreto de Estado—. Y no ha llegado a donde está por ser blando o por tolerar
oposición de ningún tipo.
Ella entrecerró los ojos a la vez que levantaba una mano para pedirle que callara,
algo a lo que él no estaba habituado a juzgar por la cara que puso. A Evangeline le
importó bien poco.
—Me parece estupendo que sea así en su trabajo y con sus empleados —dijo
mordazmente—. No es asunto mío la manera en que dirige sus negocios o cómo trata a
sus empleados, eso es cosa suya. Pero yo no trabajo para él; es más, no tengo nada
que ver con él. En mi opinión, asumir con arrogancia que iba a agachar las orejas y a
obedecer sus órdenes sin rechistar es bastante absurdo. Es el colmo de la arrogancia.
Puede que sea el creador de su mundo, pero tiene que tener en cuenta que no
pertenezco a ese mundo y que se ha pasado de la raya conmigo.
Maddox suspiró y la miró como si solo quisiera parar el coche y tirarla a la cuneta.
Sin lugar a dudas, todas las mujeres que habían sido convocadas por Drake habían
presionado a Maddox para que las llevara lo más rápido posible. Pero si Evangeline
había aprendido algo durante la breve relación que mantenía con el mundo de Drake
era que todos sus empleados eran muy leales y obedientes, por lo que no importaba lo
pejiguera que fuera, Maddox no podía presentarse ante su jefe con las manos vacías.
No le quedaba más remedio que aceptar su destino y confiar en que Maddox no la
estuviera engañando cuando le decía que no iba a pasarle nada malo.

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sometida "los ejecutores"
Fiksi RemajaEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...