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Evangeline observó nerviosa aquella sala temblando, embargada por una sensación
de energía, de poder. Podría jurar que olía a aquel hombre, y era embriagador.
—Mmm, ¿señor Donovan?
Echó un vistazo de nuevo con inquietud, tratando de localizarlo.
Y entonces lo vio. Apareció de entre las sombras del rincón más alejado de la sala,
y lo miró sorprendida, con ojos de mujer impresionada. Madre mía, ahora lo entendía.
Ahora comprendía las reglas y quién las marcaba. Si era el señor Donovan quien
dirigía Impulse, tenía sentido que alguien tan guapo como él se rodeara de gente igual
de guapa.
Lo contempló fascinada al tiempo que los ojos castaños de él la recorrían con
intensidad, lo que la hizo sentir de repente expuesta y muy vulnerable. Tragó saliva;
juraría que percibió un atisbo de interés en sus impresionantes ojos marrones. Quizá
Eddie sí la había golpeado y resultaba que no estaba bien de la cabeza. Pero era una
bonita ilusión.
Era un hombre de pelo corto y aspecto sofisticado y distinguido que reflejaba poder
y riqueza. Sus rasgos eran muy definidos, con una mandíbula marcada. Tenía el pecho
y los hombros anchos y musculados, y era mucho más alto que ella. Tendría que
ponerse de puntillas para llegarle a la barbilla.
Su boca atraía su mirada; no podía dejar de acudir a ella. Cada vez que descubría
un rasgo distinto, volvía de nuevo a la boca, y sintió un hormigueo al imaginársela
recorriéndole la piel.
El calor le invadió el cuerpo, seguido de la vergüenza por albergar unos
pensamientos tan absurdos, como si un hombre como él le fuera a dar la hora siquiera.
De repente, este avanzó con mirada decidida y enfurecida, y ella se preparó para el
inevitable enfrentamiento.
Para su completo asombro, le cogió suavemente el brazo que Eddie le había
magullado y lo giró para examinar la gravedad de la herida. Los ojos le ardían de ira,
pero no le soltó el brazo, aunque se lo sujetaba con delicadeza.
Un escalofrío le recorrió el brazo que le estaba tocando y sintió una extraña
sensación en el estómago. Se le contrajo la vagina y se notó un cosquilleo en los
pezones, que de repente se habían vuelto hipersensibles y hasta se le endurecieron. Tuvo la necesidad de cruzarse de brazos porque estaba segura de que podía verle la
marca de los pezones a través del tejido fino del vestido.
Pero ¿qué le pasaba? ¿Había entrado en un mundo paralelo? Esto no era propio de
ella. Ella no tonteaba ni era todo hormonas cuando estaba junto a un hombre, de
ningún hombre. No tenía tiempo para los hombres, y la única ocasión que lo había
tenido... bueno, era obvio adónde la había llevado.
Y de repente la bestia se desató y ella intentó retroceder. Sin embargo, él se lo
impidió al tenerla agarrada del brazo de esa manera firme pero delicada.
—¿En qué narices estabas pensando viniendo a un sitio así? —preguntó, cargando
de ira cada palabra.
Bajó la mirada inmediatamente mientras la vergüenza y la humillación ejercían una
presión que rivalizaba con el daño que le había hecho Eddie en el brazo.
—Sé que no encajo aquí —reconoció ella en un susurro casi inaudible—. Sé que no
estoy a la altura de un lugar como este, donde solo viene gente guapa y rica.
Su voz sonaba más resignada y apagada con cada palabra. Apenas podía hablar por
el nudo que tenía en la garganta por la humillación.
—Me voy ya. Siento haber molestado. He montado una... escena. No volveré, lo
prometo. Nunca tendrás que preocuparte de que vuelva a aparecer por aquí o por
ningún otro local.
Se tensó, esperaba que la soltara y la dejara marchar. Al ver que no movía el brazo,
le entró miedo y lo miró con desesperación, palideciendo ante la furia de sus ojos.
—Deja que me vaya, por favor. Te juro que no volveré.
Su rostro se tensó y se le marcó mucho más la mandíbula.
—Entonces, ¿por qué has venido? —preguntó con brusquedad, provocando que se
encogiera ante su grosería.
¿De verdad quería que se lo explicara? ¿Tenía que aclararle con todo lujo de
detalles que no estaba a la altura de los requisitos de la discoteca? Y su puñetera
tendencia de soltar siempre la verdad, sin importar lo dolorosa que fuera. Le
encantaría dejar atrás ese defecto. Pero no, no lo pudo evitar y le soltó toda la
horrible historia.
—El tío que me ha atacado es mi exnovio... Amante. Lo que sea. Aunque tampoco
es que pudiera considerarnos amantes en realidad —dijo con amargura—. Fui una
especie de reto para él… y remarco lo del «fui». Él sabía que era virgen, por lo que
me acabó convenciendo, me agasajó fingiendo interés porque quería ser m... mi pri…
primera vez —tartamudeó mientras se ruborizaba. Se sobresaltó al oír el improperio vehemente de Drake, pero continuó con sus
explicaciones con el único deseo de que por fin la dejara marchar.
—Justo cuando acepté, creyendo que era alguien especial, cortó conmigo. Dijo que
había sido un polvo horrible. Lo oí quejarse a sus amigos, a la gente. No sé quiénes
eran —añadió con dolor—. Dijo que meterme la polla en el co… coño... —Se calló
un instante, avergonzada por el uso de una palabra tan ofensiva. Entonces respiró
profundamente y cerró los ojos—. Dijo que había sido como follarse a un mueble y
que no habían valido la pena los tres meses que había tenido que esperar. Y hoy me lo
ha repetido a la cara.
—Entonces, ¿has venido a verlo? —preguntó Drake incrédulo—. ¿Para qué? ¿Qué
sentido tiene eso? Dios, ¿querías volver con él?
Levantó la cabeza mientras le hervía la sangre.
—No —siseó—. Ahora no. Ni nunca. Mis amigas me han convencido para que
viniera. Me han dicho que tenía que vengarme. Steph me ha dado un pase vip y se han
pasado una hora acicalándome: zapatos de tacón, peinado, maquillaje, todo lo
necesario.
»Pensaban que debía darle una lección a ese imbécil por haberme mandado a la
mierda —dijo con tono triste—. Les dije que era una estupidez. Este sitio es para
gente guapa. Incluso los que trabajan aquí son maravillosos. Todos son tan perfectos.
Y luego estaba yo, dando la nota. La gente de la cola sabía que no encajaba. La gente
de dentro también lo sabía. Y tú obviamente lo sabías porque has mandado a tu matón
para que se deshaga de mí. Así que agradecería que me dejaras seguir mi camino. Ya
he prometido que nunca más me acercaré a la puerta de tu discoteca. Esta noche ya ha
sido lo bastante humillante, y ya no puedo más.
Él la miró entre perplejo y cabreado.
—¿Me vas a decir que no has eclipsado a todas las zorras de ahí fuera y que no se
han dado cuenta? —le espetó, enfadado—. ¿No has visto que la puta que estaba con tu
ex estaba dispuesta a arrancarte el pelo de raíz porque no es tan preciosa como tú y
nunca lo será? Tu belleza es incalculable. Esas zorras no están a tu altura y te odian
por ello.
Ella lo miró completamente estupefacta con los ojos como platos.
Se encogió de nuevo cuando volvió a escuchar los improperios que él profería.
—No, es obvio que no te das cuenta —dijo con tono triste—. No ves que tienes un
encanto de la hostia y eso te hace aún más atractiva.
—No hace falta que me digas eso para hacerme sentir mejor —dijo con suavidad —. Eres muy amable, pero es mejor decir la verdad. Prefiero ser realista. Sé lo que
soy y lo que no, y lo acepto.
Sin siquiera pensar qué estaba haciendo, la atrajo hacia él bruscamente y aterrizó
con suavidad sobre su pecho. Le levantó la barbilla, con la mano cubriéndole casi
media cara, y se lanzó a sus labios, devorándolos como si estuviera hambriento.
Era como si la hubiera atravesado un rayo. Todas sus terminaciones nerviosas se
activaron de inmediato, jadeó y abrió la boca para dejar paso a la lengua. Él se
adentró en ella de forma delicada, con una paciencia que se contradecía con sus
movimientos aparentemente enfadados.
Dejó escapar un suspiro de deseo porque… ay, esa boca. Había estado en lo cierto
sobre su boca y sus labios, pero ahora que probaba su lengua, dejó de prestarle tanta
atención a los labios.
Sabía y olía divinamente. Este macho alfa estaba tremendo; arrogante y seguro de sí
mismo. Estaba tan bueno que olvidó que estaba en su despacho mientras la besaba de
una manera en la que nunca antes lo habían hecho.
¡Y lo había conocido hacía cinco minutos!
Le puso las manos en el pecho con la intención de apartarlo, pero en cuanto tocó su
musculatura, se detuvieron y absorbió su calor al inclinarse para besarlo con un suave
suspiro de rendición.
Drake ya había oído todas esas estupideces de «no soy buena, ni guapa y tampoco
encajo» que era capaz de aguantar en una noche. Evangeline, ángel. Sí, el nombre le
venía a la perfección. Era la mujer más hermosa de toda la discoteca, pero allí estaba
ella soltando tonterías que de verdad se creía. Como no iba a hacerle cambiar de
opinión con unas cuantas palabras, hizo lo que se moría por hacer desde que la vio
entrar por la puerta.
La atrajo hacia sí, la apoyó sobre el pecho, y la suavidad de sus tiernos pechos le
abrasó la piel incluso a través de las dos capas de ropa, la suya y la de ella. Entonces
la besó y se deleitó como si no hubiera disfrutado de tal belleza desde hacía mucho
tiempo.
Sus labios se relajaron y le lamió con delicadeza el carnoso labio inferior. Se lo
mordió suavemente para que ella pudiera entregarle el dulzor de su boca, que era
incluso mejor que el de sus labios.
Evangeline obedeció con un jadeo entrecortado, aunque él no estaba seguro de si
había abierto la boca conscientemente o por la mera necesidad de respirar, ya que casi no lo había hecho desde que sus labios se cruzaron. No se detuvo para
averiguarlo.
Le metió la lengua en la boca y casi gimió cuando ella, con vacilación, se la tocó
con la punta de la suya. Un roce tan suave como las alas de una mariposa.
Dios, si su boca sabía así de dulce, no podía imaginar cómo sabría su sexo. Y de
repente deseó averiguarlo.
La rodeó con los brazos atrayéndola hacia sí hasta que no hubo espacio entre ellos y
su cuerpo se amoldó al suyo. Pudo sentir sus pechos, hasta los pezones endurecidos a
través de lo que parecía ser un sujetador de encaje demasiado fino para la protección
que ofrecía. Por eso dedujo que probablemente no llevaba, ya que el vestido no era el
más adecuado para llevar ropa interior.
Pensar que lo único que había entre él y esos preciosos pechos, esos pezones que lo
rozaban, era ese vestido fino hizo que se le levantara la polla y le apretaran los
pantalones cual adolescente lujurioso que lo hace por primera vez.
Consciente de su intenso deseo de probar el néctar de su feminidad, se agachó y la
cogió en brazos, ignorando su repentino grito de alarma. No se resistió. Si lo hubiera
hecho, le habría asegurado que no le haría daño. Sin más, se quedó rígida en sus
brazos jadeando entrecortadamente y con las mejillas sonrosadas.
Estaba excitada y a él lo llenó de satisfacción que ella lo deseara. ¿Como follarse a
un mueble? Ese ex tenía que estar mal de la cabeza. A Drake no le hacía falta estar
dentro de ella para saber que ardería de deseo. Estuvo a punto de correrse en los
pantalones y ni siquiera la había tumbado en el escritorio ni le había subido el
vestido.
La sentó en el borde del escritorio y, con un gesto de impaciencia, apartó todo lo
que había en este y acabó desparramado por el suelo; ella se sorprendió tanto que las
pupilas se le dilataron de tal manera que solo un fino anillo azul las rodeaba al
clavarle la mirada con recelo.
La echó hacia atrás hasta que estuvo completamente tumbada sobre el escritorio y
sus piernas colgaban a cada lado, sin darle tiempo a pensar y mucho menos a aclarar
sus sentimientos. Estaba siendo un capullo integral porque se estaba aprovechando de
una mujer que aún se estaba recuperando de los acontecimientos de la noche. Sin
embargo, en ese momento le importaba una mierda porque lo consumía la necesidad
de disfrutarla. De darle aquello que el gilipollas de su ex no se había molestado o no
había sido capaz de darle.
La dejaría bien satisfecha y luego volvería a él. Ah, sí, sería suya. Aunque ella no lo supiera todavía.
Le quitó los zapatos con delicadeza, vaciló por un instante porque la idea de estar
entre sus piernas con solo esos zapatos provocó que se le mojara la polla. Eso lo
dejaría para después: follársela solo con los zapatos.
Los tiró al suelo y le subió el vestido hasta la cintura. Llevaba unas bragas finas de
encaje que le cubrían los rizos dorados del triángulo de su pubis. Cogió aquella
cinturilla fina y fue deslizándole el delicado tejido por los muslos hasta los tobillos y
luego dejó que las braguitas cayeran al suelo.
Le separó los muslos con impaciencia y gimió cuando pudo ver por fin su
excitación en todo su esplendor. Los labios rosados de su coño le llamaban y agachó
la cabeza para pasar la lengua entre ellos, desde su húmeda abertura hasta el clítoris.
Ella gimió y se arqueó con brusquedad al mismo tiempo que le temblaban las
piernas de forma espasmódica. La sujetó por la cadera con firmeza mientras la
chupaba y lamía de arriba abajo. Provocó que se humedeciera más y, para su
satisfacción, tenía razón: hasta el último centímetro sabía tan delicioso como
imaginaba.
Podría morir felizmente entre sus piernas, penetrándola con la lengua y
saboreándola por dentro y por fuera. Le lamió y trazó círculos alrededor del clítoris
hasta que ella dejó escapar un gran gemido. Entonces le introdujo la punta de un dedo
y se abrió un estrecho camino hacia su interior.
Conforme se humedecía más alrededor de su dedo, aumentó la intensidad con la
mano y la lengua. Acarició sus suaves paredes hasta llegar a la zona algo más rugosa
del punto G. En cuanto presionó un poco y le chupó el clítoris palpitante, se volvió
loca, se movió y jadeó de forma enérgica y ruidosa.
—Dios —exclamó ella con tono de asombro—. No tenía ni idea de que podía ser
así, que fuera tan bueno. Tan... perfecto.
Esas palabras fueron música para sus oídos y le subieron el ego como nunca. Esta
mujer se merecía un hombre que pudiera satisfacerla y complacerla en la cama; él
estaba decidido a serlo. La estaba reclamando, ponía su sello en ella, incluso aunque
no la poseyera por completo esa noche. Saber que sería toda suya satisfizo su
masculinidad por completo.
Le chupó con delicadeza el clítoris e introdujo un segundo dedo.
—Ah. ¡Ah! —jadeó—. No pares. Esto es increíble. Madre mía, ¿qué me pasa?
¡Siento como si me fuera a deshacer!
—Déjate llevar, ángel —susurró—. Siente el placer y olvida el pasado. Esto es lo que se siente cuando un hombre cuida de su mujer y no es un cabrón egoísta que solo
quiere complacerse.
Ejerció más presión con los dedos y empezó a moverlos adentro y afuera,
disfrutando las paredes húmedas de su sexo. Le lamió y chupó el clítoris hasta que se
puso completamente rígida y levantó el culo del escritorio como si quisiera más.
Sintió los latidos del sexo alrededor de los dedos y maldijo que no fuera alrededor
de su polla. La tenía tan dura que dolía, y la presión de la erección era tal que parecía
que se iba a partir. Nunca en la vida había deseado tanto a una mujer y estaba seguro
de que nunca estaría tan excitado, ni sería tan generoso.
—Córrete —pidió—. Córrete en mi boca, mi ángel. Déjame probarte.
Sacó los dedos, desplazó la boca hacia su abertura y le acarició el clítoris, mientras
chupaba su dulce jugo.
Su chillido rompió el silencio: se volvió loca, se retorció al explotar en su boca,
bañándole la barbilla con su néctar cremoso. Disminuyó la intensidad, ya que sabía
que su sensibilidad aumentaría cuando se recuperara del orgasmo, pero siguió
lamiéndole hasta la última gota de su esencia.
Y entonces ella se relajó del todo y, cuando él levantó la cabeza, vio su expresión
aturdida y su mirada perdida y soñadora. Era lo más hermoso que había visto jamás.
Cuando se cruzaron sus miradas, la inseguridad y la vergüenza reemplazaron la
euforia que había en sus ojos, y ella apartó la mirada, ruborizada.
Drake la sentó con cuidado y le volvió a poner la ropa interior. Luego la bajó del
escritorio y le recolocó el vestido antes de agacharse para ponerle los tacones.
Le cogió la cara y le acarició con suavidad la mandíbula con el pulgar.
—Maddox te llevará a casa, pero te recogerá mañana a las siete en punto de la
tarde para traerte de vuelta conmigo.
Ella asintió algo aturdida y confundida, el desconcierto le brillaba en los ojos. Ni
siquiera advirtió cuando Drake llamó a Maddox para que viniera al despacho, ni
reaccionó cuando le tomó el rostro con ambas manos y le dio un largo beso.
—Hasta mañana, mi ángel. Hasta entonces, sueña conmigo.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora