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Evangeline dudó porque sabía que se había envalentonado impulsivamente y ahora
no podía coger una servilleta y limpiarle el glaseado de los labios. Le asustaba lo que
acababa de hacer, pero había sido un arrebato que no podía pasar por alto. Sus
insinuaciones le habían hecho pensar en besarle y lamerle todo ese glaseado de la
boca, y al final se había lanzado sin siquiera pensar en lo que hacía.
¿Quién era esta mujer cuya existencia desconocía? Se sentía muy seductora y
sensual, y aunque una parte de ella estaba algo avergonzada, la otra aplaudía que
hubiera tomado la iniciativa.
La mirada de Drake le decía que no se había equivocado. Con ese aire expectante,
estaba claro que ahora esperaba que terminara lo que había empezado.
Algo vacilante, le acarició la mandíbula cincelada y se le acercó para lamerle la
comisura de los labios, donde el azúcar se le había quedado prendido. Le dio un
lametón que terminó con aquella sustancia dulce y la alentó para que siguiera.
Entonces lo besó y se le mancharon los labios de glaseado al sacar la lengua sin dejar
de lamerle la piel con delicadeza. Luego le introdujo la lengua para que saboreara el
glaseado que ahora compartían.
Ella notó cómo inspiraba; saboreó este dulzor antes de seguir con aquellos
lametones lentos y sensuales. No se dejó ni un milímetro de su boca; lamía y
succionaba hasta que sus labios se fundieron en uno. Con un último lametón pausado,
se apartó, casi sin respiración, buscando en su mirada alguna reacción.
Le brillaron los ojos de un modo peligroso y ella se estremeció, preguntándose qué
era lo que había provocado. Esa mirada la hizo sentir como si fuera una presa y él un
depredador a punto de atacar.
Él la incorporó y ambos quedaron de pie; entonces, frente a ella, empezó a
desabrocharse los pantalones sin decir ni una palabra. Se sacó el pene erecto por la
abertura de los bóxers.
Ella se quedó mirando su enorme erección; se le cortó la respiración ante semejante
expectativa. La emoción, los nervios y todo un cúmulo de sensaciones le revoloteaban
en el vientre hasta que empezó a sentirse mareada.
—Empápate los dedos con el glaseado —pidió él.
Sorprendida, se lo quedó mirando con incredulidad; no estaba segura de dónde se había metido. Se había quedado helada e incapaz de moverse. Solo parecía ser capaz
de mirarlo boquiabierta.
Él entrecerró los ojos y supo que lo había contrariado; eso la dejó con una
sensación de fracaso que no le gustaba para nada.
—¿Me estás cuestionando? —preguntó en un tono peligrosamente bajo.
—N… no, pe… pero ¿y si entra alguien? —tartamudeó con un hilo de voz, algo
desesperada, como si las paredes tuvieran oídos y por lo que había visto hasta
entonces, bien podría ser.
Él frunció el ceño y su mirada contrariada se volvió más intensa, al igual que la
desazón de ella.
—Primero, nadie se atrevería a entrar si estoy a solas con mi mujer y, además, si te
digo que me chupes la polla y alguien entra, espero que sigas haciendo exactamente lo
que te haya pedido. ¿Lo entiendes?
Ella se mordió el labio inferior para reprimir la protesta que tenía en la punta de la
lengua, pero en lugar de eso, asintió.
—¿A quién perteneces, mi ángel? —preguntó con dureza.
—A… a ti —susurró.
—¿Quién es tu dueño? ¿A quién debes obedecer sin cuestionar?
Ay, dios. ¿Qué había hecho? ¿Esto era lo que quería de verdad? Su parte más
cuerda gritaba que no, que estaba loca por contemplarlo siquiera. Su parte más
impulsiva le recordaba que ya sabía a lo que se exponía dada la naturaleza dominante
y exigente de Drake. Le había dejado muy claras sus expectativas; no cabía duda.
—A ti, Drake —dijo, aliviada porque había respondido con una voz más firme y
convincente que antes.
Él alargó el brazo y le cogió la barbilla con firmeza.
—Entonces, arrodíllate y pon la boca donde te he dicho.
Obediente, ella se arrodilló y cogió el cupcake, de cuyo glaseado se impregnó los
dedos. Con un movimiento vacilante, le untó aquella sustancia pegajosa por el
miembro erecto. Contenta por haber hecho lo que le había pedido, tiró el resto del
cupcake a la papelera que había junto al escritorio de Drake, se giró para mirar
aquella erección, gratamente sorprendida.
Sabía que la tenía grande. Su cuerpo había protestado cuando él le había hecho el
amor, pero había estado demasiado embargada por el placer para darse cuenta
realmente del tamaño. Sin embargo, ahora no estaba tan segura de poder hacerlo.
Seguro que sabía que no lo había hecho antes. Tenía que saberlo.
—Evangeline —dijo con una voz menos tensa que antes.
Ella levantó la vista y tragó saliva, nerviosa.
—Yo te guiaré. Si quisiera una mujer que fuera experta en chuparla, podría tener a
cualquiera. Pero tu inocencia me excita muchísimo más que ninguna. Me gusta ser el
único hombre que ha notado tu dulce boca alrededor de su polla. Tranquila. Te
prometo que tenerme en tu boca será pura perfección.
Animada por sus palabras y contenta por saberse deseada, que le gustara su
inexperiencia, se le acercó y le colocó las manos en los muslos, que él se apresuró a
colocar en los suyos.
—No levantes las manos. Yo dirigiré tus movimientos. Solo relájate y confía en mí.
Fue entonces cuando ella se dio cuenta, a pesar de los recelos, de que confiaba en
él, aunque no supiera bien por qué. Aquel inicio tumultuoso y escarpado de su… fuera
lo que fuera que había entre ellos… no se prestaba precisamente a la confianza, pero
se sentía a salvo con él y en el fondo sabía que nunca le haría daño.
Después de asegurarse de tener las manos donde debía, se recolocó y le pasó la
lengua por el prepucio para dejárselo bien limpio. Entonces abrió más la boca para
acogerlo mejor sin dejar de mover la lengua y no dejar ni un solo centímetro sin
lamer.
Sin embargo, para su asombro, solo había introducido la mitad cuando notó que el
prepucio le rozaba la garganta. Lo sabía; no le cabría entera. No sin hacer un
espectáculo y quedar en evidencia atragantándose. Qué humillante sería. No sabía
cómo hacer una felación, tan solo lo conocía de oídas, gracias a las conversaciones
más picantes de sus amigas. Según ellas, a los hombres les encantaba que se la
chuparan hasta el fondo. Sin embargo, Drake había refutado eso al contarle que, de
haber querido una mujer experta en mamarla —dicho literalmente—, no le faltarían
mujeres. Le había asegurado que la quería a ella. Eso tenía que significar algo, ¿no?
—Tranquila —dijo con tacto—. Me gusta ir despacio. Correrme deprisa en una
boca tan dulce como la tuya sería un crimen. Respira hondo, yo te guío. Respira por la
nariz y no te agobies.
Sus palabras tuvieron un efecto calmante y se tranquilizó al momento. Él le enredó
los dedos en el pelo y con la otra mano le sujetó la cabeza para marcar el ritmo.
Él empujó y Evangeline pensó en sus instrucciones. Drake se detuvo un momento y
ella levantó la vista: tenía el rostro contraído de placer. Se echó hacia atrás y luego
otra vez hacia delante para meterla más al fondo.
Ella sintió un instante de pánico, se esforzó por tranquilizarse y respirar por la nariz.
Drake siguió moviéndose hacia delante y hacia atrás varios minutos, entraba un
poco más a medida que ella se acostumbraba a sentirla y al tamaño de su miembro.
Evangeline notó un cambio en él y supo que estaba a punto de llegar al clímax. De
repente, había empezado a sujetarle la cabeza con más fuerza y sus movimientos eran
algo más toscos. Mientras le pasaba la lengua una y otra vez, lo notaba más caliente,
duro pero sedoso.
—Quiero follarte la boca, mi ángel, y voy a hacerlo duro.
Ella no tuvo tiempo de reaccionar. Él empezó a empujar más fuerte, follándole la
boca como lo había hecho ya con su sexo. No tuvo tiempo de reaccionar, pensar o de
sentir pánico. Estaba demasiado centrada en permanecer lo más relajada posible y
respirar bien. Le costó bastante no atragantarse, pero de ningún modo quería
decepcionarlo.
Notó una gotita en la lengua que la sorprendió; sabía que estaba muy a punto.
—Trágatelo. No dejes escapar ni una gotita cuando me corra.
Ella se estremeció al oírlo. Le temblaba el cuerpo entero y se notó los pezones tan
duros y el clítoris tan hinchado de la excitación que con una sola caricia llegaría al
orgasmo.
Nunca había practicado sexo oral y aún menos se había tragado el semen. Y encima
le había dado órdenes estrictas de no dejar escapar ni una gota. Cerró los ojos y cedió
a su petición, se dejó llevar porque sabía que no fallaría si él estaba al mando.
Siguió con los envites y en algún momento notó sus testículos rebotar en la barbilla.
Tenía el cuerpo rígido y le revolvía el pelo con las manos. Era como si no pudiera
estarse quieto; las manos y los dedos no dejaban de tocarle y acariciarle la cabeza
mientras murmuraba palabras de elogio y aliento.
Y entonces dio un último empujón fuerte, más fuerte que las embestidas anteriores,
y notó una explosión de líquido caliente en la garganta que pronto le llenó la boca. Al
recordar su orden, se apresuró a tragárselo todo… y luego una vez más, ya que le vino
una segunda oleada.
Siguió empujando, aunque sus movimientos se habían ralentizado y ya no tenían la
urgencia de antes. El semen le bañaba la lengua, el interior de los carrillos y la
garganta; toda su esencia la llenaba y ella se lo tragó todo, asegurándose de que no se
le escapara ni una gota. Cuando se retiró, ella se la lamió para limpiarle los restos de
simiente igual que había hecho antes con el glaseado.
Entonces, él la ayudó a incorporarse; Evangeline temblaba como una hoja; tenía los sentidos embotados por lo que acababa de ocurrir. Nunca había tenido el más mínimo
interés en comérsela a un hombre. Le parecía algo confuso, laborioso y no muy
agradable, vaya, pero Drake había conseguido que cambiara de parecer en cuestión de
minutos.
Le encantaba poder darle tanto placer y casi haber ejercido cierto poder sobre él.
—Ve a asearte —dijo con voz ronca—, el lavabo está allí. —Señaló una puerta—.
No te molestarán. Ve y ponte la ropa de esta noche y pediré que nos traigan algo de
comer para cuando tengamos hambre.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora