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Evangeline se sentó en la parte trasera del coche de lujo completamente enmudecida
y conmocionada. Debería estar temblando como una hoja, de los nervios. De acuerdo,
de los nervios sí estaba, pero quería ocultárselo al hombre alto y silencioso al que le
habían encargado que la acompañara a casa. El mismo hombre que intervino y evitó
que Eddie le pegara.
¿Sabía lo que había pasado en el despacho de Drake o como fuera que lo llamara?
Más bien parecía su guarida y él, una bestia siniestra y oscura. Una bestia con una
boca traviesa que sabía usar a la perfección para dar placer a una mujer.
Un sentimiento de humillación se apoderó de ella y estuvo a punto de destruir su
fingida compostura. Había permitido que la acompañaran desde la salida del
despacho de Drake como si solo hubieran mantenido una conversación y él fuera lo
suficientemente atento para asegurarse de que llegaba bien a casa. Pero por dentro
estaba destrozada, todavía temblorosa como consecuencia del orgasmo más
sobrecogedor que pudiera imaginar.
No tenía otros orgasmos con los que comparar, pero seguro que el resto no hacía
que la tierra temblase de esa forma. Si fuera así, la gente no dejaría de hacer el amor.
El mundo giraría alrededor del sexo salvaje.
Si tuviera un hombre como Drake, no querría hacer otra cosa. Si se le daba tan bien
hacerlo con la boca, ¿cómo sería con el resto de su cuerpo? Solo pensar en su polla
metida profundamente en su interior estuvo a punto de provocarle otro orgasmo.
Dirigió una mirada furtiva hacia Maddox y rezó por no haberse delatado con el
traicionero estremecimiento que le había recorrido el cuerpo y le había hecho sentir
un hormigueo en las partes íntimas.
Todavía estaba hipersensible. El cuero exquisito y suntuoso en el que estaba
sentada vibró de una forma erótica sobre su clítoris, hinchado y palpitante, mientras el
coche se abría camino a través de Brooklyn. Era una tortura insufrible, dado que
Impulse estaba bastante lejos del apartamento que compartía con sus tres compañeras
en Queens.
No se atrevió a mirar a Maddox durante mucho rato, ya que no quería que se diera
cuenta de que lo estaba observando. Además, estaba segura de que, si este la miraba a
la cara, sus pensamientos se reflejarían y la delatarían, y le daría un ataque de nervios en una noche en la que ya los tenía a flor de piel. Y ya era suficiente con intentar
mantener la compostura.
Por suerte Maddox no le estaba prestando atención. Tenía la mirada fija en algún
punto por encima del hombro del conductor como si examinara las calles en un estado
de alerta continuo. ¿Acaso esperaba que les robaran el coche a mano armada o algo
así?
Estuvo a punto de soltar una carcajada, pero se dio cuenta de que si lo hacía se
notaría su creciente estado de histeria.
Seguro que acompañar a mujeres errantes desde el club de su jefe no estaba en su
lista de tareas diarias. Si no hubiera pasado una noche infernal —y a la par divina,
porque la última parte había sido un éxtasis absoluto—, hasta se hubiera sentido mal
por él por tener que hacerle de niñera y acompañarla hasta Queens.
Continuaron el camino en silencio y cuando estaban a pocos minutos de su
apartamento, Evangeline suspiró aliviada. Pero entonces Maddox la sorprendió al
girarse y centrarse en ella por primera vez en todo el camino a casa.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad. Sacudió la cabeza, enfadado por haber
preguntado eso—. Pues claro que no estás bien, pero ¿lo estarás?
Evangeline abrió la boca, asombrada, porque tenía la impresión de no ser más que
una tarea tediosa que él no quería hacer y, de repente, se había encontrado con una
preocupación genuina. Peor aún, los ojos de Maddox reflejaban compasión, por lo
que se sintió avergonzada.
No quería que este hombre sintiera lástima por ella, ni que lo hiciera Drake. La
noche había sido un completo desastre. Bueno, excepto por el orgasmo que le había
proporcionado Drake y que hizo que se le derritieran los huesos. Para todos los de
aquel estúpido club era evidente que ella no encajaba allí, por mucho que Drake
hubiera tratado de quitarle esa idea de la cabeza.
—Estoy bien —respondió con suavidad.
Él le dirigió una mirada dudosa, una mirada que quería decir que no se creía una
mentira tan obvia, aunque, todo sea dicho, ella jamás había sido buena mentirosa.
Todo el mundo la consideraba una mojigata y por eso Eddie la había visto como un
desafío y había querido ser el que la avergonzara y humillara: conquistar a la reina de
hielo para presumir de su victoria. Algún tipo de victoria. Él había sido malísimo en
la cama y no había necesitado más que la boca de Drake para darse cuenta.
—Vale —murmuró—. Estaré bien. ¿Contento? Se me pasará, siempre se me pasa.
Maddox frunció el ceño con los ojos brillantes de rabia, pero no dijo nada más, gracias a Dios. No tenía ganas de desnudar su alma ante un completo desconocido
como había hecho con Drake cinco minutos después de conocerlo. Ella y su ridícula
manía de decir la verdad por muy humillante que fuera. Se había reprendido
mentalmente un montón de veces por no haberle dicho que no era asunto suyo, pero
debía tener en cuenta que Drake no le había parecido un hombre al que se le pueda
decir que se meta en sus asuntos. Se convenció de que la asustaba, pero se había
mostrado tierno y dulce, y no había sentido miedo cuando le hizo perder la cabeza con
la boca. Pero después, al recuperar el sentido, sí, la aterraba.
El conductor frenó delante del apartamento de siete plantas en el que vivía con las
chicas. El suyo estaba en el último piso, el ascensor había dejado de funcionar hacía
un año y el casero, un cabrón tacaño, no se había dignado arreglarlo. Llevar la
compra o, incluso peor, subir seis pisos de escaleras era algo insufrible después de
una noche dura de trabajo con los pies hinchados y doloridos.
Evangeline no esperó a que Maddox o el chófer salieran del coche. Abrió la puerta
y saltó a la acera con la esperanza de que ninguno de los dos hombres saliera y
siguieran su camino, contentos por fin de deshacerse de ella.
No tuvo suerte, claro que nada había salido bien esa noche, así que ¿por qué iba a
hacerlo ahora?
Maddox salió tras comprobar que no pasaba ningún coche, algo difícil dado la hora
que era y porque prácticamente era una calle de sentido único, ya que los coches
estaban aparcados junto al bordillo en ambos lados de la calle y dificultaban la doble
circulación.
Dio la vuelta y se puso al lado de Evangeline mirando el edificio destartalado y
frunciendo el ceño.
—¿Vives aquí?
Ella se puso tensa por la crítica y el esnobismo implícitos en su pregunta y le
devolvió una mirada gélida.
—No puedo permitirme algo mejor y comparto piso con tres compañeras. Estamos
bien y tiene todo lo que necesitamos.
Él sacudió la cabeza e intentó cogerla del codo, pero ella lo evitó.
—Gracias por traerme a casa —dijo en un tono distante pero cortés.
Él ignoró su rechazo y le rodeó el codo con la mano encaminándola hacia la
entrada.
—Te acompaño hasta el apartamento.
El destello obstinado de sus ojos sugería que por mucho que tratase de discutir, él no iba a cambiar de parecer. Suspiró y levantó la mano que tenía libre.
—En fin, lo que tú digas, acabemos con esto cuanto antes. Ha sido una noche larga y
no sabes las ganas que tengo de meterme en la cama.
Un leve movimiento en su boca sugirió que iba a sonreír, pero parecía que ninguno
de los empleados de Drake que había visto esa noche pudiera sonreír. Jamás.
Cuando él se dirigió al ascensor, ella movió la cabeza para señalar las escaleras.
—El ascensor no funciona, tenemos que subir a pie.
Él frunció el ceño.
—¿En qué piso vives?
—En el último —respondió y se preparó para su reacción.
—Madre mía —murmuró.
Y entonces se agachó, le agarró la mano y se la pasó alrededor del hombro.
—Agárrate a mí.
No tuvo tiempo de dudar y menos mal que estaba demasiado aturdida y agitada para
desobedecer, ya que le levantó el pie haciendo que se tambalease para quitarle el
zapato de tacón. Cuando apoyó el pie en el suelo, repitió con el otro zapato y le rodeó
la cintura.
Maddox sostuvo los zapatos en una mano y apoyó la otra en su espalda para
ayudarla a subir las escaleras.
—Pero ¿qué haces? —preguntó con voz entrecortada cuando por fin pudo hablar.
—Te vas a romper el cuello como subas seis pisos con esos palillos que llamas
zapatos —gruñó.
Ella puso los ojos en blanco mientras comenzaron a subir.
—Estoy más que acostumbrada a llevar este tipo de zapatos.
Él arqueó una ceja.
—No sé yo si me convences después del fiasco de esta noche. Casi te matas.
Ella gruñó y frunció el ceño con ferocidad.
—¡Vaya! Perdona que te diga, pero me preocupaba más evitar que me dieran un
puñetazo en la cara que mantener el equilibrio con los tacones.
Fue un error recordárselo. Su expresión cambió y se volvió fría; a sus ojos se
asomó una mirada asesina.
—No volverá a joderte.
La seguridad con la que lo dijo la incomodó. Decidió utilizar el sarcasmo para
evitar pensar demasiado en la certeza de aquella afirmación.
Levantó una ceja. —¿Tienes una bola de cristal o qué? ¿Puedes ver el futuro y sabes que no se me
volverá a acercar?
—Créeme. No se te va a acercar ni a un kilómetro.
Se le revolvió el estómago y se tragó el miedo que le creó un nudo en la garganta.
Maddox no hablaba en broma y ella no quería saber por qué estaba tan seguro ni
tampoco por qué estaba convencido de que Eddie no volvería a ser un problema. Era
mejor no mencionar ciertas cosas. A veces es mejor no saber y este era un lema en el
que había creído toda su vida. No era necesario hacer ningún cambio drástico ahora
mismo. Su madre siempre decía: «Si no se ha roto, no hay por qué arreglarlo».
—Aquí es —susurró cuando llegaron al final del pasillo. Su apartamento era el
número 716, pero el número 6 estaba girado hacia un lado y el 7 colgaba boca abajo.
Se caería en cualquier momento; hacía tiempo que quería arreglarlo porque el casero
era gilipollas y ni se pasaba por el apartamento a menos que alguien no pagara el
alquiler a tiempo. Entonces ahí estaba, preparado para echar la puerta abajo
amenazando con el desahucio, aunque fuera ilegal.
—Madre mía —murmuró Maddox de nuevo.
Evangeline sabía que si Maddox entraba con ella en el piso con esa actitud
protectora, sus compañeras no dejarían que se acostara hasta sonsacarle toda la
información sobre la noche de telenovela que había tenido. Por eso, abrió la puerta
dejando espacio solo para que cupiera una persona. Se giró, echando todo su peso
contra la puerta como si a él fuera a costarle esfuerzo empujarla y pasar. De hecho,
podría tirar la puerta sin derramar una gota de sudor.
—Mañana a las siete —dijo Maddox con sequedad, centrado de repente en su
trabajo—. No bajes, no quiero que esperes en la calle. Quédate aquí hasta que venga
a por ti.
Evangeline contuvo el estremecimiento y aun así estaba segura de que había
palidecido.
Después de haberla satisfecho con la mejor experiencia sexual de su vida, Drake le
había dicho, calmado, que su conductor la esperaría en su apartamento la tarde
siguiente a las siete y que iba a pasar la velada con él. Así sin más, ni siquiera se lo
preguntó. Lo había planeado sin preguntarle y se suponía que ella tenía que quedar
con su chófer e ir a Dios sabe dónde con un hombre que le daba miedo y que además
tenía una boca y un cuerpo de pecado.
El orgasmo la había dejado tan confundida que solo pudo asentir y acceder a sus
tajantes instrucciones. De repente, la estaban escoltando hasta la calle y metiéndola en un coche que la llevaría a casa.
—A las siete —contestó, y asintió para reafirmar su mentira.
Cerró la puerta de golpe dando gracias a Dios por que las chicas no estuvieran
esperando en el pequeño salón para que les contara los detalles jugosos de la noche.
Se echó hacia atrás y cerró los ojos, justo entonces perdió el control y comenzó a
temblar. Hasta los dientes le castañeteaban mientras revivía cada detalle pecaminoso
y confuso del momento en que Drake la tumbó en el escritorio mientras se la comía
como si estuviera famélico.
No pensaba acudir a las siete del día siguiente de ninguna manera. Tenía que
trabajar para pagar el alquiler y enviar dinero a su madre.
Y nada ni nadie, ni siquiera un hombre siniestro y muy atractivo que hacía que se
estremeciera en sitios en los que nunca se había estremecido conseguiría que se
olvidara de sus responsabilidades.
No se había mudado tan lejos, de su pequeña ciudad sureña a una gran ciudad
mucho más poblada que el estado en el que nació para convertirse en una fiestera ni
tampoco para pasarlo bien. Había venido a la ciudad porque su familia la necesitaba
y no quería decepcionarla.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora