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Drake sabía que Evangeline estaba alterada y algo desconcertada cuando se levantó
de su regazo al terminar la llamada con sus padres. Se había excusado con que debía
ir a retocarse el maquillaje.
No iba a impedírselo ni a recordarle que había prometido cederle todo el control,
así como darle toda la confianza. No quería arruinar la noche que le tenía preparada.
Era comprensible que hubiera actuado así. Cuanto más la conocía e iba despojándola
de esas delicadas capas que formaban la mujer que ahora llamaba suya, más le
gustaba quién era y lo que veía. Estaba muy orgulloso de ella. Era gilipollas por
reconocer que apenas había sentido respeto y admiración —y mucho menos orgullo—
por ninguna de las mujeres con las que había estado, pero su ángel estaba en un plano
completamente distinto. Cómo podría resistirse a tal desafío, por mucho que quisiera,
y la deseaba, quería el lote completo y esperaba con emoción todos los pasos de
aquella relación. Esperaba que ella pudiera gestionar lo que él iba a darle, porque
pensaba devolverle todo lo que ella le daba a él.
Era una mujer aparentemente frágil e inocente, pero tenía un interior de acero. Y
después de escuchar la conversación que había mantenido con sus padres y de haber
hablado él con ellos, también se daba cuenta de que se había equivocado con sus
padres.
Se había enfadado. No, enfadado no. Había estado furioso porque pensaba que las
dos personas que deberían haber protegido a Evangeline se estaban aprovechando de
ella. Ahora, después de oír aquel afecto y amor que se profesaban los tres, sabía que a
sus padres no les gustaba que Evangeline renunciara a tanto por ellos. Era ella quien
quería hacer lo que estuviera en sus manos para ayudar a las personas que amaba y
que la habían criado. No muchas chicas interrumpirían su vida de forma indefinida
para hacer lo correcto.
Cuando Drake les contó que no volvería a trabajar en el pub y que la mantendría a
salvo en todo momento, solo oyó alivio en las voces de su madre y su padre. Al
pensar en el pasado se alegró de haber puesto el teléfono en silencio antes de
interrumpir la conversación, porque oír lo que sus padres habían dicho le hubiera
hecho daño y la hubiera hecho sentir una fracasada.
Ellos no querían ayuda económica a expensas de su hija. Sí, necesitaban el dinero que ella les enviaba regularmente, pero preferían que Evangeline estudiara y fuera
feliz, que llevara las riendas de su vida y que no atara su futuro a ellos, debía
anteponer siempre las necesidades de ella a las suyas. Era evidente: ambos se sentían
muy culpables y querían algo mucho mejor para la hija a la que claramente adoraban.
Drake pensaba asegurarse de que así fuera, que ella tuviera una vida mejor y, por
extensión, también sus padres.
Su padre estaba especialmente preocupado porque según había contado a Drake en
un tono de advertencia, Evangeline no había tenido novios en el instituto, aunque
muchos chicos se habían interesado por ella. Por eso, ella había tenido muy pocas
experiencias y confiaba en la gente con demasiada facilidad. Le preocupaba que
careciera de la sofisticación de las urbanitas de Nueva York y que se aprovecharan de
ella. Otra cosa más en la que tanto su padre como él estaban de acuerdo.
Pero lo último que dijo su padre inquietó a Drake que, por regla general, se
mostraba imperturbable. El hombre le había contado que Evangeline era introvertida,
que huía de las relaciones y que no era consciente de su capacidad de atracción. Sin
embargo, cuando amaba, amaba con toda el alma y corazón; no había mujer más leal
con el hombre al que amaba. Y que si Drake acababa siendo ese hombre, sería el más
afortunado del mundo.
Estuvo a punto de soltar un exabrupto mientras esperaba a que volviera Evangeline.
Quería que sonriera, que fuera feliz y estuviera contenta. Quería que brillara, que
iluminara la sala entera cuando apareciera en el reservado que tenía preparado.
Complacería todos sus deseos y no repararía en gastos para que disfrutara de su
sorpresa.
Se dejó de tanta introspección cuando Evangeline reapareció; se había retocado el
maquillaje, pero tenía una mirada apagada que no le hizo ninguna gracia. Algo le
preocupaba, pero esta noche quería que fuera feliz y que disfrutara, no que estuviera
mentalmente a kilómetros de allí.
Suspiró y le tendió la mano, contento cuando ella obedeció y se acercó al
escritorio. La sentó de nuevo en su regazo, pero esta vez ella no se relajó ni se fundió
con su cuerpo como había hecho antes.
—Tenemos un acuerdo, cariño. Si hay algo que te preocupe, sea grande o pequeño,
tienes que confiar en mí, y está claro que algo te ronda por la cabeza. No quiero que
nada te fastidie la noche, así que hasta que me cuentes lo que piensas, te quedarás aquí
conmigo.
Ella parecía… triste. Maldita sea. No le gustaba reaccionar así ante su infelicidad, ni sentir que eso le molestaba tanto.
Evangeline se volvió para mirarlo; la inquietud y turbación se reflejaban en sus
ojos.
—Pediste a mis padres que te llamaran a ti, no a mí, porque no querías que me
preocupara sin necesidad. ¿Ahora me impides hablar con ellos? A partir de ahora, ¿la
información que tenga de ellos vendrá únicamente de ti? ¿Se me permitirá hablar con
ellos?
Él maldijo en voz baja; acababa de darse cuenta de que había malinterpretado la
conversación unilateral que había oído.
—Qué va, no es mi intención. Pueden contactar contigo y puedes hablar con ellos
cuando quieras. Sin embargo, si necesitan algo, espero que acudan a mí y no a ti
porque no quiero que te preocupes por algo que yo puedo arreglar.
Ella asintió lentamente y se relajó, aliviada. Entonces lo miró con pesar:
—Lo siento, ya te estoy fallando. Prometí que confiaría en ti y a la primera de
cambio ya te estoy cuestionando.
En circunstancias normales, sí, Drake estaría impaciente y cabreado. Se hubiera
enfadado con cualquier otra mujer si esta hubiera cometido la misma transgresión,
pero la de Evangeline era comprensible y no podía reprenderla porque sus
preocupaciones se centraban en otros y no en ella misma.
La besó en la frente.
—No me has fallado, mi ángel. Supongo que ambos cometeremos errores al
principio de nuestra relación. Sé paciente conmigo y yo seré paciente contigo.
Ella sonrió; el brillo había vuelto a sus ojos.
—Bueno, ¿y qué me decías de una sorpresa?
Él le acarició la espalda, incapaz de contenerse en tocar su piel sedosa.
—Pues, para empezar, vamos a comer, que debes de estar muerta de hambre.
Además, aún no es hora de la sorpresa.
Ella hizo un mohín gracioso, aunque Drake dudaba que lo hiciera a propósito o que
se diera cuenta de que lo estaba haciendo. Frunció el ceño y bajó la vista hasta su
vestido, contrariada.
—Tendría que haber comido antes de cambiarme. Soy capaz de mancharme el
vestido y tener que volver a maquillarme.
—No, ya verás que no —dijo Drake con tranquilidad—. Porque cada bocado que
des vendrá de mi mano.
Ella se dio la vuelta con los ojos abiertos como platos. —Sí, cariño. Te quedarás aquí sentada en mi regazo mientras te doy de comer y
pienso disfrutar hasta el último minuto. Y no te preocupes, que si te manchas los
labios, será un placer limpiártelos.
Estaba desconcertada.
—¿Y por qué quieres darme de comer? ¿No debería hacerlo yo como tu sumisa?
Era la primera vez que hablaba de eso sin tapujos, que decía en voz alta lo que era,
y le gustó que le saliera tan natural, sin pensarlo ni dudarlo.
Le apretó la mano para hacerle saber que le gustaba la pregunta y la aceptación que
se reflejaba en su voz.
—Yo también tengo responsabilidades como tu dominante. Sí, debes obedecerme y
responder solo ante mí, pero también es cosa mía cuidar de ti y darte todo lo que
necesites. Dar de comer a mi mujer es un acto muy íntimo, algo que disfruto
muchísimo, de modo que es una forma de complacerme.
—Ah —dijo en voz baja, con una mirada pensativa mientras procesaba su
explicación.
Llamaron a la puerta, lo que indicó que la comida que Drake había pedido ya estaba
allí. Evangeline se puso tensa, pero él la rodeó con el brazo para que no se levantara
de su regazo y volvió a apretarle la mano a modo de advertencia, con lo que ella se
relajó.
—Adelante —dijo Drake.
Se abrió la puerta y un trabajador de la cocina empujó un carrito desde el ascensor
y empezó a llevar los platos hasta el escritorio de Drake. Colocó los entrantes y la
cubertería y sirvió vino para ambos. Enseguida, Evangeline y él volvieron a estar a
solas.
Él la atrajo más hacia sí para apoyársela en el pecho y que pudiera utilizar el brazo
con que la sujetaba para cortar el suculento bistec en porciones pequeñas.
Pinchó un trozo y se lo llevó a los labios, esperando que ella abriera la boca y
aceptara su ofrenda.
Ella se pasó la lengua deprisa por los labios y eso casi lo hizo gemir. Abrió la boca
y dejó que le acercara de forma sensual el tenedor, tras lo cual hizo un ruido de lo
más seductor al masticar.
—¿Está bueno? —preguntó él.
—Mucho —respondió ella con voz ronca.
A medida que le daba de comer —deteniéndose cada cierto tiempo para comer algo
también—, ella se fue dejando llevar hasta quedar fundida en su cuerpo. Sentía todos sus movimientos, cómo masticaba y tragaba, cómo se contoneaba: estaba embargado
de felicidad, una felicidad esquiva durante tanto tiempo.
Se dio cuenta de que cada vez que él tomaba un bocado y le daba otro a ella, esta
lamía con detenimiento el tenedor como si absorbiera la esencia que su lengua había
dejado poco antes. Era algo completamente inocente. Dudaba de que se percatara de
lo que hacía, pero lo estaba excitando muchísimo y la erección acabaría dejándole
marca en el trasero.
Le daba igual la incomodidad. No pensaba moverse ni una pizca para aliviar el
dolor de la entrepierna porque le gustaba tenerla así. Era suya. Le pertenecía.
Disfrutaba de la sola idea de tenerla en cualquier momento y como quisiera. Nunca
había ido tan despacio con ninguna mujer, pero Evangeline no era una mujer
cualquiera y por eso la espera era mucho más dulce.
Pero esta noche… Después, cuando volvieran a casa, le enseñaría su dominación y
le exigiría sumisión. Físicamente. Su ángel era dura. Su apariencia era engañosa, igual
que su ingenuidad. Poseía mucha más fuerza interior que la mayoría de los hombres
que conocía y, a pesar de eso, contaba con un espíritu dulce y suave capaz de cautivar
a cualquiera al instante.
No le cabía la menor duda de que ella no podría resistirse a lo que le tenía
preparado. Ahora solo tenía ganas de que acabara la velada para poder llevarla a
casa y satisfacer las fantasías eróticas que lo consumían desde que la vio por primera
vez.
Entre sus brazos y apoyada en su pecho con la cabeza colocada bajo su barbilla,
Evangeline suspiró, satisfecha.
—No puedo comer más. Quiero, pero voy a reventar de lo llena que estoy —dijo en
un tono pesaroso.
Él apartó el plato y la abrazó, se dejó llevar por la sensación de la suavidad
femenina de sus brazos. No había mejor sensación que tener a una mujer satisfecha en
su regazo; satisfecha gracias a él. Era un subidón de ego increíble, tenía que
reconocerlo.
Hundió la cara en su pelo, con cuidado de no despeinarle el moño que se había
hecho o saldría corriendo al lavabo a rehacérselo, y prefería que se quedara allí con
él.
—Tenías razón —dijo en un hilo de voz, con un aliento que le rozaba ligeramente la
piel.
La curiosidad le pudo porque estaba empezando a aprender que Evangeline siempre decía lo que le pasaba por la cabeza y él no podía leerle la mente.
—¿Sobre qué tenía razón?
—Que es muy íntimo que te den de comer —confesó—. Antes pensaba que era una
tontería, pero… me ha excitado.
Él sonrió al notarle la sinceridad en la voz y se felicitó por haber hecho de esta
mujer rubia de ojos azules su ángel.
—A mí también me ha excitado —confesó con voz ronca.
—Qué pena que tengas otros planes para mí —dijo con un tono travieso.
Él soltó una carcajada.
—Ah, no te preocupes por eso, mi ángel. Para esta noche tengo preparadas otras
cosas además de la sorpresa. De hecho, tengo mucho previsto para cuando volvamos
a casa.
Ella se removió en su regazo, excitada por su insinuación. Él estuvo a punto de
gemir porque se movía de tal manera que no ayudaba para nada a mitigar su erección.
Tenía unas ganas tremendas de penetrarla hasta el fondo.
Ella suspiró.
—Mira que te gusta provocarme, Drake. ¿Cómo voy a disfrutar de mi sorpresa
ahora que sé lo que me espera?
Él le tocó un pecho a través de la fina tela del vestido que llevaba y le acarició el
pezón hasta que se le endureció. Evangeline dio un grito ahogado y él la besó hasta
que a ambos empezó a costarles respirar.
—Pues te lo pasarás muy bien y luego disfrutaremos el uno del otro.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora