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Mientras Evangeline se relajaba en la bañera, pensó en lo extrañas que habían sido
las últimas palabras de Drake al acompañarla al baño. Y al poco, desapareció y ella
hizo caso de sus instrucciones. Parecían ser algo contradictorias y, por mucho que lo
intentaba, no podía imaginarse la situación.
Según le había dicho, esta noche él se limitaría a mirar, pero le prometió
solemnemente que no permitiría que le hicieran daño.
Esas dos cosas le parecían incongruentes. Ella no tenía experiencia con el sexo, y
aún menos el más morboso, el dominante o el fetichismo. Ni siquiera sabía qué
diferencia había entre algo morboso y un fetichismo, si es que eran distintos.
Sin embargo, no quería arruinar lo que prometía ser una noche la mar de
emocionante analizando demasiado las palabras crípticas de Drake. Estaba más
centrada en la reacción que manifestó cuando ella le dijo que quería complacerle, que
quería que él la enseñara a hacerlo y que quería devolverle, al menos, una pequeña
parte de todo lo que él le había dado.
Eso le había gustado muchísimo. Su asombro y sorpresa, así como su ilusión,
quedaron patentes ante tal alarde de sinceridad. Y había reconocido lo que ella ya
había descubierto por sí sola, que nunca nadie se había preocupado por él, nadie
había cuidado de él ni antepuesto sus necesidades a las suyas. ¿Lo habría querido
alguien? ¿Al menos alguien que se preocupara por él? ¿O la mayoría de la gente de su
vida no hacía más que exprimirle hasta el último céntimo?
¿Y qué había de su familia? Nunca le había hablado de sus familiares y parecía
desconcertado por la relación tan cercana que tenía ella con sus padres. De hecho,
suponía que no les había tenido mucha estima, ni a que ella hubiera renunciado a tanto
para ayudarlos, hasta que presenció de primera mano su amor y su preocupación por
ella. Al final, él mismo había hablado con ellos y después de eso, no había vuelto a
verle ese destello de rabia contenida cuando hablaba de su familia.
—Ay, Drake —susurró, con el corazón en un puño—. ¡Qué triste debe de haber
sido vivir en un mundo donde nadie se ha preocupado por ti! Tiene que ser horrible
que el dinero y el estatus social definan tu valía. ¿Ha visto alguien realmente a Drake
Donovan?
Estaba dispuesta a demostrarle que su dinero no significaba nada para ella, aunque fuera lo último que hiciera. De hecho, ojalá no fuera rico así nunca tendría dudas
sobre sus motivos para estar con él. Ella quería estar con él, entregarse con devoción
a él y complacerlo, aunque no tuviera ni un duro.
¿Pero alguna vez la creería de verdad? ¿O, tal vez, enterrada bajo años de cinismo,
siempre habría esa vocecita insidiosa que le diría que ella era igual que las demás?
Miró el reloj que había en la repisa y se dio cuenta de que se había pasado media
hora meditando sobre el rompecabezas que era Drake Donovan. Él le había dicho que
se tomara su tiempo, pero no había especificado lo suficiente. Ella sí le había dejado
claro que esta noche le pertenecía, y de ningún modo quería hacerlo esperar, porque
aún tenía que secarse el pelo y colocarse en la cama tal como le había pedido.
Intentó no pensar en esas preguntas y especulaciones sin sentido que le habían
ocupado su sesión de baño mientras se levantaba y el agua le resbalaba por el cuerpo.
Salió de la bañera, se envolvió el pelo con una toalla y luego cogió otra para secarse.
Después de escurrirse el pelo con la toalla, se sentó ante el tocador y empezó a
peinarse la larga melena. Se separó el pelo en varios mechones y los fue secando uno
a uno con un cepillo ancho
Quería estar hermosa y su pelo, recién lavado y bien peinado, era una de sus
mejores bazas. Se cepilló la melena hasta que le quedó brillante y muy suave; le
enmarcaba el rostro y, al llevarla cortada a capas, le quedaba suelta y con
movimiento.
Después de darse unos toquecitos más con la toalla para secarse del todo, volvió al
dormitorio. Por suerte, Drake no había aparecido aún.
Se subió a la cama y se colocó en el centro, suspiró al apoyar la cabeza en la
almohada. Entonces recordó las demás directrices.
Se abrió de piernas para que se le vieran los labios y se agarró a los barrotes del
cabecero. Aunque ahora mismo no estaba atada, la sensación de estar subyugada,
cautiva, como una presa a la espera de lo que le aguardara, la hacía sentir oleadas de
placer por todo el cuerpo. Se le endurecieron los pezones y empezaba a notar la
humedad entre las piernas y el pulso en el clítoris, como si reclamara atención.
«Solo voy a mirar».
Le vinieron a la cabeza sus palabras y volvió a sentir que la curiosidad y la
confusión le fluían por las venas. Si no le hubiera pedido que levantara los brazos por
encima de la cabeza y se agarrara al cabecero, pensaría que quería mirarla mientras
se masturbaba.
Y aunque la primera vez que le había pedido que se tocara cuando iban a hacer sexo anal se sintió incómoda, ahora lo había superado y se moría de ganas de hacerlo si
eso lo complacía.
Giró la cabeza despacio cuando oyó que se abría la puerta del dormitorio y sonrió
al ver a Drake en el umbral. Sin embargo, se le borró la sonrisa cuando vio que no
estaba solo. Detrás de él había un hombre increíblemente apuesto y bien vestido que
debía de tener la misma edad de Drake.
Se asustó y seguramente se le notó porque Drake le hizo una señal al hombre para
que no lo siguiera mientras se acercaba a la cama. Entonces vio la cuerda.
Se sentó en el borde de la cama y la acarició con una mano; su sonrisa era cálida y
tranquilizadora, pero la mirada le ardía de deseo.
—Confía en mí —susurró.
Y con esas tres palabras y su expresión tierna, el nerviosismo desapareció como
por arte de magia.
—Ya confío en ti —dijo ella con voz baja, transmitiendo con una sonrisa toda la
calidez y sentimiento que pudo.
Él le tomó una mano y le pasó la cuerda alrededor de la muñeca para atarla después
al barrote del cabecero que sujetaba antes. Luego hizo lo mismo con la otra muñeca
hasta que tuvo ambas manos atadas; ahora estaba indefensa y no podía ocultar su
desnudez al extraño que acababa de entrar.
Drake se inclinó y la besó en la frente.
—Nunca te haré daño, mi ángel, ni permitiré que te lo hagan. Mi deseo es ver cómo
otro hombre te da placer. Conoce mis límites y lo que voy y no voy a permitir.
Nerviosa, se lamió los labios; sorprendentemente, el miedo pasó a ser una oleada
de deseo. Era como probar la fruta prohibida. Era morboso y perverso que otro
hombre le diera placer —se acostara con ella— siguiendo las órdenes de Drake.
Entonces pensó en algo que la hizo sentir culpable.
Su mirada de preocupación encontró la de Drake y lo escudriñó; le estaba dando
vueltas a muchas preguntas. De todas las cosas que había imaginado, esta ni se le
había pasado por la cabeza. Drake era tremendamente posesivo. No entendía que
estuviera dispuesto a compartir su… posesión… con otro hombre.
A Drake se le enterneció la mirada al acariciarle los pechos al tiempo que
jugueteaba con sus pezones, que ya empezaban a endurecerse.
—No me estás traicionando, mi ángel. No quiero que lo pienses y tampoco quiero
que te niegues a sentir placer solo porque no sea yo quien te lo esté dando.
Ella frunció el ceño de la perplejidad, pero para Drake el asunto estaba zanjado ya. Se levantó y se dio la vuelta para hablar con el hombre que estaba a su espalda.
—Se llama Evangeline y es mía. Es un tesoro y espero que la trates como tal.
Empezarás con suavidad hasta que se sienta cómoda con tu presencia y tus caricias.
Solo entonces podrás hacer lo que quieras, que es lo que quiero, como ya hemos
hablado.
Se volvió hacia ella.
—Mi ángel, te presento a Manuel, un hombre a quien considero mi amigo y alguien
de confianza. Él te dará placer y espero que obedezcas sus órdenes porque son las
mías. Esta noche, observaré mientras otro hombre se folla lo que es mío.
Ella se estremeció al oír esa expresión tan tosca, pero seguramente lo había hecho a
propósito porque conocía su reacción cada vez que hablaba así.
A continuación, Drake se fue hasta la butaca que había en diagonal a la cama, donde
tendría una vista privilegiada de ella follando con otro.
Se sentía confundida, curiosa y muy excitada al mismo tiempo. Respiraba
entrecortadamente y se notaba la piel encendida.
Manuel se acercó a la cama como había hecho Drake y se la quedó mirando; el
brillo de sus ojos azules indicaba que estaba excitadísimo.
—Es un honor —dijo con la voz ronca—. Es la primera vez que veo ante mí a una
mujer tan hermosa, como un ángel, atada a la cama y con la melena en la almohada
como la seda.
Este hombre era bueno, muy bueno. Sus palabras eran pura seducción.
—Tócala —pidió Drake—. Acaricia hasta el último centímetro de su hermosa piel.
Manuel apoyó una rodilla en la cama y le acarició el vientre con la palma de la
mano; ella se sobresaltó inmediatamente al notar un cosquilleo por todo el cuerpo.
—No te haré daño —dijo él en voz baja.
—Ya lo sé —repuso ella igual de bajito—. Drake no te lo permitiría nunca.
Manuel sonrió.
—Drake es un cabrón con suerte. La confianza que depositas en él es un regalo con
el que muchos hombres solo pueden soñar.
Ella miró a Drake y se percató de su mirada de aprobación. Estaba recostado en la
butaca; parecía cómodo y relajado. La preocupación de que se enfadara al ver su
respuesta sexual ante las caricias de aquel hombre se esfumó. Parecía… satisfecho.
Como si se sintiera orgulloso de ella. Y si eso lo complacía, si eso era lo que quería,
se lo daría sin reservas.
Como si supiera lo que se le estaba pasando por la cabeza, la miró con intensidad y expresión de orgullo.
—Tu placer me complace, mi ángel, que no se te olvide. Querías regalarme lo que
yo quisiera esta noche, y lo que más quiero es ver cómo te posee otro hombre durante
una noche. Cuando estés cómoda con él, asumirá el control y yo pasaré a ser
observador pasivo. Pero no pienses ni por un momento que no voy a disfrutar. Me
resulta muy erótico ver a mi mujer atada a mi cama mientras otro hombre se la folla y
domina.
Gimió mientras las manos de Manuel recorrían su cuerpo como Drake había hecho
poco antes hasta sus pechos, pero su tacto era distinto. Distinguiría la diferencia,
aunque llevara los ojos vendados.
—Puedes besarla, lamerla y usar la boca donde quieras salvo en sus labios —dijo
Drake a Manuel—. Su boca es mía y solo mía, y esa dulzura solo puedo probarla yo.
—Me consolaré probando su dulce coño —repuso él—. Te aseguro que no será
ningún problema. Y esos pezones… —murmuró mientras agachaba la cabeza hacia
sus pechos.
Buscó a Drake con la mirada mientras arqueaba la espalda y Manuel le lamía un
pezón y ella suspiró al notar que se lo succionaba con delicadeza, rozando la punta y
luego dándole un mordisquito.
Para su decepción, Manuel levantó la cabeza y se incorporó, pero justo entonces se
dio cuenta de que se estaba desnudando y se le aceleró el pulso. Miró a Drake, en
lugar de a Manuel, mientras este se quitaba la última prenda.
—Míralo, mi ángel —ordenó Drake—. Mira al hombre que te va a follar.
Ella tragó saliva y apartó la mirada para darle un buen repaso; se le agrandaron los
ojos al ver aquel físico espectacular junto a la cama. Se cogió el miembro de erección
incipiente y empezó a masturbarse hasta que se le puso bien rígido y erguido.
—Levántale las manos atadas por encima de la cabeza y dale la vuelta para tenerla
bien tendida, con las piernas por un lado de la cama, para que puedas probar y follar
ese coño. Le gusta que se lo hagan duro, Manuel, pero de todos modos empieza suave
para ir excitándola hasta que pueda aceptarte y esté preparada para tu polla.
Unas manos desconocidas, pero no por ello menos diestras, hicieron lo que Drake
había pedido. Manuel se colocó entre sus piernas abiertas, mirándola con deseo.
Se arrodilló, le separó los labios y procedió a masajear aquella piel tan sensible.
El deseo le llegó de repente y arqueó las caderas. Levantó los brazos, a pesar de tener
las muñecas atadas, y de repente notó que unas manos familiares tiraban de la cuerda
para volvérselos a bajar bruscamente hasta el colchón e inmovilizarlos. La sensación doble de tener a un hombre entre las piernas y Drake sujetándole los
brazos por arriba para que no pudiera moverse la puso nerviosa y se le escapó un
gemido. Drake la besó en los labios.
—Deja que te dé placer, mi ángel, mientras lo veo poseer lo mío.
Manuel la lamía, succionaba y atormentaba; se tomaba su tiempo mientras le
devoraba el sexo. El placer era arrebatador, pero ella no estaba atenta a Manuel. No
miró su cabeza de pelo oscuro entre las piernas, no. Clavó la mirada en la de Drake y
le apretó las manos, mientras contemplaba su reacción ante lo que estaba haciendo
este hombre —un extraño para ella— para complacerlo.
Manuel le separó los muslos con fuerza y luego la cogió por la barbilla para dirigir
su mirada.
—Mírame, Evangeline.
No había terminado de decirlo cuando la penetró con fuerza. Ella apretó aún más
las manos de Drake y él liberó una para acariciarle el pelo como si quisiera
tranquilizarla.
Manuel se incorporó y se colocó encima, aprisionando sus pechos contra su torso
mientras la penetraba una y otra vez moviendo las caderas. Pero ella volvió a mirar a
Drake, perdiéndose en su mirada cálida y llena de excitación.
—Eres tan guapa… —bramó Manuel, penetrándola cada vez más fuerte—. Dime,
Evangeline. ¿Te gusta muy duro?
Y mientras se lo preguntaba, le agarró el pelo con una mano y le echó la cabeza
hacia arriba para obligarla a mirarlo. Él agachó la suya y, por un instante, creyó que
desobedecería a Drake y la besaría en la boca. Pero no. Le lamió y le dio unos
mordisquitos en el cuello y la oreja, y luego siguió bajando los labios por su cuello
susurrándole palabras de elogio.
—Por Drake puedo resistir lo que sea —contestó ella.
—Me pregunto si sabe la suerte que tiene —murmuró.
—La duda ofende —gruñó Drake.
—Ayúdame a darle la vuelta —dijo Manuel a Drake—. Quiero ese culo.
—No hasta que la haya preparado —advirtió Drake.
—Nunca le haría daño a una mujer, y mucho menos a la tuya —dijo el otro hombre
entrecerrando los ojos.
Drake inclinó la cabeza.
—Pues claro, no lo decía a malas. Evangeline me importa muchísimo y no querría
que nadie le hiciera daño. Los dos la giraron y se aseguraron de que no estuviera incómoda. Drake le desató
las muñecas y la colocó de tal manera que pudiera masturbarse con una mano. Manuel
le puso una almohada debajo de las rodillas y luego se apartó para que Drake pudiera
aplicarle lubricante mientras él lubricaba también el preservativo que llevaba puesto.
Drake se apoyó en el cabecero para tener una vista privilegiada de Evangeline y
Manuel.
—Avísame si es demasiado —dijo Drake, serio y mirándola a los ojos.
—No te decepcionaré —repuso ella con la voz ronca.
Él frunció el ceño.
—Solo me decepcionarías si soportaras dolor solo por pensar que me complaces.
Quiero que me prometas que no lo harás.
—Te lo prometo.
Drake miró a Manuel, que se había colocado ya de rodillas detrás de ella y le
acariciaba el trasero.
—Déjaselo bien rojo antes de follarla.
—Claro —murmuró él.
Evangeline gimió y cerró los ojos brevemente ante la expectativa. ¿Cómo sería que
otro hombre la azotara? Su única experiencia con azotes había sido con Drake. ¿Solo
le gustaba porque se lo había hecho él?
Pronto obtuvo la respuesta cuando Manuel le dio una buena palmada en una nalga y
notó el calor al instante; un calor que pronto dejó paso a la agradable calidez del
placer. Abrió los ojos y vio la mirada de aprobación de Drake.
—A mi ángel le gusta el dolor.
—Es solo placer —susurró ella.
Manuel fue alternando las nalgas sin azotar el mismo punto dos veces, mientras
cubría todo el trasero hasta que le doliera todo. Se movía, inquieta, mientras se
masturbaba con timidez; sabía que era mejor ir despacio.
Se detuvo cuando él paró y le apoyó ambas palmas en las nalgas, tras lo cual le
separó aún más las piernas; notaba cómo movía el pene en contacto con su sexo. Paró
cuando la rozó con el glande y ella empezó a acariciarse: se preparaba para la
entrada.
—Fóllatela bien duro —dijo Drake, que repitió la orden que le había dado antes—.
Sin piedad.
Ay.
Ella empezó a estremecerse entera, como si estuviera a punto de correrse. Manuel la penetró hasta que tuvo todo el glande dentro y sin que ella tuviera tiempo
a respirar, empujó hasta el fondo. Evangeline gritó y se movió sin control.
Manuel la agarró por las caderas para que no se moviera, pero ella forcejeó, no
contra él, sino contra las sensaciones que la embargaban.
—Joder —murmuró este mientras empujaba, atrapándola entre su cuerpo y la cama,
sujetándola cuando volvía a salir para luego entrar otra vez en su ano.
Era salvaje, casi como un animal, la dominaba por completo, como Drake le había
pedido. Ella se masturbaba rápidamente con la mano, atrapada entre su cuerpo y la
cama, perseguía el orgasmo que amenazaba con estallar muy pronto.
Entonces, para su sorpresa, Manuel la colocó de lado en la cama, con la polla aún
dentro, le apartó la mano y empezó a usar sus dedos para acariciarle el clítoris. Los
sacó e introdujo de nuevo, y ella miró a Drake a los ojos; quería compartir este
momento con él. Todo era por él y para él.
Este la miraba con deseo y Evangeline reparó en el bulto entre sus piernas. En ese
momento deseó que la follara con tanta dureza como Manuel.
—Córrete, mi ángel —dijo con brusquedad—. No lo hagas esperar.
Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás al tiempo que la boca de Manuel encontraba
su cuello y le mordía con la fuerza suficiente para dejarle marca.
Y entonces se soltó y estalló de placer; Drake aparecía y desaparecía de su vista, el
mundo se esfumaba a su alrededor. Seguía jadeando cuando Manuel se retiró de ella y
la besó en la frente.
—Gracias por un regalo tan bonito, Evangeline —murmuró Manuel—. Nunca
olvidaré la noche que he pasado con un ángel.
—Ya puedes irte —dijo Drake.
Evangeline apenas fue consciente de que se levantaba de la cama. Oyó que se vestía
y cerraba la puerta con cuidado al salir. Miró a Drake y vio que se apresuraba a
desnudarse.
Entonces se subió a la cama, le dio la vuelta y la penetró sin darle tiempo a nada.
Le introdujo la lengua en la boca con tanta fuerza como le embestía el sexo. La
comía, la devoraba… su deseo era abrumador.
Lo notaba enorme dentro, mucho más que otras veces. Era como una carrera
contrarreloj y, por primera vez, no se aseguró de que le siguiera el ritmo. Esta noche
era para él. Ella se lo había dicho, de modo que se le abrazó a la espalda ancha y le
acarició los músculos mientras él reclamaba lo suyo y ella se lo daba todo.
Le explotó en el interior en cuestión de segundos y se dejó caer encima de ella, quien seguía acariciándole la espalda con cariño. Él le acarició el cuello con la nariz
y con los labios exploró su delicada piel mientras la besaba y le daba mordisquitos.
—Mía —bramó—. Eres preciosa… y toda mía.

sometida "los ejecutores"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora