Drake cargó con Evangeline hasta el dormitorio y la tumbó reverentemente sobre la
cama. Después, se quedó de pie sobre ella, recorriendo de arriba abajo con la mirada
su cuerpo desnudo, con evidente admiración.
Por una vez no se sintió tímida o cohibida. Se sintió… descarada. Como una
seductora con mucha más experiencia de la que realmente tenía. No quería ser una
participante pasiva en lo que fuera que Drake tuviese pensado para aquella noche,
pero, al mismo tiempo, la idea de que él tomase todas las decisiones y tuviese el
control le provocaba una emoción indescriptible.
Drake frunció el ceño con aspecto pensativo cuando detuvo la mirada sobre la
rodilla herida.
—¿Te duele mucho? —le preguntó—. Y no lo suavices. No quiero hacer nada que
te cause más dolor esta noche.
—De hecho, la noto mucho mejor ahora —dijo la verdad—. Me quedé dormida en
el sofá porque Silas no quiso marcharse hasta que yo estuviese descansando allí.
Tenía la intención de levantarme en cuanto se fuera para poder empezar a hacer la
cena, pero me quedé dormida y no me desperté hasta que llamaste. Como estuve
inmóvil tanto rato, la rodilla se quedó rígida y dolorida un buen rato cuando empecé a
moverme de aquí para allá. Pero ya se me está pasando y no está ni mucho menos tan
sensible.
Drake apretó los labios.
—Y si me hubieses llamado, me habría asegurado de que hacías justamente lo que
Silas te había indicado, solo que habrías estado entre mis brazos; te habría estado
abrazando mientras descansabas.
La imagen fue tan tentadora que en aquel momento deseó haber permitido que
Zander llamase a Drake.
—Ahora desearía haberte llamado —susurró.
Él se inclinó y le rozó la rodilla con un delicado beso. Después, alzó la vista hasta
que sus miradas se encontraron.
—De ahora en adelante, hazlo.
—Lo haré —le prometió ella.
Un tipo diferente de destello iluminó sus ojos. El propio de un depredador, lleno de ardor y con unas expectativas que la hicieron sentir inquieta y sin aliento, en un
indescriptible estado de anhelo.
—Puedes hacerme sentir mucho mejor ahora —dijo ella con una tentadora voz
ronca.
—Claro que sí, mi ángel. Eso pienso hacer, pero antes, voy a azotar ese precioso
culo que tienes para que lleve mis señales cuando te folle.
Ella no pudo contener ni el escalofrío ni el leve gemido que se le escapó de los
labios.
Su expresión se volvió más seria.
—Pero no haré nada que te cause más dolor en la rodilla.
—Lo sé, Drake —respondió ella con el corazón afligido—. Sé que nunca me harías
daño. Quiero hacerlo. Te deseo, y deseo todo lo que quieras darme. Siempre lo
atesoraré.
Drake se enterneció y a su mirada se asomó un cálido brillo.
—Eres tan dulce y generosa… —murmuró—. ¿Qué habré hecho para merecer un
ángel como este?
Drake se alejó de la cama y ella percibió que le faltaba su calor, la presión de su
mirada y las manos que habían acariciado reverentemente su cuerpo.
Regresó un instante después con una cuerda y la fusta. A ella se le aceleró el pulso
y los jadeos se le escaparon erráticos entre los labios.
—Mi ángel está excitado —dijo con los ojos resplandecientes de aprobación.
—Oh, sí —respondió—. Lo quiero todo, Drake. Te quiero… a ti.
Él le dio la vuelta teniendo cuidado con su rodilla, le apartó ambas manos y las
dejó sobre la parte baja de su espalda antes de enrollar la cuerda con cuidado
alrededor, asegurándose de comprobar que no le estaban rasgando la piel. Se alejó de
ella una vez más solo el tiempo necesario para quitarse la ropa y luego volvió,
levantándola de donde estaba tendida en la cama.
Se sentó en una esquina y la tumbó bocabajo, de modo que el vientre le quedó
reposando sobre el regazo y las piernas colgando a un lado de las de él. Él le recorrió
con las manos la espalda, los hombros, el culo y luego descendió por las piernas.
Cada roce la encendía en llamas.
Le propinó un leve manotazo en una nalga y ella comenzó a jadear de inmediato.
Luego le acarició la zona para calmar el dolor mientras la cálida quemazón de placer
sustituía enseguida al dolor.
Entonces, tal como había hecho en el salón, le rozó la espalda y el culo con el extremo de la fusta, y antes de que ella pudiera prepararse, hizo restallar la fusta
contra la nalga contraria.
El fuego le abrasó la piel, pero al igual que cuando la azotaba con las manos, el
dolor se desvaneció y lo reemplazó un escozor placentero, prohibido y perverso.
—¿Cuántos quieres, mi ángel? ¿Cuántos puedes soportar?
—Tantos como quieras darme —respondió ella sin aliento—. Soy tuya, Drake. Solo
tuya. Te pertenezco y puedes hacer conmigo lo que quieras.
Evangeline notó cuánto le complació la respuesta por la calidez y ternura de su
caricia mientras paseaba la mano por la zona que acababa de golpear y por el sonido
de aprobación que hizo.
—Estás hecha para mí —dijo él, con un matiz de satisfacción en la voz—. Y sí, mi
querido ángel, me perteneces y voy a hacer contigo todo cuanto me plazca.
Le dio un fustazo en el otro cachete, por lo que se estremeció y luego la hizo gemir
conforme la euforia la envolvía en una nube. La rodilla y lo que había pasado a lo
largo de aquel día se convirtieron en cosa del pasado cuando él comenzó a azotarla,
cada latigazo más enérgico, más fuerte que el anterior.
Tuvo cuidado de no abrumarla. En lugar de ello, fue haciéndole subir de nivel poco
a poco de suave a duro y, a medida que aumentaba el dolor, también lo hacía un
placer inimaginable.
—Qué bonito, joder —dijo Drake de forma brusca mientras pasaba una mano sobre
la carne palpitante—. Tu culo está tan rojo con mis marcas, con mi sello de
propiedad. Dime, mi ángel, ¿quieres más? ¿O quieres que te folle ese dulce culo? ¿O
tal vez prefieres que me folle ese coño, que también me pertenece?
Ella gimió, casi inconsciente, hundida en la fina niebla que la rodeaba.
—Lo quiero todo —susurró—. Todo lo que tengas, todo lo que puedas darme,
Drake. Por favor, lo necesito.
Las palabras apenas habían escapado de sus labios antes de que él le abriera las
piernas, le puso el culo en alto, le separó las nalgas, y entonces se abalanzó con
fiereza profundamente dentro de su coño. A ella le faltó poco para correrse en aquel
preciso instante. Cerró los ojos, le apretó con firmeza la piel, tratando de contener su
orgasmo al tiempo que él la montaba con fuerza. La poseía con brutalidad, sin pausas
entre las embestidas.
Se abalanzó dentro de ella una y otra vez, con las caderas que le golpeaban fuerte el
culo, mientras acariciaba todo el tiempo la piel ardiente de aquel trasero que ella
sabía que llevaba las marcas del látigo. —¡Drake! —rogó ella con desesperación—. ¡Estoy muy cerca! ¡Estoy a punto de
correrme!
Él se retiró, provocando que ella gimiese ante la abrupta salida de su enorme
erección a través de su piel hinchada e hipersensible. Las punzadas de dolor
mezcladas con placer componían una sensación embriagadora y cerró los ojos,
mordiéndose el labio inferior para reprimir el orgasmo.
Un momento después, saltó cuando la fusta le restalló sobre el culo, rápida y
colérica, enfatizando cada centímetro de su dolor.
Sin dejar de azotarla, le habló con un murmullo de voz ronca.
—Voy a desatarte las manos para que puedas tocarte mientras te follo el culo, pero
no te pongas de rodillas ni apoyes nada de peso sobre la sutura, ¿de acuerdo?
—Sí —dijo ella con un poco de desesperación.
Los azotes cesaron, le desató las muñecas con impaciencia y luego las frotó con
delicadeza para eliminar cualquier rastro de adormecimiento. Después le agarró la
mano izquierda y la pasó entre ella y el colchón hasta que deslizó los dedos sobre su
clítoris hinchado.
Oyó un chorro cuando Drake estrujó el tubo de lubricante y entonces le separó con
los dedos los cachetes del culo. Sabiendo lo que estaba a punto de ocurrir, ella
comenzó a tocarse y, en el momento oportuno, la penetró con tanta fuerza como lo
había hecho en su coño.
Evangeline comenzó a estremecerse mientras acariciaba con los dedos la sensible
protuberancia y Drake la llevaba más y más allá, cada vez más cerca de su liberación
final. Justo cuando creía que iba a llegar, él se retiró, dejándola prácticamente al
borde del orgasmo, y ella gruñó de frustración.
Él se rio y el fuego le encendió el trasero de nuevo al recibir otro fustazo que la
dejó sin respiración. Su pecho se agitó e inhaló con brusquedad al mismo tiempo que
el dolor se iba transformando en euforia. Cerró los ojos mientras le llovían más
golpes sobre las nalgas y se adentraba en un mundo neblinoso que lo empañaba todo
alrededor y en que solo existía la felicidad.
Él le separó las nalgas brutalmente y se sumergió dentro de nuevo, pero ella estaba
demasiado lánguida para seguir tocándose, demasiado letárgica para vislumbrar la
necesidad de hacerlo.
—Tócate, nena —ordenó Drake—. Quiero que estés conmigo y estoy a punto de
correrme dentro de tu culo rosado.
Ella se acarició con pereza, ya que la necesidad de unos minutos atrás se había disipado. Como si hubiese notado el estado de irrealidad en que estaba inmersa, él se
abstuvo de penetrarla con esa dureza y, en cambio, lo hizo prolongada y lentamente,
marcando un ritmo pausado.
Mientras que antes su orgasmo había exigido su total intensidad, en ese momento
ascendía poco a poco hacia el clímax, y cuando Drake le hincó con más fuerza los
dedos en la cadera y se adentró incluso todavía más en ella, Evangeline aplicó mayor
presión, decidida a acabar juntos. Siempre juntos.
El orgasmo la desbordó, el espasmo más pausado y dulce que acompasó a su
cuerpo por entero, prendiéndole en llamas cada una de las terminaciones nerviosas.
Se estremeció de pies a cabeza, la piel de gallina le cubrió deliciosamente la piel,
volviéndola hipersensible a cada roce.
Él se inclinó y presionó sus labios contra su columna antes de lamer toda la piel
hasta la nuca. El mundo entero se estremeció a su alrededor y se dejó llevar en la
dicha más exquisita que había experimentado en toda su vida.
La calidez de la descarga de Drake la inundó, la incendió de dentro afuera.
Entonces este levantó la cabeza y se retiró, y los ardientes chorros de semen le
cubrieron la espalda: se estremeció por completo de nuevo.
Durante un buen rato él se quedó allí, entre sus muslos separados. Luego le sacó con
delicadeza el brazo de debajo y lo acarició a todo lo largo desde el hombro hasta la
muñeca. Le dio un beso firme en el hombro.
—Volveré enseguida para cuidar de mi ángel —dijo con voz ronca.
Al cabo de un momento regresó con una toallita húmeda con la que limpió los restos
de su simiente sobre la espalda y trasero. Tuvo cuidado con aquella piel sensible tras
los azotes y su brutal y luego tierna posesión.
Cuando terminó, la volvió con tiento sobre la espalda, con cuidado de no lastimarle
la rodilla, y ella levantó la vista hacia aquellos ojos y su brillo de satisfacción y
aprobación.
—Mi ángel ha tenido un día largo y ahora necesita descansar, y yo me muero de
ganas de abrazarla mientras duerme.
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sometida "los ejecutores"
Teen FictionEvangeline destaca en el club como si fuera una joya virgen,pura e intocable. Vive en un mundo en el que no encaja. Con su cándida inocencia,todos los hombres quieren aprovecharse de ella, pero solo Drake puede tocarla. Él siente sus miedos, pero t...