Capítulo 3. Esther, la psiquiatra.

29 3 4
                                    

17 de junio, mi jefe fue a mi casa.

Estos días había dedicado por completo a leer de nuevo "Derrotare al rey demonio" tenia la esperanza que aquello me regresara al mundo que ante amaba, había dedicado horas enteras, sin dormir y ni siquiera para cocinar deje el libro. Tras leer el libro y hacer exactamente lo mismo que la primera vez, no paso nada. Desperté por la alarma del teléfono y me prepare para hundirme en una depresión que serviría para recuperar energías y volver a buscar una manera de regresar a mi hogar; por ello mi jefe me encontró con solo dos horas de sueño después de aproximadamente dos días sin dormir, no haberme bañado, con una barra de carne seca en la boca y una taza de café en la mano. No era una imagen muy buena para ver.

Mi jefe suspiro antes de entrar a la casa y obligarme a darme un baño.

El cansancio me llego en cuanto sentí las pesadas gotas chocando con mis hombros. Había dedicado mis últimos días a volver al Otro mundo, deseoso de rencontrarme con mi familia, había evitado distraer mi mente para mantener el enfoque de lo que era verdaderamente importante. Si mi mente estaba concentrada en una tarea podía sobrevivir, pero sobrevivir no era suficiente. Temía de cerrar los ojos pues al hacerlo los altos arboles del Páramo se alzaban ante mí, aquel lugar que había sido mi infierno estaba ante mi y yo no había podido lidiar con eso solo. Había cerrado los para enjabonar mi cabello, pero de inmediato sentí una opresión en el pecho, me apresure a intentar quitar los restos de jabón con el agua, pero al abrir mis ojos, el shampoo entro en mis ojos y tuve que forzarlos, tallar mi cara para quitarme la irritación mientras en mi mente el caos se hacia presente. Jure que escuche el aullido de los lobos, gire para defenderme de aquellos animales, pero aquel movimiento me había hecho caer.

Que frustrante había sido.

Mi jefe se había apresurado preguntar desde fuera del baño, había dicho que estaba bien, sin embardo al intentar levantarme, mi codo presiono mi cabello y había vuelto a caer. Mi jefe no pregunto por segunda ocasión, se apresuró a entrar medio cubriéndose los ojos, se acercó con una toalla para poder buscar libremente alguna herida en mi cabeza, pero de inmediato lo aparte.

La frustración se había mezclado con la humillación.

Me levante de la misma manera en la que me levantaba cuando un contrincante me hacia caer en una batalla: la cabeza en alto y listo para seguir con lo que estaba haciendo. Llevé la toalla a mi cintura ajustándola y, tratando de mantener mi dignidad, salí del baño.

—Fue un resbalón, nada para preocuparse— asegure ignorando sus ojos claramente sorprendidos.

Seguí el camino a mi cuarto y me encerré. No fue hasta que pase frente al espejo que me di cuenta de lo que había hecho, regrese mis pasos para notar que había enredado la toalla en mi cintura justo como los hombres lo hacen, dejando mi pecho al descubierto.

Mi dignidad se había ido por el desagüe del baño.

Suspire, no podía hacer otra cosa.

Retorné al mismo confrontamiento que había tenido el primer día que volví al mundo real: ¿Qué ponerme? Era demasiado complicado, antes, como Almendra, tendía a usar ropas color pastel, brillantes, blancas, faldas, vestidos todo con escotes discretos, pero claramente ajustados, era ropa femenina que no era cómoda y por supuesto no deseaba usar. No me sentía apto para enfrentar este problema, esto no me había pasado cuando entre al otro mundo, me había adaptado bien al guarda ropa del pelirrojo musculoso, bueno, a todo menos a la maldita armadura ajustada; las camisas blancas y holgadas, los pantalones amplios, los colores verdosos y marrones, la libertad al momento de moverme. Definitivamente la ropa ajustada era el del problema, no yo, yo estaba bien. Mentira, no estaba bien. Me sentía tan mal, tan fuera de lugar y tan ridículo. Es decir, todo en mi mente era tan sencillo y a la vez tan complicado, ¿Por qué tenía tanto problema en volver a ser Almendra? Pues porque yo ya no era Almendra, ahora era Ophir, pero no me veía como tal y al verme al espejo me provocaba una dismorfia corporal que me daba nauseas, me sentía tan débil y pequeña, pero no era pequeña, era pequeño, o pequeña, ya ni siquiera sabia que era. Pero algo se sentía aun peor, ¿acaso mi guarda ropa me estaba definiendo como persona? ¿una falda rosa pastel me convierta en Almendra y una camisa holgada en Ophir? Claramente esto me preocupaba, tenia una identidad tan frágil que una prenda de vestir me superaba a mi misma, mismo, misma... mismo, definitivamente era mismo. Era un él o tal vez un ella, ¿tenía que volver a referirme a mi mismo como ella? Se sentía incorrecto, pero no porque fuera elegir entre ser él o ella, sino porque me fastidiaba tanto. Eso era lo que me fastidiaba y me estaba generando este ataque de ansiedad donde tiraba de mis cabellos sin darme cuenta.

Mi Nombre es Ophir (CT).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora