Primer año en el Otro mundo.
Mi madre Miranda era una mujer devota a la religión, ella seguía las enseñanzas de Druna, el dios de la vida. Ella seguía las enseñanzas de esta figura: crezcan con las enseñanzas de las palabras escrutas, sean cultos y compartan sus saberes, amen a los demás y quiéranse a sí mismos, sean piadosos, disfruten de las fragancias de las flores, del sonido de las aves y del bendito amor. ¡Ah! No hay que olvidar la lección más importante de este dios: sean leales.
Ahora que pienso en esto, es más lógico por qué mi madre prefirió abandonar la vida en el momento en el que se me considero un traidor.
En fin, mi madre Miranda, ella era increíblemente hermosa, verla orar en los templos era como ver un cuadro que ni Da Vinci podría igualar, no tengo duda de que todos los artistas del mundo desearían tenerla presente para poder retratarla.
Yo jamás fui alguien religioso, ni siquiera como Almendra, que irónica la vida que me dio dos madres religiosas. Aún recuerdo los reclamos de mi madre Sandra por seguir las lecciones de los sacerdotes y tenía muy presentes las lecturas de mi madre Miranda explicándome las grandes hazañas del dios Druna. Poco me importaba el Dios católico y poco me importaba el Dios Druna. Por eso era tan sorprendente para mí que una historia de un dios me llamara la atención. ¿Cómo podría olvidar las palabras maternalmente amenazadoras de mi madre Miranda?
—Si no sigues a Druna, su sombra te seguirá el resto de tu vida.
Divertido, pregunte por aquella supuesta sombra y mi madre gustosa me empezó a relatar:
—Cuando los mundos fueron hechos y la misericordia aun no existía, la soledad era lo único que acompañaba al Creador, el gran artista que hizo los cielos azules y los ríos que vemos, estaba tan solo que su corazón helado se mezcló a las frías cimas de las montañas, este creador estaba dispuesto a dar su vida, esta, la próxima, la que tuviera, su eternidad seria entregada solo para alguien a quien amar, ni siquiera era necesario que este amor fuera regresado. Solo deseaba unos brazos que lo mecieran por la noche y que le dieran una sonrisa amable. Tanto fue su deseo, tanto fue su anhelo y tanto fue su reclamo que se despojó de su cuerpo, de su alma, de su corazón y de su ser, todo esto lo abandono por completo, para ser una simple sombra. El cuerpo hueco del Dios, tomo un bocado de aire, una exhalación, fue el primer signo de vida y Druna nació de aquel cadáver. Un ser tan lleno de amor, un ser tan maravilloso que era capaz de crear la vida de los mortales, de llenar de verdor el mundo del creador, un ser tan sabio que brindo todos sus conocimientos a la humanidad para que estos pudieran vivir una vida sin seguir las reglas de ningún inmortal... pero el creador seguía solo, él pensaba que dar su cuerpo como sacrificio sería la solución para sus problemas y aquello había sido un error, Druna era incapaz de abrazar a aquel creador sin cuerpo físico. Y, aun así, esta triste sombra había decidido cuidar y proteger al Dios de la vida. Porque así es el amor, tan absurdo que no nos importa recibir nada a cambio.
Mundo real, actualidad.
"Druna" había sido como Sigma había nombrado al desconocido frente a mí. Me miraba hacia abajo, justo como un Dios mira a un simple mortal, aun así, no podía ver un solo signo de amabilidad del que me hablo mi madre Miranda, solo miraba rencor en aquella cara blanca que parecía perfecta, aquella figura me había empujado para alejarme de Sigma, se aseguró de que este estuviera bien, si bien estaba consiente, se notaba desorientado en sus balbuceos. Claramente, Druna era un hombre, uno de rasgos tan atractivos que parecía mujer, y el largo cabello rubio cenizo no ayudaba mucho en dar una apariencia masculina.
—Druna, te ves hermosa— suspiro Sigma con una sonrisa.
Aparentemente me había equivocado, Druna era una ella.
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Mi Nombre es Ophir (CT).
FantasiaAlmendra ha sido una gran fanática de libros de transmigración durante años, cuando fue su turno para entrar al fantástico mundo de un libro que recién termino, no desperdicio su oportunidad siendo participe de muchas aventuras y amoríos, llevando e...