Capítulo 28. El páramo de Ophir.

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La sangre de mi madre Miranda estaba en mis manos, ella había sido clara: la muerte era mejor que tener un hijo traidor. Se ahorco.

Mi reino me odiaba, aquellos por los que arriesgue mi vida comenzaron a perseguirme. Ellos me odiaban...

Pero el libro termino, la última página mostro un punto final y yo he regresado al maldito paramo.

Este lugar es asqueroso, el olor a podrido se adhiere a la piel y es imposible acostumbrarse a esa maldita peste. Las sombras de los arboles toma la forma que mas les conviene, a veces es demonio, a veces es la forma de un humano que me quiere dar caza. No tengo tiempo para confirmar, pero la fuerza en todo mi cuerpo me indica que en este momento soy Ophir, que soy hombre y todo parece estar bien, a excepción de que nada esta, puedo escuchar el ladrido de los perros. Cada vez más cerca, tengo que correr, tengo que escapar. Si tan solo no fuera tan difícil correr, si tan solo no fuera tan difícil respirar, no puedo tomar el aire suficiente para mis pulmones. Los ladridos están cada vez mas cerca, puedo escucharlo y una figura negra salta de árbol en árbol a mi lado.

—¡Sigma! —grito al ver el mapache. —¡Por favor, ayúdame! —ruego, pero el animal solo sigue su camino, trato de seguirlo.

Estoy tan desesperado por ayuda.

—¡Por favor! ¡No puedo solo! —grite, pero Sigma pareció no escucharme, corrió mas a prisa y las raíces de los arboles muertos me tomaron de la pierna, haciéndome caer.

Rodé sobre mi cuerpo, cubriendo mi cabeza con mis manos, pues los perros me habían alcanzado y comenzaron a desgarrar mi carne. Trate de usar mis piernas, patear, levantarme, cualquier cosa que me alejara del dolor. El olor a sangre me altero, quería escapar, pero los perros estaban sobre mí. Uno alcanzo mi cuello, intente girar de nuevo para apartarlo, funciono, pero la sensación de caída me invadió. Abrí los ojos solo para ver mi reflejo en un suelo reluciente. Respiré profundo, aun sentía las heridas de mordidas en mi piel y frente a mi estaba mi mano, por los tatuajes de mis nudillos supe que estaba en el cuerpo masculino, eso estaba bien, aun estaba bien.

Un grito de guerra, alce la mirada, Ezra se dirigía a mi con su espada alzada sobre su cabeza, corría a mí. Mi movimiento fue mas instinto que algo consiente. Lleve mi mano a mi espalda, en cuanto sentí la empuñadura de mi espada me aferre y di una estocada, usando mis piernas para abalanzarme al frente. Mi ataque atravesó el pecho de Erza y pronto su espada se estrello contra el sueño. El sonido de acero me hizo darme cuenta de lo que había hecho, mi mirada recorrió el rostro de Ezra mientras el cabello rubio de este se teñía de castaño, los ojos azules se oscurecían, un hilo de sangre salió de su boca y pude contemplar a Samuel ante mí.

—Samanta— susurro él y yo solté la espada.

Me aparte unos pasos, mirando como el cuerpo de Samuel se desplomaba en el suelo, estaba asustado, su vida se estaba escapando por sus ojos, casi podía ver su alma salir junto con su aliento. Tenia miedo. Miedo a la muerte. Un grito se formo y una figura paso a mi lado, Samanta se arrodillo frente a su hermano, tratando de acunarlo.

—¡Hermano! ¡Hermano! —grito, su voz era desgarradora, casi se escuchaba como el lamento de un fantasma y al mirarme, sus ojos ardieron. —¡Lo mataste! ¡LO MATASTE! ¿Cómo te atreves? ¡Después de todo lo que hicimos por ti!

Ella se levanto y yo me sentía tan pequeño, baje la mirada y en el reflejo del suelo podía ver mi yo pequeño, solo era un niño abrazando un peluche de mapache. Ahora Samanta se miraba como un gigante furioso. Ni los demonios me dieron tanto miedo como ella. La vi arrancar mi espada del pecho de su hermano y mirarme como un lobo hambriento miraría a un bebé mapache.

¡Corre! Fue lo único que pude pensar, mis piernas eran demasiado cortas, demasiado regordetas. Demasiado débil. Corrí tanto como pude, escuchando los pasos lentos de Samanta.

Mi Nombre es Ophir (CT).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora