25. Peleas. (borrador).

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Los días habían transcurrido, pero los nervios para la pequeña albina estaban a flor de piel.

Ella había hablado con Ergy, pese a que ellos habían aceptado ayudarla, no habían puesto manos a la obra respecto a lo pensado y cada uno se había enfocado en su día a día. Estaba de sobra decir que Heinley no había querido verla para nada, de echo, parecía estar siempre evitandola; con el paso de los días, Rashta se había acostumbrado a esto y ocasionalmente solo fingía que estaba interesada en verlo para que las personas tuvieran dudas. Sabia que Heinley se comportaba distante y cruel con ella, mucho más cuando los rumores en torno al palacio abundaron bastante, pero su actitud solo era una gran ayuda para la chica quien mentiría si dijera que no gozaba de los intentos pobremente inútiles del hombre por llamar la atención de la emperatriz.

Heinley sabía que la emperatriz no lo amaba, tal vez jamas podría llegar a hacerlo y eso el lo tenía muy claro, pero el soportar su indiferencia gracias a los rumores que la albina se había esmerado por crear, le provocaban mucha ira. Al inicio, ella siguió hablando con el como siempre, pero después de un tiempo, se daba cuenta que trataba de evitarlo. Incluso algunas veces ya no dejaba su ventana abierta como de costumbre, pues era normal para ambos que "Reina" llegara con la emperatriz durante la tarde, exactamente a las 6 en la hora del te de las mujeres. A Navier le encantaba el aire que salía de la ventana, especialmente con el te reconfortante de la duquesa Eliza, con el aire golpeando su pálida piel, por lo que asumía que incluso Reina estaba siendo rechazada por la emperatriz solo por estas cuestiones.

La albina también se encargaba de sembrar sospechas en la emperatriz, muchas veces quiso hablar con el en presencia se la mujer y el ya no podía disimular la irritabilidad que Rashta le provocaba, por lo que le respondía mal. Lejos de ayudarle esto, le perjudicaba.

Ahora incluso ya no quería salir de su habitación, pero no quería estar adentro pues sabia que Rashta iría algunas veces a verlo para alimentar los chismes de la gente. Aunque su estómago aún no se notaba, no tardaría en hacerlo y el que la vieran entrando a su habitación facilitarían toda clase de rumores.

Una de tantas noches, finalmente no pudo escapar. Había estado en el escritorio de su habitación, donde tenis varias plumas y una pila de hojas; en estas tenían documentos que el tenía que revisar, ya que aunque estuviera lejos del castillo el sabia que no podía dejarle todas las responsabilidades a Krista, aunque el correo a distancia era un poco más dificultoso.
Había dejado pasar mucho papeleo debido a que había estado tratando inútilmente de llamar la atención de la mujer de rubios cabellos (obviamente sin éxito alguno) pero recientemente con las cartas respecto a la enfermedad de su hermano y el como se estaba poniendo más grave cada día, sabia que no podía seguir evadiendo sus responsabilidades. También estaba el hecho de que tendría que partir de aquel lugar cuanto antes para regresar a su reino.

Y eso era lo que más le entristecia.

Unos golpes bastante fuertes en la puerta lo sustrajeron por unos cuantos segundos. Eran de una mano más grande y pesada, por lo que no le resultó problema; no se levantó, pero indicó que pasarán.
No espero mucho para que los zapatos negros y la mirada de ojos azules con cabello del mismo color lo fulminaran, por lo que tenía previsto que habría una pelea.

Mackenna entro echo una furia de color azul, mientras sostenía el sobre de una carta que tenía el símbolo real de su reino. Tal como esperaba, Heinley ya tenía unas ojeras prominentes y una sonrisa de ingenuidad como si no supiera la razón de su entrada.
No sólo estaba furioso porque Heinley hiciera caso omiso a las cartas, sino porque no había comido nada en todo el día y eso era perjudicial para su salud.

Puso el sobre, en la cara del joven rubio esperando a que el la tomara, pero el joven negó con la cabeza y señaló con esta misma que la pusieran al lado de los demás documentos. Mackenna observó en el pequeño cesto que había muchas cartas recientemente dadas, tiradas a la basura como si no tuvieran relevancia. Estuvo demás decir que se puso furioso.

La nueva Rashta (la emperatriz divorciada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora