3. Nueva oportunidad

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No tenía nada que perder, ya estaba cansada y tenía muchos nervios. Suspiro, para luego mirar al señor Pix quien esperaba pacientemente a que hiciera algún gesto.

-Estoy lista. -La albina lo veía de manera decidida  y el asintió con la cabeza y con una sonrisa plasmada en su rostro, quizá para aliviarla del peligro que corrían una vez que intentaran escapar.

No había marcha atrás.

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Las cosas en el imperio del Oriente parecían ir muy bien.

Tenían a una de las mejores emperatrices, quien aparte de ser lista, astuta y tenía la apariencia de una mujer que podría mover cielo, mar y tierra por su imperio si fuera necesario. Y no estaban equivocados.
Si pudieran decirlo, dirían que era una de las mejores emperatrices que habían existido en aquel imperio, tal vez la mejor.

Todos adoraban a aquella emperatriz, quien había echo un millón de cosas por su pueblo, haciéndolo mantenerse y hasta tener mucho más poder del que habían tenido antes;  el reino parecía estar en sus mejores años desde su llegada.
Definitivamente era la emperatriz perfecta.

Bueno.

Al menos para el pueblo.

El emperador paseaba como siempre por el mismo lugar, observando atentamente cada mínimo detalle. El bosque, repleto de trampas para atrapar animales. Era el tipo hobbie del joven emperador. Siempre le relajaba aquel juego, regresando al palacio donde tenía que soportar el papeleo, documentos, trabajos que hacer; eran cosas que parecían no tener un final, y el estaba bastante cansado.
En definitiva, diría que era uno de los pocos pasatiempos a los que podía acceder sin dejar de lado las necesidades de su reino.
Después de todo, no podía considerar que el estar con su esposa fuera precisamente algo agradable.

Ellos se conocían desde niños, y la emperatriz había estado preparándose desde pequeña, convirtiéndose en la emperatriz que era en ese momento. De niños, solían estar bastante unidos. Todos los veian como una joven pareja de enamorados y ambos pasaban sus tardes juntos riendo, jugando y diciendo todo lo que harían y todo lo que lograrían una vez que fueran emperadores.
A pesar de ser una emperatriz excelente, había algo en lo que fallaba una y otra vez sin siquiera darse cuenta de ello.

Ser una buena esposa.

Siempre estaba enfocada en el trabajo que una emperatriz conllevaba, más nunca parecía estar del todo feliz con la vida de matrimonio que llevaban pese a todas las joyas que el emperador le llevaba y los objetos más caros, las telas más finas, la ropa más costosa que el emperador le podía llevar, para ella parecían ser poca cosa.
Aunque los regalos no habían cesado, el emperador Sovieshu ya había perdido las esperanzas de un día poder hacer feliz a la emperatriz Navier. No importaba cuanto se esforzará para ayudarla, no importaba cuantos regalos le pudiera ofrecer. Para la emperatriz, esas eran joyas insignificantes, sin valor alguno.
El habría pensado que era obvio, desde pequeña había obtenido cualquier cosa, cualquier joya, cualquier posesión que ella quisiese.

Hasta empezó a creer que no le desagradan las joyas, sino el.

Su estado de ánimo decayó en ese instante al ponerse a pensar en aquello. No era como que no lo hubiera pensado tiempo atrás, pero eso no significaba que doliera menos.
Borro sus pensamientos, para dirigirse al lugar en cuestión. Estaría yendo al bosque de nuevo para ver si había algún animal que hubiera caído en su trampa. El trabajo de ese día había sido largo, no tuvo descanso desde ese momento por lo que le pareció que sería buena idea distraerse un poco.

Más su sorpresa fue al ver a una persona en ese inmenso bosque. Y no solo eso, sino que parecía estar tirada como si de un día de campo se tratase; no tardó en darse cuenta que su rostro estaba lejos de demostrar felicidad, pues su mirada estaba horrorizada, parecía estar llorando y no tardó en darse cuenta del porque. Entre más se acercaba, su vista enfocaba a la chica en cuestión.

La nueva Rashta (la emperatriz divorciada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora