34. Llegada al Reino. (borrador).

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El camino había sido en completo silencio por parte de Kosair (que de ser por el, habría sido así por todo el viaje) pero las constantes risas de Rashta y Ergy eran el sonido en todo el vehículo (aparte del sonido de las pisadas de los dos caballos, donde sus pezuñas tocaban el suelo y hacían un ruido chocante en este, especialmente cuando algunas piedras se cruzaban por el camino del carruaje).

Querían llegar lo más pronto posible, ya que aún con el cuidado de Kosair, solo se trataba de una persona y dudaba que pudiera hacer mucho por la protección del duque y de Rashta si varios bandidos se presentaban ante ellos. No dudaba que Ergy fuera tan débil, pero era evidente que ni el ni Heinley habían entrado nunca al campo de batalla, normalmente asumiría que ambos hombres eran más de inteligencia que de brutalidad... O al menos mientras se tratara de Ergy, quien parecía tener cada parte de su cuerpo tallado de forma delicada y hasta podría notar a lo lejos lo suaves y tersas que eran sus manos las cuales casi siempre estaban llenas de anillos dándoles un enfoque seductor y a la vez, delicado y claro que demostrando su buen estatus social y su buena posición económica.
Kosair se preguntaba si el algún día podría verse igual de refinado que el, igual de caballero de lo que el se demostraba. Su característica principal era la rudeza y esta no se podía pasar desapercibida tratándose de el; al menos, quería probar un día que se trataba más que de una máquina de guerra y sangre.

Incluso, quería demostrarle a su familia que el era alguien de confiar y que no volvería a causar problemas. Quería una única oportunidad para poder demostrarlo, pero ahora, estando tan lejos de casa y pasar dos años con esa mujer le hacían preguntarse si eso podría hacerse realidad. Era un sueño que cada vez veía más lejano.

-Bueno, estamos muy cerca de llegar. En seguida regresó, tengo algunos asuntos que hablar con el cochero y los caballos deben descansar. Hasta entonces, por favor quédense juntos en caso de que allá problemas y no te preocupes por mi, joven Kosair, tu prioridad siempre es Lady Rashta. Es nuestra prioridad.

A Kosair le daban náuseas de solo pensar en eso, pero se contuvo y asintió.

Ergy se fue junto al hombre y los tres hombres soltaron a los pobres caballos quienes se veían cansados. Luego de eso, tomaron los lazos de color dorado con las cuales habian atado a los animales y los cuales usualmente sostenían a estos y amarraron a los dos caballos hacia los árboles que estaban al costado de donde habían dejado el carruaje.
Ergy se fue con el hombre de cabello canoso y ojos tan pequeños que parecían cerrados, y Rashta y Kosair tendrían que quedarse al lado de los caballos para evitar que se los llevaran y para evitar que Rashta fuera vista en caso de haber problemas.

La joven albina salió del carruaje, hacia bastante frío y no habría manera de poder calmarlo. Para mala suerte de todos, debido a los síntomas del embarazo de Rashta habían tenido que detenerse algunas veces o organizar algunos mini-almuerzos debido al hambre que el embarazo le hacía sentir.
Dado estos casos, eran por estas razones por las que el viaje había tardado más de lo planeado, pero afortunadamente no quedaría mucho para llegar al palacio de Occidente.

Asumía que esta seria su última parada, ya que no querían llegar tan tarde para no ser tan descortés o para no interrumpir al príncipe con sus labores.
Rashta sabia que el fallecimiento de su hermano había pasado hasta hace muy poco, se sentía un poco mal por ahora tener que hacerlo pasar un momento incómodo con ella a su lado en un momento tan doloroso como la muerte de su hermano. Ergy le había contado que no habían sido cercanos, pero que aún así sería evidente que a Heinley le doliera la partida de su hermano mayor.
No sabia como podría hacerlo, pero quería demostrarle a Heinley que, a pesar de no ser las mejores condiciones, el podría confiar en ella.

Y luego, se reía por el pensamiento tan infantil. Era casi imposible que Heinley confiara en ella, le había dicho muchas veces que ella no sería una persona de confiar para el; dudaba mucho que si ella hacía algo, el se lo aplaudiera o dejara de verla como si fuera su enemiga. Aveces sentía que dormiría con su principal enemigo en la misma cama. Y eso si el siquiera se atrevía a tocarla, pues sabía que tanto la reina como el rey de Occidente compartían una habitación y otra era para ellos solos, casi tan parecido como los emperadores de Oriente.

La nueva Rashta (la emperatriz divorciada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora