Volvió a mirar el cuaderno que continuaba sobre el escritorio desde la noche de su llegada. No sabía por qué, pero le provocaba un intenso hormigueo saber que allí, bajo las cubiertas azules, estaban las decenas de páginas que había llenado pensando en Camila. Golpeó con la yema de los dedos el conjunto de hojas encuadernadas mientras la recordaba, delicada y misteriosa, caminando junto al lago, y cerró los ojos durante unos segundos. Sin duda alguna, le gustaba la extraña sensación, pensó, y tras un profundo suspiro, sacudió la cabeza y tomó las llaves del coche.
Condujo su Chevrolet plateado hacia el edificio de redacción del Daily News. Esa mañana, Ally estaba ocupada reuniéndose con las esposas de algunos políticos con las que pretendía organizar una cena para recaudar fondos; esta vez para los huérfanos del último terremoto en Indonesia. «Defensora de los desheredados de la tierra», solía llamarla su padre. Pero a Lauren le gustaba que dedicara tanto esfuerzo a ayudar a los débiles sin esperar recibir nada a cambio. No era fácil encontrar a alguien como ella en su entorno social y se sentía orgullosa de que en pocos meses fuera a convertirse en su esposa.
Dejó el coche en el parking y, antes de subir a la oficina, compró un expreso en el Gourmet del Café Teresa's: no le gustaba el café de máquina que preparaba Michelle, la regordeta secretaria de Harry. Durante un tiempo, había aceptado el sucio brebaje para no herirla, pero hacía mucho que había dejado de disimular. A cambio, y para compensarla, contribuía a subirle el ego expresándole siempre lo hermosa que estaba.
No llegó a decirle nada esa vez y tampoco a notar la expresión fingidamente ofendida con la que ella miró el vaso térmico de polietileno. Desde el despacho cerrado les llegaban unos iracundos gritos femeninos y el tono apaciguador del bueno de Harry.
-Tal vez debería irme y volver en otro momento, ¿no crees, preciosa? - murmuró en tono bajo.
Pero la puerta se abrió con brusquedad y la mujer salió, hecha una furia y amenazando con que pondría una demanda que iba a hacer tambalear al rotativo. Pasó a su lado sin mirarlo, golpeándole el brazo con su hombro. Milagrosamente, Lauren alcanzó a sujetar la tapa cuando comenzaba a derramarse el café.
-¡Ahí tiene a la responsable! -dijo Harry, que salía tras ella con aspecto relajado a pesar de todo.
La mujer se detuvo, se volvió y miró con atención a quien acababa de rebasar, comparándolo con la pequeña fotografía de la solapa de sus libros. Reconoció el largo cabello negro, recogido en una coleta, que le daba un punto bohemio sin restarle lo que hasta entonces le había parecido elegancia natural y que ahora juzgaba estúpido orgullo congénito.
-¿Lauren Jauregui? -preguntó, recelosa, conteniendo a duras penas su ira.
Los ojos de Lauren brillaron divertidos. Dejó el vaso sobre la mesa de Michelle, que le ofreció un kleenex con el que se limpió con calma los dedos.
-Keana Issartel. -Inclinó la cabeza con formalidad y le tendió la mano, ya seca-. Es un placer.
-¡Y un cuerno, es un placer! -gritó ella agitando el periódico-. ¿Cómo se ha atrevido a escribir esta basura sobre mí?
-Yo no lo llamaría basura, señorita Issartel. Está muy claro que es una opinión personal.
-No le voy a decir por dónde se puede ir metiendo sus opiniones personales, porque seguro que lo sabe -exclamó con rabia-: se lo han debido de explicar cientos de veces. Pero le exijo una rectificación en su columna de mañana, señorita Jauregui.
-Repito que es una opinión. Únicamente podría rectificar si esa opinión cambiara y hasta el momento no lo ha hecho.
-Y su complejo de superioridad no le permitirá hacerlo, ¿verdad?
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Donde Siempre es Otoño (Camren)
Fiksi PenggemarAún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera...