La ciudad de Washington amaneció bajo un cielo despejado y una suave brisa con olor a septiembre. Camila extendió los brazos y respiró hondo al salir a la terraza y, junto al aroma a flores, le llegó también el del café recién hecho y el del pan tostado.
Se acercó a la mesa, donde Stephen la aguardaba leyendo el periódico, y se sentó a su izquierda.
—¿Preparado para otra larga y dura jornada? —preguntó, al tiempo que él doblaba el periódico y lo dejaba sobre el mantel.
—Será agradable. Estoy ansioso por leer ese discurso, aunque no tengo ninguna duda de que colmará mis expectativas.
—Tal vez deberías haberle citado en el despacho oficial.
—Ella prefirió que trabajáramos en casa y puede que tenga razón y nos venga bien hacer esto en un ambiente familiar y distendido.
Camila desplegó con lentitud la servilleta, dándose tiempo para pensar.
Descubrir que era Lauren quien había pedido que se vieran en casa la inquietó.
—Llamaré a alguna amiga y pasaré el día fuera para no molestaros.
—No. No, pequeña, no —se apresuró a decir Stephen—. Todo lo contrario. Si tú estás de acuerdo, me encantaría que hicieras de maravillosa anfitriona. Es la primera vez que viene a casa y quiero que le causemos buena impresión. Ya sabes que persigo tenerla en mi equipo.
—¿Y utilizarás cualquier cosa para convencerla? —preguntó, fingiendo bromear.
—Sabes que acostumbro a conseguir lo que quiero. —Sonrió, seguro de que volvería a lograrlo esa vez.
—Seré una perfecta anfitriona si eso puede ayudarte —prometió, mientras con aire ausente extendía mantequilla sobre una rebanada de pan blanco.
—Gracias, pequeña mía. No esperaba menos de ti. —Durante unos segundos, le acarició la mano sobre la mesa. Después, tomó con los dedos una tostada cubierta de mermelada y le dio un mordisco—. Keana también estará por aquí, por si necesitamos datos o cualquier cosa que incluir en el discurso.
Cuantas más personas hubiera, menos oportunidades de encontrarse a solas con Lauren tendría, pensó, segura de que eso era lo que quería y segura también de que eso no era lo que su alma necesitaba.
—¿Compartirá con vosotros el despacho?
—No quiero interferencias —dijo Stephen—. Voy a ordenar que le preparen una zona en el salón azul, con un ordenador y todo lo que pueda necesitar para hacer su trabajo y conseguir cualquier dato que yo le pida. Por cierto —dijo, reprimiendo una sonrisa—, me ha dicho algo de que el día amenaza lluvia. Si la predicción se cumple, te ruego que no salgas al jardín a empaparte. No me gustaría que Jauregui pensara que somos una pareja de locos inconscientes.
Se recordó calada hasta los huesos junto al edificio del acuario, en Baltimore, y a Lauren pegada a su espalda, tan mojada como ella, rozándole el cuello con los labios húmedos y atándola por la cintura con sus brazos. Si entonces no pensó que era una chiflada de la que debía apartarse, ya no lo pensaría nunca.
—Tú siempre calculándolo todo —bromeó, para apaciguarse la emoción—. Yo me ocuparé de huir del influjo que provoca en mí la lluvia y tú cuida de que el discurso sea tan bueno como esperas. —Sujetó entre las manos la taza de café y se la acercó a los labios—. Aunque estoy segura de que lo será.
Estaba segura, sí, y no por el hecho de haber leído sus novelas, como daba por hecho Stephen. Estaba segura porque conocía la sensibilidad y a la vez la pasión que Lauren derrochaba en todo lo que hacía, incluso cuando su única intención fuera seducir a una de las muchas mujeres a las que abandonaba después.
ESTÁS LEYENDO
Donde Siempre es Otoño (Camren)
FanfictionAún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera...