Despertó con un extraño sentimiento de desprotección, no sabía de qué; con una incómoda punzada de culpa, y se mantuvo inmóvil, con los ojos cerrados tratando de identificar qué le provocaba esas abrumadoras emociones. Inspiró hondo y, de pronto, sintió que la invadía el suave y sensual olor a atardecer de Camila.
Camila...
Un oleaje de sensaciones la sacudió por dentro al recordar que la tenía al lado, descansando de la agitada noche que habían compartido. Abrió los ojos despacio. Comenzaba a amanecer y la débil luz de la mañana se colaba con libertad por la ventana en la que estaban descorridas las cortinas, cruzaba el pequeño salón de estar y alcanzaba el dormitorio. Le costó volverse a mirarla. Pre sentía que, de alguna forma, ella era la causa de su inexplicable malestar y eso no concordaba con nada que hubiera sentido tras una noche con cualquiera de sus conquistas. Por eso se tomó tiempo apresando aire, disponiéndose a mirarla y descubrir qué era lo que la estaba inquietando. Pero al volverse para mirar su hermoso rostro o su negro cabello revuelto, encontró la almohada vacía con la leve huella de su ausencia. Extendió el brazo y comprobó con decepción que las sábanas estaban frías.
Se incorporó y miró alrededor, buscando las ropas que las dos habían ido dejando caer al suelo. Localizó las suyas, iluminadas por los tenues jirones de luz, pero ni el más leve rastro de las de ella.
Saltó de la cama, se puso con rapidez los pantalones y se dirigió al cuarto de baño. Después, al pequeño recibidor, independiente de la suite, donde se enfrentó a la certeza de que estaba sola.
Regresó a la alcoba y se detuvo al notar bajo los pies descalzos su camisa blanca. Cerró los ojos y volvió a sentir los dedos de Camila, nerviosos e imprecisos, soltando cada botón, apartando la tela y abriendo espacio para que sus labios le rozaran los pechos con suavidad.
Resopló con lentitud, ebria de nuevo por el placer que sus vehementes caricias le habían provocado. Le temblaban las manos. Recogió la camisa y se acercó a la ventana esperando que la embriagadora sensación desapareciera. Desde esa cuarta planta se abarcaba al completo el puerto interior de la ciudad, con sus lujosos yates atracados en los muelles. El barco-faro Chesapeake y el impresionante guardacostas Cutter Taney se preparaban para ser invadidos por bulliciosos visitantes.
Pero de nada le servía el lugar hacia el que orientara los ojos o al que tratara de prestar atención. Sus manos seguían temblando sobre la camisa, recordándole cómo habían vibrado hacía unas horas sobre la piel de Camila, incendiándola a su paso como a delicada seda rozada por la oscilante llama de una vela. «Ve despacio», le había rogado ella, con ojos encendidos de deseo, cuando Lauren ya había asumido que necesitaba tomarla poco a poco. Había recorrido su cuerpo con lentitud, sin ninguna prisa, como lo hubiera hecho de haber dispuesto de toda una vida para descubrirla. Y ella le había respondido con la más apasionada entrega, con la más dulce que recordara haber recibido nunca.
Soltó la camisa y unió las manos fuertemente tras la nuca en un gesto de impotencia. Bajó la cabeza y se preguntó por qué las consecuencias del exceso de una noche la golpeaban como la resaca de una gran borrachera; por qué le dolía el recuerdo; por qué le dolía cada surco que las caricias de ella le habían dejado en la piel.
Había desplegado sus mejores armas para seducirla y ahora tenía la amarga sensación de que la seducida había sido ella misma, de que la abandonada estaba siendo ella, de que quien deseaba que la aventura no hubiera terminado aún era, por primera vez en su vida, ella.
...............
Anochecía cuando abandonó Phone Books, en pleno centro de Baltimore. Había sido una tarde agitada, con lectoras emocionadas y activas que suspiraban mientras les escribía la dedicatoria. Una firma de libros de las que denominaba «divertidas e imprevisibles» y que solían inflamarle ese ego que no le flaqueaba nunca. Pero esa vez no había disfrutado. Lo ocurrido con Camila y su raro estado de ánimo le invadieron hasta la última partícula del pensamiento.
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Donde Siempre es Otoño (Camren)
FanficAún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera...