11- Sí, Quiero

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La casa de Dinah y Normani, un segundo piso de renta antigua en el 68 de Morningside Avenue, era amplia y llena de luz. No podía ser de otro modo en un barrio cuyo nombre tenía ese precioso significado, solía bromear la chica polinesia. Pero siempre ocultaba que se había vuelto loca buscando un piso en ese lugar como regalo especial para su amada Mani.

—¿Quieres despertar conmigo cada uno de los días de tu vida, en una preciosa casa que está «al lado de la mañana»? —le había preguntado, hacía dos años, hincando una rodilla en el suelo de granito del restaurante Lincoln, junto a la gigantesca pared acristalada.

Normani se había emocionado al oírla, pero no había entendido el verdadero significado hasta que la llevó a ver el piso y descubrió en la señalización de la calle la palabra Morningside. Y después de los años seguían despertando juntas y abrazadas «al lado de la mañana», siempre que Dinah no estaba haciendo fotografías a cientos, a veces a miles de kilómetros de Manhattan.

—Creo que está perfecto —dijo Lauren, sentado junto a Dinah, las dos ante el ordenador, revisando la forma definitiva con la que, en unas semanas, sería publicado el libro de imágenes—. Has elegido bien las fotos. No sabría decirte cuál resulta más impresionante.

—¿Te gustan las del senador? —preguntó, retrocediendo algunas páginas hasta dar con una en la que el político, con los brazos alzados, era aclamado por una multitud que portaba letreros rojos y azules con el lema «vota Thompson».

—Es buena —respondió, apreciando la emoción que reflejaba la instantánea—.

Todas tus fotos de mítines tienen algo especial.

—Aún recuerdo ése, en Alabama. Allí, el senador se dio un baño de masas. Creo que fue donde realmente comenzó a creer que podría resultar vencedor en las primarias.

—Tiene carisma.

—Tiene mucho más que carisma. No imaginas la legión de mujeres de todas las

edades que lo siguen. He visto jovencitas espectaculares haciendo de todo por llegar a él al finalizar cada acto.

—¿Y alguna lo consigue? —preguntó riendo.

—Bueno —sacudió la cabeza—. Eso nunca se sabe. Suponiendo, y es mucho suponer, que disfrute de esas bellezas, lo hará con la suficiente discreción como para que nadie llegue a descubrirlo nunca. —Retrocedió otra página y apareció un primer plano del senador—. ¿Cuántos años dirías que tiene?

—Andará sobre los cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco.

—Parece bastante más joven.

—La buena vida —opinó Lauren.

—¿Buena vida con el estrés que debe de provocar la política? Ni loca me cambiaría por él.

—Eso a lo que tú llamas estrés, él lo considera normalidad. Está acostumbrado. Viene de familia de políticos, todos muy reconocidos. Su abuelo fue congresista y alcalde de su ciudad natal, y su padre embajador en Gran Bretaña. Él fue senador por el estado de Virginia en cuanto cumplió la edad mínima de treinta años. Y, si todo le va bien, se convertirá en el segundo presidente más joven de la historia, por detrás de John Fitzgerald Kennedy.

—Y le arrebatará a Obama ese honor, dejándolo en tercer lugar —les sorprendió la armoniosa voz de Normani a sus espaldas. Dejó sobre la mesa dos botellines de cerveza fría recubiertos de delicadas gotas de agua helada—. Y no creo que se beneficie a sus votantes —murmuró, con el rostro junto al de su esposa—. Está casado y un hombre casado que ama a su esposa no se beneficia a nadie.

Dinah aprovechó su cercanía para ceñirla por la cintura y estamparle un apasionado beso en la boca.

—¿Desde cuándo entiendes tú de política? —preguntó en tono divertido.

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora