La voz de su esposa tarareando una canción lenta mientras se empolvaba los pómulos en el cuarto de baño la irritaba y trató de calmarse perdiéndose en el tranquilo océano azul que se divisaba desde su habitación, en la mansión de Los Hamptons. Sus suegros, Jerry y Patricia, llevaban una eternidad abajo, en el salón principal, recibiendo a los invitados. Invitados que habían pagado por el honor de cenar con el candidato demócrata y su esposa con una generosa contribución, la máxima permitida por la ley, a la campaña.
Ally y ella mismo deberían estar allí, cumpliendo con sus deberes.
Evitó volver a decirle que se apresurara. Lo había hecho ya varias veces y en todas había recibido idéntica respuesta: «Sólo un segundo, cariño.» Pero los segundos se habían alargado hasta convertirse en casi una hora. Según ella, nada pasaría mientras llegaran a tiempo de recibir a los verdaderos protagonistas de la noche. Y, cada pocos minutos, Lauren oteaba el cielo esperando ver aparecer la avioneta privada de su suegro, que aterrizaría en la pista de tierra, pero no para avisar a Ally de que el tiempo se había acabado, sino para aguzar la mirada y ver a Camila descender por la escalerilla.
Se soltó el segundo botón de la camisa. Se ahogaba. Las ganas y el miedo de verla; las medidas de seguridad, mayores y más espectaculares de lo que había previsto, le estrechaban la tráquea y le encogían los pulmones. Se sentía como si se estuviera tejiendo una trampa a su alrededor de la que no podría escapar aunque quisiera, pues el cebo utilizado la atraía demasiado.
Cogió aire, deseando estar enganchada en ese momento al mismo insano vicio que dominaba a su amiga Dinah y poder inspirar el humo de un cigarro para calmar su ansiedad. Sonrió, como si se burlara de sí misma, al recordar lo que la habían estimulado siempre las situaciones comprometidas, el sexo prohibido; cómo le había bombeado el corazón al poseer con urgencia a una mujer en un ascensor parado entre dos plantas, con el excitante temor de que alguien lo pusiera en marcha y se abrieran las puertas antes de que ellas hubieran acabado. Y todo eso, ahora, mientras observaba desde la ventana el despliegue de seguridad que se proponía burlar para ver a Camila a solas, le parecía un estúpido juego de niños.
Lo que no sabía si acabaría pareciéndole un juego o no era la sospecha de corrupción que pendía sobre Stephen. No dejaba de pensar que, de ser cierta, y además demostrable, su popularidad, siempre en alza, daría un inesperado vuelco.
—¿Cómo estoy? —preguntó Ally a su espalda, y Lauren se volvió con el absurdo temor de que su cara reflejara sus pensamientos.
Estaba hermosa. A pesar de que ya no se le calentaba la sangre cada vez que la veía, ni siquiera cuando la tocaba, la encontró hermosa, y supo que a los asistentes masculinos a la cena les costaría apartar los ojos de ella. El escote en «V» de su vestido sin mangas terminaba en el sensual nacimiento de sus generosos senos, donde un legítimo diamante pendía de una casi invisible cadena de oro blanco. La tela, que marcaba sus perfectas formas como si la llevara pegada a la piel, cogía volumen a partir de las caderas. La miró girar sobre sí misma con precisión y gracia, y el vuelo de la falda, de un espectacular rojo burdeos, se desplegó, alzándose por encima de sus tobillos.
—Estás preciosa —dijo con sinceridad.
—¿Cuánto de preciosa? —preguntó acercándose.
—Como para enloquecer a todo el cuerpo de marines.
—¿Y a ti? —insistió con sensualidad, cerrándole el botón de la camisa y acomodándole el cuello.
—Y a mí, por supuesto —mintió una vez más.
Y cuando Ally trató de besarla, la detuvo colocándole un dedo sobre los labios.
—Ya no queda tiempo para que te retoques el maquillaje. —Ally bufó con gracia y ella aún fue capaz de sonreír mientras la tomaba por la cintura para sacarla del dormitorio.
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Donde Siempre es Otoño (Camren)
FanfictionAún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera...