49- Donde Siempre Es Otoño (Final)

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A media mañana y tras despedirse de Dinah con un emocionado abrazo, Lauren inició el regreso a casa. Tan sólo tres cuartos de hora separaban la ciudad de uno de los lugares más hermosos que conocía; especialmente en otoño.

En el último tramo, en cuanto enfiló la estrecha carretera que conducía al lago, bajó el cristal de la ventanilla. La relajaba sentir en el rostro la brisa con olor a humedad, a musgo, a hojas secas y a nostalgias de ese precioso entorno. Pensaba que, si en verdad existía un paraíso, tenía que parecerse mucho a Crystal Lake.

El viento, más frío de lo normal para ese mediados de noviembre, sopló hacia el interior del coche llevando en sus alas nuevos y dolorosos recuerdos. Volvió a sentir la angustia de la espera junto a Stephen, cuando el doctor Carlson salió a informarles de que la situación era extrema, que no conseguían estabilizarla. Les había ofrecido una sala más cómoda, pero los dos quisieron mantenerse lo más cerca posible del lugar donde Camila luchaba por su vida.

Con el alma aterida por los recuerdos, detuvo el coche bajo el techado de madera adosado a uno de los costados de la casa y caminó hasta el porche, escuchando el crujir de las hojas bajo sus pies. Continuaba fascinándole ese sonido que, en cada nueva pisada, se revelaba diferente. Un aire casi gélido le azotaba el rostro y le enredaba los cabellos; el mismo que había llenado el porche de hojas amarillas y cobrizas y mecía el balancín. Se sentó en él y dejó vagar la mirada por las ramas de los arces y las hayas. Su corazón y su mente siguieron ahondando en los recuerdos de aquella noche en la que aguardó al lado del senador, abrumados ambos por la angustia, la impotencia, la desolación. Casi de madrugada, y tras cinco horas de dramática espera, una enfermera les comunicó que nada había cambiado y que se prepararan para lo peor.

Las piernas le habían flaqueado. Buscó apoyo junto a la puerta por la que desapareció la enfermera y, con la frente contra la pared, se dejó vencer por lágrimas silenciosas que poco a poco se le fueron convirtiendo en llanto desconsolado. Se detuvo al sentir en el hombro la suave presión de una mano amiga. Y al volverse se encontró con el rostro doliente y a la vez sereno de Stephen. Entonces, olvidando los viejos recelos, se fundieron en un intenso y doloroso abrazo. A partir de ese instante, hablaron y padecieron juntos, compartieron temores y anhelos en la noche más larga de sus vidas, sufriendo por la misma hermosa mujer y bebiendo un amargo café de máquina en vasos de plástico.

Habían pasado tres años desde aquel duro otoño y el bellísimo espectáculo volvía a lucir en todo su esplendor. El bosque ardía en colores, el viento convertía las hojas en mariposas que revoloteaban haciendo giros antes de caer con suavidad al suelo. El verdor de la hierba se hallaba oculto bajo una gruesa capa de hojas con color a vida que antes, en su último aliento, habían brindado un hermoso y agonizante vuelo. Y Lauren inspiró despacio para atrapar esos olores a añoranzas y serenar su espíritu antes de entrar en la casa.

Avanzó por el pasillo en media penumbra y alcanzó la cocina, en la que la suave claridad se filtraba a través de las cortinas. Sobre la mesa, junto a la correspondencia sin abrir, dejó las llaves del coche y la novela. En la portada, unos bellísimos ojos marrones sonreían desde un cielo sin nubes, y en unas delicadas letras doradas se leía el título: Donde siempre es otoño.

Observó el libro unos instantes y dibujó con los dedos cada uno de los dulces iris chocolate que siempre serían su luz. Suspiró al pensar que eso era lo que le había enredado el alma en recuerdos durante toda la mañana. Ni un momento se había separado de la novela y ésta tenía impregnada en sus últimas páginas todas las lágrimas y el sufrimiento de aquellas horas eternas. Acarició esos ojos una última vez y, con otro hondo suspiro, se dirigió despacio al pequeño saloncito del mirador semicircular.

La puerta estaba entornada y, nada más entrar, la recibió el esplendor del incendiado bosque de hayas, que parecía querer atravesar los cristales para inundar el cuarto.

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora