La tarde en que esperaban la visita de Stephen, un sonido ensordecedor las hizo salir al porche justo en el momento en que un impresionante helicóptero plateado se posaba majestuoso sobre la hierba. Cuando las aspas dejaron de girar y se abrieron las puertas, descendieron los tres guardaespaldas que Lauren conocía bien. Y pudo constatar que verlos ya no le retorcía las entrañas. Un segundo después, hizo su aparición el senador, con su porte distinguido y su luminosa sonrisa de triunfador a pesar de haber perdido su gran sueño y de haberla perdido a ella.
Lauren miró a Camila, hermosa y radiante, a su lado, y se sintió la más afortunada de las mujeres.
—Ve a recibirle —le dijo, tras apretarla un instante contra sí—. Sé que lo estás deseando.
Ella le estampó un beso en los labios y echó a correr cuanto pudo, aunque menos de lo que lo hizo Stephen. Éste devoró en un momento la distancia que los separaba y, tomándola por la cintura, la alzó del suelo y la estrechó con fuerza. La emoción le cortó el aliento y le sacudió el alma al tenerla de nuevo entre sus brazos. Hundió el rostro en su pelo para aspirar, una vez más, el familiar olor con el que había vivido y que tanto echaba de menos.
—¡No imaginas cuánto te he extrañado, mi pequeña!
La misma emoción invadía a Camila, que se aferraba a su cuello sin ninguna intención de soltarlo. Él había sido su amor, su vida y, en los últimos años, su compañía y su refugio. Le gustaba sentirlo, olerlo y llenarse de la paz y la seguridad que le infundía. Tenían mucho que abrazarse, mirarse, sentirse, pero, sobre todo, tenían muchas cosas que contarse. Todas ellas se les fueron enredando en el corazón y en los ojos, con los que no dejaban de recorrerse, observando cada uno de los pequeños cambios. Los apacibles y grises ojos de Stephen estaban húmedos, a punto de desbordársele las lágrimas.
—¿Mi grandullón va a llorar de emoción? —rió ella, mientras contenía su propio mar.
Él sonrió y la dejó de nuevo en el suelo, pero continuó abrazándola.
—No quisiera. No estamos solos —le dijo en un susurrado tono confidencial.
Aquél era su Stephen: el tierno, el sencillo, el que lloraba de emoción; el que, en la intimidad, desnudaba su alma sin complejos. Ella había tenido la suerte de conocerlo. El resto del mundo se quedaba en la superficie. Conocían al político duro e influyente, al autosuficiente y seguro de sí mismo, al que no habían visto flaquear ni derramar una lágrima ni siquiera durante su dura caída. Sólo ella sabía separar el puro marketing del hombre real.
Finalmente, el encuentro entre Lauren y Stephen se redujo a un saludo amable, a la pregunta obligada de cómo iba todo y a una breve y reticente respuesta para afirmar que «todo» marchaba a la perfección.
Lauren, con una disculpa cortés, evitó entrar en la casa. Entendió que era el momento de ellos dos y que necesitarían intimidad para hablar de sus cosas, pasadas, presentes y, por qué no, probablemente también futuras.
Pero, a pesar de todos sus razonamientos, necesitó alejarse para airear, caminando entre arces y hayas, la incomodidad que le provocaba dejarla a solas con él.
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—Me engañas por teléfono —le reprochó Stephen cariñosamente mientras Camila le servía otro café—. Estás más delgada de lo que me haces creer cuando no puedo verte. ¿La escritora no se ocupa de que te alimentes bien?
—Lo hace —aseguró ella—. Pero tú sabes cómo es esto. Lo pasamos, o más bien lo padecimos juntos la primera vez.
—Era más fácil cuando te tenía a mi lado. Al menos, entonces podía asegurarme de que comieras, de que...
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Donde Siempre es Otoño (Camren)
FanfictionAún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera...