29- Como Cuando Nos Conocimos

233 21 4
                                    

Stephen, con el hombro apoyado en el marco de la puerta del dormitorio, contempló con preocupación los esfuerzos de su esposa por mantenerse ocupada.

—Pues no lo entiendo —dijo mientras la veía sacar prendas de la maleta y doblarlas con cuidado sobre la cama.

—No hay nada que entender —respondió ella, volviéndose hacia la cómoda para colocar con orden la ropa interior.

—¡Para de moverte, por Dios! —rogó Stephen con impaciencia—. Ya se ocupará el servicio de deshacer tu equipaje.

Camila dejó lo que estaba haciendo y lo miró al tiempo que respiraba con fuerza.

—¿Qué más quieres que te diga?

—La verdad —dijo una vez más—. ¿Por qué has interrumpido tan repentinamente tu descanso? Y no vuelvas a contarme que esta mañana, tras hablar conmigo por teléfono, has decidido regresar para terminar con las habladurías.

—Pero ¡es la verdad! Con todo lo que te ha costado llegar hasta aquí, no voy a permitir que un chismorreo lo estropee todo.

—Ven —le dijo, tomándola de la mano y tirando de ella tiernamente hacia él—. A estas alturas, ningún rumor malintencionado podría hacerme daño. —La ciñó por la cintura para tenerla más cerca—. Te lo he dicho esta mañana y juntos hemos tomado la decisión de hacer las cosas tal como las tenemos planeadas.

—No seré yo quien ponga en riesgo tu sueño. Tal vez estoy equivocada, pero...

—Sí, pequeña. Estás equivocada, lo estás si piensas que voy a creerte. Te conozco demasiado bien y sé que hay algún detalle que no me estás contando.

—¡¿Por qué crees saberlo siempre todo sobre mí?! —gritó alterada.

Él la abrazó, solícito, consciente de que esa desproporcionada y nerviosa reacción obedecía a algo profundo.

—Desahógate conmigo, pequeña —rogó, mientras le acariciaba la espalda—. Dime qué te pasa. —La tensión acumulada y el dolor contenido hicieron que Camila se deshiciera en sus amorosos brazos y rompiera a llorar—. ¿Qué pasa, cariño?

La preocupación lo consumió durante los largos minutos en los que ella, refugiada contra su pecho, lloró con desesperación y desconsuelo.

—He vuelto a verla; en el lago —contó, cuando el llanto le permitió hacerlo—. He vuelto a verla y ojalá no lo hubiera hecho.

Sus palabras inquietaron a Stephen, que llevaba tiempo pensando que ella había olvidado ya a aquella mujer a la que nunca nombraba. Recordó la forma, tal vez despiadada pensó ahora, en que la ayudó a romper con ella, y entonces su inquietud se convirtió en un mal presentimiento.

—Tranquila, pequeña —rogó, mientras la apretaba contra sí para hacerla sentir segura—. Cuéntame qué ha pasado, quién es ella.

Pero ella sólo le dio más llanto y más lágrimas.

Nunca le nombraría a Lauren. Cuando volvió de Baltimore y le contó la hermosa historia que había vivido, él no preguntó y ella bastante tuvo con llorar durante días enteros. Después, cuando Lauren Jauregui comenzó a ser uno de los nombres que él pronunciaba con admiración, ya fue demasiado tarde para hacerlo.

.................

El sol se ocultaba un día más en Crystal Lake. Lauren lo contemplaba desde el porche, sentada en el oscilante banco, con los pies apoyados con firmeza en el suelo de madera para evitar en lo posible el balanceo, y los antebrazos sobre las rodillas. Cada vez que pensaba que no podría sentirse más sola y perdida, algo ocurría que le demostraba que podía estarlo un poco más, que podía hundirse un poco más, que podía compadecerse un poco más.

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora