5- Manhattan

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La cafetería, en plena Madison Avenue, estaba repleta a esa hora de la mañana. De pie, junto a la barra, Lauren tomaba un café cargado mientras su fiel amiga Dinah introducía un extremo de su cruasán en el café con leche.

—Anoche no cené y hoy no me ha dado tiempo a desayunar.

—¿Demasiados días sin ver a Normani?

Media sonrisa iluminó el perfecto rostro de Dinah. Sus ojos marrones chispearon al recordar el especial recibimiento de su esposa.

—Hubo problemas en el aeropuerto de Memphis. Llegué muy tarde a casa, y aun así, Mani me esperaba despierta. Había preparado una cena muy especial, con mantel, flores, velas... pero yo preferí cenarla a ella. —Chasqueó los labios con satisfacción—. Y esta mañana me la he desayunado... —Mordió el trozo remojado del cruasán y guiñó un ojo—. Dos veces.

Lauren se echó a reír mientras su amiga daba un trago largo al café. Por fin se explicaba el aspecto con el que había aparecido. Su larga cabellera rubia mojada, como recién salida de la ducha, y revuelta como si no hubiera visto un peine en su vida; con aire cansado, profundas ojeras y, a pesar de todo, una sonrisa bobalicona dibujada en los labios.

Dejaban el establecimiento cuando Dinah se palpó el bolsillo de la chaqueta, echando en falta su inseparable paquete de cigarrillos. No podía prescindir de ellos. La mayor parte del tiempo le tranquilizaba el simple hecho de saber que los llevaba encima, aunque a veces fumaba uno tras otro sin ningún descanso. Se pasaba la vida diciendo que lo dejaría antes de que acabara matándole, pero mantenía su vicio tan arraigado que ella misma dudaba de que alguna vez llegara a abandonarlo.

Volvía a salir con el tabaco recién recuperado de la barra cuando, a través de la puerta acristalada, entrevió que Lauren hablaba en la acera con una morena espectacular que se la estaba comiendo con los ojos.

—¿La última conquista? —preguntó unos minutos después, mientras caminaban por la avenida en dirección al local que quería mostrarle.

—No lo digas ni en broma —respondió la ojiverde—. Es una conocida de Ally. Se me ha insinuado un par de veces, pero le he dejado claro que soy una mujer inaccesible y fiel.

—¡Qué cabrona! ¡Inaccesible y fiel, dices! —ironizó Dinah.

—Un cabrona, sí, pero con normas bien claras. La principal: nunca con alguien que ella conozca.

—Saltárnoslas acabaría con nosotras, ¿no?

Risas de complicidad sustituyeron a las palabras durante los escasos metros que los separaban de la sala de exposiciones, junto al Museo de Arte Americano.

Dinah se detuvo frente a la elegante fachada pintada de blanco. En el escaparate, la fotografía de La niña afgana, de asombrosos ojos verdes, hecha en el campamento de refugiados de Nasir Bagh, indicaba con claridad que en el interior se exhibían los trabajos del prestigioso fotógrafo Steve McCurry. Había elegido ese lugar por su situación, pero también porque allí habían expuesto nombres reconocidos a nivel mundial. Pensaba que si quería que los demás valoraran sus obras, era ella quien primero debía hacerlo.

—¿Te parece demasiado pretencioso para una desconocida como yo?

—Desconocida sólo para el gran público. Tus trabajos se cotizan bien y las mejores agencias te han propuesto que trabajes para ellos. Si viajaras tanto como él —señaló la fotografía de la niña afgana—, ya habrías conseguido el Pulitzer.

—Y Normani se habría divorciado de mí —bromeó Dinah buscando en el bolsillo de su chaqueta—. Aunque en el fondo le encantaría que trabajara para National Geographic o algo parecido y que captara las imágenes con las que sueño.

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora