Apoyada en la baranda de la rivera verde, Lauren miraba con abatimiento las aguas del río mientras rememoraba las sensaciones que estar en aquella estancia en penumbra, rozando y sintiendo a Camila, le habían dejado en la mente y en el alma. No era mucho para seguir viviendo, pero era más de lo que había esperado obtener cuando acudió a esa cena. Suspiró a la vez que con la mano izquierda acariciaba el pañuelo dentro del bolsillo. Era su único e inútil consuelo. Consuelo y a la vez tortura que le recordaba a ella.
—¿Se va a convertir en costumbre que me cites aquí? —preguntó a su espalda Dinah cuando aún las separaban unos metros.
—Esta vez has sido tú quien ha pedido que nos viéramos en un lugar discreto —dijo, cuando la tuvo al lado.
—Cierto —aceptó su amiga, echando a andar cerca de la barandilla. Lauren la imitó en silencio, esperando que arrancara a hablar—. Se trata del tipo ese —dijo al fin—. Me quería como simple intermediaria para llegar a ti. —La miró de soslayo y añadió, alzando las cejas—: Es a ti a quien quiere entregar los documentos que prueban que lo que me contó es cierto.
Lauren se detuvo sorprendida.
—¿A mí? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Por qué a mí, si no me conoce?
—Está al tanto de que le has escrito el discurso al senador y de que estás muy cerca de él. Sigue tus trabajos en el Daily News, no es un secreto que eres periodista de investigación, y...
—¡Tonterías! Lo de la investigación hace años que pasó a la historia. Soy escritora de novelas y de artículos de opinión.
—A los periodistas se os considera perros guardianes de las democracias, en especial a los periodistas de investigación. Eso no cambia nunca y él lo sabe. Por la razón que sea, confía en que tú sigues siendo un perro guardián y quiere entregarte personalmente las pruebas que inculpan al senador.
—¡Maldita sea! —soltó con impotencia, al pensar en el dolor que podía provocarle tanto a Ally como a Camila—. Yo no se lo he pedido.
—No hay problema —dijo, encogiéndose de hombros—. Le diré que no aceptas. Que se olvide de ti; que se olvide de las dos. Como bien me advertiste, esto puede ser arriesgado.
—¡No! —exclamó Lauren con rapidez, incapaz de desentenderse de algo que podía dañar a quienes quería—. Eso no. Es posible que todo esto se haga tan enorme que llegue a arrepentirme de no haberlo dejado pasar, pero ahora no puedo hacerlo. Las filtraciones siempre están ahí, Dinah. Llegan por todas partes y hay que analizarlas, comprobarlas para ver si conducen a algo o tienen una finalidad demasiado turbia.
—Si decides aceptar, podemos averiguar cómo de turbio es lo que mueve a este tipo...
—Espera aún. No quiero precipitarme. Dame un poco de tiempo para... ¡Maldita sea! —volvió a jurar por todas las personas a las que iba a traicionar si aceptaba. A las que iba a herir. A las que iba a perder.
—Tiene que ser ya. El tipo, al igual que yo, recorre el país siguiendo al senador. Mañana volamos a California y no sé cuándo volveremos a estar cerca de Nueva York. Puede que en un día, en dos o en veinte. Tiene que ser esta tarde, Lauren, cómo y dónde él lo ha previsto, o se buscará a otro que le haga el trabajo.
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El encuentro tuvo lugar en el bar El Capitán Hook, de Upper West Side, feudo de los dominicanos en Nueva York. Lauren pensó que el traidor a Stephen, del que no había visto ninguna imagen, debía de ser de piel morena y aspecto latino y que había elegido ese lugar con el fin de pasar desapercibido. Se sorprendió al verlo en el punto exacto donde dijo que estaría: en la mesa del fondo, junto a los servicios y la esquina ciega de la pared, para que nadie pudiera verlo desde la calle. Su tez pálida y su pelo rubio destacaban entre la abundancia de cabellos negros, rasgos exóticos y pieles aceitunadas. El tipo podía ser un fenómeno organizando campañas políticas o descubriendo fraudes ocultos, pero estaba claro que no tenía ni idea de cómo tratar un asunto de la envergadura del que tenía entre manos.
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Donde Siempre es Otoño (Camren)
Fiksi PenggemarAún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera...