22- La Mujer Mas Infiel

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El salón, blanco e inmaculado como el resto de la casa, estaba suavemente iluminado por la lámpara de pie que estaba junto a Ally y por la claridad que emitía la gran pantalla de plasma que tenía enfrente. A su izquierda, tras la cristalera, se apreciaban a lo lejos las luces que alumbraban la noche en Nueva Jersey. Y entre ese ventanal y la puerta del salón, un pequeño quinqué daba luz a una silenciosa Lauren que trabajaba ante el ordenador.

Ally, sentada en el sofá y con las piernas encogidas y ocultas bajo la falda, alternaba su atención entre su esposa y el primer debate político de los candidatos presidenciales de los dos principales partidos.

No entendía qué le estaba pasando a Lauren, su falta de interés por casi todo, sus largos silencios, su mal humor. Avanzaba el mes de septiembre, se acercaba el primer día de otoño y no exteriorizaba su deseo de irse a Crystal Lake como había hecho cada año, pero tampoco hablaba de quedarse y compartir el tiempo con ella.

Finalizado el debate, que había sido televisado desde la Universidad Belmont de Nashville, en el estado de Tennessee, se levantó y se acercó a su esposa. Se pegó a su espalda y le pasó los brazos por el cuello.

—¿Te falta mucho para acabar? —preguntó, cuando vio que escribía una serie de notas, y dedujo que era más documentación para su nueva novela.

—Aún tengo para un buen rato —respondió ella sin dejar de teclear.

—Ha sido un buen debate —comentó Ally, pegando la mejilla a la suya—. Creo que Thompson ha resultado ganador. Mañana lo dirán los medios de comunicación. Ha presentando propuestas creíbles a la crisis y al problema del paro y Murray ha seguido con su rollo conservador, sin ofrecer ni una solución medianamente viable.

—Estupendo —dijo Lauren con descuido.

Ally lo advirtió. Notaba cuando Lauren respondía lo primero que le venía a la cabeza a algo a lo que no había prestado ninguna atención.

—¿No vas a ir al lago este otoño? —preguntó con cautela.

—No lo sé.

Ella le besó la oreja a la vez que se pegaba más a su cuello.

—¿No me quieres dejar sola en nuestro primer otoño de casadas? ¿Crees que podrás escribir aquí tu novela?

—No tengo ni idea.

Ally la soltó, pero se mantuvo tras ella, viendo cómo las palabras que tecleaba iban cubriendo la pantalla.

—¿Me estás engañando con otra? —preguntó al fin, después de semanas de cargar en silencio con la duda.

Lauren apretó los párpados y maldijo para sí. Con los incontables deslices que se había permitido durante los últimos años, ella le hacía la peligrosa pregunta entonces, cuando no se estaba acostando con nadie.

—Si lo estuviera haciendo, ¿pasaría un día tras otro sin moverme de casa? — replicó entre dientes. Ella musitó una negativa—. Pues entonces, ¡deja de fastidiarme con tonterías, maldita sea! —gritó, golpeando el puño sobre el teclado.

Ally se sobresaltó, a la vez que una sucesión de letras sin ningún sentido comenzaron a llenar el documento en la pantalla del ordenador.

—Antes nunca te enfadabas —le reprochó con cuidado, temiendo encolerizarla de nuevo.

—Antes no me agobiabas con preguntas infantiles.

—Tal vez lo hacía, pero a ti no te molestaba —le echó en cara y volvió a sentarse en el sofá—. Esperaré a que termines.

—Es mejor que te vayas a dormir.

—No me trates como a una niña si no quieres que me comporte como tal —dijo con orgullo—. Esperaré a que termines —se reafirmó con terquedad—. Estoy harta de irme sola a la cama.

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora