35- Entre el Deber y el Amor

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Cuando Dinah le contó que el encuentro del político y el abogado se produciría en el exclusivo club La Unión, en Upper East Side, Lauren dedujo que almorzarían en uno de los comedores privados de la segunda planta. Ella misma formaba parte de ese club en el que muchos de los miembros procedían de las familias socialmente más importantes, como Jerry. Porque conocía bien el funcionamiento de ese rancio lugar, supo que entrar de improviso y sentarse a su mesa era algo impensable. Tendría que pedir que la anunciaran y confiar en que ellos le concedieran el permiso.

Y, aunque eso fue lo que finalmente ocurrió, la entrada al comedor fue tensa, con las miradas de los dos hombres queriendo partirla en dos y enviar los pedazos al infierno.

—Os preguntaréis qué hago aquí. —Colocó un abultado sobre beige en su lado de la mesa—. No podía desaprovechar la ocasión de encontraros juntos. Lo que tengo que decir os afecta a ambos, aunque de forma más directa al «candidato a la presidencia» —aclaró mordaz.

—¿Cómo te has atrevido a presentarte ante mí? —preguntó Stephen—. ¿Acaso la paliza te supo a poco y vienes a ganarte otra?

La animó advertir el gesto de sorpresa de Jerry, el modo en que frunció el ceño y miró al senador y a ella, tratando de entender.

—La paliza fue impecable —ironizó—. Si no le molesta, senador, para no borrar el buen recuerdo, preferiría no recibir otra. —Sonrió y miró a su suegro—. Disculpa nuestra falta de consideración al hablar de cosas que desconoces, Jerry. Como habrás deducido, fueron los matones del senador quienes casi me matan a golpes. Puede que lo mereciera.

—¡Lárgate si no quieres que llame a seguridad! —ordenó su suegro—. Si te sacan de aquí a patadas, mañana estarás en todos los medios.

—Es muy probable que los que salgan en todos los medios sean otros, dada su habilidad para desviar fondos. —La alarma se encendió en los ojos de los dos hombres, que se miraron con fugacidad, provocándole otra sonrisa—. Si quiere, puedo hablarle de Swaine, Wooken y Madisson Export. De los informes que «no hacen» a importantes empresas de este país y de las cantidades astronómicas que cobran por ello, o de que todos esos dólares, íntegros, los donan a su campaña, senador.

—Eso es ridículo —respondió Stephen a la defensiva—. ¿Por qué íbamos a hacer algo tan rocambolesco cuando esas empresas podrían contribuir a nuestra causa legalmente y con el dinero que quisieran?

—Porque entonces resultaría muy evidente que las leyes que llegaran a promover usted y su gobierno si llegara a alcanzar la Casa Blanca, y que los favorecieran, serían pagos políticos.

—Nunca podrás demostrar eso —la desafió su suegro.

—Siempre dijiste que debía ejercer lo que tú denominabas mi verdadera profesión. Lo he hecho —dijo Lauren satisfecha—. He investigado, Jerry. Sé lo de las empresas fantasma y lo del desvío de fondos.

—Soy un simple aspirante a ocupar el cargo de presidente de esta nación. ¿Pretendes que se me juzgue por algo que tú aseguras que haré si consigo ganar las elecciones?

—Tengo pruebas —contestó tamborileando con los dedos el papel beige.

—Ni siquiera sabes de qué estás hablando.

—¿De verdad lo piensa? —preguntó con firmeza—. Las reuniones con esas empresas han existido y se ha acordado en qué van a consistir los pagos. Ya que parece no recordarlo, senador, ¿quiere que le refresque un poco la memoria?

Stephen bajó la cabeza, mostrando claramente que no se sentía orgulloso de eso.

—No es necesario —dijo, con apenas un hilo de voz y, tras unos segundos, volvió a mirarla de frente—. ¿Qué vas a hacer ahora?

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora