39- Lo Que Eres en Mí

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Lauren se había quedado sin aire cuando oyó que Adam le permitía pasar y seguía sin recuperarlo mientras avanzaba por la habitación, despacio, con los incrédulos y enamorados ojos puestos en ella; en la mujer inalcanzable a la que había creído que no volvería a ver.

—¿Por qué? —murmuró lo que debió haber sido tan sólo un pensamiento, un dolor más difícil de aceptar que todos cuantos hasta entonces había padecido.

—¿Y por qué no? Esto puede pasarnos a cualquiera —respondió ella con una tierna media sonrisa, mirando la refrenada impaciencia con que se aproximaba—. Acércate —la animó, al tiempo que le señalaba la silla junto a la cabecera.

Cuando al fin se detuvo a su lado, apoyó la temblorosa mano en el colchón y se sentó con lentitud, ocupando tan sólo el borde de la silla, para que la distancia con ella fuera más estrecha, más íntima, y así no perderse ni uno solo de sus gestos.

—Hasta en un lugar como éste estás preciosa —musitó, recorriéndole el rostro con ojos anhelantes.

Camila suspiró enternecida. Bajó la mano para acariciar la de ella, pero titubeó en el último instante. Cuando, aún indecisa, la dejó quieta sobre la sábana arrugada, la rozó torpemente con el extremo de los dedos.

—Me alegra que hayas venido.

Lauren se estremeció al notar el leve contacto. Se humedeció los labios, repentinamente tan secos como la boca.

—Creí que no conseguiría verte —murmuró, y miró con fugacidad a su izquierda, a Stephen, que al fondo del cuarto apoyaba el hombro en el marco de la ventana, fingiendo atender a lo que ocurría en el exterior. Ése era el mayor grado de intimidad que les iba a conceder y, probablemente, durante muy pocos minutos.

Camila vio su rápido gesto y entendió su temor. Le sonrió, tierna y tranquilizadora, mientras al fin se decidía a tomarle la mano y apretársela con suavidad.

Lauren se quedó de nuevo sin aire. Contempló sus manos juntas a la vez que respiraba despacio y hondo. Sólo era un roce, un gesto amable, y aun así era mucho más de lo que esa mañana, y tal vez nunca, había esperado recibir. Volvió a inspirar y se atrevió a apretarle los dedos, como ella lo hacía.

—Tal vez te sorprenda verme aquí después de todo lo que ha pasado —señaló, sonriendo nerviosa—. Pero he cometido muchos errores y... me gustaría enmendarlos de alguna manera. Aunque no sé bien cómo hacerlo. Ni siquiera se me ocurre qué decir —murmuró Lauren, sin levantar la cabeza—. Siempre pensé que la vida, como el amor, eran algo que había que beberse deprisa, sin detenerse ni para tomar aliento. Ahora sé que los excesos hacen que no diferencies las cosas realmente importantes de las que no lo son. Yo no supe valorar ninguna y lo he descubierto cuando ya es demasiado tarde. —Guardó un tembloroso silencio mientras le rozaba con suavidad la mano con los dedos—. Me habría gustado que conocieras a la mujer en la que me has convertido. Pero ya nada de eso importa. Ya da igual lo que fui en ti...

—... «pues he entendido que lo único importante ha sido siempre lo que tú eres en mí» —susurró Camila, haciendo suya la hermosa frase que ella le escribió como despedida.

Lauren se quedó inmóvil, respirando lenta y pesadamente, segura ya de que Camila conocía la profundidad de sus sentimientos. Alzó con lentitud los ojos hasta encontrarse con los suyos, hermosos y chocolate, que parecían haberla estado aguardando, tal vez para perdonarle las torpezas que ese amor desesperado le hizo cometer.

Y en ese instante supo que estaba ante la última oportunidad que tendría para descubrirle sin reservas su alma.

—Al principio intenté negármelo —reconoció Lauren, conteniendo con dificultad las lágrimas—. Pero lo que crecía dentro de mí era ya imparable; fue imparable desde el primer momento. —Calló, deseando que la emoción que creía ver en Camila fuera tan real y asfixiante como la que a ella misma la consumía—. ¡Te amo! ¡Te amo con una fuerza arrolladora que soy incapaz de controlar!

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora